Israel, de perfil y de frente
Mi amistad con Israel es manifiesta, pero duele comprobar su evoluci¨®n en los ¨²ltimos a?os. Su ceguera me obliga a hablarle de frente: tiene que deshacer sus errores, tiene que reconocer que el pueblo palestino existe
Soy un amigo sincero del pueblo jud¨ªo y del Estado de Israel. Desde mis responsabilidades como presidente de la Comunidad de Madrid y alcalde de la capital de Espa?a he dado p¨²blicas muestras de ese sentimiento, propiciando una aproximaci¨®n al mundo hebreo intensa y leal. As¨ª, desde 2000, la Asamblea regional celebra anualmente un acto en recuerdo del Holocausto. Diversos monumentos han sido inaugurados en los ¨²ltimos a?os con el nombre de israel¨ªes ilustres. Otros aluden a la herencia jud¨ªa de Madrid. En 2009 particip¨¦ en las celebraciones de Januc¨¢ y Rosh Hashan¨¢. Y hace unos meses tuve el honor de pronunciar en Jerusal¨¦n la conferencia que acompa?a la entrega de los premios de la Fundaci¨®n Toledano, el Nobel del universo sefard¨ª y las relaciones hispano-israel¨ªes. Creo, en fin, que estas credenciales me permiten hablar no solo con alg¨²n conocimiento de causa, sino tambi¨¦n desde la ausencia de prejuicios. Si bien debo aclarar que esta actitud no responde solo a una convicci¨®n personal. Obedece tambi¨¦n al deber institucional de representar a una sociedad intercultural como la madrile?a, que, pese a episodios aislados al calor de los ¨²ltimos acontecimientos, aprecia la aportaci¨®n hebraica a nuestra ciudad y a la tradici¨®n judeocristiana de la que procedemos.
Israel debe compartir Jerusal¨¦n, debe acabar con el muro, debe desmantelar las colonias
Mi amistad, pues, es manifiesta. Y por amistad suelo atenerme al viejo adagio que recomienda que, si tu amigo es tuerto -es decir, si tiene alg¨²n defecto-, le mires de perfil. El problema surge cuando tu amigo termina perdiendo la vista en los dos ojos. Entonces, si se le aprecia, no cabe observarle de soslayo, y tampoco es momento de abandonarle. No queda m¨¢s remedio que mirarle de frente y hablar, no para hacerte notar, sino para advertirle de que, aunque no ve, puedes orientarle un poco. Modestamente, eso hago hoy, a prop¨®sito del asalto a la flota internacional que se dirig¨ªa hacia Gaza.
Lo dir¨¦ con palabras de David Grossman: "No hay explicaci¨®n que pueda justificar el crimen que se ha cometido, y no existe excusa alguna para las (...) acciones del Gobierno y el Ej¨¦rcito". No la hay porque no es admisible que, entre un pu?ado de civiles que defienden sus embarcaciones en aguas internacionales con palos y armas blancas, y un comando militar que sin jurisdicci¨®n alguna les aborda y les responde con fuego, las v¨ªctimas sean, como insin¨²a Israel, los propios asaltantes, por m¨¢s que la recepci¨®n no fuera amistosa. Por muy desorientados que los tripulantes puedan estar en sus tomas de postura pol¨ªtica, y por muy evidente que fuera la trampa en t¨¦rminos de imagen p¨²blica para Israel, esa arbitrariedad bastar¨ªa para desautorizar una acci¨®n tan torpe como desproporcionada. Porque adem¨¢s se ha superado una l¨ªnea sagrada: el respeto a la vida humana. Con independencia de que las v¨ªctimas fueran cooperantes o propagandistas, nadie puede arrogarse el inexistente derecho a darles muerte por haber intentado no ya cruzar una frontera, sino burlar un bloqueo ilegal. No en un pa¨ªs democr¨¢tico.
El Estado que debe su existencia al espaldarazo jur¨ªdico de las Naciones Unidas con frecuencia desoye hoy sus resoluciones. Se trata de una contradicci¨®n que esconde adem¨¢s un peligroso error de c¨¢lculo. Israel conf¨ªa en su determinaci¨®n de sobrevivir como baza principal para lograrlo. Es una se?a de identidad grabada a fuego desde Auschwitz. Pero la magnitud de los peligros que debe afrontar es fabulosa. No podr¨¢ superarlos solo. A¨²n hoy sigue rodeado de enemigos de los que no se sabe si es peor su hostilidad o su paciencia. No son pocos los ¨¢rabes que conciben a su vecino jud¨ªo como un cuerpo extra?o que ser¨¢ extirpado como un d¨ªa lo fue el reino cristiano de Jerusal¨¦n. No tienen prisa: la demograf¨ªa juega en su favor, as¨ª como su concepci¨®n geol¨®gica del tiempo. La escalada nuclear de Ir¨¢n no hace sino incrementar la tensi¨®n. Y en esta tesitura, cuando m¨¢s deber¨ªa Israel buscar apoyos, m¨¢s se encapsula en su propio miedo, act¨²a irreflexivamente, pierde a Turqu¨ªa como ¨²nico aliado en el ¨¢rea, irrita a Estados Unidos casi tanto como a la Uni¨®n Europea, y sucumbe, en fin, a un s¨ªndrome de Masada que solo admite la inmolaci¨®n colectiva como ¨²nica escapatoria a este callej¨®n sin salida. As¨ª fue tras la guerra de 1967, un fulgurante ¨¦xito militar cuyas consecuencias se han convertido en un fracaso pol¨ªtico. Y as¨ª ha sido tambi¨¦n las dos ¨²ltimas d¨¦cadas, que son las de la oportunidad perdida para un maltrecho proceso de paz que, surgido de las conversaciones de Oslo y la Conferencia de Madrid -y malogrado, dig¨¢moslo todo, con la colaboraci¨®n de Arafat-, solo ha servido para enconar a¨²n m¨¢s el conflicto favoreciendo la hegemon¨ªa de Ham¨¢s.
