C¨¢maras contra la matanza de delfines
Una pel¨ªcula rodada en su parte cumbre con c¨¢maras ocultas alz¨® este a?o el Oscar al mejor documental. Fue el colof¨®n a un a?o de premios. Cerca de cincuenta festivales se han rendido a sus pies en 2009, incluido el p¨²blico del exigente Sundance. The cove, que significa "la cala", ense?a la pr¨¢ctica de los pescadores de Taiji, un peque?o pueblo de 4.000 habitantes al sur de Jap¨®n. Cada a?o, 23.000 delfines son asesinados durante la temporada de caza -entre octubre y abril- en una peque?a piscina natural formada en la costa, junto a una playa. Es la mayor matanza de estos cet¨¢ceos en el mundo, permitida y animada por el Gobierno japon¨¦s. Los delfines son arrinconados cada tarde hasta la cala por barcos que crean una barrera de sonido que ahuyenta a los animales, sin saberlo, hacia la muerte horas m¨¢s tarde. Es al d¨ªa siguiente, por la ma?ana, cuando los pescadores empu?an arpones desde sus barcas, matando uno a uno a los apelotonados delfines y llenando de sangre ese trozo de costa.
S¨®lo unos pocos salvan la vida, seleccionados por expertos que negocian con acuarios de todo el mundo
"?En qu¨¦ clase de parque nacional no puedes entrar porque la gente local est¨¢ ocupada matando a los animales salvajes que lo habitan?"
S¨®lo unos pocos salvan la vida, seleccionados por expertos entrenadores que luego negocian con acuarios de todo el mundo. Un delf¨ªn vivo cuesta al menos 150.000 d¨®lares, reportando entre dos y tres millones de d¨®lares anuales a cada preparador. Sin embargo, un delf¨ªn muerto, vendido s¨®lo por su carne, cuesta apenas 600 d¨®lares. Una carne que no es del todo saludable, por sus elevados ¨ªndices de mercurio, algo que tambi¨¦n destapa el documental.
Ric O'Barry era un veintea?ero de ¨¦xito en los sesenta. Tras pasar por la Marina de EE UU, fue contratado por el Seaquarium de Miami como cazador de delfines. Apres¨® a unos cien, en la bah¨ªa de Biscayne o de Vizcaya, junto a Miami. M¨¢s tarde fue ascendido y empez¨® a entrenar a los delfines del parque acu¨¢tico. Era rico, atractivo y conduc¨ªa coches de lujo. En 1963, los delfines ya eran un negocio en auge. Estos animales estaban de moda, en parte gracias a tipos como O'Barry, pero sobre todo por la fama que obtuvieron ese a?o y al siguiente la pel¨ªcula Flipper y su secuela. El ¨¦xito fue tal que la cadena de televisi¨®n NBC se lanz¨® a realizar una serie. "Los productores llegaron con la idea al Seaquarium. Dijeron que ellos grabar¨ªan y publicitar¨ªan las instalaciones. A cambio, el acuario ten¨ªa que poner los delfines y un entrenador. Yo fui el elegido", recuerda O'Barry desde Miami. El nombre del show no fue muy original: Flipper. Pero de 1964 a 1967, en los hogares y subconscientes norteamericanos se col¨® una melod¨ªa que repet¨ªa y repet¨ªa el nombre del delf¨ªn m¨¢s famoso. Su inteligencia y sonrisa lleg¨® a toda Am¨¦rica, multiplic¨¢ndose el boom de los acuarios.
Pero en realidad, Flipper no era un ¨²nico delf¨ªn, sino cinco: Susie, Patty, Kathy, Scotty y Squirt. Todas eran hembras, menos agresivas que los machos y m¨¢s codiciadas est¨¦ticamente, pues su piel no tiene imperfecciones. La ficci¨®n mostraba a un solo Flipper, que viv¨ªa en una reserva marina -donde era la mascota de un padre y sus dos hijos y hac¨ªa un mont¨®n de acrobacias que le ense?aba O'Barry fuera de pantalla. El delf¨ªn salvaba vidas y deten¨ªa a criminales. Era un h¨¦roe para los ni?os, clientes potenciales de los acuarios. Negocio.
Pero un d¨ªa de 1970, la vida de O'Barry volte¨®. Hab¨ªan pasado tres a?os desde que terminara Flipper cuando visit¨® el tanque de hormig¨®n donde viv¨ªa Kathy, una de las cinco hembras que participaron en la serie. "Se acerc¨® a mis brazos y dej¨® de respirar. Se suicid¨® ante m¨ª, fruto del estr¨¦s", asegura O'Barry. Lo cree porque los delfines, al contrario que los seres humanos, no respiran de manera autom¨¢tica y pueden decidir cu¨¢ndo dejar de hacerlo. El evento le dej¨® "muy tocado". Dos d¨ªas despu¨¦s, O'Barry fue encarcelado por intentar liberar a otro delf¨ªn. O'Barry se hab¨ªa pasado al lado del activismo.
