Los hijos del limo Ant¨®n LamazaresFrancisco Leiro. Escultura
Coinciden ahora en Madrid sendas muestras de dos artistas gallegos, ambos de Pontevedra y casi coet¨¢neos: Ant¨®n Lamazares (Lal¨ªn, 1954) y Francisco Leiro (Cambados, 1957). Llevan los dos una amplia y acreditada trayectoria a sus espaldas, pues ya alcanzaron una notable proyecci¨®n p¨²blica al filo del arranque de la d¨¦cada de 1980 y est¨¢n en plena madurez. En aquel momento inicial, de gran ilusi¨®n y euforia generalizadas en el mundo art¨ªstico espa?ol, daban la impresi¨®n de estar muy amistosamente compenetrados, algo que tambi¨¦n se trasluc¨ªa en parte en su respectiva obra, aunque Lamazares fuera pintor y Leiro, escultor. Luego, aunque su evoluci¨®n ha sido necesariamente personal, han coincidido tambi¨¦n en su vocaci¨®n cosmopolita, si bien mostrando siempre un lazo profundo con su tierra natal, de la que no se despegan ni residiendo en Nueva York, caso de Leiro, ni en Berl¨ªn, el de Lamazares.
Francisco Leiro, Escultura
Galer¨ªa Marlborough. Orfila, 5. Madrid
Hasta el 20 de noviembre
Ant¨®n Llamazares
Domus Omnia (Cand¨ªa, Maceira, Riaz¨¢n)
Galer¨ªa ?lvaro Alc¨¢zar. Castell¨®, 41. Madrid
Hasta el 11 de diciembre
Al paisaje de su infancia y adolescencia se remite Lamazares, retomando el tema la casa, que ya aparec¨ªa como una obsesi¨®n central en su anterior exposici¨®n individual, pero que ahora lo hace a trav¨¦s de una gama muy hermosa e impactante de verdes. Usa como soporte el cart¨®n, pero no sin haber hallado, en esta ocasi¨®n, uno de grueso y esponjoso espesor, lo que le permite un acerado trazo en el dibujo, no exento de dram¨¢tica fragilidad, que ¨¦l acent¨²a horad¨¢ndolo con un fino punz¨®n. Por otra parte, lo pigmenta con una fina capa de ¨®leo, que luego barniza, logrando con ello una brillante transparencia del color, un efecto parad¨®jico de vulnerabilidad esmaltada, donde lo org¨¢nico y lo cristalino, material y simb¨®licamente contrapuestos, se concilian. Por ¨²ltimo, se aprecia que su tem¨¢tica figurativa se ha simplificado al extremo, en este caso, repitiendo un mismo esquema de la silueta de una casa que se estampa, cual fortaleza, en el paisaje como un sello pat¨¦tico de la identidad humana en demanda de refugio. Con una genealog¨ªa art¨ªstica, en la que se adivinan huellas de, entre otros, Klee, Dubuffet, Fontana o T¨¤pies, Lamazares ha trascendido no s¨®lo estas influencias, sino incluso la de sus comienzos art¨ªsticos, marcados por una iron¨ªa y una compasi¨®n demasiado expl¨ªcitas. En este sentido, su obra se ha hecho, simult¨¢neamente, m¨¢s ligera y m¨¢s profunda; menos sentimental y m¨¢s emocionante. Quiz¨¢s, porque Lamazares ha dado el gran salto del humor a la melancol¨ªa.
De otra manera, m¨¢s fr¨ªa, algo semejante le ha ocurrido a Leiro, que exhibe ahora obra de 2009 y 2010, formando un conjunto que considero como una de sus muestras m¨¢s rotundas, complejas y variadas. Usando b¨¢sicamente madera, que sabe tallar sin contemplaciones, pero, a la vez, con refinada delicadeza, Leiro ha abandonado todo atisbo de anecd¨®tico sarcasmo y se ha centrado en una emocionante prospecci¨®n de lo que formalmente da de s¨ª la escultura figurativa en la ¨¦poca en que las estatuas y los monumentos han sido echados por tierra. En este sentido, evoluciona en el aire como un equilibrista danza sobre el flexible cordel met¨¢lico, desafi¨¢ndose en toda clase de formatos y tipolog¨ªa. Pone en tensi¨®n la sabidur¨ªa ancestral del oficio con atrevidas innovaciones, provocando con ello una conjugaci¨®n entre lo at¨¢vico y lo moderno. El resultado es, a veces, aut¨¦nticamente deslumbrante, como, por ejemplo, en esa recreaci¨®n de los cristos yacentes de la pol¨ªcroma escultura barroca espa?ola -Lugh (2010)-, en la transformaci¨®n de una estampa fotogr¨¢fica en una compacta y rotunda masa tridimensional plena de movilidad -Bailaora (2009)-, o en configuraci¨®n de un conjunto, con hierro, m¨¢rmol y bronce, donde una sensual diosa blanca hier¨¢tica se eleva sobre sus arrodillados adoradores -Maio longo (2010)-.
No s¨¦ por qu¨¦, pero al ver estas exposiciones coincidentes de Lamazares y Leiro, y al repasar sus respectivas andaduras, me acord¨¦ del t¨ªtulo del c¨¦lebre ensayo de Octavio Paz Los hijos del limo, donde el poeta mexicano hablaba de esa "autodestrucci¨®n creadora", con la que los artistas contempor¨¢neos conjuraban el tiempo a trav¨¦s del tiempo, mediante ese sacrificio de luminosa estela.
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