Alejandro, tan divino, tan humano
Alejandro, Alejandro... No es el eco de Lady Gaga, sino el de la historia, el que resuena enfebrecido en las arenas de Libia, las ruinas de Pers¨¦polis y las alturas del Hindu Kush -que las ¨¢guilas no pueden sobrevolar- repitiendo el nombre del mete¨®rico caudillo macedonio que so?¨® con conquistar el mundo a base de sarisas de 12 codos (seis metros) y autoconfianza, y lo consigui¨®. Alejandro, Alejandro... Megas Alexandros, Alejandro Magno: el nombre es sin¨®nimo de grandeza y concita im¨¢genes de pasi¨®n, aventura, anhelo y arrojo inigualables. Tambi¨¦n de falanges y devastaci¨®n.
Un ni?o y un caballo -Buc¨¦falo-, a cual m¨¢s indomable, en Pella, la capital de la musculosa Macedonia de Filipo, la forja del h¨¦roe; un adolescente liderando con audacia la caballer¨ªa de su padre contra los tebanos en la llanura beocia de Queronea; un hombre joven montado jug¨¢ndose el tipo ante las letales cimitarras persas en el Gr¨¢nico... Alejandro cruza as¨ª nuestra imaginaci¨®n, como una exhalaci¨®n, al galope -?Alalalalai!-, en la guerra, el placer, el amor, la vida entera. Ardiente, aliment¨¢ndose, se dir¨ªa, de su propia combusti¨®n. Consumido a los 32 a?os, despu¨¦s de poner patas arriba, a puro brazo, el orbe conocido, se?or absoluto en tres millones de kil¨®metros cuadrados, su rescoldo es capaz a¨²n de devenir arrasador incendio en nuestros rom¨¢nticos corazones. Amaba (a hombres y mujeres), lloraba, so?aba, se enviciaba, se arriesgaba, se enfurec¨ªa y mataba a una escala sobrehumana y con una intensidad divina. Es lo que tiene creerse -o tratar de hacer creer a los dem¨¢s- que eres Aquiles redivivo e hijo de un dios. ?Qu¨¦ tipo! El encanto de la juventud y la gloria. Es dif¨ªcil mirarlo a la cara, analizar sus rasgos, tratar de entender sus principios, sus prop¨®sitos, sus impulsos y sus actos, su pathos; tal es su resplandor que nos deslumbra y casi ciega, como hizo con sus asombrados contempor¨¢neos. Alejandro, el gran sol de la antig¨¹edad.
Ardiente y aliment¨¢ndose de su propia combusti¨®n, se consumi¨® a los 32 a?os
Amaba (a hombres y mujeres), lloraba y odiaba con intensidad divina
Esa radical ambivalencia de lirismo y salvajismo forma parte de su aura
Ahora, una nueva exposici¨®n inaugurada este fin de semana en el Museo Hermitage de Amsterdam y visitable hasta el 18 de marzo de 2011, El inmortal Alejandro el Grande, rastrea el mito y la realidad del personaje y ofrece la posibilidad de admirar reunidas 350 piezas, entre ellas varias obras maestras, relacionadas de alguna manera con ¨¦l: estatuas, pinturas, armas, cer¨¢mica decorada, joyas, monedas, relieves... Es una nueva oportunidad de acercarse a Alejandro y dejarse arrastrar por su leyenda. Tambi¨¦n de reflexionar sobre una de las figuras de mayor carisma de la historia, un hombre que cambi¨® literalmente el mundo y provoc¨® en su estela un verdadero terremoto no solo pol¨ªtico, sino cultural y art¨ªstico.
