Miguel R¨ªos. Hasta la vista
Los gritos del p¨²blico no dejan pensar. Miguel R¨ªos, tres pelda?os por debajo del escenario de un Palacio de los Deportes de Granada en penumbra, gasta un aire de concentraci¨®n. Hace estiramientos. A un lado. A otro. Empieza a sonar Memorias de la carretera, donde se dice aquello de "tener por bandera una banda rockera / y un buen botiqu¨ªn contra la ronquera / brindar por los sue?os de mi alma viajera / cantarles memorias de la carretera". Su sobrino y miembro del equipo m¨¢s cercano del cantante, Nacho Montoro, posa una mano sobre su hombro. Llevan toda una vida juntos y si bien nadie quiere identificar esto como un punto y final, es dif¨ªcil abstraerse del simbolismo de la despedida.
"Nunca so?¨¦ cumplir 50 a?os en el escenario, tampoco encontrarme con tantos amigos, no creo que quepa belleza mayor"
"Miguel es un tipo extremadamente generoso con las generaciones j¨®venes", afirma su amiga Ana Bel¨¦n
?Un adi¨®s? M¨¢s bien, un Bye bye R¨ªos, nombre que el granadino, de 66 a?os, ha puesto a su ¨²ltima vuelta al ruedo de los escenarios espa?oles, plazas en las que ha toreado durante cinco d¨¦cadas de servicios prestados al rock y a su reconfortante e inagotable mitolog¨ªa. Es viernes y Miguel R¨ªos est¨¢ a punto de comenzar su gira de despedida con un fin de semana (16 y 17 de septiembre) en Granada. Dos conciertos consecutivos con el cartel de no hay billetes (20.000 personas en total) que fueron registrados para un libro-disco que se distribuye pr¨®ximamente en exclusiva con EL PA?S y pretende capturar eso que cualquiera que haya asistido a un espect¨¢culo de R¨ªos en todo este tiempo sabe que existe, es tan dif¨ªcil de explicar y, en cualquier caso, derrocha entusiasmo y vitalidad.
La fiesta se presentaba con los ropajes del acontecimiento. Nueve m¨²sicos de al menos cinco generaciones se prestaron a ser grabados durante los dos d¨ªas de homenaje al cantante. Otro viejo compa?ero, Carlos Narea, productor de Miguel desde aquel lejano Rocanrol bumerang (1980, "cuando el rock en espa?ol no era un asunto rentable para las discogr¨¢ficas"), sentaba los precedentes de la gira con un c¨¢lculo. "La idea de una despedida a lo grande le rondaba desde hace un par de a?os. Estaba cansado del sistema de sacar disco, hacer una macrogira y vuelta a empezar".
Para asistir al cisne en su ¨²ltimo canto desfil¨® por el backstage del Palacio de los Deportes, iluminado con tubos fluorescentes titilantes, un qui¨¦n es qui¨¦n del pop espa?ol. Manolo Garc¨ªa asomaba t¨ªmidamente por la puerta de su camerino. Los Carlos (Tarque, cantante de M Clan, y Go?i, de Rev¨®lver) discut¨ªan con disgusto las circunstancias de la salida de Radio 3 del locutor de rock Diego Manrique. Y mientras Miguel R¨ªos emocionaba sobre las tablas ("nunca so?¨¦ cumplir 50 a?os en el escenario, tampoco encontrarme con tantos amigos; no creo que quepa belleza mayor"), Pereza (Leiva y Rub¨¦n) se admiraban, con la picard¨ªa de dos personajes de tebeo, de la admirable figura de Ana Bel¨¦n, que sigui¨® el concierto sentada por una pantalla de plasma del green room (modo un tanto pomposo de denominar a la zona com¨²n de los artistas).
