El explorador perdido
Entre los casos de viajeros perdidos en la selva amaz¨®nica destaca el del coronel Fawcett que lleva 85 a?os por all¨ª y parece que ya no saldr¨¢. Mucho menos notable es el m¨ªo: 25 minutos extraviado en la jungla venezolana, tiempo suficiente para haber estado casi a punto de morir de puro miedo. La experiencia tiene eso, que entiendes a los grandes aventureros como no lo haces del todo al leerlos. Fawcett (1867-?) al que siempre hab¨ªa admirado -y ahora que lo va a encarnar en el cine Brad Pitt m¨¢s-, se convirti¨® en un referente personal tras el terror del infierno verde sufrido en mis propias carnes. ?Recuerdan al audaz Percy Harrison Fawcett? Sombrero Stetson, machete, br¨²jula y determinaci¨®n: un hombre contra la selva. Su desaparici¨®n es uno de los mayores misterios del siglo XX en el ¨¢mbito de la exploraci¨®n. Fue uno de los modelos sobre los que se cre¨® a Indiana Jones y tambi¨¦n inspir¨® El mundo perdido de Conan Doyle. Hasta sale en un ¨¢lbum de Tint¨ªn. Lawrence de Arabia quiso una vez acompa?arle (pero dos egos semejantes no cab¨ªan en la Amazonia y nos hubi¨¦ramos quedado sin tomar Aqaba). "El explorador ideal", lo califica Michel Le Bris en su indispensable Dictionnaire amoreux des explorateurs (Plon, 2010). Bueno, uno podr¨ªa dudar de que un explorador ideal pueda perderse pero ah¨ª est¨¢n Livingstone, Henry Hudson, John Cabot...
El coronel Percy Fawcett, al que va a encarnar Brad Pitt en El cine, desapareci¨® en 1925
En la Selva Amaz¨®nica Y no ha vuelto. Otros hemos tenido m¨¢s suerte en la jungla
Fawcett estaba obsesionado con encontrar una supuesta ciudad misteriosa en medio de la selva del Mato Grosso. Esa ciudad de grandes monumentos y murallas, que ¨¦l denominaba simplemente Z, para despistar, la habr¨ªan construido, pensaba disparatadamente, nada menos que los atlantes. Nacido en Torquay, Devon, nuestro hombre, un tipo apuesto, alto y valiente, ingres¨® en la Royal Artillery. Fue destinado a Ceil¨¢n, donde descubri¨® el gusto por la arqueolog¨ªa y disfrut¨® experiencias m¨ªsticas extrasensoriales. Ten¨ªa esa debilidad por las cosas ocultas y esot¨¦ricas: frecuent¨® el espiritismo y la teosof¨ªa, fue seguidor de Madame Blavatsky e incluso utilizaba la tabla ouija para decidir ad¨®nde disparar sus obuses. Tras ejercer de esp¨ªa en ?frica del Norte fue fichado por la Royal Geographic Society para realizar exploraciones cartogr¨¢ficas de territorios en blanco en los mapas a fin de resolver la disputa fronteriza entre Brasil y Bolivia. Lo hizo estupendamente y le cogi¨® gusto a la selva. Entre 1906 y 1924 realiz¨® siete expediciones (v¨¦ase su A trav¨¦s de la selva amaz¨®nica, Zeta, 2008) y hall¨® las fuentes del r¨ªo Verde. Arrostr¨® peligros mortales y grandes penurias. Era muy duro con sus acompa?antes, casi despiadado. Y no soportaba a los miedosos. No puedo dejar de se?alar aqu¨ª que fue el primer hombre blanco en ver una anaconda.
Ten¨ªa el coronel la peregrina teor¨ªa tipo Sting de que si eres simp¨¢tico con los ind¨ªgenas amaz¨®nicos ellos lo ser¨¢n contigo, lo cual es bastante arriesgado: a veces te clavan una saeta de un metro ochenta empapada de curare antes de que puedas expresar todo tu don de gentes. De hecho al piloto de Fawcett en el r¨ªo Chocolate lo dejaron hecho un alfiletero: 42 flechas. Es cierto que una vez el explorador salv¨® a su partida cuando, ante un grupo de indios hostiles, puso a uno de sus acompa?antes a tocar al acorde¨®n Onward christian soldiers. Fawcett tambi¨¦n observ¨® como a un tipo le extra¨ªan ag¨®nicamente de la uretra un candir¨² (el dichoso pez no iba a faltar en esta cr¨®nica), famoso por aferrarse irrevocablemente, ay, al interior del pene de cualquier desafortunado nadador amaz¨®nico.
