"Debo ser m¨¢s radical en lo digital"
Alan Rusbridger tuvo hace un a?o entre sus manos una informaci¨®n que no pod¨ªa publicar. Concern¨ªa a una compa?¨ªa petrolera. Estaba atado de pies y manos por mandato judicial. As¨ª que puso un mensaje en su Twitter -red social de mensajes cortos- que, seg¨²n recuerda, dec¨ªa algo as¨ª como: "Lo siento, no podemos publicar la historia de una compa?¨ªa que no puedo nombrar por razones que no os puedo decir". Rusbridger cuenta que en cuesti¨®n de 24 horas, los usuarios de Twitter se encargaron de desentra?ar de qu¨¦ compa?¨ªa se trataba, cu¨¢les eran los documentos comprometedores y qu¨¦ le imped¨ªa al diario brit¨¢nico publicar el reportaje. La pelota se hizo tan grande que la historia acab¨® reventando y se conocieron los atropellos medioambientales y contra la salud en que hab¨ªa incurrido la petrolera Trafigura en Costa de Marfil.
"Twitter es la herramienta period¨ªstica m¨¢s poderosa de los ¨²ltimos diez a?os"
Esta es la fuerza de la revoluci¨®n digital. Estas son las ventajas de las nuevas herramientas. Lo dice con entusiasmo Alan Rusbridger, director del legendario diario brit¨¢nico The Guardian, un periodista radicalmente convencido de que lo mejor est¨¢ por venir, de que las posibilidades que brindan las nuevas tecnolog¨ªas nos conducir¨¢n a un mejor ejercicio del periodismo. El sitio web de su diario, guardian.co.uk, es el segundo m¨¢s importante del mundo de entre los diarios de calidad en habla inglesa, por detr¨¢s del de The New York Times. Acredita 35 millones de usuarios ¨²nicos; un tercio de ellos, norteamericanos. El viejo peri¨®dico de Manchester, que vio la luz en 1821, es hoy referencia de la izquierda que habita al otro lado del charco.
Rusbridger se sienta en una butaca junto a la enorme cristalera que ilumina su despacho. Tiene el pelo algo revuelto, no lleva corbata, no aparenta ni por asomo sus 56 a?os de edad. Da la impresi¨®n de ser un hombre sereno. Hace diez minutos de yoga todas las ma?anas y toca el piano y el clarinete. Adem¨¢s, es un aut¨¦ntico friki, en la m¨¢s tecnol¨®gica acepci¨®n del t¨¦rmino, un aut¨¦ntico adicto a los cacharritos de nueva generaci¨®n. Lo primero que hace es agarrar la grabadora digital con que se registra esta entrevista y observarla con detenimiento. Le da la vuelta, la magrea. "Umm, debe de ser un modelo muy reciente", musita.
"Twitter es la herramienta period¨ªstica m¨¢s poderosa que ha aparecido en los ¨²ltimos... umm... diez a?os", afirma tras vacilar y pensarse bien si son diez, quince o veinte. Habla mirando a las aguas del canal que pasa bajo su despacho, ubicado en un rutilante edificio de cristal plantado en medio de un viejo Londres de huella industrial. "Cuando apareci¨® Twitter pens¨¦ que eso no ten¨ªa nada que ver con el periodismo. Fui tan est¨²pido. Durante tres meses pens¨¦: 'Soy demasiado viejo para esto'. 'Solo 140 caracteres, paso'. Estaba completamente equivocado. Los medios de comunicaci¨®n que tengan una visi¨®n demasiado estrecha de lo que es el periodismo y c¨®mo se hace est¨¢n condenados".
