El catalizador tunecino
El mundo entero celebra la revoluci¨®n democr¨¢tica de T¨²nez, que ha desencadenado una cascada de acontecimientos en otras partes de la regi¨®n -en particular en Egipto- con consecuencias incalculables. Los ojos del mundo est¨¢n puestos ahora en ese peque?o pa¨ªs de 10 millones de habitantes para aprovechar las ense?anzas que se desprendan de su reciente experiencia y ver si los j¨®venes que derribaron a un aut¨®crata corrupto pueden crear una democracia estable y que funcione.
En primer lugar, las ense?anzas. Para empezar, no basta con que los Gobiernos contribuyan a un crecimiento suficiente. Al fin y al cabo, el PIB creci¨® un 5%, aproximadamente, en T¨²nez a lo largo de los 20 ¨²ltimos a?os, y se citaba con frecuencia a ese pa¨ªs porque pod¨ªa alardear de una de las econom¨ªas con mejores resultados, en particular dentro de esa regi¨®n.
Lo importante es que haya una sensaci¨®n de equidad y juego limpio
La democracia en EE UU ha ido acompa?ada de una gran desigualdad
La comunidad internacional tiene el deber de prestar asistencia a T¨²nez
Tampoco es suficiente seguir los dictados de los mercados financieros internacionales: as¨ª se pueden conseguir buenas calificaciones de los bonos y agradar a los inversores internacionales, pero eso no significa que aumente la creaci¨®n de puestos de trabajo o el nivel de vida de la mayor¨ªa de los ciudadanos. De hecho, en el periodo anterior a la crisis de 2008 result¨® evidente la falibilidad del mercado de bonos y de las agencias de calificaci¨®n. Que ahora no vean con buenos ojos el paso de T¨²nez del autoritarismo a la democracia no redunda en su cr¨¦dito... y no se deber¨ªa olvidar nunca.
Ni siquiera basta que se imparta una buena educaci¨®n. En todo el mundo, los pa¨ªses est¨¢n esforz¨¢ndose por crear puestos de trabajo para quienes se incorporan por primera vez al mercado laboral. Sin embargo, un elevado desempleo y una corrupci¨®n omnipresente constituyen una combinaci¨®n explosiva. Los estudios econ¨®micos muestran que lo verdaderamente importante de los resultados de un pa¨ªs es que haya una sensaci¨®n de equidad y juego limpio.
Si en un mundo con escasez de puestos de trabajo, quienes tienen conexiones pol¨ªticas los consiguen, y si en un mundo de riqueza limitada, los funcionarios gubernamentales acumulan masas de dinero, el sistema inspirar¨¢ indignaci¨®n ante semejantes iniquidades y contra los perpetradores de esos delitos. La indignaci¨®n contra los bancos de Occidente es una versi¨®n m¨¢s suave de la misma exigencia b¨¢sica de justicia econ¨®mica que vimos por primera vez en T¨²nez y ahora en toda la regi¨®n.
Pese a las virtudes de la democracia -que, como ha demostrado lo sucedido en T¨²nez, es mucho mejor que la opci¨®n opuesta-, debemos recordar los fallos de quienes se declaran partidarios de ella, porque la democracia es algo m¨¢s que elecciones peri¨®dicas, aun cuando se celebren de forma justa. La democracia en EE UU, por ejemplo, ha ido acompa?ada de una desigualdad cada vez mayor, hasta el punto de que el 1% superior recibe una cuarta parte, aproximadamente, de la renta nacional... y la riqueza est¨¢ distribuida de forma a¨²n m¨¢s inequitativa.
De hecho, la mayor¨ªa de los estadounidenses est¨¢n econ¨®micamente peor que hace un decenio, pues casi todos los beneficios del crecimiento econ¨®mico acaban en manos de quienes se encuentran en la cima de la renta y de la distribuci¨®n de la riqueza, y el resultado de la corrupci¨®n al estilo americano puede representar regalos de miles de millones de d¨®lares a las empresas farmac¨¦uticas, la compra de elecciones con contribuciones a gran escala a las campa?as y reducciones de impuestos para los millonarios, mientras que se reduce la asistencia m¨¦dica para los pobres.
