La grasa como cuesti¨®n de Estado
La prohibici¨®n en EE UU de regalar juguetes con la comida r¨¢pida abre un enconado debate sobre si la obesidad es una epidemia o un problema individual
?Tiene el Gobierno el derecho a regular lo que comen los ciudadanos para luchar contra la obesidad? En Estados Unidos se ha iniciado un debate entre aquellos que opinan que el Estado debe tratar la obesidad como una epidemia, disuadiendo como pueda a los ciudadanos de consumir alimentos altamente cal¨®ricos o excesivamente grasos, y aquellos que piensan que la gordura es una opci¨®n individual y que, el sobrepeso, como dolencia, debe ser tratado exclusivamente a nivel m¨¦dico, caso a caso, sin ning¨²n tipo de intervenci¨®n de la Administraci¨®n p¨²blica. La decisi¨®n de la ciudad de San Francisco de prohibir que las cadenas de comida r¨¢pida regalen juguetes con men¨²s altamente cal¨®ricos ha reiniciado la pol¨¦mica, que supera el terreno nutricional y se ha convertido en un debate sociol¨®gico y pol¨ªtico que puede acabar con el nacimiento de un negacionismo nutricional.
El riesgo sanitario aparece cuando la visita al 'burger' se convierte en rutina
Nancy Reagan luch¨® contra las drogas; Michelle Obama contra la gordura
"Los ni?os siempre pueden gastar su paga en chucher¨ªas", advierte un experto
El Tea Party ve en la pol¨ªtica alimentaria el inicio de un control 'orwelliano'
Nueva York estudia un impuesto extra para los refrescos altamente cal¨®ricos
El men¨² infantil suma 600 calor¨ªas; el batido de chocolate, 1.160
San Francisco le ha declarado la guerra al Happy Meal, el colorido men¨² de ni?os de la cadena McDonald's. En ¨¦l, suele venir un refresco, una raci¨®n de patatas fritas y cuatro piezas de pollo o una hamburguesa peque?a, adem¨¢s de un postre dulce. Desde que introdujo el men¨² en 1979, McDonald's ha vendido 20 millones de Happy Meal en EE UU. El precio oscila all¨ª entre dos y tres euros. Incluye tambi¨¦n un juguete, algo muy popular entre los peque?os. Seg¨²n las tablas nutricionales de la empresa que los vende, su contenido cal¨®rico roza las 600 calor¨ªas. Hay algunas opciones, como la que incluye hamburguesa con queso, que se sit¨²an en las 780 calor¨ªas. Los nutricionistas coinciden, normalmente, en que un ni?o mayor de cuatro a?os debe comer unas 1.200 calor¨ªas diarias.
Durante d¨¦cadas, el gran atractivo de McDonald's ha sido el hecho de que sea una mezcla entre patio de juegos y restaurante al que a los ni?os les gusta acudir con la familia. Para los gobernantes locales de San Francisco, sin embargo, el problema sobreviene cuando las comidas de los ni?os en McDonald's, Burger King, Wendy's o cualquier otro establecimiento de comida r¨¢pida son un h¨¢bito, la norma en lugar de la excepci¨®n. Teniendo en mente que el 13% de los ni?os de EE UU son obesos, la Junta de Supervisores de la ciudad (¨®rgano equivalente al Ayuntamiento local) ha aprobado una ordenanza seg¨²n la cual no se podr¨¢n regalar juguetes con men¨²s que ofrezcan m¨¢s de 600 calor¨ªas, tengan m¨¢s de un 35% de valor nutricional procedente de grasas, contengan un 10% de grasas saturadas, supongan m¨¢s de 640 miligramos de sodio o no incluyan una raci¨®n de frutas o vegetales.
La medida entrar¨¢ en vigor en diciembre de 2011, y aunque el alcalde de la ciudad, Gavin Newsom, anunci¨® que la vetar¨¢, fue aprobada en el consejo local con suficientes votos (ocho contra tres) para sortear ese veto. El supervisor de San Francisco que ha propuesto la norma, Eric Mar, tiene clara la raz¨®n: "Nuestra legislaci¨®n generar¨¢ un cambio en esos restaurantes que ofrecen men¨²s que no son sanos y que se dirigen a los consumidores infantiles y juveniles, para que sirvan men¨²s mucho m¨¢s saludables con incentivos a?adidos como los juguetes. As¨ª, ayudaremos a proteger la salud p¨²blica, reduciremos el gasto sanitario y fomentaremos h¨¢bitos alimenticios sanos".