Rusbridger echa mano de un ejemplo reciente para explicar la fuerza de la revoluci¨®n digital. Hace dos semanas, The New York Times public¨® una oscura historia sobre Rupert Murdoch y escuchas ilegales. Desvelaba que un periodista del tabloide News of the World, propiedad de Murdoch, hab¨ªa realizado pinchazos para conseguir informaci¨®n y que el entonces director del diario, Andy Coulson, hoy director de comunicaci¨®n del flamante primer ministro, David Cameron, estaba al corriente. "Durante 48 horas, nadie en este pa¨ªs se hizo eco de la historia", relata Rusbridger. "Ni la BBC ni Sky News dijeron nada. Sin embargo, en Twitter, miles de usuarios clamaban: '?Qu¨¦ pasa, que eso no es una historia'? Lleg¨® un momento en que el poder de la gente hizo que la historia fuera imposible de ignorar por parte de los medios. Y este es solo un ejemplo".
Pregunta. Est¨¢ claro que en algo est¨¢n fallando los medios tradicionales, algo se est¨¢ haciendo mal...
Respuesta. S¨ª. Ah¨ª est¨¢ Wikileaks, que se ha convertido en una marca de confianza, el sitio para filtrar documentos. ?Qu¨¦ ha pasado para que los peri¨®dicos tradicionales hayan sido sobrepasados, desde el punto de vista de confianza de la gente, por un australiano y una panda de hackers ubicados en distintos puntos del mundo? ?Qu¨¦ han hecho ellos y qu¨¦ no hemos hecho nosotros?
P. ?Tal vez los medios tradicionales se codearon demasiado con el poder pol¨ªtico, con el econ¨®mico, con las grandes empresas? ?Tal vez se olvidaron de qu¨¦ es lo que hay que contar?
R. A la gente le gustar¨ªa que nosotros investig¨¢ramos a esas grandes empresas, a esos centros de poder, que hici¨¦ramos reporterismo del bueno. Pero ese tipo de reporterismo es caro, y pensamos que no es demasiado sexy, as¨ª que dejamos de hacerlo.
La iron¨ªa aflora. Rusbridger, de discurso l¨ªmpido y clarividente, no puede ser m¨¢s brit¨¢nico: acompa?a el inicio de cada intervenci¨®n con esos peque?os tartamudeos tan caracter¨ªsticos del ingl¨¦s m¨¢s polite.
Sostiene que, precisamente por ese abandono de funciones de la prensa tradicional, una web abierta y colaborativa es clave: "Esta filosof¨ªa de estar abierto, publicar, enlazar, hacer que la informaci¨®n est¨¦ disponible, es una idea simple y poderosa. Como medio de comunicaci¨®n, tienes dos opciones: puedes ser parte de ese mundo abierto o decir: 'Lo que hacemos es tan valioso que lo vamos a esconder aqu¨ª".
En lo tocante a su medio, lo tiene claro: "Lo conservador, ahora, es ser radical. Pensando en el futuro de The Guardian, en conservarlo, ?debo ser conservador o radical con Internet? Viendo las posibilidades de futuro del papel, que no pintan muy bien, si quiero ser conservador en la cuesti¨®n de proteger The Guardian, mi instinto me dice que debo ser m¨¢s radical en lo digital".
P. Usted es un firme defensor de una web abierta y tiene claro que los sitios de pago no son el camino a seguir.
R. Es lo que me dice mi instinto. La web es una cuesti¨®n de estar abierto, de enlazar informaci¨®n. Period¨ªsticamente, creo que es mejor ser parte de este sistema: si est¨¢s abierto y colaboras, toda la informaci¨®n que hay all¨ª te har¨¢ ganar en riqueza, en poder y te dar¨¢ recursos que t¨² no vas a conseguir por tu cuenta. As¨ª que creo que hay un imperativo period¨ªstico y otro financiero para estar abierto. Enlazando a otros sitios, publicando tal vez material de otros, nos convertimos en una plataforma de contenido y no solo en editores del nuestro. Creo que esta es una idea que tiene mucha fuerza.
