La traca final
En la estela del Guggenheim, la Ciudad de la Cultura quiso ser un edificio fara¨®nico y medi¨¢tico capaz de rentabilizar su desmesurado presupuesto en un tiempo r¨¦cord. Pero adem¨¢s de seguir una senda, en lugar de abrirla, el ambicioso proyecto se top¨® con problemas que sumaron a?os de retraso a su ejecuci¨®n con el riesgo de inaugurarse m¨¢s como un icono del pasado que del futuro. La escenogr¨¢fica obra de Peter Eisenman es el ¨²ltimo gran emblema espa?ol de la era del espect¨¢culo, la traca final. Hace m¨¢s de una d¨¦cada que un jurado decidi¨® que este proyecto respond¨ªa a las ambiciones de la Xunta mejor que los presentados por Jean Nouvel, Rem Koolhaas, Steven Holl o Manuel Gallego. Esos 10 a?os han estado sembrados de pol¨¦mica, desconfianza y desconocimiento. Por eso tiene sentido inaugurar una obra inconclusa con solo dos de sus seis edificios (el Archivo y la Biblioteca) terminados. M¨¢s que de acceder a una biblioteca de papel en tiempos electr¨®nicos, se trata de verle la cara al monstruo y decidir, us¨¢ndolo, el sentido del manto de piedra que corona el monte Gai¨¢s.
Arquitect¨®nicamente se trata de un proyecto de 70 hect¨¢reas que, solo por eso, tiene pocos precedentes en el mundo y ninguno en el curr¨ªculo de su autor. Eterno candidato al premio Pritzker, Eisenman se ha cansado de repetir que ya solo es posible unir arte y arquitectura en Europa y, mejor a¨²n, bajo el mecenazgo de los gobiernos de derechas. ?l es el autor de la idea que sustenta el conjunto, pero ha sido el arquitecto Andr¨¦s Perea quien ha dibujado el proyecto ejecutivo y quien ha hecho posible una construcci¨®n cuya fuerza sorprender¨¢ al visitante por poco predispuesto que est¨¦ a aplaudirlo. M¨¢s all¨¢ de mover la tierra y fracturar pl¨¢sticamente los vol¨²menes construidos, en un momento en que prima lo liviano, y m¨¢s all¨¢ de tratarse de una arquitectura teatral -con una estructura met¨¢lica de osamenta de dinosaurio disfrazada de piedra de canter¨ªa-, el edificio es grandioso. En arquitectura es tan dif¨ªcil componer un gran proyecto como en pintura cuajar un lienzo peque?o. Pero Eisenman domina la escala y la apertura de la biblioteca permitir¨¢ comprobar c¨®mo sus espacios fluidos acogen por igual a una multitud y a un solitario.
Con la Ciudad de la Cultura, el autor del Memorial del Holocausto de Berl¨ªn logra una arquitectura no visual, dif¨ªcil de fotografiar y capaz de apelar a los otros sentidos. As¨ª, a sus 78 a?os, Eisenman ha levantado el que considera su mejor edificio, su retrato como artista y, a la vez, el complejo retrato de una ¨¦poca que hoy se antoja imposible.
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