Los rumores de una fabulosa ciudad en la selva ten¨ªan su origen por lo visto en el relato de un marino portugu¨¦s de 1500 que lo oy¨® de sus captores tupinambos, ¨¢vidos can¨ªbales que en su caso hicieron una excepci¨®n a cambio de que se casara con la hija de su jefe (lo que ha de ser sin duda causa de nulidad). Es dif¨ªcil calibrar la solidez de los tupinambas como informadores, y ni te digo como gastr¨®nomos. En todo caso, el coronel se hizo con un viejo mapa de Z. Tras un par¨¦ntesis en su carrera de explorador para tomar parte en la I Guerra Mundial (estuvo en el Somme y fue herido con gas), en 1925, con 58 a?os, acompa?ado solamente de su reto?o Jack y el hijo de un amigo, Fawcett se meti¨® de cabeza en la jungla del alto Xing¨² y nunca m¨¢s se ha sabido de ¨¦l ni de los otros (ni de otros muchos que trataron de buscarlo: se calcula que un centenar, entre ellos varios freaks, la han palmado por culpa del sufrir el gusanillo -el candir¨², porqu¨¦ no- de Fawcett).
D¨¦jenme retomar en este punto mi experiencia personal y apuntar que, incomparablemente menos diestro en asuntos de selva, yo he vuelto. El m¨¦rito no es m¨ªo, sino de un indio pem¨®n llamado Casimiro -gracias desde aqu¨ª, Casimiro- que tuvo a bien volver sobre sus pasos y encontrarme junto a una bromelia hipando de terror. "?Perdido!, la palabra tremenda que desencadena la locura", escribi¨® R¨®mulo Gallegos en Mi Canaima. Ah¨ª estaba yo, precisamente, en Canaima, el parque nacional venezolano. Hab¨ªamos salido un grupo de excursi¨®n en curiara (canoa) hacia el Auyantepuy, de cuya cima cae el Salto ?ngel. Navegamos los raudales del Carrao y el Churun. Tras varar la embarcaci¨®n camin¨¢bamos en fila por la selva entre ¨¢rboles estrangulados de bejucos cuando me detuve un instante para admirar un colibr¨ª que parec¨ªa un zafiro volador. Fue apenas un instante de imprudente despiste pero me hab¨ªa quedado completamente solo en medio de la jungla. No se ve¨ªa a nadie. Llam¨¦, cada vez m¨¢s alto hasta acabar pegando gritos como Klaus Kinski. Pens¨¦ en correr hacia cualquier lado pero consegu¨ª serenarme lo suficiente como para quedarme quieto y evitar perderme a¨²n m¨¢s. La selva era un vasto verdor de exasperante monoton¨ªa y abrumadora indiferencia. Mi aterrada imaginaci¨®n la pobl¨® de jaguares, caimanes, v¨ªboras jararaca y cerbatanas, por no hablar de las anacondas y el candir¨². No era el momento de recordar que el parque Canaima tiene el tama?o de B¨¦lgica y carece de carteles indicadores. Cuando dio conmigo Casimiro me hallaba en tal estado que pareci¨® no saber si se trataba de m¨ª o de los restos del taciturno tapir que hab¨ªa cazado la noche anterior con su vieja escopeta.
De aquel trauma selv¨¢tico arranca, digo, mi sinton¨ªa con Fawcett. Ignoramos todo sobre su destino. ?Hall¨® su ciudad? Hay qui¨¦n imagina -se cuentan muchos relatos y leyendas sobre un viejo hombre blanco entrevisto en la jungla- que sigue all¨ª, en ese Shangri La frondoso, acaso entronizado como rey o incluso dios. Se ha hablado de ni?os indios de piel blanca que ser¨ªan sus hijos o nietos. En un espl¨¦ndido libro reciente -en el que est¨¢ basada la pel¨ªcula que protagonizar¨¢ Brad Pitt-, La ciudad perdida de Z (Plaza & Jan¨¦s, 2010), el periodista del New Yorker David Grann, que tuvo acceso a los diarios personales del coronel, traza la historia de Fawcett y sus aventuras y parte ¨¦l mismo a la Amazonia en busca del explorador -o al menos su memoria- guiado por un antiguo bailar¨ªn de samba (!). Pudo ver los restos esquel¨¦ticos que conservan los kalapalo y que se atribuyen a nuestro hombre, aunque no cuadran. Grann cree, basado en recientes descubrimientos arqueol¨®gicos de grandes estructuras urbanas en la selva amaz¨®nica, que Fawcett no iba tan equivocado: es posible que existiera una gran civilizaci¨®n precolombina en la jungla del Xing¨² con asentamientos de hasta cinco mil personas y cierta est¨¦tica monumental.
En todo caso, el explorador nunca ha regresado. Sigue all¨ª, devolvi¨¦ndonos una imagen especular extra?amente conmovedora. Porque no dejamos todos de estar perdidos de una manera u otra. Si quieren que les diga la verdad, una parte de m¨ª contin¨²a tambi¨¦n en la selva, estupefacta e indecisa, incapaz de encontrar una salida o incluso tan solo de buscarla. Como Fawcett, a veces es dif¨ªcil encontrar el camino a casa.
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