Hijo de un pragm¨¢tico y estrat¨¦gicamente genial rey tuerto, Filipo II de Macedonia, que le dej¨® en herencia una Grecia sometida y el mejor ej¨¦rcito del mundo, perfectamente engrasado para hacerlo marchar como una trituradora, y de una mujer extraordinaria, Olimp¨ªade, pol¨ªticamente sanguinaria, entregada a la pasi¨®n y la irracionalidad del esp¨ªritu (era devota de los cultos ext¨¢ticos de Dionisos) y de la que se dijo que copulaba con serpientes -a ver si no ha de marcar una madre as¨ª-, Alejandro (356-323 antes de Cristo) le debe al primero buena parte de su ¨¦xito militar, y a la segunda, haberse cre¨ªdo un dios, que ayuda mucho cuando quieres conquistar el mundo, aunque te vuelve algo petulante. A?¨¢danse buenos maestros (?), grandes amigos, la oportunidad y suerte, mucha suerte -cualquiera de las nueve heridas que sufri¨® en combate, incluido el flechazo kafir en el tobillo, pudo haber sido fatal-... y a¨²n sigue sin explicarse el fen¨®meno Alejandro. En 334 cruz¨® el Helesponto y march¨® contra Persia, el gran imperio mundial, con la peregrina excusa de la venganza. Probablemente, el mundo no contuvo el aliento, sino que pens¨® que el chaval se hab¨ªa vuelto loco. M¨¢s a¨²n porque inici¨® la empresa d¨¢ndose un ba?o de Homero en la antigua Troya y corriendo desnudo ante sus abatidos muros. ?Sab¨ªa lo que hac¨ªa? ?Era propaganda, pura puesta en escena, o Alejandro sent¨ªa de verdad esos gestos? Parece que ambas cosas. El caso es que, contra todo lo imaginable (o casi: la ecuaci¨®n militar no era tan mala para los macedonios como se ha pintado), Alejandro derrot¨® a los ej¨¦rcitos del Gran Rey de Reyes y tom¨® su imperio. Lo que hizo despu¨¦s incluye una mezcla de racionalidad y locura a partes iguales: march¨® hasta los l¨ªmites extremos del imperio, Bactria, Sogdiana, so pretexto de someter a pretendientes al trono y s¨¢trapas rebeldes, y los traspas¨®, hollando tierra que para los griegos era puro mito, como si ahora el Ej¨¦rcito estadounidense invadiera Mordor. Las tropas se le amotinaron varias veces -a ver, si te hacen caminar hasta Siwa para consultar un or¨¢culo y atravesar el desierto pavoroso y descorazonador de Makran por batir un r¨¦cord- hasta que le obligaron (de momento) a dejar de ir m¨¢s all¨¢, con el consiguiente cabreo del conquistador.
?C¨®mo acotarlo, a Alejandro, bajarlo a tierra, abarcarlo, explicarlo? Lo han intentado historiadores, novelistas, fil¨®sofos, poetas, artistas, cineastas... Plutarco escribi¨® que desde la ni?ez Alejandro quiso sobresalir y ten¨ªa filotimia, amor al honor, apetito de honor, una de las virtudes morales descritas por Arist¨®teles, su maestro. Arriano destac¨® su af¨¢n de ir en busca de lo desconocido. Arist¨®bulo consider¨® que lo que caracterizaba a Alejandro era su ansia de conquista "insaciable" (a su muerte se revel¨® que planeaba construir mil barcos de guerra para ir a por Cartago: probablemente hubiera provocado la muerte prematura de Roma en el vientre de la historia; Javier Negrete, en su ucron¨ªa Alejandro Magno y las ¨¢guilas de Roma, imagina que el Magno sobrevive en el 323 a su mortal indisposici¨®n en Babilonia y se enfrenta en el 317 en Italia ?a las legiones bajo el mando?de Lucio Papirio Cursor!). H. G. L. Hammond -que sosten¨ªa que para entender a Alejandro era deseable poseer alguna experiencia de la guerra: ¨¦l realiz¨® valientes acciones de sabotaje contra los nazis en Creta como ilustrado miembro del SOE (nada como ir a Cambridge para eso)- lo describi¨® ante todo como "un hombre de acci¨®n". Sin duda lo era. Para otro de los grandes especialistas modernos, A. B. Bosworth, "las reacciones pasionales, emocionales, de Alejandro, lo llevaban a extremos de generosidad o salvajismo". El novelista Gisbert Haefs lo calific¨® de "James Dean del mundo cl¨¢sico", y es cierto que su belleza y actitud, su peinado (la anastole, as¨ª como melenita leonina, con la raya en el medio: a Colin Farrell le qued¨® a lo Bonnie Tyler), su gesto, su mirada, devinieron iconos y modelos.
