Mu?ecas otra vez
La escritora Natasha Walter se retracta de su teor¨ªa anterior: la igualdad de sexos no est¨¢ lograda. Cuando el papel de las mujeres empieza a ser m¨¢s relevante en la vida p¨²blica, ciertas empresas y expertos apuestan por el determinismo biol¨®gico para explicar las diferencias de g¨¦nero
Crec¨ª en una familia que, como muchas en los a?os setenta, estaba bastante de acuerdo con la m¨¢xima que enunci¨® elocuentemente Simone de Beauvoir en 1949: "No se nace mujer, se llega a serlo". Por lo tanto, mi madre se neg¨® a comprar Barbies a sus hijas; mi hermana y yo tuvimos un mont¨®n de Legos y coches de juguete. La lucha contra los estereotipos de g¨¦nero empezaba en casa. Estaba convencida de que, una generaci¨®n despu¨¦s, mi hija crecer¨ªa en un mundo mucho m¨¢s libre. Daba por hecho que el triunfo de la generaci¨®n de mi madre hab¨ªa hecho posible que la feminidad se hubiera convertido en una elecci¨®n en vez de en una trampa. Cre¨ªa que las ni?as ser¨ªan libres de ser hadas o princesas, del mismo modo que las mujeres adultas pod¨ªamos elegir adoptar determinados s¨ªmbolos de la feminidad que las feministas de los a?os sesenta hab¨ªan considerado opresores, como los tacones o el maquillaje.
Mi hija crece en un mundo que potencia valores medievales: las ni?as son princesas y los ni?os, luchadores
Hay expertos que trasladan a la cultura popular la idea de que la testosterona y la oxitocina lo explican todo
Ya en el siglo XIX se advert¨ªa a las mujeres que no estaban hechas para estudiar o esforzarse f¨ªsicamente
Lejos de cuestionarse c¨®mo contribuyen los factores sociales a crear diferencias de g¨¦nero, se cae en el fatalismo
Pero de pronto descubr¨ª que, casi sin que me hubiera dado cuenta, las puertas se hab¨ªan cerrado. Lo que se supon¨ªa que iba a ser la libertad de elegir algo rosa de vez en cuando parece haberse convertido en la obligaci¨®n de ahogarse en un oc¨¦ano rosa. Mi hija est¨¢ creciendo en un mundo que potencia valores medievales, en el que todas las ni?as son princesas y los ni?os, luchadores; en el que todas las ni?as llevan hadas y todos los ni?os, superh¨¦roes en los estuches del colegio. Esta involuci¨®n no solo afecta a los juguetes, sino que se extiende a las expectativas que se establecen sobre muchos otros aspectos del comportamiento infantil, como la ropa, el lenguaje, el aprendizaje o la manera de pelearse. Y lo que me resulta m¨¢s extra?o es que nadie se cuestiona esta vuelta a los valores tradicionales.
(...) Rosa para las ni?as, azul para los ni?os. Princesas y soldados. Ni?as t¨ªmidas y ni?os gru?ones. Ni?as buenas y ni?os agresivos. Eso es lo que queremos ver, y eso es lo que vemos. Aunque nuestros hijos no confirmen las expectativas, aunque la princesa pegue un pu?etazo y el soldado quiera charlar: los estereotipos nos impiden verlo. Y los prejuicios de los padres a menudo est¨¢n respaldados por las divisiones de g¨¦nero cada vez m¨¢s marcadas que las empresas jugueteras aplican a sus campa?as de marketing, as¨ª que nuestros hijos crecen viendo que las cocinas de juguete que se venden en los grandes almacenes Marks and Spencer llevan una etiqueta que pone "Mam¨¢ y Yo", y la de las cajas de herramientas y los taladros de juguete pone "Pap¨¢ y Yo". En la p¨¢gina web de las farmacias Boots se pueden encontrar todos los maravillosos art¨ªculos del Museo de la Ciencia, incluido un juego para mandar mensajes cifrados, pero todos est¨¢n en la secci¨®n de "juguetes para ni?os". (...) Por supuesto que no es ning¨²n problema el que las ni?as sue?en con ser sirenitas de voz dulce o con asistir a un baile con un tut¨² plateado. Jam¨¢s querr¨ªa privar a las ni?as de ese placer, siempre que no todas est¨¦n obligadas a so?ar lo mismo, siempre que eso no sea lo ¨²nico que se espera de ellas, y siempre que no se considere que los ni?os varones se contaminar¨¢n si se les ocurre escoger una varita m¨¢gica de color rosa. Pero ahora mismo se suele asumir que todos los ni?os tienen que responder a determinadas expectativas. Por ejemplo, en 2003, Mattel lanz¨® Ello, un juego de construcci¨®n de colores pastel y formas redondeadas para ni?as que compet¨ªa con Lego y Duplo, solo que "espec¨ªficamente dise?ado para ni?as". El psic¨®logo de Mattel, el doctor Michael Shore, explicaba por qu¨¦ las ni?as necesitaban un juego de construcci¨®n especial: "La construcci¨®n est¨¢ asociada a patrones masculinos de juego, pero las ni?as tambi¨¦n tienen determinadas maneras de construir. Las ni?as construyen personajes e historias cuando juegan a las mu?ecas. El sistema de construcci¨®n Ello est¨¢ pensado para estimular los juegos de rol y la creaci¨®n de historias de las ni?as".
