Muerte y Resurrecci¨®n de la letra yey¨¦
El uso de una lengua es un c¨ªrculo. La etimolog¨ªa, un cuadrado. La ortograf¨ªa nace de la tensa conciliaci¨®n entre ambos. A Jos¨¦ Antonio Pascual, director del Diccionario hist¨®rico que prepara la Real Academia Espa?ola, le gusta emplear esa imagen: muestra a la perfecci¨®n lo que toda norma ling¨¹¨ªstica tiene de cuadratura del c¨ªrculo, las tensiones de las que nace y las que genera. Hoy mismo, en el marco de la Feria del Libro de Guadalajara (M¨¦xico), las 22 academias de la lengua espa?ola debaten, por ¨²ltima vez antes de su publicaci¨®n el mes que viene, la propuesta de nueva Ortograf¨ªa. Sustituir¨¢ a la de 1999 y llega haciendo ruido. Ya ha producido una marea de cr¨ªticas. ?La raz¨®n? La i griega se llamar¨¢ ye para disgusto de algunos espa?oles, la be baja se llamar¨¢ uve para enfado de algunos latinoamericanos, la ch y la ll dejar¨¢n de ser letras del alfabeto, el s¨®lo adverbial perder¨¢ la tilde y lo mismo le pasar¨¢ al monos¨ªlabo gui¨®n. La vieja ¨ªpsilon gener¨® por unas horas tanta admiraci¨®n como Lady Gaga, y a los pocos d¨ªas de anunciarse estos cambios, 70.000 personas se hab¨ªan unido al grupo creado en la red social Facebook bajo un nombre rotundo: Me niego a que i griega pase a llamarse ye.
"La 'i griega' se llamar¨¢ 'ye' para disgusto de los espa?oles. Y la 'be baja' se llamar¨¢ 'uve' para enfado de los latinoamericanos"
"La Real Academia Espa?ola lleva casi tres siglos retocando la ortograf¨ªa. En una lengua nada dura para siempre"
La norma para la escritura correcta no ha dejado de cambiar desde mucho antes incluso de que la RAE, fundada en 1713, publicara su primera ortograf¨ªa en 1741, entonces Orthograph¨ªa. Lo que tambi¨¦n ha cambiado es su difusi¨®n y la capacidad de respuesta inmediata de los hablantes a trav¨¦s de Internet. Hoy ser¨ªa imposible eliminar la ce con cedilla de palabras tan usuales como cabe?a o cora?¨®n. Se hizo en 1726 a trav¨¦s del Diccionario de autoridades porque la diferencia de pronunciaci¨®n entre ? y z se hab¨ªa perdido dos siglos atr¨¢s. Aunque el uso venci¨® en ese caso a la etimolog¨ªa (del griego ¨¦tymos, verdadero, y logos, palabra; el sentido verdadero de una palabra), ese mismo a?o la etimolog¨ªa se alz¨® sobre el uso para mantener una distinci¨®n gr¨¢fica que no correspond¨ªa ya a ninguna diferencia fon¨¦tica: la b y la v. Seg¨²n Rafael Lapesa, un cl¨¢sico de la historia de la lengua, ya fallecido, se fij¨® "b cuando en lat¨ªn hay b o p; v cuando en lat¨ªn tiene v; y en palabras de origen dudoso, preferencia por b". Adi¨®s, pues, a cavallo, boz, vivir y bever. Si la cuadrada etimolog¨ªa se equivocaba de fuente, el c¨ªrculo del uso hac¨ªa imposible la rectificaci¨®n. Fue el caso del verbo barrer, que se supon¨ªa nacido de un t¨¦rmino escrito con b. Cuando se dio con el origen correcto (el verrere latino) era demasiado tarde para sacar la palabra de la calle, llevarla a la Academia y devolverla limpia a los hablantes.