Instinto, instinto. Rusbridger pronuncia esta palabra seis veces durante la entrevista. Fue su instinto lo que le llev¨® a apostar sin circunloquios por la web en 1998. Desde el principio, en The Guardian tuvieron claro que necesitaban tecnolog¨ªa y un buen equipo de desarrolladores. Invirtieron m¨¢s de doce millones de euros en construir un sitio web a medida. Apostaron pronto por la interactividad, por la vertiente social, abrazaron los blogs. El proceso de integraci¨®n entre la cultura digital de los reci¨¦n llegados y los periodistas del papel fue paulatino, lento, medido. Ese, dice, es uno de los factores que ayudan a explicar su ¨¦xito: "Si llevas la integraci¨®n a cabo demasiado r¨¢pido, agobias a la gente del papel. Tienes que dejar que la gente vaya asumiendo las cosas poco a poco".
Hace cuatro a?os, en un momento en que algunas empresas de comunicaci¨®n cortaban el acceso de sus empleados a Facebook para evitar distracciones, Rusbridger oblig¨® a sus periodistas a abrirse una p¨¢gina en la red social, a colgar fotos, v¨ªdeos. Y lo mismo hizo hace dos a?os con Twitter. Dice que de los 640 periodistas con que cuenta la redacci¨®n que elabora The Guardian, The Observer (peri¨®dico dominical) y el sitio web, el 90% son ya "periodistas digitales".
P. ?C¨®mo van a competir con los medios de la nueva era, que cuentan con plantillas mucho m¨¢s estrechas? ?Debemos esperar nuevas p¨¦rdidas de puestos de trabajo en los peri¨®dicos?
R. No s¨¦ cu¨¢les van a ser los ingresos, as¨ª que no conozco la respuesta a esa pregunta. En este momento, el dinero no est¨¢ ah¨ª, pero la industria puede cambiar... Mi instinto me dice que ser¨¢ dif¨ªcil mantener el tama?o de las plantillas que hemos tenido en el pasado.
P. De hecho, aqu¨ª en The Guardian ha habido recortes de plantilla; el a?o pasado, 50 periodistas abandonaron la casa, ?es esta la parte m¨¢s dura del proceso?
R. En dos a?os hemos perdido a 80 personas, pero todos los que se fueron lo hicieron de forma voluntaria. No hemos tenido que hacer despidos obligatorios. Es muy duro, perdimos a gente muy valiosa, pero todos eligieron irse.
The Guardian ingres¨® el a?o pasado 48,6 millones de euros por medio de su brazo digital (en torno a un 10% de los ingresos, factur¨® 490 millones). Vendi¨® 120.000 aplicaciones para el iPhone, programas que permiten la lectura del diario en el tel¨¦fono de Apple. "Llevamos solo seis meses en la revoluci¨®n de las aplicaciones", dice, "es pronto para saber de qu¨¦ modo van a cambiar nuestro mundo". Rusbridger adora el iPad: "Ofrece una manera fant¨¢stica de consumir noticias. Es un paso adelante en la revoluci¨®n digital, el primer dispositivo en diez a?os que te obliga a volver a imaginar c¨®mo ordenas la informaci¨®n, c¨®mo encuentras tu camino en ¨¦l, c¨®mo lo mezclas con otros medios". The Guardian est¨¢ cocinando a fuego lento su aplicaci¨®n para el iPad. Rusbridger no quiere una aplicaci¨®n retro, como la de The New York Times o Financial Times. Piensa que el nuevo dispositivo requiere de un nuevo lenguaje.
"Soy un adicto a la tecnolog¨ªa, hay que serlo. Yo compro todo lo que sale. Los nuevos lectores, los nuevos tel¨¦fonos. Hasta que no los pruebas y los sientes no sabes de qu¨¦ va la cosa". Para explicar el momento en que naci¨® su adicci¨®n por los cacharritos, se levanta, sol¨ªcito, y empieza a rebuscar entre las cajas de cart¨®n que hay detr¨¢s de su mesa de trabajo. Orgulloso, extrae de su cementerio de viejos aparatos su primer ordenador, un Tandy TRS-80. Su fascinaci¨®n por la tecnolog¨ªa naci¨® el d¨ªa en que esta antigualla cay¨® entre sus manos. Fue en 1984. Descubri¨® una herramienta que le permit¨ªa enviar sus cr¨®nicas con el n¨²mero de palabras exacto: los editores ya no amputar¨ªan el final de sus columnas, donde sol¨ªa alojar los chistes.