Esa misma ma?ana, R¨ªos, un tipo genuinamente cari?oso, hab¨ªa aclarado, montado en la furgoneta de gira con asientos de cuero, que todo aquello no era precisamente fruto de la casualidad. "Si el partido del Bar?a fue el mi¨¦rcoles, esto debe de ser Granada", bromeaba en clave cin¨¦fila acerca de los complejos preparativos de un espect¨¢culo que involucr¨® el trabajo de un centenar de personas. El destino del veh¨ªculo, que trepaba por las endiabladas cuestas de las postrimer¨ªas de la Alhambra, era el carmen que el artista posee en la ciudad desde hace un par de d¨¦cadas. "Recuerdo cuando dej¨¦ de ir a dormir a casa de mi madre. Ella me dec¨ªa: 'Miguel, ya no me quieres', y yo: 'no, mam¨¢, no es eso, es que ya estoy muy mayor'. Me tuve que marchar de aqu¨ª a principios de los sesenta; era una ciudad congelada, ensimismada en su propia belleza, en la que no se mov¨ªa una hoja. Para m¨ª era importante romper con el cord¨®n umbilical, pero luego te das cuenta de que tu casa est¨¢ aqu¨ª. Por eso vuelvo a Granada, como en la canci¨®n, para despedirme de la m¨²sica".
En el asiento contiguo de la furgoneta, Montoro rememoraba los ¨²ltimos casi treinta a?os de la carrera del artista: "Miguel es mejor jefe que t¨ªo", aseguraba entre risas. "Muchos sobrinos suyos empezamos con ¨¦l haciendo trabajillos de luces en giras durante los ochenta, como yo, que ech¨¦ los dientes con Rock de una noche de verano, y nos fuimos incorporando a su equipo".
Del car¨¢cter eminentemente familiar del hurac¨¢n R¨ªos hab¨ªa pruebas hasta impresas ese mismo viernes en la prensa local. Granada Hoy dedicaba una doble p¨¢gina al asunto del "tito rockero", que "daba el aguinaldo m¨¢s grande en Navidad y regalaba la ropa m¨¢s cara", y de sus 19 sobrinos, "testigos de una carrera plagada de ¨¦xitos y depositarios de un legado de fotograf¨ªas, discos y recuerdos de un valor incalculable". Tambi¨¦n hubo un gui?o a la familia en el concierto de homenaje. Uno de los puntos ¨¢lgidos del programa era la aparici¨®n de la hija cantante de Miguel R¨ªos, L¨²a (a la que dedic¨® la c¨¦lebre canci¨®n del mismo nombre, por triplicado). La veintea?era L¨²a, residente en Brooklyn (Nueva York), compareci¨® con la otra mitad del d¨²o Gold Lake y, a diferencia del resto de los artistas, sigui¨® el concierto (y sobre todo las letras del repertorio) desde el mismo recinto. Y subi¨® a cantar la nada obvia Un caballo llamado muerte, advertencia escrita a finales de los setenta acerca de las ilusiones letales de la hero¨ªna.
Pero mucho antes de catarsis como esa, se celebraron ensayos en Madrid previos a la cita de Granada, y las pruebas de sonido, asunto que se despacha habitualmente en una tarde, se prolongaron durante tres d¨ªas, en los que fueron llegando los artistas a la ciudad. Las bandas que se avinieron a participar en el homenaje fueron eligiendo con qu¨¦ canci¨®n subirse al escenario. "Algunos (como Pereza o Amaral) hab¨ªan grabado estas canciones en un?disco de tributo; otros aceptaron nuestras sugerencias, y el resto, como Manolo Garc¨ªa, que no quiere ni o¨ªr hablar de repetirse, se empe?aron en sus elecciones; en su caso, El blues del autob¨²s, explica Narea.
Hubo adem¨¢s un cuarto grupo, integrado por el talento local granadino Jos¨¦ Ignacio Lapido, de la extinta banda 091, y Rosendo, que interpretaron temas escritos por ellos mismos. A este ¨²ltimo, impenitente rockero de Carabanchel con una natural aversi¨®n a la ligereza y a la tonter¨ªa, se le pod¨ªa ver en los camerinos encadenando cigarrillos con un t¨ªmido aire de extra?eza. "A m¨ª no se me suele liar para estas cosas, pero Miguel se lo merec¨ªa. Cuando nos cogi¨® a Le?o [su banda de juventud] para la gira Rock de una noche de verano [en 1983] nos cambi¨® la vida. Y sinceramente, creo que no he vuelto a tocar en esas condiciones en mi vida".
