"No hace falta que quieras al otro, pero matarlo es una aberraci¨®n"
La memoria es un privilegio y, a veces, tambi¨¦n un deber. Hans Keilson (Bad Freienwalde, 1909), dos veces m¨¦dico por culpa de la Segunda Guerra Mundial y jubilado reciente a punto de cumplir 101 a?os, la conserva intacta en ambas modalidades. Le gusta recordar su ¨¦poca musical, cuando tocaba a la trompeta en los bailes de Berl¨ªn cosas como Adi¨®s muchachos, compa?eros de mi vida... que a¨²n tararea sin desafinar. Pero no olvida que el placer de las notas no era inocente. En 1934, el reci¨¦n estrenado poder nazi le impidi¨® ejercer en su Alemania natal por ser jud¨ªo y tuvo que ganarse la vida de otro modo. Se hizo m¨²sico y profesor de Educaci¨®n F¨ªsica en escuelas jud¨ªas. Dos a?os despu¨¦s, y con una primera novela censurada por las autoridades, sigui¨® el consejo de su editor germano, Samuel Fischer. Le conmin¨® a abandonar el pa¨ªs porque tem¨ªa "lo peor", y el joven Keilson se march¨® a Holanda. Poco antes hab¨ªa emigrado la que ser¨ªa su primera esposa, Gertrud Manz, una graf¨®loga cat¨®lica. Ella hab¨ªa tenido otra premonici¨®n. "Este hombre incendiar¨¢ el mundo", le asegur¨®, al examinar la escritura de Adolf Hitler. En su pa¨ªs no les dejaron casarse. Los holandeses tampoco, por ser extranjeros. Debieron esperar al fin de la guerra.
"Cuando me hablan de justo reconocimiento de mi obra, siempre digo que justicia ser¨ªa que mis padres no hubieran muerto en Auschwitz"
Sentado en el sal¨®n de su casa de Bussum, un peque?o pueblo cerca de ?msterdam, el escritor lo recuerda todo con voz queda. Le fallan el o¨ªdo y la vista, y lo advierte con una sonrisa c¨®mplice. Enseguida queda claro por qu¨¦. Su edad impresiona. Sus recuerdos abruman. Y su memoria, l¨²cida y m¨¢s extensa que el siglo XX, es la de una era convulsa marcada en Europa por "el odio como raz¨®n de Estado". "Una forma de autodestrucci¨®n que no se volver¨¢ a repetir. Siempre habr¨¢ locos que proyecten sus problemas en los otros por miedo. Pero los nazis se aniquilaron solos". Despacio, con suavidad y una sencillez desarmante, regresa al pasado atroz que ha vertebrado su trabajo como psicoanalista y psiquiatra infantil. "A pesar de las dificultades econ¨®micas y sociales, y de los peligros, en Holanda empec¨¦ un libro esencial que acabar¨ªa despu¨¦s de la guerra. Una obra que supuso una enorme liberaci¨®n al lograr plasmar en palabras lo que sent¨ªa".
Se refiere a La muerte del adversario, cuya edici¨®n espa?ola (Min¨²scula) tiene en el dormitorio del piso de arriba. Iniciada en 1940, poco antes de la ocupaci¨®n nazi, la escondi¨® sin terminar en el jard¨ªn de su casa holandesa. Solo despu¨¦s de la contienda pudo reanudarla. En los a?os que pasaron hasta entonces, tuvo a su hija mayor, eludi¨® a sus perseguidores, particip¨® en la Resistencia holandesa y entr¨® en el traum¨¢tico mundo de los ni?os jud¨ªos escondidos por familias de acogida. Unos peque?os a los que visitaba gracias a un pasaporte falso, y a su discreci¨®n cuando viajaba en tren por el pa¨ªs. "Mi primer visado era una copia tan mala que se notaba a simple vista. Con el otro, ning¨²n agente not¨® nada raro". En cuanto llegaba a las casas asignadas, escuchaba con atenci¨®n las penas de los hijos. En ocasiones, tambi¨¦n a los progenitores huidos. "A los cuatro a?os las ra¨ªces echadas se afianzan. Lo mismo ocurre con el yo y la personalidad. Perder a los padres entonces es dram¨¢tico".