Igualmente, aunque siempre ha habido cuentos para ni?as y cuentos para ni?os, en esta generaci¨®n esa divisi¨®n se ha vuelto a¨²n m¨¢s marcada. Ahora, en la secci¨®n infantil de cualquier librer¨ªa se ve un mont¨®n de estanter¨ªas con libros dirigidos exclusivamente a las ni?as peque?as: todos tienen las portadas rosa llenas de purpurina y tratan de hadas y princesas, del ballet y del teatro. Sus argumentos son incre¨ªblemente repetitivos, basados siempre en la feminidad de sus peque?as lectoras.
(...) No estoy diciendo que, en general, no haya diferencias entre lo que prefieren los ni?os y las ni?as, ni que esas diferencias desaparecer¨ªan por completo si ni?os y ni?as fueran completamente libres en un mundo totalmente igualitario. Hagan lo que hagan los padres, y por mucho que cambiemos la sociedad, puede que nunca veamos al mismo porcentaje de ni?os y ni?as elegir voluntariamente jugar al f¨²tbol o con mu?ecas. Pero las expectativas que depositamos en nuestros hijos, en esta generaci¨®n, no les est¨¢n permitiendo desarrollar su verdadera individualidad, su verdadera flexibilidad.
Los padres que piensan que sus hijos encajan bien en las divisiones de g¨¦nero tradicionales no suelen sentir la necesidad de preguntarse por qu¨¦ en las habitaciones de sus hijas todo es de color rosa y en los guardarropas de sus hijos varones se repiten sin tregua el color caqui y el azul marino; no se preguntan por qu¨¦ en las camisetas de sus hijas pone Princess in training (aprendiz de princesa) y en las de sus hijos 100 per cent lazy (cien por cien vago). Pero otros padres no est¨¢n nada c¨®modos con estos entornos rosa y azul tan artificiales y limitados que nuestra cultura construye para sus hijos en funci¨®n de su sexo.
(...) Las explicaciones biol¨®gicas de la diferencia en los juegos y el aprendizaje de ni?os y ni?as se han vuelto ubicuas en el mundo de la educaci¨®n. Por ejemplo, una especialista en pedagog¨ªa que public¨® en 2004 un libro sobre la igualdad de g¨¦nero se encontr¨® con que los directores de los colegios afirmaban categ¨®ricamente: "Se dir¨ªa que tiene que haber algo neurol¨®gico, puesto que la gente se ha esforzado mucho, como bien sabe, en cambiar las cosas con sus propias hijas, en asegurarse de que jueguen con trenes". Estos profesores cre¨ªan que se hab¨ªa intentado aplicar la educaci¨®n no sexista, o la igualdad de oportunidades, y que se hab¨ªa comprobado que no funcionaba. "Simplemente, ya no se hace", dijo una. "Yo antes pensaba que se pod¨ªa conseguir la igualdad de oportunidades". La misma idea est¨¢ presente en el trabajo de un popular experto en cuidado infantil, Steve Biddulph, que ha escrito: "Durante treinta a?os estuvo de moda negar la masculinidad y afirmar que los ni?os y las ni?as, en realidad, eran exactamente iguales. Las ¨²ltimas investigaciones han servido para confirmar lo que los padres ya intu¨ªan, que los chicos son distintos". La causa de esta diferencia, dice, radica en "el poderoso efecto de las hormonas masculinas" y "la vulnerabilidad del cerebro de los ni?os varones".
