Hacer callar al mensajero
En 1919, las Series Mundiales de B¨¦isbol, uno de los acontecimientos deportivos del a?o en EE UU, fueron un fraude. Los g¨¢nsteres de Nueva York, encabezados por Arnold Rothstein, ama?aron la competici¨®n, y entre los sabuesos a las ¨®rdenes del capo trabajaba un hombre bautizado con el nombre de Castaline,y apodado The Castilian (el castellano). Era el abuelo del periodista canadiense Terry Gould. "Es una triste historia. Mi abuelo pas¨® la mayor parte de su vida saliendo y entrando de c¨¢rceles y ambulancias. Finalmente, le dieron un balazo y fue arrojado desde un tejado de Brooklyn. El crimen organizado y las bandas callejeras fueron parte integrante de mi infancia. Llegu¨¦ a aprender c¨®mo piensan los criminales", comenta el autor de Matar a un periodista, el relato sobre siete periodistas asesinados por descubrir y difundir las pr¨¢cticas m¨¢s repugnantes de caciques, funcionarios, militares, presidentes, polic¨ªas? Pero no trata Gould de averiguar por qu¨¦ la filipina Marlene Garc¨ªa-Esperat recibi¨® un disparo en el ojo, en el sal¨®n de su casa y en presencia de sus dos hijos; o por qu¨¦ corri¨® similar suerte la rusa Anna Politk¨®vskaya a las puertas de su vivienda; o por qu¨¦ a Manik Chandra le volaron en Bangladesh la cabeza con el m¨¦todo del c¨®ctel, la m¨¢s rudimentaria de las bombas? Lo que Gould pretende saber es: ?por qu¨¦ estos periodistas adoptaron una actitud numantina, casi suicida? ?Por qu¨¦ desoyeron las amenazas expl¨ªcitas y se enfrentaron incluso a sus familiares y amigos? "Todos concluyeron que para avanzar en sus investigaciones deb¨ªan aceptar la muerte como consecuencia de su trabajo", explica el autor. Solo hab¨ªa que esperar la llegada del sicario.
"Todos tuvieron experiencias traum¨¢ticas que les llevaron a pensar que el poderoso tiene que dejar de oprimir al d¨¦bil"
"Estos de Al Qaeda no van a decidir c¨®mo tengo que vestirme", replicaba Khalid Hassan a quienes le advert¨ªan
"Es triste decir que est¨¢n todos muertos. Pero han inspirado a sus vecinos a enfrentarse a gobernantes corruptos"
Raro es que un periodista se sienta amenazado en Occidente, y mucha gente cree que la cobertura de los conflictos b¨¦licos es lo m¨¢s arriesgado. Evidentemente, no es como pasear por los parisienses Campos Eliseos, pero los n¨²meros cantan. Mucho m¨¢s peligroso, sin punto de comparaci¨®n, es enfrentarse a los pol¨ªticos poderosos, a las mafias, al crimen organizado -que en algunos pa¨ªses se confunden en una misma identidad-, a sus manejos corruptos, al saqueo de los recursos p¨²blicos, a la censura de las guerras.
Y no digamos si se aventuran a hacerlo en pa¨ªses en los que la ley se aplica con dureza a los desvalidos y se viola con desfachatez insultante en beneficio de las ¨¦lites.
"Eleg¨ª a hombres y mujeres que fueron asesinados en sus ciudades natales en los pa¨ªses donde hay m¨¢s asesinatos de periodistas. Todos hab¨ªan sido amenazados con una muerte segura, todos hab¨ªan pronosticado sus propios asesinatos, pero persistieron en sus art¨ªculos hasta su final sangriento. Una de ellas, Anna Politk¨®vskaya, fue asesinada horas antes de que fuera a entrevistarla sobre otros cr¨ªmenes en Rusia", explica Gould. El colombiano Guillermo Bravo y el joven veintea?ero iraqu¨ª Khalid Hassan compart¨ªan con Chandra, Garc¨ªa-Esperat y Politk¨®vskaya un mismo sentimiento: detestaban lo que observaban en sus ciudades y en sus pa¨ªses. Su compromiso con una mejor administraci¨®n de los Gobiernos y con los derechos humanos fue indestructible. Y fatal.
"Todos tuvieron experiencias traum¨¢ticas que les llevaron a pensar que el poderoso tiene que dejar de oprimir al d¨¦bil", sostiene Gould. "Sus ciudades estaban dominadas por gente que cre¨ªa en el principio opuesto, que los d¨¦biles ofrecen oportunidades para el enriquecimiento de los poderosos. Todos vivieron donde murieron, y murieron defendiendo al pueblo en que viv¨ªan".