Con el tiempo, la experiencia as¨ª ganada le servir¨ªa para doctorarse y acu?ar un nuevo t¨¦rmino. Obligado a estudiar por segunda vez Medicina al no reconocer las autoridades holandesas su t¨ªtulo germano, repas¨® los casos tratados durante la contienda. Vio que los ni?os ten¨ªan una forma singular de choque emocional que llam¨® traumatizaci¨®n secuencial o trauma psicosocial del Holocausto. Su punto de partida, que result¨® innovador y sent¨® c¨¢tedra, es la situaci¨®n vivida con posterioridad a la tragedia inicial de la guerra. Desde ese observatorio, ¨¦l cifra la posibilidad de que los ni?os tengan una vida satisfactoria en el grado de apoyo y seguridad brindados por los hogares adoptivos. El fen¨®meno figura en toda la literatura especializada, y solo por eso, Keilson habr¨ªa pasado ya a la posteridad. Sin embargo, su agitada biograf¨ªa dio a¨²n varias vueltas m¨¢s.
"Tomemos un poco de t¨¦ con estas ricas magdalenas", dice sonriente, poco despu¨¦s de que su segunda esposa, la cr¨ªtica literaria Marita Keilson-Lauritz, madre de su otra hija, se acerque a preguntarle si todo va bien. La tarde es luminosa y el verano holand¨¦s se despide con estilo en Bussum. Los jardines est¨¢n a¨²n en flor y la calle donde reside el psicoanalista, en ejercicio hasta hace cuatro a?os, rebosa de lilas y de un halo verde que empieza a amarillear. Sobre el timbre de la puerta a¨²n figura la nota donde explica que los pacientes deb¨ªan pulsarlo dos veces para anunciarse. "Aqu¨ª disfrutamos de mucha privacidad", reconoce su mujer, que desvela gustosa el origen de una original y vistosa miniatura expuesta en una vitrina. "La hizo la madre de un paciente. La familia ten¨ªa un negocio de tejidos, y reprodujo esta tienda con todos sus detalles". Luego se marcha d¨¢ndole una palmadita en la espalda. Y regresan los recuerdos.
"Mi padre ten¨ªa un hermano m¨¦dico y lo natural hubiera sido que yo heredara su consulta. Sin embargo, siempre pens¨¦ que algo me lo impedir¨ªa. Aunque nunca pude imaginar lo que pas¨®". Otro episodio avanza el horror posterior. Es el momento en que sus compa?eros de la escuela secundaria, en Alemania, se negaron a comentar un poema de Heinrich Heine que hab¨ªa le¨ªdo. Jud¨ªo de origen, el ¨²ltimo gran poeta del romanticismo "no les pareci¨® digno de ser alem¨¢n; fue un aviso temprano de lo que se avecinaba". Su primera esposa, que falleci¨®, acab¨® convirti¨¦ndose al juda¨ªsmo. "Era tan cr¨ªtica con los nazis como yo, y se desilusion¨® con la actitud del Vaticano". Se refiere a la pol¨¦mica actitud del entonces papa, P¨ªo XII, sobre su verdadero conocimiento de los cr¨ªmenes nazis durante la contienda. Es verdad que el pont¨ªfice apoy¨® a miles de jud¨ªos proporcionando actas bautismales falsas. Pero tambi¨¦n lo es su af¨¢n por conservar la presencia cat¨®lica en la Alemania del III Reich, al margen de la situaci¨®n b¨¦lica. "Pareciera que Stalin era m¨¢s condenable que Hitler, y ella se apart¨® de su Iglesia".