Valerio Manfredi, que novel¨® monumentalmente su vida (y del que esta temporada literaria se publica un ensayo sobre la perdida tumba de Alejandro, uno de los grandes misterios de la antig¨¹edad), apunt¨® que era "el delirio despierto" y destac¨® su "desproporcionada gama emotiva" y su figura quim¨¦rica, digna de un centauro: "Jug¨® lo irracional y lo inesperado en el tablero de la historia". Mary Renault ensalz¨® "su indestructible sentido del estilo" (?) y dijo de ¨¦l algo que nos lo aproxima: "Cuando el cari?o le traicionaba, se estremec¨ªa hasta las ra¨ªces". Oliver Stone trat¨® en 2004 de plasmar en celuloide el insaciable af¨¢n de Alejandro de conocer qu¨¦ hab¨ªa m¨¢s all¨¢ del horizonte y retrat¨® a un hombre con un ni?o muerto en su interior; todo ello a pesar de la cara de estre?imiento heroico del blando Colin Farrell (un craso error de reparto aunque no tanto como lo de que encarne a Filipo ?Val Kilmer!). "No cre¨ªa que nada fuera imposible", ha sintetizado de Alejandro el gran Robin Lane Fox, probablemente el estudioso que m¨¢s nos ha iluminado al personaje en los ¨²ltimos tiempos.
Julio C¨¦sar llor¨® pensando en todo lo que hab¨ªa hecho Alejandro al compararse con ¨¦l -y era Julio C¨¦sar, imag¨ªnense-; Napole¨®n lo veneraba, ?qu¨¦ no hubiera hecho el macedonio con ca?ones! Luis XIV bail¨® un ballet caracterizado como el conquistador. Cuentan que cuando Pirro, el ¨²ltimo de los grandes generales griegos, so?¨® en una ocasi¨®n con Alejandro y este le prometi¨® ayuda, al preguntarle socarr¨®n qu¨¦ ayuda pod¨ªa esperar de un fantasma, el Magno le respondi¨®: "Te presto mi nombre". Alejandro.
La exhibici¨®n en el Hermitage holand¨¦s, con material b¨¢sicamente de su hermano mayor de San Petersburgo, incluye muchas cosas apasionantes y bellas. Hay en el lote representaciones de reyes ptolemaicos que recuerdan la influencia perenne de Alejandro en Egipto hasta su ¨²ltima heredera, Cleopatra VII -aunque los c¨¦sares romanos, Julio, Augusto y sus sucesores, no dejaron de incorporar rasgos del conquistador por antonomasia-, pendientes de oro de su Alejandr¨ªa egipcia en forma de paloma, un elemento de carro con el rostro de un guerrero que parece un hipaspista de la guardia real y sugiere sutilmente la leyenda del nudo de Gordio; un gorytos, caja de oro repujada para arco y flechas que recuerda poderosamente la hallada en la tumba de Filipo en Vergina junto a sus grebas de bronce (en la exposici¨®n tambi¨¦n hay unas de esas piezas de armadura como largas espinilleras), o una notable corona de laurel. Resulta impresionante una coraza griega de bronce decorada con una cara de Medusa y a la que parece haber arrollado uno de los carros del ej¨¦rcito de Dar¨ªo con cuchillas en las ruedas que combatieron en Gaugamela.
Uno de los objetos m¨¢s emotivos es una cabecita de Alejandro en m¨¢rmol, copia romana de un original griego y procedente de Asia Menor. Los rasgos de Alejandro aparecen tambi¨¦n en un busto de Aquiles y en el de un joven procedente de Esmirna. Sorprendente es la cabecita en bronce con p¨¢tina marr¨®n de un gobernante helen¨ªstico cubierto con un casco en forma de cabeza de elefante, un tocado que no habr¨ªa desde?ado Poro en el Hydaspes. El fiero enemigo tradicional est¨¢ especialmente representado en un relieve iranio de un soldado persa, un miembro de los Inmortales. Pieza se?era de la exposici¨®n es el llamado camafeo Gonzaga, un sard¨®nice helen¨ªstico, puede que de la Alejandr¨ªa del siglo III antes de Cristo, grabado con los rostros en perfiles superpuestos de una pareja, quiz¨¢ Alejandro y su madre Olimp¨ªade (o Ptlomeo y Ars¨ªnoe, o Augusto y Livia). La gema fue parte de la colecci¨®n de Josefina hasta que esta se la regal¨® al zar Alejandro I.
