El Alc¨¢zar no se rinde
El presidente-dictador de Egipto, Hosni Mubarak, sabe perfectamente que su r¨¦gimen est¨¢ condenado, pero se mantiene obstinadamente en el poder, siquiera en los aspectos m¨¢s formales del mismo, y con ello libra la ¨²ltima batalla en defensa de su concepci¨®n del pa¨ªs, enfrentamiento cuyo resultado determinar¨¢ si el levantamiento popular ha sido toda una revoluci¨®n o solo un amotinamiento menor.
A nadie le tiene que extra?ar que Mubarak tenga partidarios y que estos salgan violentamente a la calle para defender a su l¨ªder. En casi 30 a?os el r¨¦gimen ha creado extensas redes clientelares integradas por miembros de profesiones liberales, pol¨ªticos, administradores y simples empleados de la vasta burocracia de un sistema en el que un trabajo ha sido con frecuencia la recompensa a la fidelidad pol¨ªtica. Esos son los que han hostigado a la protesta, contando con reblandecer as¨ª a la oposici¨®n hasta que acepte negociar con el poder alg¨²n tipo de transici¨®n controlada hacia un m¨ªnimo com¨²n denominador de contenido democr¨¢tico.
El mubarakismo ya no existe, pero su fundador no acepta un veredicto infamante de su obra
Mubarak no se considera a s¨ª mismo un dictador; est¨¢ persuadido de que la estabilidad que su r¨¦gimen de mano dura, si bien err¨¢tica, ha procurado al pa¨ªs ha sido una verdadera bendici¨®n; y sobre todo no admite que ¨¦l pueda ser un segundo Ben Ali, el presidente derrocado de T¨²nez, y por ello verse condenado al exilio. El l¨ªder egipcio resiste para defender la permanencia en el pa¨ªs, libres de cualquier clase de persecuci¨®n judicial, de su familia, de su c¨ªrculo, de sus seguidores, de sus empleados. El mubarakismo ya no existe, pero su fundador no est¨¢ dispuesto a aceptar un veredicto infamante de lo que entiende que ha sido su obra. Y en ese forcejeo, que el Ej¨¦rcito consiente como un Pilatos que conf¨ªa en que gane quien gane, al final seguir¨¢ siendo el ¨²nico poder indiscutible, Hosni Mubarak est¨¢ haciendo algo sorprendente: torear a Obama, que estar¨ªa mucho m¨¢s a gusto si se hubiera retirado y fuera su vicepresidente, Omar Suleim¨¢n -aunque apenas m¨¢s presentable-, quien estuviera negociando con la oposici¨®n. Al presidente norteamericano le est¨¢n empezando a ningunear con rara frecuencia en Oriente Pr¨®ximo, primero el jefe de Gobierno israel¨ª, Benjam¨ªn Netanyahu, que escucha sus admoniciones contra la expansi¨®n de las colonias en Cisjordania y Jerusal¨¦n como quien oye llover, y ahora Mubarak que desmiente as¨ª un tanto la condici¨®n de t¨ªtere sin remisi¨®n de su Gobierno.
La soluci¨®n que Occidente, y en particular Estados Unidos, preferir¨ªa es probablemente la formaci¨®n de un Gobierno de concentraci¨®n nacional, quiz¨¢ dominado por la oposici¨®n, pero con presencia del oficialismo, y presidido por alguien tan moderado y burocr¨¢tico -todo menos un arrebata-corazones- como el Nobel de la Paz Mohamed el Baradei, a quien hoy le honra la vesania con que lo trata la extrema derecha norteamericana, el Tea Party, calific¨¢ndole absurdamente de agente secreto de Ir¨¢n y apologista del r¨¦gimen de los ayatol¨¢s. Pasa que echa mucho de menos a Mubarak en sus d¨ªas de J¨²piter tonante.
La oposici¨®n es una amalgama a la que solo une su valerosa exigencia de democracia. En ella figuran elementos de la lucha obrera, intelectuales de izquierda, sindicalistas que pueden ser calificados en el mundo ¨¢rabe de razonablemente laicos, y todos ellos junto a la poderosa Hermandad Musulmana, que fue con su fundaci¨®n por Hassan el Banna en 1928, la primera gran organizaci¨®n islamista en el mundo musulm¨¢n sun¨ª. Pero la identificaci¨®n entre islamismo y terror es una operaci¨®n gravemente reduccionista que solo conviene al fanatismo del protestantismo evang¨¦lico. La Hermandad ha hecho repetidas veces profesiones de fe democr¨¢tica, los tiempos en los que propugnaba el crimen pol¨ªtico se hallan muy lejos en el pasado y habr¨ªa que conectarlos con la persecuci¨®n que sufri¨® bajo el mandato de Gamal Abdel Nasser (1952-1970) y de manera m¨¢s espor¨¢dicamente hasta la fecha.
Cuando se producen grandes conmociones florece la funesta man¨ªa de asegurar que el cambio es irreversible. Y ya vimos para qu¨¦ sirvi¨® la creaci¨®n de una autonom¨ªa palestina, donde lo ¨²nico que parece irreversible es la colonizaci¨®n israel¨ª. En el caso de Egipto solo est¨¢ ya decidido que, antes o despu¨¦s, Mubarak dejar¨¢ la escena, y que se producir¨¢ alg¨²n tipo de liberalizaci¨®n del pa¨ªs, pero todo lo dem¨¢s est¨¢ a¨²n sub j¨²dice, y el Antiguo R¨¦gimen quiere como m¨ªnimo incorporarse a la nueva situaci¨®n con todos los pronunciamientos favorables y hasta el ¨²ltimo penique en la faltriquera. La diplomacia norteamericana habr¨ªa de mostrarse mucho m¨¢s en¨¦rgica para impedir que eso ocurra.
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