Duele ver al Estado de Israel, creado por los supervivientes del peor genocidio de la historia, convertido en una potencia ocupante. Pero duele a¨²n m¨¢s comprobar la evoluci¨®n de la sociedad israel¨ª, crecientemente escorada hacia posiciones de fuerza en las que la distinci¨®n entre derecha e izquierda es casi irrelevante. Hoy apenas se escuchan las voces de la moderaci¨®n en aquel pa¨ªs. El peso en la opini¨®n p¨²blica de Amos Oz o el propio Grossman es irrelevante. Las noticias en la prensa hebrea sobre una guerra inminente son diarias. Y el temor -tan fundado como mal afrontado- de que pueden ser borrados del mapa cala a fondo. Israel se siente v¨ªctima y olvida lo que hace en los territorios ocupados. Es esa la ceguera que nos obliga a sus amigos a mirarle de frente y hablarle. Tanto m¨¢s por cuanto que la violencia se propaga por misteriosos cauces subterr¨¢neos, y empieza a afectarnos tambi¨¦n a nosotros. La brutal agresi¨®n a tres empresarios israel¨ªes en la Universidad Aut¨®noma de Madrid o la intolerable exclusi¨®n de la delegaci¨®n hebrea en la marcha del Orgullo Gay tal vez no obedezcan a un antisemitismo hist¨®rico. Pero bien podr¨ªa degenerar en ¨¦l. No puede descartarse que un empeoramiento de la situaci¨®n en Oriente Pr¨®ximo reavive los peores demonios del pasado europeo, reavivando un problema que constituye la mayor verg¨¹enza hist¨®rica de este continente.
La soluci¨®n no es sencilla. De hecho, es la m¨¢s dif¨ªcil: consiste en deshacer todos los errores cometidos. El primero, haber abortado el incipiente reconocimiento del otro que hab¨ªa empezado a producirse. Es preciso que la sociedad hebrea renuncie a la idea seg¨²n la cual el pueblo palestino no existe. Est¨¢ ah¨ª, y deber¨¢ reconocerse no solo su sufrimiento presente, sino tambi¨¦n el hist¨®rico, el de la Nakba. Otro tanto cabe decir de la diversidad religiosa, ¨¦tnica y cultural del propio Estado de Israel, incluyendo a su minor¨ªa ¨¢rabe, para lo cual hay que asumir la advertencia de lord Acton: ning¨²n Estado puede fundarse sobre una ¨²nica fe. Despu¨¦s, no queda otro camino que reconocer el Estado palestino y asegurar su viabilidad como garant¨ªa de estabilidad en la zona. Naturalmente, esto ¨²ltimo es lo m¨¢s complejo, pues requiere importantes cesiones: admitir la capitalidad compartida de Jerusal¨¦n, congelar o desmantelar las colonias y acabar con ese muro que cruza Palestina como una nueva cicatriz en la conciencia del reci¨¦n nacido siglo. Lo mismo cabe decir de los palestinos y los ¨¢rabes en general: han cometido tantos errores desde el primer d¨ªa de la existencia de Israel que tienen que rectificarlos cuanto antes. Para empezar, el que durante decenios ha buscado su eliminaci¨®n.
La creaci¨®n del Estado de Israel es una de las epopeyas m¨¢s emocionantes de todo el siglo XX. La resurrecci¨®n de un pueblo que estuvo al borde del exterminio en una tierra tan ¨¢spera como la que hoy habita asombra todav¨ªa. Sus logros tecnol¨®gicos son impresionantes; su contribuci¨®n cient¨ªfica y acad¨¦mica, admirable. Y con todos sus defectos, y pese a su car¨¢cter pretoriano, es la ¨²nica sociedad abierta de la zona digna de tal nombre. Por eso, y por la sombra de la Sho¨¢, es evidente que su creaci¨®n en 1948 pudo suponer un nuevo comienzo, con todo el potencial que proporciona la experiencia para evitar los errores del pasado -los propios y los ajenos- y fundar en su lugar una realidad distinta y mejor. Hannah Arendt construy¨® toda una obra alrededor de esta idea de la natalidad como promesa: si el mundo ha sido un infierno, es el momento de volver a vivirlo como esperanza. Otras naciones pueden fracasar en la convivencia y el respeto a los Derechos Humanos. Israel no. Representa un hermoso experimento cuyo ¨¦xito nos concierne a todos. Y aunque mi amigo tenga nublada la vista, yo creo en la vigencia de ese proyecto, que pienso que a¨²n puede convertirse en realidad.
Alberto Ruiz-Gallard¨®n es alcalde de Madrid.
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