Las mujeres invisibles de los narcos
Eso eran fincas inmensas, helic¨®pteros parqueados de toda clase. Yo dec¨ªa: 'Marica, ?d¨®nde estoy metida?". Brenda Navarrete, la que habla, naci¨® en el valle del Cauca. Un vergel de Colombia. Por el paisaje. Y por el narcotr¨¢fico. No en vano se llamaba El Vergel la finca de uno de los capos de esta zona donde, en los ¨²ltimos veinte a?os, crecieron y se asentaron los que m¨¢s y mejor traqueteaban, el llamado cartel del Norte del Valle del Cauca. Se trataba de Hernando G¨®mez Bustamante, alias Rasgu?o, due?o y se?or de todo aquello durante aquel tiempo, hoy detenido en EE UU como lo est¨¢n otros (el superjefe Diego Montoya, Fernando y Arc¨¢ngel Henao) y los m¨¢s, ya muertos (Orlando Henao, Wilber Varela...).
'?Que no vas a salir conmigo? lo primero que hago es matar a tu pap¨¢ y luego a tu mam¨¢'
'En esa ¨¦poca, en cartago, el que no era narco lo quer¨ªa ser', dice una de las mujeres
'Yo siempre me port¨¦ bien, fui gran esposa, y nunca me toc¨® ver que ¨¦l hiciera mal a nadie'
Brenda, hija de familia tan bien que hasta estudi¨® en EE UU, andaba libremente por el pueblo con faldita arriba de la rodilla y una sonrisa eterna... Pandilla con diez amigas formaba, Las Micas, divinas a los ojos de los narcos, que se paseaban por Cartago como Pedro por su casa. Ten¨ªa 16 a?os apenas cuando se peg¨® y apeg¨® a Rasgu?o como tabla de salvaci¨®n de algo que ahora, visto con distancia, ella misma no sabe qu¨¦ era. Y se convirti¨® en su secretaria, amante, mujer, madre de su hijo. Durante el tiempo de apogeo de Rasgu?o, Brenda le acompa?¨®?siempre. "Me llevaba a todas partes, a reuniones de capos, y yo, 'gracias por presentarme a estos bandidos', que a veces ve¨ªa todo desde el helic¨®pero e igual era superbacano. S¨ª, la adrenalina, el miedo que sent¨ªa estar ah¨ª, rodeada de Colombia entera, de los delincuentes m¨¢s poderosos del pa¨ªs. No s¨¦ c¨®mo explicarlo, ni siquiera es estar en unos premios de Hollywood, porque esa gente es normal; en cambio, estos son a veces de admirar por ver hasta d¨®nde han llegado, con esa cabeza que tienen, otros sin estudiar, otros siendo profesionales, otros recogedores de caf¨¦ y en ese puesto. No s¨¦, impresionante. Ver que uno habla peor que la empleada de servicio de la casa, como que lo pone a pensar. ?El cerebro de este est¨¢ en la pistola o en la cabeza?".
Los mismos (o parecidos) protagonistas que copaban y copan titulares de los medios en Am¨¦rica Latina (y m¨¢s all¨¢). Un ejemplo del ambiente kitsch en que se mueven -sin entrar en violencias, heridos y muertos que son reguero infinito- podr¨ªa ser este (hay cientos) aparecido en El Universal de M¨¦xico en 2008: "Capturan a 15 presuntos narcos implicados con dos carteles de Colombia. Los acusan de proveer de media tonelada de coca¨ªna... Fueron aprehendidos durante una rave en una lujosa residencia provista de zool¨®gico... Entre los colombianos detenidos, 11, hay cuatro mujeres... formaban parte de las relaciones p¨²blicas del grupo delictivo, algunas vinculadas de manera sentimental con los capos...".
"En esa ¨¦poca, en Cartago, el que no era narco, quer¨ªa ser", dice otra mujer de las muchas junto a ellos en el Valle. Las persiguen, las arrebatan, y ellas se pegan, se dejan seducir por cochazos, ropa de marca, dinero f¨¢cil, rumbeo, cirug¨ªa est¨¦tica (sobre todo las tetas, una obsesi¨®n). Todas responden o suelen a un prototipo: hermosas, voluptuosas, muy j¨®venes. Influenciables. Las mujeres de los narcos son adolescentes reclutadas a la salida misma de la escuela, engatusadas y perseguidas hasta que caen y abandonan luego familia, estudios... De habitual, les gustan a ellos virginales, "que no est¨¦n usadas", suelen decir, "carne fresca" e intercambiable.