Este inter¨¦s por la biolog¨ªa (la referencia a "algo neurol¨®gico" o al "efecto de las hormonas masculinas") como explicaci¨®n de las diferencias entre ni?os y ni?as hace que mucha gente, lejos de cuestionarse c¨®mo contribuyen los factores sociales a crear esas diferencias y qu¨¦ se puede hacer para reducirlas, se refugie en el fatalismo ante su naturaleza innata e inevitable. As¨ª que padres y profesores se ven abocados a cerrar los ojos ante la influencia del marketing, del ejemplo familiar o de la presi¨®n de los compa?eros en el comportamiento de sus hijos. Por el contrario, se nos hace creer que la feminidad y la masculinidad estereotipada que estamos inculcando a los ni?os es la consecuencia natural de su biolog¨ªa.
(...) Es extra?o que haya tanta gente que de pronto ha adoptado sin cuestionarla la idea de que las diferencias se deben a la biolog¨ªa. Ni hemos conseguido crear el mundo igualitario con el que so?aba Simone de Beauvoir ni los ni?os y ni?as han dejado de recibir presiones para adaptarse a los roles tradicionales, as¨ª que lo l¨®gico ser¨ªa que siguiera abierto el debate sobre si las diferencias son innatas, si se deben a factores sociales o bien, lo que parece m¨¢s probable, consisten en una combinaci¨®n complicada y cambiante de respuestas innatas y aprendidas. Pero ahora o¨ªmos decir constantemente que la cuesti¨®n est¨¢ cerrada, y que la naturaleza ha ganado por goleada.
Se supone que esta moda del determinismo biol¨®gico est¨¢ avalada por los descubrimientos cient¨ªficos m¨¢s recientes. Durante los ¨²ltimos a?os ha habido una avalancha de estudios sobre las posibles bases biol¨®gicas de la diferencia de sexos en todos los campos, desde la psicolog¨ªa a la ling¨¹¨ªstica o la neurobiolog¨ªa, y los medios han reflejado con entusiasmo todos aquellos cuyas conclusiones respaldan la existencia de causas biol¨®gicas.
(...) El nuevo determinismo resultar¨ªa bastante inofensivo si no pretendiera nada m¨¢s que explicar la preferencia por el rosa o el azul. Pero las explicaciones biol¨®gicas se usan para reforzar las expectativas del comportamiento infantil, y tambi¨¦n adulto, en muchos aspectos. Las mismas creencias acerca de las diferencias gen¨¦ticas hormonales justifican que se esperen comportamientos persistentemente distintos entre hombres y mujeres tanto en cuestiones insignificantes como en otras cruciales, desde la disposici¨®n a tomar una baja por paternidad o maternidad hasta la habilidad para aparcar, desde el deseo de presentarse a las elecciones hasta la capacidad para recordar una discusi¨®n.
En los ¨²ltimos a?os, ciertos cient¨ªficos han trasladado a la cultura popular estas explicaciones biol¨®gicas de las diferencias entre hombres y mujeres adultos. Simon Baron-Cohen es un respetado investigador, catedr¨¢tico de psicopatolog¨ªa del desarrollo en la Universidad de Cambridge, cuyo influyente libro La gran diferencia ha fortalecido este tipo de argumentos. En ¨¦l defiende que las mujeres invierten m¨¢s esfuerzo en sus relaciones sociales, mientras que a los hombres les interesan los sistemas. Se sirve de an¨¦cdotas que juegan con los estereotipos: "Una mujer puede iniciar una conversaci¨®n con una amiga diciendo, por ejemplo: 'Me encanta tu vestido, tienes que decirme d¨®nde lo compraste. Est¨¢s guap¨ªsima, te queda fenomenal con el bolso'. Entre dos hombres, la maniobra de apertura ser¨ªa esta: '?C¨®mo estaba el tr¨¢fico en la M11? Yo suelo ir por la A1M, por Royston y Baldock se ahorra mucho tiempo, sobre todo ahora que est¨¢n en obras detr¨¢s de Stansted'". Explica estas diferencias en funci¨®n de los genes y las hormonas: "Todas las pruebas nos conducen en la misma direcci¨®n: la sospecha de que la testosterona (especialmente en las fases tempranas del desarrollo) afecta al cerebro y, por tanto, al comportamiento". En general, la tesis de Baron-Cohen es que "el cerebro femenino est¨¢ configurado para la empat¨ªa. El cerebro masculino est¨¢ predominantemente configurado para la comprensi¨®n y construcci¨®n de sistemas".