Todos, sin apenas patrimonio.
Hija de un concejal que luchaba contra la corrupci¨®n en una ciudad filipina de Mindanao, Marlene Garc¨ªa-Esperat contempl¨® mientras escuchaba misa, siendo ni?a, c¨®mo un hombre ca¨ªa abatido a tiros a sus pies, aunque no fuera el objetivo de los criminales. "Me cri¨¦ entre balas", dec¨ªa. Licenciada en Qu¨ªmica, contrajo matrimonio con un c¨¦lebre periodista, Severino Arcones, asesinado a?os despu¨¦s. Todo influy¨® para que se adentrara en el periodismo despu¨¦s de investigar los desfalcos descomunales en el Departamento de Agricultura de su regi¨®n. Los fondos destinados a laboratorios, semillas y planes agr¨ªcolas se dilapidaban para organizar el fraude electoral que alzar¨ªa a la presidencia a Gloria Arroyo-Macapagal en 2004. Los campesinos no ve¨ªan un peso. Meses despu¨¦s se difundieron cintas en las que la mandataria orquestaba obscenamente el fraude en las urnas. Nada sucedi¨®.
Marlene denunci¨® y denunci¨®, y remiti¨® finalmente una carta a la presidenta Arroyo en la que anunciaba que ser¨ªa asesinada y apuntaba con nombres y apellidos a los autores intelectuales. D¨ªas despu¨¦s fallec¨ªa a manos de un pistolero tras asegurar que hab¨ªa tenido comunicaci¨®n directa con Dios. Los asesinos confesos dieron la raz¨®n a Marlene sobre la autor¨ªa intelectual. Pero esos altos funcionarios, dependientes de la presidencia, jam¨¢s pisaron la c¨¢rcel. La impunidad es norma. Fueron 60 los periodistas asesinados en todo el mundo en 2008, seg¨²n Reporteros Sin Fronteras, y 76 el a?o pasado. Treinta de ellos, y de un solo golpe, a manos de la milicia de un gobernador del sur de Filipinas. El archipi¨¦lago es, cifras en mano, m¨¢s peligroso que Irak.
Nacido en Bagdad y acribillado en 2007, a los 24 a?os de edad, por no se sabe qui¨¦n, Khalid Hassan era un personaje de lo m¨¢s peculiar para su entorno. Seguramente acomplejado por su obesidad -le gustaba que le llamaran "el macizo"-, Hassan nunca tuvo verdaderos amigos en su ni?ez. Fue probablemente uno de los primeros iraqu¨ªes en ver Pulp Fiction o Sexo en Nueva York. Profundo admirador de la cultura anglosajona, por influencia de su abuelo originario de Palestina, Hassan vest¨ªa como los norteamericanos. "Estos de Al Qaeda no van a decidir c¨®mo tengo que vestirme", replicaba a quienes le advert¨ªan. Adoraba los tel¨¦fonos m¨®viles, la televisi¨®n por sat¨¦lite, Internet, y era muy bueno con los ordenadores. Hablaba ingl¨¦s a la perfecci¨®n y comenz¨® a trabajar para The New York Times. Se la jugaba para recopilar informaci¨®n en un Irak asolado por la guerra civil entre las milicias chi¨ªes y sun¨ªes.
Si todos escond¨ªan su credencial al abandonar cada d¨ªa la oficina -trabajar para los estadounidenses pod¨ªa acarrear el deg¨¹ello o el tiro en la nuca-, Hassan se la colgaba al cuello al salir de casa en un barrio tomado por Al Qaeda. ?Por qu¨¦ adoptaba esta actitud temeraria, m¨¢s bien suicida? En una c¨¦ntrica calle bagdad¨ª, unos individuos se bajaron de un coche y le rociaron de balas. Sobrevivi¨®. Pero otro grupo descendi¨® de un segundo veh¨ªculo y lo remat¨®. Pudo ser cualquier fan¨¢tico.
Resulta imposible precisar el c¨²mulo de aprendizajes y sensaciones que martillean en el cerebro de una persona para que se vuelque con semejante pasi¨®n en una misi¨®n. La visita a un centro de refugiados chechenos en Mosc¨², a mediados de la d¨¦cada de la noventa, fue la espoleta para Politk¨®vskaya, mujer de familia de diplom¨¢ticos, privilegiada, que hab¨ªa vivido a?os en Nueva York, vecina de una elegante avenida moscovita. Acab¨® jug¨¢ndose la vida en Chechenia para denunciar la bestialidad de las tropas rusas -asesinato y tortura de prisioneros, violaciones- y las tropel¨ªas de los matones locales impuestos por Mosc¨² como l¨ªderes de la rep¨²blica cauc¨¢sica musulmana.