As¨ª lo cuentan ellas. Violeta Corrales, hija de narcos asentados, ex mujer de Juan Carlos Giraldo, alias Tortuga: "Ten¨ªa buen coraz¨®n, me invitaba a salir, me compraba cosas, compart¨ªamos juntos. No me gustaba, pero es como cuando tienes una amiga fea, compartes tanto, tanto, que la empiezas a ver bonita... As¨ª fue como empez¨® mi rollo con Tortuga". ?l ten¨ªa 30. Su hermana Frida es de historia similar; desde ni?a ennoviada con Arc¨¢ngel Henao, alias El Mocho, encarcelado en EE UU, quien la quiso de veras y la dej¨® ir. Ella anda casada y con hijo hoy con otro. Ambas viven en EE UU. "Yo no hab¨ªa cumplido 15 cuando ya estaba encarretada con un narcotraficante. Luego a m¨ª me mataron a mi pap¨¢ y cambi¨¦, antes era muy fresca", recuerda Violeta.
Entre las mujeres de este mundo criminal hay de todo. Las que (se dice que ellas controlan ya el 20% del tr¨¢fico mundial) son socias de peso o se hicieron grandes con negocio propio, como Sandra Avila Beltr¨¢n, mexicana (La Reina del Pac¨ªfico), tanto que hasta le dedican narcocorridos, quien dec¨ªa que lo del tr¨¢fico lo "llevaba en la sangre"; la detuvieron mientras compraba en un shopping y a¨²n tuvo tiempo de pararse a pintarse los labios y charlar extenso y jugoso en un atasco con los polis que la acompa?aban (presos de p¨¢nico por si los asaltaban mientras). Las hay consagradas, tipo Patricia Monsalve Mu?oz, reina de la coca¨ªna en Medell¨ªn, o la misma Lorena, de los hermanos Henao del Valle, tan sanguinaria que se cree que envenen¨® al marido. Est¨¢n las que quisieron quedar en plan "yo no he roto un plato", como Solange Forza, que anduvo en prisi¨®n y reparte exclusivas. Y tambi¨¦n las que son amantes de altura y luego escriben un libro contando, como Virginia Vallejo, la de Pablo Escobar, jefe con ambici¨®n pol¨ªtica del cartel de Medell¨ªn, que siendo periodista y popular edit¨® Amando a Pablo, odiando a Escobar y peg¨® la campanada.
Pero la mayor¨ªa son aves de paso. Unas, v¨ªctimas; otras, ambiciosas; algunas, prendadas en verdad de sus hombres. Los quieren y est¨¢n siempre ah¨ª, de florero y retaguardia. De ellas se conoce poco, apenas un minuto de fama en alguna revista de cotilleos; un corto tiempo de chance mientras dura el encantamiento del capo; mucho maltrato luego y finalmente... puerta. Es destino habitual. A pesar de su lealtad. Brenda, por ejemplo, atendi¨® y sigui¨® a Rasgu?o a todas partes y pa¨ªses, detenido o extraditado (¨¦l confes¨® en 2007 su participaci¨®n en asesinatos, sobornos, blanqueo de dinero, tr¨¢fico) y le consinti¨® amor¨ªos puntuales con muchas, y de seguido con una: Olivia, su sombra, su rival de a?os. Ahora anda criando sola a su hijo en Miami. "Me gusta ac¨¢ porque no tengo la chapa en la cabeza como all¨¢... Si me invitan a salir, yo salgo, rumbeo, voy a comer, con amigos... En cambio en Colombia era distinto. Un d¨ªa Hernando me dijo: "Ponte a mariquear o a g¨¹evonear y te llega la cabeza de ese hijueputa".
