La guerra escondida en la maleta

Hay descubrimientos capaces de inspirar cuestiones esenciales. ?A qui¨¦n pertenecen los recuerdos, las im¨¢genes, las huellas del tiempo? ?C¨®mo leemos el pasado? ?C¨®mo nos acercamos a la historia?

Esta aventura comienza en plena guerra civil espa?ola. Robert Capa, Gerda Taro y David Seymour, tres grandes fot¨®grafos del siglo XX, narraron la contienda con sus c¨¢maras desde un punto de vista: el del bando republicano que se enfrentaba a las tropas franquistas. Sus instant¨¢neas se convierten en iconos. Testimonios del combate atroz, del sue?o de resistencia al avance del fascismo en Europa, del penoso exilio tras la derrota en 1939. Sin ellas resulta imposible entender la historia del fotoperiodismo. Pero tampoco la historia de Espa?a. Muchas otras im¨¢genes que tomaron durante la Guerra Civil no llegaron a conocerse. La raz¨®n estriba en una serie de avatares que arrancan cuando Imre Csiki Weisz, ayudante de laboratorio de Robert Capa, recibi¨® el cometido de salvaguardar tres cajas de cart¨®n.

Son testimonios del combate atroz, del penoso exilio tras la derrota

"?A qui¨¦n pertenece una fotograf¨ªa? ?A quien la toma, a quien la salva...?"

Robert Capa: "Es lo que le ha pasado en los ¨²ltimos a?os a este mundo en el que quer¨ªamos vivir"

"No ha habido guerra que haya dado tantas im¨¢genes memorables"

"Lo trasdendente de estas fotos no son los personajes, sino el drama"

"Para Robert Capa, la guerra dej¨® de ser un teatro. Se le present¨® como una tragedia"

Estamos en el Par¨ªs de finales de 1939. Ante la aproximaci¨®n del ej¨¦rcito alem¨¢n, Capa huye a Estados Unidos. Teme ser capturado como ciudadano de pa¨ªs enemigo o simpatizante comunista. Los negativos que deja en el estudio parisiense del n¨²mero 37 de la Rue Froidevaux quedan a cargo de Csiki Weisz. Pero, al igual que Capa, Weisz es emigrante h¨²ngaro jud¨ªo. Y tambi¨¦n decide escapar. Lleva consigo, entre otros documentos, esas tres cajitas de cart¨®n llenas de negativos con fotos de Capa, Taro y Seymour que acaban en una oficina diplom¨¢tica mexicana en Francia con la probable intenci¨®n de Csiki de dejarlas a buen recaudo. En alg¨²n momento, y en circunstancias a¨²n desconocidas, el general Francisco Aguilar Gonz¨¢lez, embajador de M¨¦xico ante el Gobierno de Vichy entre 1941 y 1942, se apodera de aquellas cajas. Debi¨® de incluirlas en el equipaje cuando regres¨® a la capital de su pa¨ªs. All¨ª permanecieron durante casi siete d¨¦cadas.

Muerto el General, los cofres pasan a manos de sus herederos. Uno de ellos cede el acervo al mexicano Benjam¨ªn Tarver, quien contacta en 1995 con un profesor universitario estadounidense para pedirle consejo sobre c¨®mo catalogar aquel material fotogr¨¢fico. Todo llega a o¨ªdos de Cornell Capa, hermano y custodio del legado de Robert desde su muerte en Indochina el 25 de mayo de 1954, tras pisar una mina. Benjam¨ªn Tarver ostenta un tesoro en su casa de M¨¦xico: los valios¨ªsimos negativos que Cornell Capa, fundador del prestigioso International Center of Photography de Nueva York (ICP), llevaba a?os deseando localizar. Cornell intenta mantener una infructuosa relaci¨®n epistolar con Tarver desde Estados Unidos. El embrollo recibe el t¨ªtulo de la maleta mexicana de Robert Capa.