Se trata de una extendida opini¨®n entre muchos pol¨ªticos de EE UU: la obesidad es una epidemia, y como tal hay que tratarla. As¨ª lo opina la propia Casa Blanca. Es tradici¨®n en cada presidencia que la primera dama asuma una causa social en la que centrar sus esfuerzos. Nancy Reagan lo hizo con la lucha contra la drogadicci¨®n. Laura Bush foment¨® la lectura. Michelle Obama combate la obesidad infantil. Dijo en un discurso en Las Vegas, el pasado junio: "Un tercio de los ni?os de nuestro pa¨ªs sufren de sobrepeso o son obesos. Son demasiados. Muchos m¨¢s que cuando yo era ni?a. Eso implica que estos ni?os sufren mayor riesgo de padecer enfermedades coronarias, diabetes o c¨¢ncer. Y creo que ese es el destino que les ofrecemos a nuestros ni?os. No es solo una crisis sanitaria. Es una crisis econ¨®mica. Nos gastamos 150.000 millones de d¨®lares
[93.000 millones de euros] al a?o en tratar enfermedades relacionadas con la obesidad. No queremos ese futuro para nuestros ni?os o nuestro pa¨ªs".
En mayo, durante el debate parlamentario de la reforma sanitaria impulsada por el presidente Barack Obama, el Senado consider¨® una propuesta que, entre otros, ya hab¨ªa planteado el Gobierno de Nueva York: imponer un impuesto extra a las bebidas altamente cal¨®ricas. Muchos nutricionistas estiman que los refrescos y batidos son una fuente de calor¨ªas mucho m¨¢s peligrosa que los restaurantes de comida r¨¢pida. Por ejemplo, y a pesar del debate desatado en torno a los Happy Meal, McDonald's ofrece el batido Chocolate Triple Thick que tiene 1.160 calor¨ªas, m¨¢s de la mitad de las necesidades de un adulto en una jornada entera.
Ante la ofensiva gubernamental contra los excesos de la gordura, el movimiento libertario de EE UU se ha erigido en armas ideol¨®gicas. El respetado profesor de Derecho de la Universidad de Chicago Richard A. Epstein, baluarte de ese tipo de pensamiento que recela profundamente de la intervenci¨®n gubernamental, se ha opuesto desde hace a?os a que se considere a esa dolencia como una epidemia. "Soy profundamente esc¨¦ptico respecto a esos esfuerzos de luchar contra la obesidad aumentando impuestos", asegura. "Adem¨¢s, hay una gran cantidad de gente que consume ese tipo de refrescos sin complicaci¨®n alguna y no hay raz¨®n por la que deban pagar ese impuesto".
"Y prohibir las promociones [como lo ha hecho San Francisco] tiene el problema de que los ni?os que quieran calor¨ªas encontrar¨¢n el modo de conseguirlas. El control paterno es un mecanismo mucho mejor cuando realmente funciona, que es algo que sucede en mayor grado en las familias de clase media alta. Normalmente es m¨¢s deficiente en otros estratos. Los centros educativos y los empresarios pueden tratar de modificar los men¨²s, pero existe un riesgo de que los ni?os se gasten la paga en comida que no es beneficiosa para su salud [como chucher¨ªas o boller¨ªa industrial]. Es un problema dif¨ªcil, pero la soluci¨®n del Gobierno no aporta muchos beneficios".
Algunos reputados expertos, como el profesor de Pol¨ªtica P¨²blica de la Universidad de Chicago Tomas J. Philipson y el juez Richard A. Posner, han propuesto una soluci¨®n m¨¦dica. Explica Philipson: "Ya se han producido innovaciones como la cirug¨ªa bari¨¢trica, el bypass g¨¢strico o la banda g¨¢strica, que en la actualidad es el tratamiento m¨¢s exitoso para la obesidad m¨®rbida. Nuevos medicamentos para la obesidad pueden ocupar el espacio de mercado de 17.000 millones de d¨®lares anuales del medicamento contra el colesterol Lipitor, que es ahora el f¨¢rmaco m¨¢s vendido del mundo. Hay un nuevo medicamento de la farmac¨¦utica Vivus para perder peso, llamado Onexa, que a¨²n debe ser aprobado por la Administraci¨®n de Alimentos y Medicamentos y que ser¨¢ el primero de una larga lista. Las innovaciones cient¨ªficas pueden ser m¨¢s exitosas a la hora de luchar contra la obesidad que los intentos de cambiar los h¨¢bitos alimentarios y de ejercicio de la gente".
