Bienqueda
Hay una imagen convencional y costumbrista del bienqueda, del impostor profesional, del superviviente nato, que pasa por considerarlo incapaz de meterse con nadie, como si esa fuera su estrategia principal. Pero, muy posiblemente, esa es la visi¨®n interesada que alimenta el verdadero fingidor. Nuestra sociedad, como todas las sociedades que en el mundo han sido, y por muy "plural" y "diversa" que se considere, cuenta con una moral y unos valores f¨¦rreamente establecidos. A lo largo de los tiempos, y m¨¢s all¨¢ de las persecuciones directamente planificadas por el poder pol¨ªtico o religioso, tambi¨¦n la sociedad, en la din¨¢mica diaria, en las costumbres, en los h¨¢bitos compartidos, impone su propia polic¨ªa, una polic¨ªa que dicta qu¨¦ ideas son permisibles y qu¨¦ ideas bajo ning¨²n concepto se pueden permitir.
El farsante, el fingidor, el tramoyista, conoce esto muy bien. No se caracteriza por no criticar a nadie sino por identificar cuidadosamente a qui¨¦n puede criticar. Y entonces lo har¨¢ en voz alta, para atribuirse, de paso, una reputaci¨®n de integridad y valent¨ªa. La sociedad est¨¢ atestada de flamantes antifascistas, pero en la Alemania de Hitler apenas los valerosos chicos de La Rosa Blanca o el casi suicida Von Stauffenberg hicieron algo frente al r¨¦gimen. Cuando Enrique VIII decidi¨® que su pa¨ªs desertara del catolicismo no m¨¢s de cincuenta o sesenta notables tuvieron el coraje de ser leales a su fe y a su conciencia. Claro que, si el precio de resistirse a la voluntad del rey era el martirio, sorprende incluso que hubiera tantos hombres ¨ªntegros, tantos hombres de una pieza, en la Inglaterra de entonces, en la Inglaterra de ahora, en cualquier otro momento, en cualquier otro pa¨ªs.
El embustero, el comediante, el aut¨¦ntico bienqueda, no busca resguardarse en una especie de suiza neutralidad. Muy al contrario, la emprende con aquellos cuya censura le resulte ventajosa. Cuidadosas evaluaciones se hacen a ese respecto en el interior de las conciencias: antes de hacer p¨²blica ninguna opini¨®n hay que calcular su efecto y seleccionar qu¨¦ posicionamiento contra alguien ser¨¢ recibido con el aplauso de los grupos de presi¨®n m¨¢s relevantes. En contra de lo que se sugiere a veces, el bienqueda no elude los pronunciamientos, sino que los profiere a mansalva. Y si en Euskadi hici¨¦ramos abstracci¨®n del problema nacional, donde efectivamente la sociedad se parte en dos mitades, el resto de nuestras opiniones vienen determinadas por un consenso casi un¨¢nime.
Por eso los bienquedas no son los que permanecen callados, sino los que peroran sin descanso, con una correcci¨®n pol¨ªtica que aburre. Y no digamos ya si aspiran a mandar. Los partidos son, a esos efectos, una divertida colecci¨®n de fotocopias, manejando la misma inmoral palabrer¨ªa, que se eleva cada d¨ªa a las alturas, como el humo de una vana liturgia.
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