En los 40 a?os que han pasado entre aquella muerte de Kathy y el ¨¦xito de The cove, O'Barry ha incomodado a mucha gente. Pero pocos desplantes como el que sufri¨® hace cinco a?os en San Diego le han dado m¨¢s r¨¦dito. Su presencia fue prohibida en una conferencia sobre mam¨ªferos marinos. Iba a participar en una de las charlas, pero Seaworld -el acuario de la ciudad y patrocinador del evento- lo impidi¨®. Parad¨®jicamente, ese intento de acallarle fue el germen de The cove. Dio la casualidad de que all¨ª estaba Louie Psihoyos, un afamado fot¨®grafo de National Geographic, Newsweek, Time y The New York Times, entre otros: "No le conoc¨ªa, pero le llam¨¦ y le pregunt¨¦ por qu¨¦ hab¨ªa sido vetado. Ric me habl¨® de la mayor matanza de delfines en el planeta. Le pregunt¨¦: '?Qui¨¦n est¨¢ haciendo algo para impedirlo?'. Me dijo: 'S¨®lo yo. Voy la semana que viene, ?quieres acompa?arme?".
Dicho y hecho. O'Barry y Psihoyos se conocieron en Jap¨®n. Sus primeros momentos juntos se ven en el documental. Son un tanto surrealistas. O'Barry est¨¢ obsesionado y ordena a Psihoyos y sus acompa?antes que se tapen la boca con m¨¢scaras y se pongan gafas de sol para hacerse pasar por japoneses. Ric les dice que est¨¢n siendo perseguidos. Psihoyos, nos cuenta por tel¨¦fono, no pod¨ªa creerlo: "No hasta que llegamos al hotel y la polic¨ªa nos pregunt¨® qu¨¦ hac¨ªamos en Jap¨®n. As¨ª que le pusimos una c¨¢mara oculta a Ric en un bot¨®n de su ropa. Le dije: 'D¨¦jame escuchar lo que te pregunte la polic¨ªa". A Psihoyos le entr¨® el gusanillo: "Pens¨¦: 'Dios, aqu¨ª pasa algo. Esto es real. Hay una conspiraci¨®n para mantener el secreto". Grabar all¨ª iba a ser imposible: "?En qu¨¦ clase de parque nacional no puedes entrar porque la gente local est¨¢ ocupada matando a los animales salvajes que lo habitan?".
Las dificultades s¨®lo animaron m¨¢s a Psihoyos. Su amigo Jim Clark, fil¨¢ntropo y fundador de Netscape, fue su principal apoyo econ¨®mico. Juntos hab¨ªan creado en 2005 la Oceanic Preservation Society (OPS), una organizaci¨®n sin ¨¢nimo de lucro que busca parar la destrucci¨®n del mar. Psihoyos plane¨® todo minuciosamente, como si fuera una misi¨®n militar secreta,?para rodar con c¨¢mara oculta. Form¨® su comando audiovisual y volvi¨® a Jap¨®n, armado con rocas falsas donde meter minic¨¢maras y otros artilugios como un peque?o helic¨®ptero teledirigido. Y en eso consiste buena parte del documental, en ense?ar el incre¨ªble proceso para lograr filmar la matanza. Esta llega al final. Es indescriptible, no s¨®lo por los litros de sangre derramados, sino sobre todo por los alaridos de los delfines y por alguna que otra conversaci¨®n robada a los pescadores, en las que ellos mismos reconocen la destrucci¨®n del ecosistema marino, al recordar ¨¦pocas pasadas en las que el mar estaba lleno de cet¨¢ceos.
Las im¨¢genes chocan tambi¨¦n a los japoneses. El equipo las ense?a en las grandes ciudades. Ric O'Barry se coloca en mitad de la calle, con un televisor adosado a su cuerpo. Las im¨¢genes espantan. Los japoneses de a pie las miran con disgusto. No parecen conocer lo que hacen los pescadores de su pa¨ªs.
Pero el Gobierno japon¨¦s habla de que la caza de delfines es parte de su cultura. Es uno de los argumentos. Tambi¨¦n dice que hay demasiados delfines que se comen demasiados peces. Los mismos argumentos que Jap¨®n dio antiguamente para justificar la matanza de ballenas. Maseyuku Komatsu, director de la Agencia de Pesca de Jap¨®n en 2001, as¨ª lo explicaba entonces: "Las ballenas son las cucarachas de los mares porque son demasiado numerosas".
De poco parece servir, se asegura en The cove, la existencia del CBI o Comisi¨®n Ballenera?Internacional. Este organismo, fundado en 1949, se centra en la conservaci¨®n de las ballenas. De las grandes ballenas, pues las especies m¨¢s peque?as, los delfines y las marsopas, conocidos todos como peque?os cet¨¢ceos, quedaron fuera de la protecci¨®n. Espa?a, que se opone, como la Uni¨®n Europea, a la pesca de todo tipo de cet¨¢ceos, pertenece a la CBI. Su representante, Carlos Cabanas, explica: "Los peque?os cet¨¢ceos se regulan localmente. La diferencia entre ballena y ballena peque?a es un problema de discusi¨®n interna en la CBI". Respecto a Jap¨®n, asegura Cabanas, Espa?a y Europa llevan a cabo "acciones diplom¨¢ticas" para que el pa¨ªs nip¨®n pare las matanzas. Pero los japoneses saben que la fuerza del dinero es la que da votos. The cove demuestra que pa¨ªses como Antigua y Barbuda, o Saint Kitts o Dominica, logran importantes subvenciones a cambio de los votos que Jap¨®n necesita para seguir masacrando delfines. Cabanas se sorprende al escucharlo: "Si eso se demuestra, la CBI deber¨ªa examinarlo. Comprar votos es inaceptable".
'The cove' se proyecta hoy en DocumentaMadrid, se estrena en cines el 11 de junio y se emite en Canal + en oto?o.
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