La exposici¨®n, no tan rica y variada como la espl¨¦ndida que recuerdo que se exhibi¨® en el Palazzo Raspoli de Roma en 1995, arranca con el mito de Alejandro y su plasmaci¨®n en pinturas, tapices y artes decorativas de los siglos XVII al XIX. A continuaci¨®n se pasa revista a la realidad de la vida de Alejandro: la Macedonia de su ¨¦poca, sus maestros, sus h¨¦roes -Aquiles y Heracles- y sus ideales. La parte central es su gran expedici¨®n de conquista del imperio persa, ilustrada con objetos procedentes de las tierras y culturas que encontr¨® a su paso, desde Egipto y Persia hasta India. La exhibici¨®n, cuya comisaria es Anna Trofimova, jefa del departamento de antig¨¹edades cl¨¢sicas del Hermitage, destaca la influencia griega en los lugares y tradiciones por los que transit¨® el ej¨¦rcito macedonio, el largo rastro de figuritas de terracota y elementos arquitect¨®nicos hel¨¦nicos que conduce hasta los confines del mundo conocido entonces.
La ¨²ltima parte de la exposici¨®n est¨¢ dedicada a la herencia de Alejandro Magno, incluido, parad¨®jicamente, su papel en la literatura y las miniaturas persas de los siglos XV y XVI, cuando pas¨® a ser conocido como Iskander. Uno de los elementos m¨¢s singulares y estimulantes de la muestra es la aportaci¨®n del fot¨®grafo holand¨¦s Erwin Olaf, que ha realizado impactantes interpretaciones fotogr¨¢ficas y f¨ªlmicas de Alejandro a base de mezclar objetos de la exposici¨®n con retratos de un modelo actual. El resultado del proyecto Morphing Alexander es discutible, pero sin duda impactante: uno casi cree estar ante una combinaci¨®n de alguna extra?a ceremonia alucin¨®gena de Olimp¨ªade con la creatividad de Ray Harryhausen.
Alejandro... Hay algo tan irreductible en ¨¦l. Buscaba y sent¨ªa algo que se nos escapa. No era alto (las fuentes apuntan que su amante Hefesti¨®n, su Patroclo, cuya muerte llor¨® como si fuera a anegar el mundo, lo era m¨¢s), pero su magnetismo deb¨ªa de ser brutal. Plutarco lo describi¨® como de tonalidad clara, con el blanco de la piel que se enrojec¨ªa especialmente en el pecho y el rostro, y -esto nunca ha dejado de fascinarme- con un olor corporal naturalmente perfumado y una temperatura muy alta, casi como si tuviera fiebre siempre. No deb¨ªa de ser f¨¢cil estar cerca (que se lo digan a Clito el Negro, al que, irritado, traspas¨® de un lanzazo: un mal d¨ªa lo tiene cualquiera); sufr¨ªa arrebatos de ira tit¨¢nicos, era caprichoso -?dedicar¨ªamos una ciudad a nuestro caballo, aunque fuera el viejo Buc¨¦falo?- y exig¨ªa fidelidad y adoraci¨®n totales. Lane Fox recalca que era impaciente, presuntuoso y a menudo intratable. Fue sin duda muy valiente, hasta la locura, un jefe irresponsable: peleaba en el coraz¨®n de las batallas y m¨¢s de una vez, como en la fortaleza de los Malli en el Punjab, en cuya muralla qued¨® aislado y donde recibi¨® un flechazo en el pecho que quiz¨¢ le perfor¨® un pulm¨®n, su arrojo le meti¨® en situaciones peligros¨ªsimas. Capaz de llorar con unos versos y de emocionarse con un gesto noble, se pas¨® la vida matando con su propia mano y, maestro en la escabechina, ordenaba sin piedad la masacre y hasta el exterminio de poblaciones enteras (se ha discutido si no ser¨ªa una pol¨ªtica premeditada de terror). Su ensa?amiento con la gente que no se le somet¨ªa, algo que le tocaba especialmente las narices y que consideraba casus belli, como si tuvieran armas de destrucci¨®n masiva, roz¨® -y seg¨²n algunos alcanz¨®- la categor¨ªa de genocidio. Esa ambivalencia, esa radical bipolaridad de lirismo y salvajismo, de visi¨®n pol¨ªtica e irracionalidad, de sue?o y carnicer¨ªa, nos lo aleja, pero forma parte de su aura. "Fue un hombre de ambiciones apasionadas, que valor¨® la intensa aventura que supone lo desconocido", resumi¨® el sabio Lane Fox. Nunca nos lo pondr¨¢n a nosotros, pero qu¨¦ fabuloso y envidiable epitafio. Alejandro.?
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