Pasaron m¨¢s de diez a?os hasta que Cornell encontr¨® un emisario para mediar con Tarver sobre la conveniencia de devolver a sus leg¨ªtimos propietarios el legado que pose¨ªa. A principios de 2007, la cineasta Trisha Ziff, de origen brit¨¢nico y afincada en Ciudad de M¨¦xico, que hab¨ªa ejercido como comisaria asistente en el ICP, es la elegida para acercar posturas. El escritor y periodista mexicano Juan Villoro le asesora en sus conversaciones con Tarver y se proclama notario oficial al contar la noticia que dio la vuelta al mundo en enero de 2008. Cornell Capa se reencontraba con el alma de su hermano a los 89 a?os. Despu¨¦s de varios meses y un intenso debate emocional, Trisha hab¨ªa logrado llevar en avi¨®n hasta Nueva York los 126 rollos de pel¨ªcula de la maleta mexicana.

Tras un largo y minucioso proceso de escaneado y catalogaci¨®n coordinado desde el ICP de Nueva York, ahora podemos ver en El Pa¨ªs Semanal una cuidada selecci¨®n de lo que hab¨ªa en su interior: m¨¢s de 4.000 im¨¢genes perdidas y encontradas de Robert Capa, Gerda Taro y David Seymour sobre la guerra civil espa?ola. Muchas de ellas son in¨¦ditas. Otras, originales de las que ya conoc¨ªamos. Secuencias completas en tiras de negativos que desvelan el proceso creativo de estos maestros de la c¨¢mara, su cuaderno de bocetos, la prueba y el error, el camino hasta lograr la foto ideal.

El hallazgo brinda nuevos ecos de la obra del hombre que se invent¨® a s¨ª mismo. Siempre trepidante. Ligeramente desenfocado. Aquel jud¨ªo h¨²ngaro nacido Andr¨¦ Friedmann que so?¨® vivir muchas vidas. Una de ellas, la de Robert Capa: un conquistador apasionado que odiaba la guerra. Por eso quiso ense?¨¢rsela al mundo desde cerca. Lo bastante cerca como para que la foto fuera demasiado buena. Volvemos a escuchar el silbido de las balas en primera l¨ªnea de fuego y las vibrantes arengas a los soldados. "?Venga, venga!". Brilla el rastro de la sangre en las batallas de Teruel y el r¨ªo Segre. Y la amarga derrota, la tristeza, el fr¨ªo y el hambre de los republicanos espa?oles exiliados que acabaron en campos de refugiados -m¨¢s parecidos a los de concentraci¨®n- en el sur de Francia. "A cientos y cientos de miles he visto huir as¨ª, en dos pa¨ªses, Espa?a y China; y mucho me temo que pronto deber¨¢n correr la misma suerte otros cientos de miles que tal vez est¨¦n viviendo a¨²n c¨®modamente en otros pa¨ªses. Es lo que le ha pasado en los ¨²ltimos a?os a este mundo en el que quer¨ªamos vivir", escribi¨® un visionario Robert Capa hacia el final de la guerra civil espa?ola sobre su aproximaci¨®n al exilio republicano en tierras de Argel¨¨s-sur-Mer, Barcar¨¨s y Bram.

La maleta mexicana tambi¨¦n rescata el aliento de Gerda Taro, nacida Gerta Pohorylles en una familia jud¨ªa de Alemania y gran amor de Robert Capa, con quien profes¨® adem¨¢s un ferviente antifascismo. Escenas de la instrucci¨®n del nuevo Ej¨¦rcito Popular en Valencia, del frente de Segovia y las ¨²ltimas incursiones que retrat¨® al cubrir la batalla de Brunete. All¨ª fue aplastada por un tanque. Muri¨® joven, bella y fuerte, dejando una herida en Capa que nunca logr¨® cicatrizar. Sus instant¨¢neas in¨¦ditas realzan la obra de una reportera que tampoco dud¨® en acercarse lo bastante a la guerra como para que sus fotos fueran sobradamente buenas.

