La estirpe de don Ram¨®n
Confieso que ayer, domingo, mientras atend¨ªa al ingreso de In¨¦s Fern¨¢ndez-Ord¨®?ez en la Real Academia Espa?ola, el santo se me fue al cielo m¨¢s de una vez. Claro, yo ten¨ªa ya bien le¨ªdo el espl¨¦ndido discurso, y el arca¨ªsmo de los medios usados para ilustrarlo con mapas no favorec¨ªa sostener siempre la atenci¨®n. Pero lo que a ratos me llevaba la cabeza hacia otra parte era m¨¢s bien la sensaci¨®n de que las aguas volv¨ªan a su cauce y en la Academia reto?aba la estirpe de don Ram¨®n Men¨¦ndez Pidal.
In¨¦s estaba mostrando que el espa?ol moderno no es una mera evoluci¨®n interna del castellano, sino el resultado de los contactos con otros dialectos y no extra?o a otras tendencias paneuropeas. Una explicaci¨®n no poco alejada de la pidaliana y sin embargo fiel en extremo a las lecciones del viejo maestro. La filolog¨ªa propiamente espa?ola, en cuanto se distingue de otras con adjetivos nacionales, es sobre todo la escuela de don Ram¨®n. El rasgo mayor, aunque se concrete en proporciones variables seg¨²n el objeto, est¨¢ en conjugar la ling¨¹¨ªstica y la historia, la literatura y la cr¨ªtica textual.
El apego a los mismos temas no le ha impedido nunca a In¨¦s mantenerse rigurosamente al d¨ªa
El estudio del Cantar del Cid, en obediencia a una convocatoria de la Academia, llev¨® al joven Pidal a inspeccionar las cr¨®nicas medievales y a tropezar en ellas, en 1894, con un pasaje que al punto identific¨® como los versos de un romance y de un cantar de gesta transmitidos por tradici¨®n oral y por versiones manuscritas. De ese hallazgo, por profundizaci¨®n en las materias y perfeccionamiento de los m¨¦todos, arranca buena parte de su propia obra posterior y de los principales terrenos que acot¨® para sus disc¨ªpulos.
Pues bien, quiz¨¢ ning¨²n fil¨®logo de su generaci¨®n ha cultivado esos mismos terrenos m¨¢s tenaz y renovadoramente que In¨¦s Fern¨¢ndez-Ord¨®?ez. A los trabajos de campo en geograf¨ªa ling¨¹¨ªstica y poes¨ªa folcl¨®rica ha unido con igual provecho la exploraci¨®n en las selvas de la historiograf¨ªa medieval (en primer t¨¦rmino, las cr¨®nicas de Alfonso el Sabio y sus derivaciones) y la mirada alerta a las implicaciones generales (por ejemplo, ecd¨®ticas) de las cuestiones abordadas con exigente precisi¨®n en el detalle.
El apego a los mismos temas no le ha impedido nunca mantenerse rigurosamente al d¨ªa, haciendo suyos todos los avances de la investigaci¨®n, y disentir de Pidal cuantas veces lo ha cre¨ªdo necesario. As¨ª en este mismo discurso de ingreso, que tanto difiere de los Or¨ªgenes del espa?ol (1926), tanto debe al Atlas ling¨¹¨ªstico de la pen¨ªnsula Ib¨¦rica que don Ram¨®n dise?¨® y tan sabia y lealmente se adhiere al esp¨ªritu del maestro. As¨ª en la edici¨®n de la Estoria de Espa?a que In¨¦s ha acometido y que presenta la obra alfons¨ª a una luz muy distinta de la que ¨¦l ve¨ªa cuando en 1894 la estudiaba en respuesta tambi¨¦n a una incitaci¨®n de la Academia. Se comprender¨¢ que a m¨ª, oy¨¦ndola ayer, se me fuera a ratos el santo al cielo de don Ram¨®n, Rafael Lapesa, Diego Catal¨¢n. Bendita sea la rama...
Francisco Rico es miembro de la RAE.
Babelia
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