Hay muchos m¨¢s cient¨ªficos que, como Baron-Cohen, han trasladado a la cultura popular sus ideas acerca de la necesidad de prestar m¨¢s atenci¨®n a los factores biol¨®gicos a la hora de discutir las diferencias de g¨¦nero. Por ejemplo, el famoso psic¨®logo Steven Pinker escribi¨® en su ¨¦xito de ventas La tabla rasa que, del mismo modo que las ni?as juegan m¨¢s a las mam¨¢s y a adoptar roles sociales y los ni?os a pelearse, perseguirse y manipular objetos, las mujeres invierten m¨¢s energ¨ªa en su vida afectiva y los hombres compiten entre s¨ª recurriendo a la violencia o los logros profesionales. Argumenta que probablemente sea la biolog¨ªa, y no el entorno social, lo que subyace a estas diferencias. Otros autores han pasado tambi¨¦n del ¨¢mbito acad¨¦mico al comercial con sus escritos sobre el tema, como la neuropsiquiatra Louann Brizendine, en cuyo libro El cerebro femenino se explica que una mujer "suele entender los sentimientos de los dem¨¢s, mientras que un hombre parece incapaz de detectar una emoci¨®n a menos que alguien empiece a llorar o amenace con ejercer alg¨²n tipo de violencia f¨ªsica"; o Susan Pinker, psic¨®loga, que en su libro La paradoja sexual explica que las mujeres abandonen el mundo profesional al llegar a los puestos m¨¢s altos o que los hombres sean capaces de triunfar contra todo pron¨®stico en funci¨®n de sus respectivos niveles de oxitocina y testosterona.
(...) Es digno de notar que esta tendencia a insistir en que la igualdad entre hombres y mujeres est¨¢ limitada por condicionantes biol¨®gicos imposibles de obviar aparece justo en el momento en que las mujeres ocupan un papel cada vez m¨¢s relevante y variado en la vida p¨²blica y los hombres empiezan a animarse a adoptar en los hogares lo que antes se consideraba el papel femenino. (...) Aunque pueda haber peque?as diferencias generales en la capacidad intelectual y emocional de cada sexo, no tiene sentido afirmar que se trata de certezas que afectan a todos (ni siquiera a casi todos) los hombres y mujeres, pero gran parte del trabajo que se realiza actualmente sobre estas diferencias no nos ofrece nada m¨¢s que estereotipos, en vez de mostrar la verdadera variabilidad de hombres y mujeres. (...) Para quienes suscriben el discurso del determinismo biol¨®gico, el mundo contempor¨¢neo encaja muy bien con las aptitudes innatas de hombres y mujeres. No produce insatisfacci¨®n ni frustraci¨®n, no hay ninguna contradicci¨®n entre nuestros deseos y nuestra situaci¨®n. Todas las desigualdades que vivimos se explican gracias a la distinta configuraci¨®n gen¨¦tica y hormonal de hombres y mujeres: si las mujeres ganan menos, si los hombres tienen m¨¢s poder, si las mujeres asumen m¨¢s trabajo dom¨¦stico o si los hombres tienen m¨¢s reconocimiento social se debe simplemente a que as¨ª son las cosas. El determinismo biol¨®gico del siglo XXI funciona en este sentido exactamente igual que el del siglo XIX, que advert¨ªa a las mujeres que aspiraban al cambio que no estaban hechas para estudiar o esforzarse f¨ªsicamente.
Mu?ecas vivientes. El regreso del sexismo, de Natasha Walter. Traducci¨®n de Mar¨ªa ?lvarez Rilla. Ediciones Turner. Precio: 24 euros. Se publica el 18 de octubre.
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