David Seymour, alias Chim, jud¨ªo polaco y cofundador de la emblem¨¢tica agencia Magnum junto a sus compinches Capa y Henri Cartier-Bresson, tambi¨¦n estuvo all¨ª. Lo atestiguan las huellas de sus pasos junto a los soldados vascos. O su cobertura de la celebraci¨®n en las calles de Barcelona del 19? aniversario de la revoluci¨®n rusa, as¨ª como los retratos de Dolores Ib¨¢rruri, Pasionaria, o el poeta Federico Garc¨ªa Lorca. Siguiendo la estela de Capa y Taro, Seymour muri¨® con las botas puestas, abatido por un francotirador en la guerra de Suez el 10 de noviembre de 1956.

Cynthia Young es la comisaria de la exposici¨®n sobre estas y otras muchas im¨¢genes de la maleta mexicana que desde el pasado viernes, 24 de septiembre, puede contemplarse en el ICP de Nueva York. Al tel¨¦fono en la sede del 113 de la avenida de las Am¨¦ricas, Young explica que la autor¨ªa de las fotos encontradas se ha establecido aproximadamente en tercios correspondientes a Capa, Taro y Seymour. "Tambi¨¦n hay dos rollos de Fred Stein. En cuanto al copyright, el de Capa pertenece al ICP desde que su hermano Cornell muri¨® [en 2008]. El de Taro tambi¨¦n permanece en esta instituci¨®n. Con respecto a Seymour, su sobrino estuvo de acuerdo en cedernos la custodia de su parte de la maleta. Lo mismo ocurri¨® con Peter Stein, hijo de Fred Stein. En cuanto a la conservaci¨®n conjunta de todo el material, no tenemos constancia de que se tratase de un reportaje o trabajo com¨²n sobre la Guerra Civil. Pero s¨ª delata lo cerca que los tres quisieron estar de las batallas y sus consecuencias". Como tantos otros. De aqu¨ª y de fuera. Escritores, periodistas, fot¨®grafos... Hemingway, Dos Passos, Marta Gellhorn, Agust¨ª Centelles (para muchos, el Capa espa?ol), Herbert Matthews, George Orwell...

Young asegura que el ICP no pag¨® dinero alguno a cambio de la maleta mexicana. La recompensa consisti¨® en la cesi¨®n a Benjam¨ªn Tarver de los derechos para dirigir un filme sobre la rocambolesca historia. Tarver renunci¨® a esos derechos en favor de Trisha Ziff, quien ha realizado un documental coproducido por el sello catal¨¢n Mallerich. Ziff reconoce en conversaci¨®n telef¨®nica desde M¨¦xico que el ICP le transmiti¨® desde el principio un formidable inter¨¦s por saber si entre las cajas se escond¨ªa el considerado Santo Grial de la fotograf¨ªa: el negativo del icono de Robert Capa titulado Muerte de un miliciano republicano, parte de cuya pel¨ªcula debi¨® de perderse en aquella ¨¦poca de ca¨®ticos env¨ªos de rollos en sobres a las redacciones de las revistas. Una larga pol¨¦mica persigue a esta imagen a ra¨ªz de investigaciones que concluyen que fue un montaje. Encontrar la secuencia original ayudar¨ªa a disipar dudas. "No vimos aquella foto entre el material", asegura Ziff. "Lo curioso es que cuando Tarver me ense?¨® las cajas, solo hab¨ªa un casillero vac¨ªo; otra cosa es lo que ese casillero pudiera tener".

Aquel casillero vac¨ªo sigue hoy provocando curiosidad a Juan Villoro, el escritor mexicano que narr¨® la exclusiva de la maleta mexicana en El Peri¨®dico de Catalunya hace dos a?os y medio. "Fue el ¨²nico hueco que Trisha y yo divisamos en los compartimentos", recuerda desde Barcelona. "?Qui¨¦n sabe si estuvo all¨ª esa secuencia? Lo que todav¨ªa no deja de sorprenderme es que en ning¨²n momento nadie del ICP viniera desde Estados Unidos a M¨¦xico a hablar con Tarver sobre todo este material. El viaje hasta Nueva York se habr¨ªa acortado bastante. De hecho, si Tarver hubiera dicho que ten¨ªa la secuencia del miliciano abatido, creo que al d¨ªa siguiente habr¨ªa encontrado a alguien del ICP en la puerta de su casa".

el director del icp, Willis Hartshorn, responde al respecto: "En primer lugar, cuando Cornell supo que Tarver ten¨ªa aquellos negativos, empez¨® a enfermar de Parkinson. Le envi¨® una carta y nunca recibi¨® respuesta. Desde un punto de vista institucional, los archivos de Robert Capa pertenec¨ªan a su hermano Cornell, as¨ª que el ICP no se implic¨® tanto en aquel momento porque consider¨® que se trataba de un asunto suyo. La mejor opci¨®n fue enviar a Trisha Ziff".

