Prisionero en mi propio cuerpo
Padezco un trastorno neuromotor, en mi caso una variante de la esclerosis lateral amiotr¨®fica (ELA): la enfermedad de Lou Gehrig. (...) Los rasgos distintivos de la ELA -la menos habitual de esta familia de enfermedades neuromusculares- son que no hay p¨¦rdida de sensaci¨®n (lo cual tiene sus ventajas y sus desventajas) y que no hay dolor. Por consiguiente, al contrario que en casi cualquier otra enfermedad grave o mortal, aqu¨ª uno tiene la posibilidad de contemplar a sus anchas y con unas incomodidades m¨ªnimas el catastr¨®fico avance de su propio deterioro. (...)
De acuerdo con mi fase de deterioro actual, soy un tetrapl¨¦jico. Con un esfuerzo extraordinario, puedo mover un poco la mano derecha y cruzar el brazo izquierdo unos 15 cent¨ªmetros a trav¨¦s del pecho. Mis piernas no soportan mi peso. (...)
Es verdad que esta enfermedad tiene una dimensi¨®n enriquecedora: gracias a mi imposibilidad de tomar notas o prepararlas, mi memoria -que ya era bastante buena- ha mejorado considerablemente, con la ayuda de t¨¦cnicas adaptadas del "palacio de la memoria" descrito de forma tan intrigante por Jonathan Spence. Pero es bien sabido que las peque?as satisfacciones que compensan por algo son pasajeras. No tiene nada de bueno estar encerrado en un traje de hierro, fr¨ªo e implacable. Los placeres de la agilidad mental est¨¢n sobrevalorados, como es inevitable -me parece ahora-, por quienes no dependen exclusivamente de ellos. Lo mismo se puede decir, en gran parte, de las palabras de ¨¢nimo bienintencionadas que sugieren que encontremos compensaciones no f¨ªsicas cuando lo f¨ªsico falla. Es in¨²til. Una p¨¦rdida es una p¨¦rdida, y no se gana nada llam¨¢ndola con un nombre m¨¢s bonito. Mis noches son interesantes, pero podr¨ªa vivir muy bien sin ellas.
Extracto del relato escrito en primera persona por Tony Judt, publicado en EL PA?S, el 17 de enero pasado.
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