Tal era su pericia que en 1986, en un viaje para cubrir la visita de la familia real a Australia, se las ingeni¨® ¨¦l solito para conseguir transmitir una cr¨®nica por tel¨¦fono: para ello se puso en contacto con la telef¨®nica australiana, consigui¨® un c¨®digo y llam¨® a una peque?a empresa londinense que era la ¨²nica capaz de convertir ese c¨®digo y redirigirlo a un ordenador de la redacci¨®n de The Guardian. Consigui¨® transmitir su cr¨®nica en diez minutos. Dictarla por tel¨¦fono, como se sol¨ªa hacer entonces, le habr¨ªa llevado noventa. "Debemos ser inteligentes con todas las nuevas plataformas que est¨¢n surgiendo y encontrar la manera de adaptar nuestro periodismo a las plataformas, al software y a los h¨¢bitos de los lectores".
P. ?En qu¨¦ punto de la revoluci¨®n digital nos hallamos ahora?
R. A¨²n estamos en una fase incre¨ªblemente temprana. Por eso es pronto para decir que las operaciones digitales nunca van a poder sustentar el periodismo, o para decir que no vemos claro el plan de negocio. No hay por qu¨¦ tomar decisiones dr¨¢sticas tan temprano.
P. Los directivos de peri¨®dicos, en la nueva era digital, parecen ser menos independientes que antes de las exigencias del negocio y de las presiones de las empresas period¨ªsticas, ?est¨¢ de acuerdo?
R. S¨ª, creo que es verdad. Es porque todo se ha vuelto m¨¢s complicado; no digo que antes fuera sencillo, pero sab¨ªas de d¨®nde ven¨ªa el dinero: publicidad y ejemplares vendidos. Ahora, las decisiones son sobre tecnolog¨ªa, periodismo y publicidad; son m¨¢s tridimensionales. Los directores tenemos que intervenir m¨¢s en esa conversaci¨®n y eso nos distrae de la tarea de editar.
P. Y en este sentido, combinando esa menor independencia con el hecho de que la tecnolog¨ªa abre nuevas puertas, ?dir¨ªa usted que hoy hacemos mejor periodismo que en ¨¦pocas pasadas?
R. S¨ª. The Guardian est¨¢ llegando a una audiencia infinitamente mayor que antes. Su impacto e influencia internacional son mucho mayores. Utilizando las herramientas que estamos empleando, lo que ofrecemos a los lectores es m¨¢s amplio, profundo y responde a m¨¢s preguntas que nunca.
De frente y perfil
? Alan Rusbridger, director de
The Guardian desde 1995 y editor-jefe de Guardian News & Media, 56 a?os.
? Reportero, columnista, adjunto a la direcci¨®n de The Guardian. Rusbridger ha pasado por todos
los puestos. Fue corresponsal en Washington del London Daily News.
? Los datos. El sitio web de The Guardian tiene 35 millones de usuarios ¨²nicos. Es el segundo sitio web m¨¢s importante de entre los diarios de calidad en habla inglesa, tras The New York Times. Un tercio de sus usuarios ¨²nicos est¨¢ en Norteam¨¦rica. El peri¨®dico difunde 286.000 ejemplares.
? Su apuesta. Est¨¢ cocinando a fuego lento una aplicaci¨®n para el iPad. Dice que un nuevo soporte requiere de un nuevo lenguaje.
? ?l. Casado y con dos hijas. Realiza diez minutos de yoga al d¨ªa y toca el piano y el clarinete.
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