Quiz¨¢ hoy sabr¨ªamos la respuesta a este y otros misterios si alguien hubiera comunicado a Csiki Weisz, el ayudante de laboratorio e ¨ªntimo amigo de Robert Capa, que aquellos negativos estaban en Ciudad de M¨¦xico. Weisz vivi¨® all¨ª hasta su muerte en 2006 sin llegar a saber que el bot¨ªn que un d¨ªa protegi¨® en Francia permanec¨ªa sano y salvo a pocas manzanas de su casa. Gabriel Weisz, de 63 a?os, escritor y profesor en la Universidad Aut¨®noma de M¨¦xico, es hijo de Csiki Weisz y la artista Leonora Carrington. Desconoce si Cornell Capa quiso esperar a la muerte de su padre para acelerar el proceso de recuperaci¨®n de la maleta mexicana en 2007. "Quiz¨¢ no considerara importante que Csiki participase", argumenta Gabriel por tel¨¦fono. "Esto viene a ser como una secuela del relato t¨ªpico que recupera la figura del h¨¦roe, del gran artista. Lo cierto es que hubo muchos m¨¢s fot¨®grafos que trabajaron en la guerra civil espa?ola. Y las cosas no se hacen para construir un gran h¨¦roe, algo a lo que mi padre nunca quiso contribuir. Su presencia junto a Capa all¨ª fue fruto de un compromiso pol¨ªtico, de querer contar una historia que no fuera la de los franquistas. No hay un gran enigma en todo esto. Simplemente, se trata de personas que guardan cosas de otros".

Enigmas aparte, siguen corriendo r¨ªos de tinta en torno a la expectaci¨®n que despierta cada nuevo hallazgo tanto de Robert Capa como de la guerra civil espa?ola. Si Michael Mann anunciaba el a?o pasado que llevar¨ªa al cine un biopic sobre el mito basado en la novela de Susana Fortes Esperando a Robert Capa (Planeta), este verano el madrile?o C¨ªrculo de Bellas Artes ha recibido m¨¢s de 30.000 visitas de la exposici¨®n This is war! Robert Capa. Gerda Taro, que antes pas¨® por Barcelona y Londres. ?Sabremos m¨¢s cosas sobre el legendario Bob? "?Por qu¨¦ no?", responde la comisaria Cynthia Young desde el ICP de Nueva York.

-?Incluso sobre el negativo de Muerte de un miliciano republicano?

-Si han aparecido negativos de Capa en Suecia o en los Archivos Nacionales de Par¨ªs, y ahora estos en M¨¦xico... ?por qu¨¦ no iba a hacerlo la secuencia original de esa imagen?

un aspecto que tanto el escritor Juan Villoro como la cineasta Trisha Ziff ans¨ªan que no quede en el olvido ante la arrebatadora personalidad de los protagonistas de esta odisea es el contexto mexicano. "Estos negativos tambi¨¦n hablan del recuerdo emocionado a un pa¨ªs, M¨¦xico, que abri¨® sus puertas a los exiliados espa?oles de la Guerra Civil. Ahora ese contexto permanece casi invisible. Mi documental, que estar¨¢ acabado a principios del a?o que viene, intenta ahondar sobre asuntos como este", explica Trisha Ziff. "Y sobre c¨®mo, mientras abr¨ªamos las cajas de la maleta mexicana, otras personas que quer¨ªan restablecer la memoria de sus antepasados abr¨ªan fosas en Espa?a". Para Villoro, "adem¨¢s de la recuperaci¨®n de obras de tres estrellas de la fotograf¨ªa, debemos recordar el exilio de muchos republicanos que encontraron la solidaridad de un pa¨ªs". Bien lo sabe Villoro, hijo de barcelon¨¦s expatriado en M¨¦xico por la Guerra Civil. Y Trisha, que tuvo un hijo con el fot¨®grafo Pedro Meyer, descendiente de republicanos exiliados en M¨¦xico.