Adem¨¢s, en muchos pa¨ªses la democracia ha ido acompa?ada de luchas civiles, faccionalismo y Gobiernos con un funcionamiento deficiente. A ese respecto, lo sucedido en T¨²nez ha comenzado con una nota positiva: una sensaci¨®n de cohesi¨®n nacional debida al logrado derrocamiento de un dictador que se hab¨ªa granjeado un aborrecimiento generalizado. T¨²nez debe esforzarse por mantener esa sensaci¨®n de cohesi¨®n, que requiere un compromiso con la transparencia, la tolerancia y la proscripci¨®n de la exclusi¨®n, tanto pol¨ªtica como econ¨®mica.
La sensaci¨®n de juego limpio requiere voz y voto, que solo se puede lograr mediante el di¨¢logo p¨²blico. Todo el mundo insiste en el Estado de derecho, pero importa mucho qu¨¦ tipo de Estado de derecho se establezca, pues se pueden utilizar las leyes para garantizar la igualdad de oportunidades y la tolerancia o para mantener desigualdades y el poder de minor¨ªas dominantes.
Tal vez no pueda T¨²nez impedir que los intereses particulares se apropien de su Gobierno, pero, si sigue sin haber una financiaci¨®n p¨²blica de las campa?as electorales y no se aplican cortapisas a los grupos de presi¨®n y a las conexiones entre los sectores p¨²blico y privado, no solo ser¨¢ posible esa desviaci¨®n, sino que ocurrir¨¢ con seguridad. El compromiso de dar transparencia a las subastas de privatizaci¨®n y las licitaciones competitivas para la adjudicaci¨®n de contratos p¨²blicos reduce el alcance del sistema de captaci¨®n de rentas.
Hay que adquirir la capacidad para adoptar muchas medidas equilibradoras: un Gobierno demasiado poderoso podr¨ªa violar los derechos de los ciudadanos, pero un Gobierno demasiado d¨¦bil no podr¨ªa adoptar las medidas colectivas necesarias para crear una sociedad pr¨®spera y no excluyente o para impedir que los d¨¦biles e indefensos sean v¨ªctimas de los poderosos agentes econ¨®micos privados. Am¨¦rica Latina ha mostrado que los l¨ªmites de los mandatos de quienes ocupan cargos pol¨ªticos resultan problem¨¢ticos, pero tambi¨¦n que la inexistencia de limitaci¨®n de los mandatos es a¨²n peor.
As¨ª, pues, las constituciones deben ser flexibles. Consagrar modas en materia de pol¨ªtica econ¨®mica, como ha hecho la Uni¨®n Europea, cuyo banco central ha prestado atenci¨®n exclusivamente a la inflaci¨®n, es un error, pero ciertos derechos, pol¨ªticos (libertad de religi¨®n, expresi¨®n y prensa) y econ¨®micos, deben estar absolutamente garantizados. Un buen comienzo para el debate de T¨²nez es el de decidir, al formular su nueva constituci¨®n, qu¨¦ derechos va a reconocer, adem¨¢s de los consagrados en la Declaraci¨®n Universal de Derechos Humanos.
T¨²nez ha tenido un comienzo asombrosamente bueno. Su pueblo ha actuado con determinaci¨®n y seriedad al establecer un Gobierno provisional, cuando tunecinos de talento y acreditados se han apresurado a ofrecerse para servir a su pa¨ªs en esta cr¨ªtica coyuntura. Ser¨¢n los propios tunecinos quienes crear¨¢n el nuevo sistema, que habr¨¢ de indicar c¨®mo podr¨ªa ser una democracia del siglo XXI.
Por su parte, la comunidad internacional, que con tanta frecuencia ha apuntalado reg¨ªmenes autoritarios en nombre de la estabilidad (o conforme al principio de que "el enemigo de mi enemigo es mi amigo") tiene claramente el deber de prestar la asistencia que T¨²nez necesite en los pr¨®ximos meses y a?os.
Joseph E. Stiglitz es profesor en la Universidad de Columbia y premio Nobel de Econom¨ªa. ? Project Syndicate 1995-2011.
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