El se?or del Caribe
Desde el siglo XVII al XX los mosquitos que propagan la malaria y la fiebre amarilla han sido los verdaderos hacedores de la historia, m¨¢s que conquistadores, piratas, misioneros y negreros
El abuelo Pedro viaj¨® mucho en su juventud por la cordillera y las selvas del Per¨² y Bolivia y o¨ªrlo contar las aventuras y desventuras que vivi¨® en sus recorridos, en la casona familiar de la calle cochabambina de Ladislao Cabrera, era tan entretenido como leer las novelas de Salgari, Miguel Z¨¦vaco o Julio Verne. Mis primas y yo lo escuch¨¢bamos extasiados. En uno de sus viajes, a orillas del Urubamba, se encontr¨® con la expedici¨®n que dirig¨ªa Hiram Bingham y que poco despu¨¦s redescubrir¨ªa el santuario-fortaleza de Machu Picchu, hasta entonces s¨®lo conocido por los campesinos de la regi¨®n. Pernoct¨® con los expedicionarios y recordaba muy bien la madrugada que se despidieron, "ese gringo larguirucho hacia la fama y yo hacia las tercianas".
En 1762 los ingleses cercaron La Habana. Los mosquitos dieron cuenta de unos 10.000 sitiadores
La deforestaci¨®n y la erosi¨®n crearon las condiciones propicias para estos insectos
El abuelo Pedro llamaba "tercianas" a las fiebres pal¨²dicas o malaria, que por entonces infestaban toda Am¨¦rica Latina, pues, aunque ya se usaba la quinina para combatirla, no exist¨ªa, ni existe todav¨ªa, una vacuna que sirviera para frenar eficazmente los estragos que causa la picadura del siniestro anofeles. La curaci¨®n era larga y elemental, poner a sudar al enfermo envolvi¨¦ndolo en mantas como una momia y haci¨¦ndole tragar infusiones ardientes para bajarle las alt¨ªsimas fiebres que lo hac¨ªan delirar y temblar como atacado por el mal de San Vito. Muchos sucumb¨ªan a las fiebres o al tratamiento. Pero, peor todav¨ªa que la malaria, era la fiebre amarilla, transmitida por otro mosquito, hembra en este caso, peste para la que simplemente no hab¨ªa curaci¨®n posible: sus v¨ªctimas adquir¨ªan un color verdoso amarillento y se iban escurriendo hasta perecer sacudidas por el v¨®mito negro. Las historias del abuelo Pedro hicieron que yo contrajera precozmente un odio visceral contra los mosquitos y zancudos, que ¨¦stos me han devuelto con creces, sobre todo en mis viajes por la Amazon¨ªa, de los que he salido siempre rasc¨¢ndome, devorado por las picaduras.
Me ha hecho recordar las historias del abuelo Pedro que encandilaron mi infancia un art¨ªculo de Gabriel Paquette, que acabo de leer en el Times Literary Supplement (Julio 30, 2010). Rese?a un libro reci¨¦n aparecido en Inglaterra, Mosquito Empires, cuyo autor, J. R. McNeill, es un historiador empe?ado en dar a la ecolog¨ªa y el medio ambiente un protagonismo en la historia de la que tradicionalmente han sido excluidos y que, seg¨²n ¨¦l, en buena parte han modelado y orientado con tanto (y a veces m¨¢s) vigor que los seres humanos. El subt¨ªtulo del libro, "Ecolog¨ªa y guerra en el Gran Caribe", indica que su investigaci¨®n se centra en este territorio. Abarca unos 300 a?os, desde la llegada de los europeos a la regi¨®n hasta la I Guerra Mundial. El h¨¦roe de la historia es el maldito mosquito, tanto el que propaga la malaria como la hembra que inocula la fiebre amarilla, y, si el profesor McNeill ha acertado en sus investigaciones, esta pareja ha hecho m¨¢s para fraguar la historia de esa encrucijada de culturas, razas, lenguas y tradiciones que es el Caribe, que todos los ind¨ªgenas, conquistadores, piratas, misioneros, contrabandistas, negreros e inmigrantes instalados en esas islas, costas y selvas ba?adas por ese mar esmeralda e iluminadas por esos cielos color lapisl¨¢zuli.
El Caribe que aparece en el libro de J. R. McNeill, seg¨²n Gabriel Paquette, no es el para¨ªso tur¨ªstico de las playas de arenas doradas y los c¨®cteles de recio ron y palmeritas de pl¨¢stico, sino un mundo al que, en los barcos de esclavos procedentes del ?frica, llegan en alg¨²n momento las hembras del Aedes Aegypti y se domicilian felizmente en las selvas desarboladas y convertidas por los colonos en haciendas ca?eras. Al parecer, esta deforestaci¨®n y erosi¨®n del suelo cre¨® unas condiciones muy propicias para la supervivencia y reproducci¨®n de mosquitos y virus. Su alimento estaba garantizado con la gran abundancia de material humano, en especial los braceros de las plantaciones, los soldados de las guarniciones y los marineros de los barcos militares, cargueros y piratas.
Tanto Francia como Inglaterra hicieron m¨²ltiples intentos para erradicar del Caribe al imperio espa?ol, enviando expediciones militares e instalando colonias de inmigrantes en las islas y cabeceras de playa que conquistaron. Seg¨²n McNeill la raz¨®n primordial de que todos estos esfuerzos fracasaran no fue la resistencia que opusieron los soldados del Rey de Espa?a sino la labor silenciosa y corrosiva de los inesperados aliados volantes con que contaron -el anofeles y la Aedes Aegypti- cuyos picotazos diezmaron y a veces desaparecieron a los invasores. Por lo visto, quienes ya estaban instalados all¨ª y sobrevivieron a las plagas, hab¨ªan adquirido inmunidad, a diferencia de los reci¨¦n llegados cuyos organismos eran pasto veloz de las fiebres mort¨ªferas.