Villoro todav¨ªa mantiene la curiosidad por investigar los flecos que han quedado sueltos en este enredo. Pero prefiere otorgar distancia y detenerse en otras cuestiones interesantes: "?A qui¨¦n pertenece una fotograf¨ªa? ?A quien la toma, a quien la salva, a quien la ve...?". Trisha Ziff invita desde M¨¦xico a una ¨²ltima reflexi¨®n: "?A qui¨¦n pertenece la historia?". P

Cuando se han rebasado siete d¨¦cadas de su comienzo como rebeli¨®n militar contra la Rep¨²blica, la guerra de Espa?a sigue despertando la misma fascinaci¨®n que movi¨® a tantos escritores, periodistas y fot¨®grafos a tomar las plumas o las Leicas para dejar testimonio de lo que viv¨ªan. No ha habido guerra que haya generado m¨¢s cantidad de im¨¢genes memorables, de grandes reportajes, de vibrantes transmisiones radiof¨®nicas, de folletos, carteles, discursos, novelas, poes¨ªas. Fue una enorme masa de pel¨ªculas, de fotos, de papel impreso con una pregunta de fondo: ?c¨®mo es posible?

La rebeli¨®n militar y la resistencia armada, dejadas a sus propias fuerzas, habr¨ªan terminado quiz¨¢ en una gran matanza de la que los espa?oles hubieran tenido que salir, agotadas todas sus reservas a finales de 1936, bajo la tutela de la Sociedad de Naciones. Habr¨ªa quedado as¨ª, para la memoria, como el ¨²ltimo estallido de barbarie de un pa¨ªs que ya hab¨ªa dado ejemplo, en todo el siglo XIX, de una inagotable crueldad: "Son unos b¨¢rbaros", dijo un diplom¨¢tico del Vaticano al embajador de Francia, refiri¨¦ndose al terror desatado en las dos zonas en que se rompi¨® el territorio de la Rep¨²blica.

Pero ese probable destino de una naci¨®n que, como escrib¨ªa Francisco Ayala, no contaba para mucho en el mundo, qued¨® torcido desde las primeras semanas por la aviaci¨®n, las tropas y las armas enviadas a los rebeldes por Alemania e Italia y la posterior intervenci¨®n sovi¨¦tica ante el abandono de la Rep¨²blica por las potencias democr¨¢ticas. A partir de ah¨ª, lo que se ventilaba no era s¨®lo una guerra antigua, de religi¨®n y de naci¨®n, una lucha de clases por las armas; a partir de ah¨ª la guerra de Espa?a comenz¨® a ser una guerra europea en miniatura, un campo de pruebas de la guerra que se cern¨ªa de nuevo sobre Europa.

Fue esta secuencia del terror cara a cara al terror ca¨ªdo del cielo, de guerra de fusiles y ca?ones a guerra de tanques y aviones, lo que mantuvo durante meses y meses a la guerra de Espa?a en las p¨¢ginas de todas las revistas ilustradas: Life, Match, Vu, Regards, L'Illustration. Es una guerra fotog¨¦nica, se dijo de ella: a las im¨¢genes de muertos amontonados en cunetas, de estatuas decapitadas, de campesinos cayendo como abrazando la tierra siguieron las de paisanos destrozados en las calles, tanques despanzurrados, pueblos y ciudades arrasados, desfiles militares, obispos brazo en alto. Fue la ¨²ltima guerra por las grandes causas: por la religi¨®n, por el fascismo, por el socialismo, por el antifascismo, por la revoluci¨®n. Cruce de todos los conflictos, los podridos ya por el tiempo y los a¨²n no llegados a saz¨®n.