Los episodios que desgrana en voz alta llegan por fin a la esencia de su libro: la profundidad del odio y la fascinaci¨®n de la v¨ªctima por el adversario. Un espejismo esto ¨²ltimo, que obliga al jud¨ªo a pasar de la falsa sensaci¨®n de seguridad, a comprender, tarde, la naturaleza asesina del l¨ªder. Hitler, por supuesto. "Mi padre hab¨ªa sido condecorado en la Primera Guerra Mundial. Era un alem¨¢n como los dem¨¢s y no pudo creer que le fueran a perseguir. Alemania ten¨ªa entonces cultura musical y literaria, pero no pol¨ªtica. Y esa es la ¨²nica que arroja otra luz sobre la realidad. No hace falta que quieras al otro, pero matarlo es una aberraci¨®n. Ello explicar¨ªa la falta de reacci¨®n inicial de los jud¨ªos ante los nazis. Cuando me hablan de justo reconocimiento de mi obra, siempre digo que justicia ser¨ªa que mis padres no hubieran muerto en Auschwitz". Los Keilson se reunieron con su hijo en Holanda, pero ya mayores y sin caudales, acabaron siendo arrestados y deportados.
As¨ª explicado, se entiende que La muerte del adversario no fuera aceptada de buen grado en 1959 en su edici¨®n alemana. "No se entendi¨® que un jud¨ªo escribiera honestamente sobre el enemigo. Para m¨ª, lo importante es que tuvo un enorme impacto moral. Hablo de nazis y jud¨ªos, pero no los identifico como tales en ning¨²n momento. La obra puede aplicarse a cualquiera. Debo decir que en Alemania ahora es distinto. Han aprendido mucho de lo ocurrido. No ha sido f¨¢cil. Cerraron los ojos con los nazis. Pero claro, una sociedad sin cr¨ªtica se muere. Mire los propios nazis: desaparecieron". Rodeado de libros, de cuadros y tambi¨¦n del presente, subrayado por las fotos de sus hijas y tres nietas, Hans Keilson se?ala convencido que es m¨¦dico, no pol¨ªtico. A pesar de ello, no se resiste a opinar. "Veo los problemas y soy muy cr¨ªtico con el conflicto entre palestinos e israel¨ªes. Espero que hablen. La muerte no es buena consejera. Por ning¨²n lado. Lo que est¨¢ pasando es absurdo, e Israel sabe que se le enjuicia".
El t¨¦ casi se enfr¨ªa y se recuesta en el sill¨®n. De repente, pregunta a su interlocutor si le gusta la m¨²sica, y dice que ha desempe?ado un papel esencial en su vida. Como su trabajo, que ha sido escuchar a sus pacientes y brindarles su tiempo. "Escuchar es la base de toda terapia. Eso, y tomar en serio al paciente. Me alegra el reconocimiento actual del libro, pero no lo escrib¨ª para triunfar. Lo importante para m¨ª era formularlo. Las que s¨ª disfrutan con el revuelo de las traducciones son mis hijas. Est¨¢n muy orgullosas, y eso me complace". El redescubrimiento de su obra ha llegado con una elogiosa cr¨ªtica firmada en The New York Times por la novelista estadounidense Francine Prose. Un suceso que le asombra y divierte por igual. "Ya tuve buenas cr¨ªticas en 1962 con el libro en Estados Unidos. Lo de ahora es curioso, s¨ª. Pero yo ya me conozco a estas alturas. Tengo la mochila llena".
La lucidez no le abandona y la merienda podr¨ªa alargarse, pero al d¨ªa siguiente sale de viaje con Marita. Sereno, formula lo m¨¢s parecido a un deseo. "El siglo XX ha sido dif¨ªcil. Tal vez en el XXI, con sus muchos problemas, se pueda trabajar mejor. Espero que la gente que est¨¢ en el poder tenga cuidado y respete a los otros. Que vea su importancia". Es la despedida y declina amable la ayuda para levantarse. Es "su peque?a gimnasia" y la cumple. Tiende la mano, espera en pie hasta el final y dice risue?o: "Lo he pasado muy bien". El camino de vuelta a la estaci¨®n de tren lo llenan las risas de ni?os jugando a perseguirse en bicicleta. La infancia dolorida de anta?o le ayud¨® a formarse como psicoanalista. La m¨²sica le ha sostenido. Y la literatura le ha dado libertad moral. Ha sido un placer.
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