"Lo ¨²nico que se necesita para caer es estar arriba", dice Brenda, porque lo sabe bien. Como las otras cinco (Violeta, adem¨¢s de Pamela, Frida, Renata y Noelia) que hablan en el libro Las mu?ecas de los narcos (Aguilar), escrito por Andr¨¦s L¨®pez y Juan Camilo Ferrand. Uno, ex narco del cartel del Valle desde adolescente, que se entreg¨® en EE UU; el otro, periodista. Ambos se conocen cuando a este le encargan un reportaje sobre el otro a cuento del libro que L¨®pez hab¨ªa escrito durante el lustro que pas¨® en prisi¨®n, El cartel de los sapos, del que surgir¨ªa luego la serie famosa El cartel. Empezaron a trabajar juntos. "Y un d¨ªa al ver la serie apreciamos que hab¨ªa mucha historia ah¨ª perdida... lo propusimos. Y una mujer llam¨® a la otra... Nos sentamos a escucharlas... Yo no conoc¨ªa a ninguna de antes, pero s¨ª a sus esposos", dice L¨®pez. "Nunca se hab¨ªa contado ese d¨ªa a d¨ªa al lado de peligrosos narcos... Y es esta una galer¨ªa de personajes, de m¨¢s blandos a m¨¢s fuertes, que ofrecen testimonios gordos, historias circulares y distintas... Y a trav¨¦s de sus peripecias se traslucen bien las de ellos y las de Colombia en ese tiempo... Lo triste es que esta estructura se ha ido arraigando en otros pa¨ªses, Puerto Rico, M¨¦xico, EE UU...", puntualiza.
Pamela es de Cali, clase media, no le faltaba de nada. Hasta que, con 16 a?os, conoci¨® a Erick, de 33, el primer narco en su camino: "Era divino, superbuena gente, pero yo en esa ¨¦poca, una ni?ita. El hijuemadre me enred¨®. Duramos dos a?os de novios. El primero, porque yo quer¨ªa, y el segundo, obligada. Yo le dec¨ªa que no quer¨ªa salir con ¨¦l, pero ah¨ª me reviraba. 'Ah, ?no? A vos no te voy a hacer nada, pero lo primero que hago es matar a tu pap¨¢ y luego a tu mam¨¢. Con eso te qued¨¢s sufriendo toda la vida'. Yo le cog¨ª miedo... no le dej¨¦, prefer¨ªa tener pap¨¢". Hasta que otro m¨¢s poderoso se fij¨® en ella y le quit¨® de enmedio. Luego apareci¨® otro, Pira?a, Leyner Valencia Espinosa; se enamor¨®: repetici¨®n de la historia, previo paso por Felipe Montoya, sobrino casado del gran capo Diego Montoya. Con 20, Pamela ten¨ªa apartamento y asistenta. "Y nadie me echaba los perros porque sab¨ªan que yo andaba con el Gordo. Es que Cali es un infierno. La vida tuya, el que no la sabe se la inventa, pero todo el mundo la sabe". Rompi¨® con todo, tras presenciar incluso asesinatos, y se march¨® a Miami. Hoy, inmigrante sin papeles, es asistenta. "No vale la pena meterse con estas personas. Creen que todo lo pueden comprar con la plata. Ojal¨¢ la plata nos hiciera felices... Yo mientras estuve, tuve todo. Igual no era feliz. Ahora solo quiero amor, otro tipo de persona, que trabaje, de otro estilo, que me respete, quiera una familia".
"Los nombres de ellos son reales en el libro, los de ellas no, pero si vas a Cartago todo el mundo sabe qui¨¦n es qui¨¦n", cuenta L¨®pez, qui¨¦n ha vivido su propia traves¨ªa como arrepentido. "Es dif¨ªcil decir cu¨¢l de estas mujeres me impresion¨® m¨¢s: Brenda, por su resistencia; Noelia, que se tira al oce¨¢no a entregarse... Son ni?as hero¨ªnas para m¨ª". J¨®venes de edad, pero viejas en experiencia. Los narcos les suelen ocultar informaci¨®n de sus fechor¨ªas, les muestran otra cara, son padres y amantes tiernos a ratos, hombres poderosos un d¨ªa y fugitivos al otro. Un mundo en el que corren las relaciones como dinero y joyas en maletas en huidas desesperadas de mansi¨®n en mansi¨®n, de pa¨ªs en pa¨ªs.
