Un festival literario
Cuando les presentaron, en el restaurante m¨¢s cool de una peque?a ciudad holandesa, los dos se dedicaron la misma sonrisa protocolaria. Un instante despu¨¦s, sus miradas se cruzaron. La escritora espa?ola descubri¨® en el rostro del escritor suizo de lengua alemana una expresi¨®n similar a la que ¨¦l deb¨ªa de estar contemplando en aquel momento. La traducci¨®n, id¨¦ntica en ambos idiomas, era algo as¨ª como ?y qu¨¦ pu?etas hago yo aqu¨ª, hablando en ingl¨¦s, con lo bien que estar¨ªa en mi casa, acost¨¢ndome prontito para levantarme a escribir ma?ana, tan ricamente? En la versi¨®n espa?ola habr¨ªa que a?adir ?y con el fr¨ªo que hace, encima! En la versi¨®n suiza, la apostilla ser¨ªa ligeramente diferente, ?y encima para hablar a las once de la noche, que ya me contar¨¢s t¨² qui¨¦n va a venir a escucharme a esas horas, si estamos cenando a las seis!
A las seis y media sirvieron el primer plato y los dos se interesaron amablemente, en una lengua que en ning¨²n caso era la suya, por la obra del otro, traducida al neerland¨¦s por el mismo sello. Su editora com¨²n, una de esos pocos editores aut¨¦nticos que quedan en el mundo, una mujer brillante, generosa, sabia y muy divertida, hablaba de vez en cuando con cada uno en su idioma respectivo, pero el ingl¨¦s vehiculaba una conversaci¨®n que, teniendo en cuenta el perfil profesional de los comensales -una editora, dos escritores, una traductora, un agente literario y una jefa de prensa de una editorial-, circulaba por los carriles habituales, las traducciones a idiomas incomprensibles, la repercusi¨®n de la crisis en el mundo editorial, el impacto del e-book sobre el sector, la Feria de Fr¨¢ncfort, la de Guadalajara? La comida, eso s¨ª, era estupenda, m¨¢s all¨¢ de alg¨²n que otro desprop¨®sito, como el discurso de un camarero muy relamido que se acerc¨® para anunciar que iba a servir un vino blanco excelente, llamado albari?o y proveniente de una regi¨®n de Espa?a que se llama Galicia, que hab¨ªa elegido porque su sabor armonizaba admirablemente con el del jam¨®n ib¨¦rico que probar¨ªan como entrem¨¦s.
A las nueve menos cuarto, el restaurante ya casi desierto, se levantaron, se empaquetaron lo mejor que pudieron y, envueltos en abrigos, bufandas, guantes y gorras, salieron a la calle para ofrecer sus mejillas a un viento tan afilado, al menos, como el cuchillo con el que hab¨ªan cortado las tapas de jam¨®n, muy bueno, por cierto y por muchas patadas que se pegara con un albari?o igual de exquisito. El teatro, eso s¨ª, no estaba lejos, y dentro hac¨ªa calor. La escritora, un poco inquieta por la perspectiva de responder a una entrevista p¨²blica en ingl¨¦s, actuaba primero. Cuando termin¨®, muy satisfecha consigo misma, porque no s¨®lo hab¨ªa entendido todas las preguntas, sino que se hab¨ªa acordado de las respuestas acerca de una novela publicada en Espa?a casi cuatro a?os antes, el escritor acababa de entrar en otra sala del teatro para hacer su propia entrevista en ingl¨¦s, sobre un libro cuya versi¨®n original era, aproximadamente, igual de antigua. Al encontrarse, por fin, en la librer¨ªa situada junto a la salida, los dos volvieron a sonre¨ªrse, y a interpretar a la perfecci¨®n la sonrisa del otro: ?Uf, un bolo menos?!
Entonces fue cuando la traductora del escritor de Z¨²rich tuvo la idea. ?Por qu¨¦ no se dedican mutuamente las novelas? "It would be so, so nice!", a?adi¨®, con una sonrisa de ni?a peque?a que dej¨® pasmada a la escritora.
-Pero eso es una tonter¨ªa... -murmur¨®, en su propio idioma y en el o¨ªdo de su editora holandesa-. ?Para qu¨¦ quiero yo un libro en neerland¨¦s, si no puedo leerlo? Prefiero comprarlo en Espa?a.
La editora no fue capaz de responder, mientras la traductora se aplaud¨ªa a s¨ª misma, entusiasmada con aquella ocurrencia, que provoc¨® una curiosa respuesta en el escritor.
-Si yo no leo holand¨¦s -dijo en ingl¨¦s-. A m¨ª me gustar¨ªa leerla en alem¨¢n, pero en esta edici¨®n no voy a entender nada?
Todo fue en vano. "Oh, I think that it would be really very nice?!". Y no hubo manera de sacarla de ah¨ª, ni siquiera cuando la editora le explic¨® que los libros que ve¨ªa estaban en venta, que aquel puesto no era de la editorial, sino de un librero que, naturalmente, no ten¨ªa previsto regalar ning¨²n ejemplar, ni siquiera a esos autores que, para decirlo todo, se parec¨ªan en que ninguno de los dos escrib¨ªa libros cortitos. As¨ª que, al final, la pobre editora tuvo que comprar dos tochos de casi mil p¨¢ginas, y ellos se los dedicaron el uno al otro, para tener problemas con la maleta en el viaje de vuelta.
Ella lo hizo en espa?ol, y se lo tradujo despu¨¦s, para que el pobre entendiera algo del libro que iba a tener que llevarse a casa. ?l se lo dedic¨® en ingl¨¦s, con un sentido del humor admirable: "Como nunca podr¨¢s leerlo, al menos nunca podr¨¢s decir que es malo". Y se fueron al hotel, cada uno con sus mil p¨¢ginas impresas en un idioma incomprensible para ambos.
Y es que, aunque ustedes no lo crean, los festivales literarios son un deporte de riesgo.
(Este art¨ªculo es para Charles Lewinsky, que nunca podr¨¢ leerlo).
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