Ahora, cuando las grandes ideas han agotado su caudal de muerte y destrucci¨®n, aquella guerra antigua en la que comenzaron a solventarse conflictos modernos sigue mostrando, en el cine, en la literatura, en las fotos de sus muertos sin enterrar, su inagotable capacidad de fascinaci¨®n con id¨¦ntica pregunta al fondo: ?c¨®mo fue posible? Y es entonces el momento de contar otra vez la misma historia revolviendo las viejas fotograf¨ªas.

H

fascinados

por la guerra

Por Santos Juli¨¢

DETR?S DE LOS MILICIANOS

Por Jorge M. Reverte

Robert Capa era un hombre joven, aventurero, que se implicaba en los conflictos que cubr¨ªa con su c¨¢mara Leica. En la guerra de Espa?a alcanz¨® su madurez profesional. T¨¦cnicamente ya era bueno, muy bueno. Pero no lo era desde el punto de vista profesional hasta que la guerra dej¨® de ser un teatro y se le present¨® como una tragedia.

La batalla del Segre, en el verano-oto?o de 1938, fue, junto con su viaje a China para cubrir la invasi¨®n japonesa, el momento en que su labor se llen¨® de decencia y serenidad. Atr¨¢s qued¨® el torpe, pero muy eficaz para su carrera, montaje de Lopera, con el miliciano tomado desde delante mientras ca¨ªa, falsamente, v¨ªctima de las balas franquistas. Un montaje que sirvi¨® hasta fechas muy recientes para darle fama universal. Un montaje que desarbol¨® un periodista espa?ol, Ernest Al¨®s.

El Segre fue una larga sucesi¨®n de batallas que tuvieron un car¨¢cter secundario desde su concepci¨®n, como frente vivo que sostuviera el esfuerzo principal de la batalla del Ebro. Secundario s¨®lo en eso, porque su envergadura y su coste en vidas fue enorme.

El d¨ªa 5 de noviembre de 1938, Ernest Hemingway, Herbert Matthews y Capa cruzaron juntos en una barca hasta Mora de Ebro para entrevistar a Enrique L¨ªster. El teniente coronel miliciano les despach¨® de nuevo a la otra orilla, porque la situaci¨®n era dura. Los hombres cambiaron su itinerario. Unos, a Barcelona; otros, al Segre, donde otro jefe de milicias comunista, Etelvino Vega, comandaba una ofensiva sobre L¨¦rida con el objetivo inmediato de liquidar la cabeza de puente franquista en Ser¨®s. Capa lleg¨® all¨ª y comenz¨® a disparar su c¨¢mara sobre los milicianos que atacaban. Lo hac¨ªa desde el punto de vista de la l¨®gica y la verosimilitud: desde atr¨¢s.

El d¨ªa 9 hizo una de las mejores fotos de su vida, la que muestra a un miliciano mientras revienta por la explosi¨®n de una bomba. Fue un acto fortuito que coincidiera la explosi¨®n con la activaci¨®n de la c¨¢mara. Pero no se habr¨ªa producido si no hubiera estado all¨ª haciendo fotos sin parar el h¨²ngaro de la agencia Magnum.

Al d¨ªa siguiente, el 10 de noviembre, Capa celebraba junto con Matthews, Hemingway y un escritor americano voluntario en las Brigadas Internacionales, Alvah Bessie, alg¨²n acontecimiento privado. Fue un ¨¢gape de lujo, en el hotel Majestic. Los periodistas hab¨ªan estado una semana en el frente, y Capa iba a despachar sus fotos a la agencia, que las vender¨ªa a la revista americana Picture Post.

El d¨ªa 3 de diciembre de 1938 se public¨® la instant¨¢nea. El pie dec¨ªa: "Mientras nuestro fot¨®grafo apretaba el obturador, un proyectil estallaba a veinte pasos de distancia y la tierra se estremec¨ªa con la explosi¨®n. Casi se puede oler la p¨®lvora en esta foto". La revista no dud¨® en calificarle desde ese d¨ªa como el mejor fot¨®grafo de guerra del mundo.