Ideas como esa avanzan en la direcci¨®n de hacer al Estado redundante en la lucha contra la malnutrici¨®n, un fen¨®meno que no encontr¨® una oposici¨®n seria durante la ¨²ltima d¨¦cada. Hoy d¨ªa, sin embargo, con el avance del movimiento radical del Tea Party, facci¨®n extremista del Partido Republicano que pugna por una reducci¨®n de la intervenci¨®n gubernamental a su m¨ªnima expresi¨®n, la insistencia de los Gobiernos en penalizar a los fabricantes y a los consumidores de comida basura se interpreta, cada vez m¨¢s, como una intromisi¨®n ileg¨ªtima en la vida privada de los ciudadanos.
Se trata de una tendencia incipiente, pero con peso argumental. Algunos expertos ven la cruzada contra la obesidad como una demonizaci¨®n cultural, al mismo nivel que el macartismo, la caza de brujas anticomunista en el Senado de EE UU en los a?os cincuenta. As¨ª opina Paul Campos, profesor de Derecho de la Universidad de Colorado. "Se trata del efecto del llamado p¨¢nico moral de ciertos sectores de la sociedad", explica. Ese t¨¦rmino, "p¨¢nico moral", acu?ado por el soci¨®logo Stanley Cohen en los a?os setenta, define la reacci¨®n exagerada de un sector social poderoso o mayoritario que percibe de forma deformada e inexacta a una minor¨ªa, demoniz¨¢ndola. "La gente con sobrepeso se convierte en lo que se conoce como demonios populares, los chivos expiatorios. Al experimentar ese p¨¢nico, esa reacci¨®n adversa, las ¨¦lites exigen al Gobierno que neutralice a esos demonios con medidas intervencionistas".
Campos defiende esta visi¨®n con tres argumentos. Por un lado, asegura que las empresas farmac¨¦uticas tienen inter¨¦s en que el Estado trate la gordura como una crisis sanitaria, para vender m¨¢s medicamentos. Adem¨¢s, la cultura popular norteamericana, exportada a casi todo Occidente, es m¨¢s tolerante con otros des¨®rdenes alimentarios, como la extrema delgadez. Finalmente, el consumo alimentario es el ¨²nico que mantiene una relaci¨®n inversa con el poder adquisitivo. Es decir, cuantos m¨¢s recursos tiene una familia, mejor come. En cambio, las hamburguesas de un d¨®lar son una comida com¨²n entre las clases bajas norteamericanas.
"No es una coincidencia que la ¨²nica forma de exceso consumista que mantiene una correlaci¨®n opuesta con el poder adquisitivo y el extracto social del consumidor sea contra el que claman las ¨¦lites sociales", explica Campos. "No estoy diciendo que se trate de una ofensiva consciente. Pero s¨ª que creo que es un prejuicio asociado al extracto social. Es com¨²n ver una cr¨ªtica a la gordura en t¨¦rminos que a veces llegan a ser incluso morales, y, como dec¨ªa, de demonizaci¨®n".
No hay duda cient¨ªfica de que la gordura excesiva es altamente perjudicial para la salud. Cierto es tambi¨¦n que un 26% de los norteamericanos es obeso, porque tienen un ¨ªndice de masa corporal igual o superior a 30 en el llamado ¨ªndice de Quetelet. Pero ha habido campa?as con las que muchos ciudadanos con sobrepeso han sufrido el escarnio p¨²blico, como las iniciativas de las aerol¨ªneas de cobrar dos asientos a las personas con considerable sobrepeso o las afirmaciones por parte de diversos pol¨ªticos de que la obesidad incrementa el gasto sanitario y hace que las aseguradoras aumenten los precios de sus p¨®lizas.
