El rom¨¢ntico americano
El siglo XIX fue el siglo del paisaje. Apoy¨¢ndose en el pensamiento ilustrado, las ciencias, con personajes como Humboldt y Goethe a la cabeza, descubrieron el paisaje como objeto de estudio, mientras que la pintura lo tom¨® como su tema m¨¢s caracter¨ªstico. Una serie de circunstancias, como el asentamiento de la sociedad laica, el sentimiento rom¨¢ntico, la ascensi¨®n de la burgues¨ªa, el r¨¢pido crecimiento de las ciudades y la eclosi¨®n de los nacionalismos, permitieron que en Europa surgieran figuras, como Friedrich, Constable, Dahl, Corot, Turner, y grupos de artistas, como los de la Escuela de Barbizon o los impresionistas, que desde muy diferentes posiciones est¨¦ticas e ideol¨®gicas encontraron la manera de expresar, por medio del paisaje, sentimientos personales y estados emocionales. Obviamente, lo que suced¨ªa en Europa ten¨ªa una inmediata repercusi¨®n en las colonias, muy particularmente en los reci¨¦n nacidos Estados Unidos de Am¨¦rica, que, independizados de la corona brit¨¢nica, estaban buscando unas se?as de identidad nacional que permitieran cohesionar comunidades de individuos de muy diferente procedencia e ideolog¨ªa.
Los paisajes de Asher B. Durand.
Fundaci¨®n Juan March
Castell¨®, 77. Madrid
Hasta el 9 de enero de 2011.
En este contexto emerge la figura de Asher B. Durand (1796-1886), longevo personaje que fue, literalmente, testigo de todo un siglo. De formaci¨®n autodidacta, comenz¨® su carrera art¨ªstica como grabador, reproduciendo pinturas de otros artistas y trabajando para la industria de impresi¨®n de billetes de banco, antes de abrirse camino como retratista de algunas prominentes figuras pol¨ªticas de su pa¨ªs. En la d¨¦cada de los a?os treinta del siglo XIX, influido por Thomas Cole, se empez¨® a interesar por el paisaje, siendo uno de los fundadores de lo que se conoce como la Hudson River School. Con una visi¨®n rom¨¢ntica del mundo, estos artistas de la famosa escuela de paisajistas, ciudadanos de la pujante urbe de Nueva York, remontaban el r¨ªo Hudson, llegando hasta las monta?as Catskill, el desfiladero Delaware y el macizo monta?oso de Adirondack, donde recrearon estampas de una naturaleza idealizada y buc¨®lica. Se trata de una pintura ingenua, en el sentido de poco contaminada por las teor¨ªas de lo sublime, lo maravilloso o lo pintoresco generadas en la vieja Europa, que transcribe, desde la sorpresa del urbanita, las bellezas de unos valles y monta?as que constituyen los escenarios t¨®picos del Estado de Nueva York.
Pero la voluntad de conocer indujo a Durand, con 43 a?os, a realizar un viaje a Europa que inici¨® en 1840, un aut¨¦ntico grand tour de poco m¨¢s de un a?o de duraci¨®n por varios pa¨ªses, en el que tendr¨¢ ocasi¨®n de contemplar directamente la pintura de los viejos maestros, como Claudio de Lorena o Van Ruysdael, as¨ª como de dibujar paisajes de escenarios europeos. Al volver posee un conocimiento y una t¨¦cnica que pondr¨¢ al servicio de la pintura de paisaje por medio de la cual pretende fijar "las bellezas de mi propio y adorado pa¨ªs". Para ello realiz¨® frecuentes excursiones en las que dibuj¨® una amplia colecci¨®n de apuntes detallados de rocas, pe?as y, sobre todo, ¨¢rboles, tema que se convertir¨¢ en una obsesi¨®n. Su pintura, minuciosa y realista, no pretende ser expresi¨®n de pasiones personales, sino reflejo de un sentimiento muy rom¨¢ntico, el del incipiente nacionalismo.
Menos conocido que algunos de sus compa?eros de la Escuela del r¨ªo Hudson, como Albert Bierstad y Thomas Cole, su obra empez¨® a ser recuperada y estudiada en la d¨¦cada de 1960. La exposici¨®n que ahora se muestra en Madrid es la primera antol¨®gica que se le dedica en Europa. Para ello se han reunido nada menos que 140 obras, entre grabados, dibujos y pinturas; adem¨¢s se han editado en espa?ol sus Cartas sobre la pintura de paisaje, publicadas en 1855, un documento importante para conocer el ideario art¨ªstico de su ¨¦poca.
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