Cada uno de los participantes en el libro-disco tiene su propia historia relacionada con Miguel R¨ªos. Acaso porque, como asegura su amiga Ana Bel¨¦n, "es un tipo extremadamente generoso con las generaciones j¨®venes". Ella lo vio por primera vez con apenas 11 a?os en un programa especial de Radio Madrid ("¨¦l ni repar¨® en esa mocosilla que yo era, claro"). Carlos Tarque, de M Clan, que luego ser¨ªa definido por el gran hombre como "el mejor cantante de rock de este pa¨ªs", ray¨® el Rock and Rios de tanto escucharlo con 12 a?os, y Manolo Garc¨ªa asisti¨® en cierta ocasi¨®n a "una docena" de conciertos del int¨¦rprete (junto a Beethoven, por supuesto) del Himno a la alegr¨ªa, simplemente porque no pod¨ªa creerse que una banda de rock en espa?ol pudiese sonar en los inicios de los ochenta con "esa potencia".
"?Es que este t¨ªo estaba en esta historia incluso antes de los Beatles!", se hab¨ªa admirado Leiva, mitad de Pereza, durante la comida en el restaurante Chikito, cuyo due?o es un tesoro de an¨¦cdotas sobre R¨ªos. Durante el almuerzo, a uno le daba por pensar que quiz¨¢ no haya artista en Espa?a capaz de sentar a una mesa a cantantes tan dispares como el d¨²o madrile?o, Rosendo, Ana Bel¨¦n y Manolo Garc¨ªa.
Ni tampoco, seguramente, de provocar tan un¨¢nime cari?o de sus vecinos. Para caer en esa certeza tampoco hizo falta demasiado tiempo en la ciudad. Un peque?o paseo con R¨ªos por las cercan¨ªas de su casa arroj¨® escenas como la de un autob¨²s de l¨ªnea hasta los topes de pasajeros causando un atasco para que su conductor pudiese hacerse una foto con el m¨®vil junto a la leyenda del rock.
Entre el p¨²blico de los conciertos inaugurales de la gira de Bye bye R¨ªos, el amor se proyect¨® m¨¢s bien por la v¨ªa del desga?ite, sobre todo cuando los m¨²sicos subieron para interpretar la canci¨®n que da t¨ªtulo al tour, m¨¢s relajados, quiz¨¢ porque la gran cita tocaba a su fin o simplemente gracias a las cervezas que rebosaban las neveras del green room.
Tras el concierto quedaba el trabajo a contrarreloj de terminar el libro-disco para su comercializaci¨®n ("se trata de seleccionar entre el repertorio de los dos d¨ªas y de hacer limpieza de gritos del p¨²blico y chistes de los que te cansar¨¢s si tienes que o¨ªrlos en el ¨¢lbum durante los pr¨®ximos treinta a?os", explica Narea). Tambi¨¦n la certeza de que la despedida de Miguel R¨ªos va a ser como una de esas noches largas de juerga que se toman prestada la ma?ana siguiente. Todo indica que la gira se prolongar¨¢ durante buena parte de 2011.
Y ?ya est¨¢? Pese a que durante aquel viernes en Granada nadie acababa de dar todo el cr¨¦dito a lo de su despedida -bien por el cierto descreimiento de los viejos conocidos, como el de Ana Bel¨¦n ("ya le he dicho que lo suyo tiene que ser como lo de Chavela Vargas, que lleva un mont¨®n retir¨¢ndose"), o bien porque, como asegura Juan, de Amaral, el cantante est¨¢ en "la plenitud de sus capacidades vocales")-, el propio R¨ªos zanja el asunto con una reflexi¨®n: "Siempre me he ido adaptando bien a las edades que me ha tocado vivir. A mis veinte a?os hice las cosas desaconsejables que deb¨ªa hacer. Y ahora que ya enfilo los 67 tacos, creo que lo que toca es el adi¨®s". O, dicho en clave mucho m¨¢s rock, el bye bye.?
El libro-disco, editado en exclusiva por EL PA?S, se distribuir¨¢ pr¨®ximamente en todos los quioscos por 9,95 euros.
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