En el caso de los juguetes en los Happy Meal en San Francisco, hay padres y educadores entre los que cunde el rechazo a la idea misma de que el Estado intervenga para prohibir ning¨²n tipo de opci¨®n alimentaria. "San Francisco ha creado su propio ministerio de la abundancia
[en la novela dist¨®pica 1984 es el que raciona los alimentos y otros bienes], despojando a los padres del derecho de decidir con qu¨¦ quieren alimentar a sus hijos", dice Luanne Hays, profesora en la Escuela Cristiana Ovilla de Tejas y columnista en la revista educativa Teacher Voice. "Cuando George Orwell escribi¨® sobre control gubernamental en su novela 1984, MacDonald's a¨²n no hab¨ªa inventado el Happy Meal. Orwell no se imaginaba entonces que en el siglo XXI habr¨ªa un nuevo ministerio de la abundancia".
Seg¨²n esa nueva visi¨®n, el Gobierno est¨¢ tomando, a trav¨¦s de las pol¨ªticas nutricionales, el camino del Gran Hermano orwelliano. Es la parte central de lo que se est¨¢ convirtiendo en un debate social y pol¨ªtico de EE UU, la duda de si la gente con sobrepeso y obesidad tiene derecho a optar a vivir de ese modo. Expertos de todo calado consideran si la suya es una opci¨®n personal o una irresponsabilidad de grupo que acaba afectando a la sociedad en conjunto y, por imitaci¨®n generacional, a los ni?os, que copian los patrones que contemplan entre sus padres. La gran duda de fondo es si acabar¨¢ naciendo un s¨®lido movimiento de esc¨¦pticos que, como sucede con el cambio clim¨¢tico, acabar¨¢n creando un negacionismo nutricional.
Saber las calor¨ªas que comemos ayuda a adelgazar
Nueva York, con su excepcionalismo dentro de las ciudades norteamericanas, ha sido el gran laboratorio de experimentos nutricionales en EE UU. Primero, oblig¨® a los centros sanitarios del ¨¢rea metropolitana de la ciudad a informar de los niveles de hemoglobina glucosilada de la ciudadan¨ªa, para elaborar un registro municipal de diabetes. Posteriormente prohibi¨® el uso de grasas trans. Finalmente, desde 2008 exige a las cadenas de restaurantes que tengan m¨¢s de 15 establecimientos en el pa¨ªs, que publiquen el contenido cal¨®rico de cada alimento en lugar visible, bajo pena de multa de hasta 2.000 d¨®lares (1.400 euros) si no lo hacen.
Seg¨²n dijo entonces el consejero de Sanidad del Gobierno local neoyorquino, Thomas Frieden, la finalidad de publicar las calor¨ªas es eminentemente disuasoria: "Se podr¨ªa pensar que una ensalada de at¨²n, ya que es una ensalada, es algo muy saludable. Pero es posible que el cliente vea que esa ensalada tiene muchas m¨¢s calor¨ªas que un bocadillo de carne asada. Y es posible que al consumidor le apetezca m¨¢s ese bocadillo de carne asada aunque en principio fuera a comprar la ensalada de at¨²n porque pensaba que era lo m¨¢s saludable".
Tres investigadores de la Universidad de Stanford -Bryan Bollinger, Phillip Leslie y Alan Sorensen- llevaron el a?o pasado un estudio del impacto real de esta medida en el gran laboratorio nutricional en que se hab¨ªa convertido Nueva York. Su principal intenci¨®n era saber si el hecho de ver las calor¨ªas junto al precio afectaba en algo el comportamiento del consumidor. Compararon los h¨¢bitos de compra de los clientes de la cadena Starbucks en Nueva York (222 tiendas) con los de Filadelfia y Boston (94 establecimientos), donde no impera la misma ley. "Descubrimos que la obligatoriedad de publicar las calor¨ªas influy¨® en los h¨¢bitos de los clientes de Starbucks, disminuyendo el n¨²mero de calor¨ªas en un 6% (de 247 a 232 calor¨ªas) en cada compra", aseguran los autores. Solo seis de cada 100 actos de consumo se vieron alteradas por esa pol¨ªtica.
El efecto es mayor en quienes normalmente realizaban las compras m¨¢s altas en calor¨ªas en Starbucks antes de la ley que obliga a publicar las calor¨ªas (la reducci¨®n es ese caso del 26%), aseguran los autores. En general, estiman que, de media, la reducci¨®n por individuo y d¨ªa es de 30 calor¨ªas. Y los dietistas recomiendan que, para perder peso, se reduzca la ingesta cal¨®rica entre 500 y 1.000 calor¨ªas por d¨ªa, como estrategia para perder hasta un kilo por semana. El n¨²mero de calor¨ªas que una persona adulta debe ingerir por jornada oscila entre 1.500 y 2.000.
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