Lo que suced¨ªa en Chechenia a casi nadie importaba en Rusia. La guerra apenas exist¨ªa en los medios controlados por el entonces presidente, Vlad¨ªmir Putin. Politk¨®vskaya -mujer de la que nadie se dec¨ªa su amigo- no lograba comprender c¨®mo el resto de sus colegas no se rebelaba con la misma energ¨ªa. Le enfurec¨ªa la indiferencia y se enfrentaba a menudo a compa?eros, a los que retiraba la palabra durante meses o a?os. Cre¨ªa que el futuro democr¨¢tico de Rusia se jugaba en esa guerra olvidada. Por los chechenos hac¨ªa lo que fuera necesario: cruz¨® la frontera de Chechenia en el maletero de un coche, sufri¨® torturas en una siniestra base militar, padeci¨® un intento de envenenamiento a bordo de un avi¨®n. Sus hijos le imploraban que lo dejara todo. No hubo manera.
Tampoco pudo la esposa de Guillermo Bravo convencerlo para que cerrara la puerta de su casa cuando ella marchaba a trabajar. La abr¨ªa deliberadamente. Y al final, los sicarios entraron en su domicilio y lo ultimaron. Hab¨ªa destapado los v¨ªnculos corruptos de la clase pol¨ªtica dirigente en la ciudad de Neiva en sus programas de radio y en sus escritos para diarios locales y nacionales, los turbios manejos del gobernador regional en la industria licorera, la complicidad de los paramilitares?
Se opon¨ªa tambi¨¦n a los desmanes y a la violencia de la guerrilla, aunque simpatizara con sus razones. Su vida, hasta su muerte, siempre estuvo salpicada por acontecimientos impactantes. Bravo sospechaba que su acaudalado padre hab¨ªa envenenado a su madre, una de las muchas amantes pobres de su progenitor, y, siendo joven, el propio Bravo mat¨® a un hombre en una reyerta en un bar. Rechaz¨® librarse de la condena, aunque le ofrecieron ama?ar testimonios y alegar embriaguez. Un lustro despu¨¦s, a partir de su liberaci¨®n, se entreg¨® a su comunidad.
en bangladesh, a Manik Chandra, siempre sosegado, le indignaba la desverg¨¹enza de los llamados Siete Padrinos, que talaban bosques, destru¨ªan los cultivos de los campesinos y los manglares de Sundarban -de los ¨²ltimos reductos del tigre de Bengala- para expandir sus granjas de gambas y multiplicar sus ping¨¹es beneficios. Su actividad secundaria: el saqueo, el tr¨¢fico mar¨ªtimo en el puerto cercano. No se arredraba tampoco Chandra ante las extra?as amistades que nacieron en su pa¨ªs: los mao¨ªstas y los fundamentalistas isl¨¢micos llevaban a cabo operaciones conjuntas. Y ambos grupos estaban sometidos a las ¨®rdenes de los Siete Padrinos en la regi¨®n de Khulna. Muy conocido en la zona, nunca se preocup¨® por protegerse, otra cualidad com¨²n a la mayor¨ªa de los asesinados. El 15 de enero de 2004, un individuo le llam¨® por su nombre en pleno centro de Khulna; Manik se ape¨® del rickshaw, y recibi¨® el impacto del c¨®ctel, una lata repleta de explosivo y metralla que estalla al contactar con la v¨ªctima. Muri¨® decapitado.
-?Merecen la pena semejantes sacrificios?
-Es triste decir -responde Gould- que est¨¢n todos muertos. Pero han inspirado a sus vecinos a enfrentarse a gobernantes corruptos, g¨¢nsteres, fan¨¢ticos y a los terroristas que gobiernan sus ciudades.
-?Ha cambiado algo en los lugares donde trabajaban sus siete protagonistas?
-En Colombia, Guillermo Bravo fue asesinado por sacar a la luz la corrupci¨®n oficial, y su naci¨®n ha hecho progresos para convertirse en un Estado menos corrupto. En los dem¨¢s casos, el tiempo dir¨¢. El cambio es lento en lugares como Irak, Rusia, Filipinas y el sureste asi¨¢tico. A veces las naciones siguen durante muchos a?os la mala direcci¨®n antes de dar la vuelta. M¨¦xico es ahora un ejemplo. Muchos deben morir antes de que la vida sea libre.
'Matar a un periodista', de Terry Gould (Los Libros del Lince), se publica la pr¨®xima semana.
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