Renata. Fue desde ni?a muy activa, contadora de millones en Nueva York, mula camino de EE UU, mujer fant¨¢stica del narco Robin y de Felipe Montoya, bajadora de plata desde M¨¦xico a Colombia, due?a de su propio negocio de ropa. "La vida de mu?eca est¨¢ llena de mentiras, de ilusiones". En su independencia habla de ello como ajeno: "Son patonas, tetonas y culonas, por fuera muy bellas, pero por dentro vac¨ªas. S¨®lo piensan en lo que pueden conseguir de los m¨¢gicos y no en lo que pueden lograr por s¨ª mismas". Eso s¨ª, presume de mantenerse intacta en otro sentido: "Ni mis tetas ni mi culo son de traqueteo. Todo fue trabajadito. Nada, gracias a Dios, es de ninguno de esos hijueputas".
Noelia, buena estudiante, de familia humilde y honesta. "Yo me cas¨¦ con Johnny Cano porque estaba embarazada, si no, no". Cano no ten¨ªa entonces ni oficio ni beneficio. Hasta que empez¨® a trabajar para Rasgu?o y le sigui¨® la estela y las costumbres: dinero, mucha ostentaci¨®n, otra mujer, "una ni?a de 15, bonita, espigada, dispuesta a sacarle hasta el ¨²ltimo peso". Tuvo Noelia con ¨¦l dos hijos. "Ya despues se volvi¨® tan tremendo... ya no me gustaba compartir con ¨¦l. Yo s¨ª lo am¨¦... Me port¨¦ siempre bien, fui gran esposa, nunca infiel. ?l fue mi primer y ¨²nico hombre. Una cosa s¨ª aclaro: nunca me toc¨® ver que hiciera algo malo a alguien". Hasta que ¨¦l cay¨® detenido y Noelia acab¨® implicada por comprar con dinero del narco... Y se entreg¨® en EE UU, dejando atr¨¢s a sus hijos. "Me subieron al avi¨®n por atr¨¢s esposada, y ah¨ª s¨ª llor¨¦ desconsolada". Ya libre, le dir¨¢ a ¨¦l, cansada de su traj¨ªn: "Yo como mujer a usted ya no lo quiero... Yo ya ten¨ªa mucha rabia. Claro, que cuando uno deja de querer, perdona, y yo ya lo perdon¨¦".
As¨ª, las seis mujeres narran sus vidas como en telenovela: "Algunas al principio se frenaban, otras estaban ¨¢vidas de compartir aventura y desdicha...". Material tienen en estas p¨¢ginas. El mundo del narcotr¨¢fico en boca femenina sabe a fiesta, a rave, org¨ªas, mucho dispendio y disparo que corre; mucha droga, amenaza, palizas y abuso de poder tambi¨¦n. Y ahonda en amor¨ªos, traiciones, cari?o filial, celos poderosos que hasta remueven el cartel... Ellas se detienen en detalles sobre su v¨ªda ¨ªntima, sus primeras veces, en an¨¢lisis sobre unas y otras, y lo acontecido. Como Pamela, al comparar generaciones: "Me gustaban m¨¢s las mu?ecas de antes, eran m¨¢s lindas, rubias, despampanantes, no supertetonas como ahora. Ten¨ªan m¨¢s clase, cada una su estilito. Ahora todas son indias, pelinegras, el pelo largo, la teta tama?o 38, la cinturita de avispa y el culo desproporcional, horrible, todo puntudo. Con una cara ordinaria, pero por detr¨¢s cuerpo espectacular". ?Y ellos? "Ahora son groseros. Los de hace diez a?os daban superregalazos, mientras que ahora las viejas les tienen que aguantar que tengan mujer, moza, recontramoza, novia, noviecita y amante. Ah¨ª las contentan con cualquier limosna para pagar la luz. Ya no quedan espl¨¦ndidos. Eso all¨¢ est¨¢ super, supermalo. Y si los hay, ya les cambi¨® la personalidad".
Casi todas han dejado atr¨¢s aquel tiempo. Pero cuesta imaginarlas hoy fregando suelos o camino de la facultad (la mayor¨ªa son a¨²n veintea?eras) con tal pasado. Lo certifica L¨®pez: "Con o sin papel, fueron compa?eras oficiales, mandaban en casa, eran patronas de un ej¨¦rcito de empleados que ve¨ªan en ellas la extensi¨®n del poder del jefe; mujeres a las que se les deb¨ªa respeto y sumisi¨®n".
'Las mu?ecas de los narcos', de Andr¨¦s L¨®pez y Juan Camilo Ferrand, est¨¢ editado en Aguilar.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.