Sentado en su espartano despacho de vicedirector de la RAE, Jos¨¦ Antonio Pascual dice que el ejemplo de barrer es un buen ant¨ªdoto contra los lamentos por la supuesta corrupci¨®n del alma de la lengua en cada intento de retoque ortogr¨¢fico. Colaborador de Joan Coromines en su monumental Diccionario cr¨ªtico etimol¨®gico de la lengua castellana, el acad¨¦mico salmantino es, con una sonrisa, tan rotundo como los internautas: "La lengua no tiene alma. Todos pensamos que la naturaleza es lo que nos ense?¨® el maestro". Y los maestros cambian con el tiempo. Lo importante es que los alumnos aprendan unas reglas comunes y coherentes. Las que sean. Por eso ve m¨¢s resquemor identitario que ling¨¹¨ªstico en las quejas de los hablantes m¨¢s bulliciosos. En su opini¨®n, m¨¢s que la coherencia filol¨®gica, pesa un deseo de distinguirse del vecino que chirr¨ªa en tiempos de globalizaci¨®n de las comunicaciones: "A todos nos gusta usar el mismo prefijo telef¨®nico desde todos los pa¨ªses. Cuando uno emplea un ancho de v¨ªa particular lo hace por miedo a que lo invadan". Eso s¨ª, volviendo a la cuadratura del c¨ªrculo, insiste en que toda reforma es una propuesta.
Los hablantes tienen, literalmente, la ¨²ltima palabra, ya defiendan con erudici¨®n el pen¨²ltimo rastro cl¨¢sico del espa?ol o quieran simplemente convertir sus costumbres en ciencia. Durante d¨¦cadas circul¨® la quimera de que exist¨ªa algo as¨ª como "el mejor espa?ol del mundo", que para unos se hablaba en Valladolid y para otros, en Bogot¨¢. En 1611, el toledano Sebasti¨¢n de Covarrubias criticaba la "mala" pronunciaci¨®n de la gente de Burgos: "Los que son pusil¨¢nimes, descuidados y de pecho flaco suelen no pronunciar la h en las dicciones aspiradas y dicen umo por humo" (es decir, jumo). Covarrubias ha pasado a la historia como autor del primer gran diccionario de la lengua espa?ola, pero ya sabemos en qu¨¦ qued¨® su defensa de la h aspirada.
Plat¨®n, que cre¨ªa que la palabra era arquetipo de la cosa ("en las letras de rosa est¨¢ la rosa y todo el Nilo en la palabra Nilo", seg¨²n los plat¨®nicos versos de Borges), alert¨® desde temprano contra la difusi¨®n de un invento destinado a acabar con la memoria: el alfabeto. Desde que en el siglo IV antes de Cristo se generalizara la adaptaci¨®n hel¨¦nica del alfabeto fenicio, que luego los romanos difundir¨ªan por toda Europa, la guerra incruenta de la ortograf¨ªa ha estado plagada de batallas y escaramuzas en las que no siempre la letra entr¨® con sangre porque, el aviso es de Horacio, "el uso es m¨¢s poderoso que los C¨¦sares".
La 'i griega', segundo asalto. La pol¨¦mica en torno a la i griega -una letra con nombre de vocal y uso mayoritariamente conson¨¢ntico no es una batalla, sino una larga guerra. En 1869, el diccionario de la RAE dec¨ªa: "Se la llamaba i griega y hoy se le da el nombre de ye". La f¨®rmula se repiti¨® edici¨®n tras edici¨®n mientras los hablantes espa?oles, y muchos latinoamericanos, segu¨ªan llam¨¢ndola i griega. En 1985, m¨¢s de un siglo despu¨¦s, la Academia rectific¨®, cambio el orden de los factores y su definici¨®n: "Ll¨¢mase i griega, y hoy se le da tambi¨¦n el nombre de ye". Actualmente, y hasta la aprobaci¨®n de la reforma de la ortograf¨ªa, esto es lo que figura en el Diccionario panhisp¨¢nico de dudas: "Su nombre es femenino: la i griega (m¨¢s raro, ye)". Todo es, pues, relativo. Y lo m¨¢s relativo, lo raro, que puede dejar de serlo por sufragio. La asociaci¨®n de academias de la lengua, en su af¨¢n de dar un ¨²nico nombre oficial a cada letra, propuso llamar uve a lo que en Am¨¦rica se denomina indistintamente be baja o be corta. Surgi¨® entonces la propuesta mexicana (y no olvidemos que uno de cada cuatro hablantes de espa?ol vive en M¨¦xico): si unos aceptaban la uve, los otros tendr¨ªan que hacer lo propio con la ye. De una vieja soluci¨®n acababan de nacer dos nuevos problemas.