Se qued¨® con el t¨ªtulo hasta su muerte.

Medio hombre, media mujer y todo el horror

Por Benjam¨ªn Prado

Robert Capa era medio hombre y media mujer, a veces un solo artista y a veces dos distintos. El 50% del fot¨®grafo al que conocemos por ese nombre falso se llamaba en realidad Ern? Friedmann, no era norteamericano como hizo creer a muchos, sino h¨²ngaro, y esa identidad se la inventaron ¨¦l y su novia, la alemana Gerda Taro, nada m¨¢s conocerse en Francia, donde los dos hab¨ªan ido huyendo del nazismo, para lograr vender sus obras con menos problemas: todo es m¨¢s f¨¢cil cuando te avala Estados Unidos. El seud¨®nimo fue un atajo para ellos, pero es un laberinto para nosotros, porque hace pr¨¢cticamente imposible descubrir qui¨¦n de los dos tom¨® algunas de sus im¨¢genes m¨¢s famosas, por ejemplo la del miliciano abatido en C¨®rdoba durante la guerra civil espa?ola, que mientras cae no puede responder a tantas preguntas: ?Esta escena es real o fue un montaje? ?Eres el anarquista que dicen que fuiste o eres otra persona? ?Qui¨¦n dispar¨® su c¨¢mara, Gerda o Ern?? Todo eso es interesante, pero no importante: en la literatura y en cualquier otro tipo de arte que merezca la pena, lo que importa no es lo que las cosas son, sino lo que simbolizan, y esa ley sirve para las fotos de los Capa y para el Guernica, del que a nadie se le ocurrir¨ªa preguntar a qu¨¦ especie pertenec¨ªa el toro que pint¨® Picasso o si lo que hay en el centro del ¨®leo es una yegua o un caballo.

Lo trascendente del trabajo que Gerda y Ern? llevaron a cabo en Espa?a no son los personajes, sino el drama, y el hecho de que aquellos sean por lo general seres an¨®nimos le da una dimensi¨®n mayor a la obra que tuvieron que interpretar a la fuerza: al mirarlos, no vemos a un h¨¦roe, sino el valor; no vemos un cad¨¢ver, sino la muerte; no vemos a unos vencidos, sino la derrota. Las secuencias de esa derrota que se conoc¨ªan y las que han aparecido en la c¨¦lebre maleta de Robert Capa que se encontr¨® hace un par de a?os y que conten¨ªa numerosos negativos de instant¨¢neas tomadas mientras se produc¨ªa la retirada del ej¨¦rcito republicano muestran una desolaci¨®n que, como la c¨¦lebre navaja de Luis Bu?uel, corta por la mitad los ojos de quien las observa. Es dif¨ªcil retratar con tanta profundidad el abatimiento y la desesperanza, y si Ern? lo consigui¨®, indudablemente a solas porque para entonces ¨¦l ya era todo Robert Capa, tal vez fuera porque aquel dolor de otros era su autobiograf¨ªa: Gerda hab¨ªa muerto en el frente de batalla, en julio de 1937, al caer de un coche desde el que fotografiaba a las tropas y ser arrollada por un tanque.

El Guernica no es un cuadro sobre un solo bombardeo y una sola ciudad, ni las fotograf¨ªas de Robert Capa hablan de un solo ej¨¦rcito vencido y de una sola hu¨ªda. Lo que las hace ¨²nicas es que son nada m¨¢s que un ejemplo, porque su poder es el de representar el horror de todas las guerras. La madre con la maleta al hombro y el ni?o agarrado de la falda; la que mira al cielo temiendo que lluevan las balas; la que llora vestida de negro al marido muerto en medio de la calle; los chicos que juegan a fusilar a otros chicos y en este caso los miles de pr¨®fugos en busca de una frontera que los salvase de los asesinos... No necesitamos saber sus nombres y sus apellidos, ni si los fotografi¨® un hombre, una mujer o las dos cosas. Son los perdedores, pero sobre todo son la p¨¦rdida. En sus rostros se puede leer todo lo que les ha pasado y todo lo que les espera.