Ambiciones

Parte de la regla de oro de un espect¨¢culo de danza, en cualquier g¨¦nero, es el equilibrio entre las partes estructurales. Danza, m¨²sica, luces y aparato esc¨¦nico deben estar en concordancia y sobre todo, en justa proporci¨®n al todo de la intenci¨®n est¨¦tica. A mucho modernillo de ocasi¨®n esto debe sonar a verdad de Perogrullo, pero el caso es que el teatro de danza sigue siendo el mismo y sus vectores siguen apuntando en la misma direcci¨®n, que si no ¨²nicos, por lo pronto a¨²n son reconocibles en espectro.

La deficiente y ca¨®tica programaci¨®n de danza del Festival de Oto?o en Primavera acumula desaguisados y teatros medio vac¨ªos (Sala Roja del Canal: media entrada). No estar¨ªa mal un estudio de taquilla posterior: pondr¨ªa los pelos de punta por el gasto y la gratuidad, la inoperancia y la falta de un norte profesional ajustado a realidad, aquello tan antiguo de la oferta y la demanda que, por qu¨¦ no decirlo, importa menos que el tama?o de los teatros pero m¨¢s que los intereses dram¨¢ticamente espurios de un evento que necesita ser revisado a fondo. La profesi¨®n local paga el pato (lacado con la publicidad, la d¨¢diva y el oropel).

El peso de una m¨²sica de primer orden con dos cantantes inspiradas

En medio, la bailarina sola, con zapatos rojos (s¨ªmbolo de compromiso y "fatum" desde el filme legendario de Powell y Pressburger) proponiendo un cuadro pl¨¢stico complejo. Pero aqu¨ª ha podido la ambici¨®n. El peso de una m¨²sica de primer orden con dos cantantes inspiradas de voces subyugantes (La Tremendita y Gema Caballero) se lleva la palma, domina la velada. El baile es bueno y escaso, pero su escala es otra; no menor, sino distinta. La producci¨®n es ostentosa y cara, desmedida.

Carlos Marquerie ha aportado su estilo donde abunda la presencia de objetos extempor¨¢neos y un esteticismo que se ha vuelto meticuloso y as¨¦ptico hasta la frialdad. No resultan comprensibles los argumentos visuales, por bonitos y la moda que sean, van separados de la danza y recorren su justificaci¨®n sin imbricarse del todo en el reducto danzado. El baile de Roc¨ªo es potente, cerrado en su geometr¨ªa. Rampando con su f¨ªsico singular y poco agradecido, sin temor a estrechar el c¨ªrculo que sobre sus carnes cierne la luz y el ritmo, la artista se atreve contra c¨¢nones del g¨¦nero, quiere ser profeta en su estrecho pa¨ªs de escenario; se salta el recato y la falda tradicional, indaga en s¨ª misma con honesta respiraci¨®n y paso seguro. A ratos consigue, a fuerza de concentraci¨®n y b¨²squeda de un lirismo descarnado de sensualidad, el dibujo firme y la entrada en sonda profunda del sentimiento jondo. Su baile no es festivo, roza el drama, la b¨²squeda expl¨ªcita del lamento (o quej¨ªo gestual). El v¨ªdeo cr¨ªptico alude al tiempo y al bodeg¨®n cl¨¢sico; la indumentaria civil y un cierto ambiente canalla focalizan al auditorio sobre una lectura intelectualizada y acorde a las corrientes de hoy.