Con 'll' de reci¨¦n llegada. Al contrario que la i griega, la ch y la ll no tienen quien les llore. En el fondo, hab¨ªan estado m¨¢s tiempo fuera del abecedario que dentro. Las dos ocuparon su plaza en el alfabeto en 1803, contrariando la norma de que a cada sonido corresponda una sola letra. En general, la raz¨®n para hacer dif¨ªcil lo f¨¢cil no hay que buscarla en la ling¨¹¨ªstica, sino en la pol¨ªtica: el nacionalismo. El tributo a la exaltaci¨®n de la diferencia lo pagaron los sistemas de catalogaci¨®n (diccionarios incluidos), que dejaron de seguir criterios internacionales. Por eso, en la Ortograf¨ªa de 1999 la ch y la ll pasaron a considerarse d¨ªgrafos, es decir, signos ortogr¨¢ficos de dos letras. Eso s¨ª, permanec¨ªan en el alfabeto. Ahora lo van a abandonar tras una decisi¨®n que no es revolucionaria, sino, en el buen sentido, reaccionaria.
Don Quixote en M¨¦xico. En 1815, el a?o en que qued¨® fijada la ortograf¨ªa moderna del espa?ol, la RAE se vio envuelta en dos grandes pol¨¦micas. Una, fruto de la eliminaci¨®n de la h de la palabra Christo. La otra, fruto de la supresi¨®n de la x como equivalente a j, resto gr¨¢fico de una distinci¨®n entre sorda y sonora extinguida en castellano dos siglos antes, la que hac¨ªa que mujer y eje se pronunciaran, respectivamente, como je y cheval en franc¨¦s. La reforma se llev¨® por delante la vieja escritura de don Quijote, pero no pudo con Oaxaca o Texas. Ni, por supuesto, con M¨¦xico, donde hubo una resistencia al cambio cuyo ¨¦xito est¨¢ a la vista. Para Valle-Incl¨¢n, el dulce arca¨ªsmo de su nombre era una de las grandes razones para visitar aquel pa¨ªs. La RAE admite las dos graf¨ªas, pero recomienda el uso local. Y nunca falta quien, confundido por la ortograf¨ªa, pronuncia M¨¦ksiko y Teksas.
Talibanes en Maastricht. Para bien y para mal, en asuntos de gram¨¢tica, la prensa es siempre m¨¢s r¨¢pida que la escuela. Antes incluso de que Internet se convirtiera en un inagotable libro de arena, los hablantes hac¨ªan suyas las palabras sin dar tiempo a la Academia de pensar en ellas. As¨ª, podr¨ªa decirse que fue el 11-S lo que convirti¨® en talibanes a los talib¨¢n. En marzo de 2001 se public¨® en Espa?a Los talib¨¢n. El Islam, el petr¨®leo y el "Gran Juego" en Asia Central, un ensayo del paquistan¨ª Ahmed Rashid cuya traducci¨®n respetaba la formaci¨®n en lengua past¨²n del plural talib¨¢n a partir del singular talib (estudiante). Hasta entonces, a los integristas que hab¨ªan volado los budas de Bamiy¨¢n se les llamaba en todos los peri¨®dicos los talib¨¢n. Medio a?o despu¨¦s, a partir del atentado contra las Torres Gemelas, empezaron las vacilaciones y se impuso la castellanizaci¨®n del plural. El helenista y acad¨¦mico Valent¨ªn Garc¨ªa Yebra defendi¨® la adaptaci¨®n acudiendo a otros ejemplos de lenguas sem¨ªticas como querub¨ªn o seraf¨ªn.
Casi una d¨¦cada despu¨¦s, la RAE "desaconseja" el primitivo plural invariable y "recomienda" para el femenino la forma talibana (como de alem¨¢n, alemana). Aunque parece dif¨ªcil que la misoginia fundamentalista permita la difusi¨®n del femenino, los reporteros siempre tendr¨¢n una fuente talibana que citar. Por la misma puerta que los talibanes se col¨® Osama Bin Laden, cuyo nombre en espa?ol se movi¨® durante a?os entre el bin llegado a trav¨¦s del ingl¨¦s y el ben (hijo de) de la tradici¨®n hisp¨¢nica, la integrada por Ben Jald¨²n o Ben Guri¨®n. Esta vez las noticias fueron m¨¢s r¨¢pidas que Ben Hur. Y que la RAE.