Algunas de las cifras que cita Paquette producen v¨¦rtigo. A fines del siglo XVII, Inglaterra logr¨® instalar en las selvas del Dari¨¦n, en una zona que es hoy la frontera entre Colombia y Panam¨¢, una colonia de escoceses que fue ¨ªntegramente exterminada por los microbios. En lo que es ahora la Guayana Francesa, entre 1764 y 1765 desaparecieron en el curso de s¨®lo un a?o 11.000 de los 12.000 europeos que el Gobierno franc¨¦s hab¨ªa instalado en Kourou, v¨ªctimas de la malaria, la fiebre amarilla y otras enfermedades tropicales. Una de las expediciones militares lanzadas por Gran Breta?a contra Espa?a en el Caribe fue la dirigida por el almirante Vernon en 1741, cuyas fuerzas militares pusieron sitio a las ciudades de Cartagena (Colombia) y Santiago (Cuba). Los mosquitos liquidaron a 22.000 de los 29.000 sitiadores en pocos meses, en tanto que s¨®lo un millar de los soldados brit¨¢nicos murieron combatiendo.
En 1762, el conde de Albemarle consigui¨® cercar con su ej¨¦rcito a la ciudad de La Habana. ?sta parec¨ªa condenada a caer en poder de los brit¨¢nicos. Pero los sitiados consiguieron resistir hasta la llegada de la estaci¨®n de las lluvias, con sus nubes de mosquitos, que en poco tiempo dieron cuenta de unos 10.000 sitiadores. En los combates militares, en cambio, apenas 700 soldados ingleses murieron. Estas cifras indican de manera inequ¨ªvoca que el mosquito venenoso fue el verdadero conquistador de Am¨¦rica y tambi¨¦n factor decisivo de que prevalecieran su emancipaci¨®n e independencia, pues, seg¨²n McNeill, de los 16.000 soldados que Fernando VII envi¨® a Am¨¦rica en afanes de reconquista, el 90% perecieron por las enfermedades tropicales ante las que sus organismos forasteros eran absolutamente indefensos.
Una de las mortandades m¨¢s terribles de las guerras caribe?as ocurri¨® entre las fuerzas francesas y brit¨¢nicas que trataron de reconquistar Hait¨ª, luego de que esta colonia se emancipara en medio de las guerras de la Revoluci¨®n Francesa. Aunque en este caso los c¨¢lculos estad¨ªsticos parecen m¨¢s inciertos que en los ejemplos anteriores, el profesor McNeill cree posible asegurar que unas tres cuartas partes de los 50.000 muertos que hubo entre aquellos expedicionarios antes de 1800 no murieron de bala ni espada sino entre los delirios de las fiebres y temblores de la malaria y los v¨®mitos incontenibles de la fiebre amarilla.
Gabriel Paquette relata, como colof¨®n de su rese?a, que los estragos de aquellos bichos homicidas continuaron pr¨¢cticamente hasta comienzos del siglo XX. S¨®lo en 1900, una comisi¨®n m¨¦dica del Ej¨¦rcito norteamericano que ocupaba Cuba estableci¨® una relaci¨®n de causa-efecto entre el mosquito y la fiebre amarilla. Los medios cient¨ªficos se mostraron al principio esc¨¦pticos y The Washington Post, incluso, editorializ¨® en contra de "esa est¨²pida y absurda chacota". Sin embargo, el Gobierno de Washington se dej¨® convencer y emprendi¨® una campa?a de erradicaci¨®n de mosquitos en tierra cubana. Dos a?os m¨¢s tarde, la fiebre amarilla hab¨ªa desaparecido junto con sus alados transmisores. Pero s¨®lo 30 a?os m¨¢s tarde se pudo elaborar la vacuna que lograr¨ªa reducir dr¨¢sticamente en todo el mundo aquel virus que, seg¨²n J. R. McNeill, ha causado m¨¢s sufrimiento y atrocidades que la codicia y los fanatismos que llevan a los hombres a entre matarse desde el principio de los tiempos.
Habr¨¢ que escribir de nuevo las historias, pues. Aunque la responsabilidad moral de todos los grandes acontecimientos de la historia humana incumbe ¨²nicamente a los b¨ªpedos que ordenaron y libraron las guerras, las conquistas, los genocidios, las inquisiciones, etc¨¦tera, no hay duda que los hombres no pudieron nunca, ni en el pasado ni el presente, tener el control absoluto de las secuelas de las aventuras a que empujaron a la humanidad ni estuvieron en condiciones de hacer frente a los imprevistos que surg¨ªan en el camino y les imprim¨ªan casi siempre una orientaci¨®n distinta de la prevista y, a veces, las desnaturalizaron hasta convertirlas exactamente en las ant¨ªpodas de lo que se esperaba que fueran. Nadie hubiera imaginado antes de ahora -en nuestros tiempos de preocupaci¨®n por la ecolog¨ªa y el medio ambiente- que el invisible mosquito zumb¨®n hubiera podido ser, entre los siglos XVII y XX, el verdadero hacedor de la historia del Caribe.
? Mario Vargas Llosa, 2010.
? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PA?S, SL, 2010.
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