EXTRAV?OS Disfraz
No son exactamente "juguetes rotos", pero hace tiempo que se jubilaron de la actividad que los emplaz¨® en la c¨²spide de la fama. Entre los aciertos literarios de los que hace gala el periodista estadounidense Gay Talese, en su libro Retratos y encuentros (Alfaguara), al abordar algunas figuras legendarias del siglo XX, sobre todo, de su pa¨ªs, est¨¢ el eludir la perspectiva de lo pat¨¦tico. Ni siquiera cuando se enfrenta con el paradigma de lo que ¨¦l mismo titula en su correspondiente cr¨®nica como 'El perdedor': el Floyd Patterson vapuleado implacablemente dos veces consecutivas por Sonny Liston, que le arrebat¨® el t¨ªtulo mundial de los pesos pesados, la categor¨ªa reina del boxeo. Con ¨¦l o con cualquiera de los otros personajes a los que sigue, observa y analiza, no hay juicios de valor personales, sino, en todo caso, descripciones precisas de las situaciones en las que est¨¢n inmersos, seleccionando para ello las circunstancias m¨¢s rutinarias de sus respectivas vidas, que son casi siempre las m¨¢s reveladoras, como lo que ocurre cuando Frank Sinatra est¨¢ resfriado. En esta galer¨ªa, vemos desfilar a otros boxeadores, como a Joe Louis o Muhammad Al¨ª tambi¨¦n ya destronados, al m¨ªtico jugador de b¨¦isbol Joe DiMaggio confortablemente retirado en San Francisco, al especialista en necrol¨®gicas Alden Whitman, al actor irland¨¦s Peter O'Toole o, entre otros, a s¨ª mismo, tambi¨¦n puesto bajo su propio escrutinio.
El material humano que acopia Talese no tiene desperdicio porque se solapa, en efecto, con la vida misma, el mejor nutriente de la ficci¨®n literaria, de tal manera que sus reportajes parecen como retazos sacados de una novela. La gran novela del mundo contempor¨¢neo, que, depende el caso, est¨¢ trufada de muy diferentes vericuetos o subg¨¦neros. No hay ninguna, sin embargo, que resulte m¨¢s conmovedoramente aleccionadora que la historia del "perdedor" Floyd Patterson, no s¨®lo por su talante de un Hamlet que no hubiera tomado finalmente ninguna decisi¨®n al no lograr identificar a su enemigo, sino porque las circunstancias que acompa?aron su ascensi¨®n y ca¨ªda fueron tan hist¨®ricamente inestables que tampoco le permitieron identificar siquiera su propio papel. Siendo todav¨ªa un campe¨®n de la m¨¢xima categor¨ªa, Patterson, por ejemplo, se consideraba un "cobarde", a diferencia de sus colegas, no porque temblase antes de un combate o durante el mismo, sino por la insufrible verg¨¹enza que le produc¨ªa perderlos. Para conjurar dicha posibilidad, iba siempre provisto de barba y bigotes falsos, gafas de pega y, as¨ª disfrazado, estudiaba cuidadosamente la manera de huir sin ser visto en direcci¨®n a una ciudad extranjera en la que fuese desconocido, como cuando puso rumbo a Madrid tras su primera derrota con Liston.
"Es f¨¢cil hacer cualquier cosa en la victoria", afirm¨® Patterson. "En la derrota es donde el hombre se revela. En la derrota no puedo dar la cara ante la gente". No es extra?o que Patterson desapareciera sin apenas ruido, sin dejar rastro. M¨¢s que a sus contrincantes de turno, este honrado luchador sent¨ªa pavor ante el p¨²blico. En este sentido, podr¨ªa consider¨¢rsele como un cobarde, pero tambi¨¦n, precisamente por ello, como un artista, que es un perdedor nato, gane lo que gane.
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