Otro episodio de resignaci¨®n a la velocidad y la mala memoria se produjo cuando el 7 de febrero de 1992 se firm¨® el Tratado de Maastricht. Desde que Alejandro Farnesio la conquistara para Felipe II en 1579, la peque?a ciudad holandesa hab¨ªa pertenecido a Espa?a durante casi 60 a?os. Ten¨ªa su nombre traducido y Lope de Vega lleg¨® a usarlo en el t¨ªtulo de una obra de teatro: El asalto de Mastrique. Pero era una m¨¢s de las m¨¢s de mil comedias escritas por el F¨¦nix de los Ingenios y el cruel esplendor de los tercios de Flandes quedaba muy lejos.
Recreativo, 1 - Racing, 1. Aunque la adaptaci¨®n de la terminolog¨ªa del tenis, el ciclismo o la f¨®rmula 1 parece hoy una marca imbatible, hubo un tiempo en el que el anglicismo sport tuvo su r¨¦plica serena en la castellanizaci¨®n de una vieja palabra de origen provenzal: deporte. Presente en el castellano desde la Edad Media, deporte significaba, como dec¨ªa el diccionario acad¨¦mico en 1803, "lo mismo que recreaci¨®n, pasatiempo y diversi¨®n". La moda de la gimnasia y el culto al cuerpo surgida en la Europa del ochocientos hizo que el sport conviviera con la versi¨®n ampliada de la palabra medieval. En 1925 inclu¨ªa la idea de aire libre; en 1956, la de ejercicio f¨ªsico, y en 1970 ten¨ªa ya la acepci¨®n actual. Sport qued¨® en espa?ol para la ropa informal. Y para los Campos de Sport del Sardinero, propiedad del Racing de Santander. Los propios nombres de los equipos espa?oles reflejan bien la vacilaci¨®n en el uso de la terminolog¨ªa de un deporte, el f¨²tbol, que desembarc¨® en Espa?a a finales del siglo XIX. Si el Athletic, el Sporting y el Racing (en Santander lleg¨® a haber un Strong) reflejan la moda brit¨¢nica, el calco balompi¨¦ solo perdura en el Betis. Entre tanto, en el nombre del equipo decano, el Recreativo de Huelva, fundado en 1889, permanece un poco del primitivo Recreation Club onubense y otro poco de la idea de recreo que tuvo originariamente la palabra deporte.
Enervar era lo contrario. ?lgido fue muy fr¨ªo antes de ser tambi¨¦n momento culminante. L¨ªvido fue amoratado antes que intensamente p¨¢lido, y enervar fue debilitar mucho antes que poner nervioso. Son tres ejemplos de c¨®mo, cuando el uso triunfa sobre la etimolog¨ªa, la idea de correcci¨®n cambia de bando. Enervar era lo que se hac¨ªa al cortar los nervios a alguien (un esclavo, por ejemplo) para debilitarlo, y de ah¨ª tom¨® su primitivo significado. Despu¨¦s de d¨¦cadas de andar de boca en boca con el sentido de poner nervioso, la RAE lo se?ala como galicismo frecuente en su diccionario manual de 1984. La edici¨®n actual lo sit¨²a ya en la tercera acepci¨®n.
La Real Academia Espa?ola lleva casi tres siglos retocando la ortograf¨ªa. En una lengua nada es para siempre. Nadie se acuerda ya de accento, annotar, sciencia o grand¨ªssimo, obscuridad o substancia, pero ah¨ª siguen, con un pie en cada era, pseudo, septiembre y psicolog¨ªa. Todav¨ªa la f¨¦ de la calle madrile?a del mismo nombre, a un paso de la plaza de Lavapi¨¦s, lleva su antigua tilde en el r¨®tulo azul. Los hablantes, en efecto, tienen la ¨²ltima palabra. La ortograf¨ªa busca que, sea la que sea, esa palabra se escriba siempre igual. Porque acecha la singular propuesta de Fray Gerundio de Campazas: pata, con min¨²scula si es de mosca; con may¨²scula si es de cordero.
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