Cosmos cerrado por amor
Cuesta poco, bien poco, estar de acuerdo con el fil¨®sofo norteamericano Harry Frankfurt cuando en su libro Las razones del amor se?ala que el amante no puede dejar de dedicarse con altruismo a su amado y, por tanto, no se puede considerar, en este aspecto, que sea libre. Por el contrario, la naturaleza misma de las cosas lo lleva a estar cautivado por su amado y su amor, hasta el punto que cabe afirmar que su voluntad se encuentra bajo una rigurosa coacci¨®n. En ese sentido, remata su razonamiento, el amor no es cuesti¨®n de decisi¨®n.
No cuesta el acuerdo, dec¨ªamos, porque semejante convencimiento no solo permite la inteligibilidad de la idea misma de amor (?acaso no resultar¨ªa autocontradictorio hablar de un amor interesado?), sino, vayan ustedes a saber si sobre todo, porque lo hab¨ªamos incorporado, a t¨ªtulo de premisa, en la mayor parte de las representaciones amorosas que constitu¨ªan nuestro imaginario colectivo. Nuestra memoria est¨¢ abarrotada de relatos literarios y cinematogr¨¢ficos en los que sus protagonistas se mostraban dispuestos a renunciar a lo m¨¢s valioso para ellos (hacienda, intereses e incluso la propia vida) en el momento en el que se cruzaba en su camino lo que cre¨ªan que era un genuino amor.
Las grandes historias de amor son la representaci¨®n idealizada de c¨®mo queremos vivir
Seg¨²n Hannah Arendt, la persona amada es el ¨²nico hogar que somos capaces de so?ar
Era tal la eficacia alcanzada por este tipo de relatos (quiere decirse: por los relatos basados en los se?alados supuestos) que, m¨¢s all¨¢ de su capacidad para expresar, dar cuenta y reflejar nuestra experiencia, terminaban por alcanzar una dimensi¨®n casi normativa. Traduciendo esto mismo a la jerga filos¨®fica se dir¨ªa que lo caracter¨ªstico de las buenas historias de amor era su performatividad o, con un lenguaje algo m¨¢s sencillo, lo que podr¨ªamos denominar su espec¨ªfica voluntad de realidad.
No nos estamos limitando a abundar en las conocidas tesis seg¨²n las cuales las buenas historias parecen reales (son ver¨ªdicas), o incluso constituyen herramientas para cambiar la vida: ahora estar¨ªamos sosteniendo que constituyen el canon, el modelo, la representaci¨®n idealizada de c¨®mo queremos vivir. O, m¨¢s en concreto (para el caso de los relatos amorosos), de c¨®mo queremos amar. Las grandes historias de amor son relatos que nos interpelan, convoc¨¢ndonos a su realizaci¨®n. Son historias que reclaman que alguien se haga cargo de tanta belleza, de tanta desmesura. De tal modo que quien se emociona ante ellas en cierto modo no est¨¢ haciendo otra cosa que estar a la altura de un destino: responde a una invitaci¨®n que resulta imposible declinar, a cuyo influjo ning¨²n ser humano deber¨ªa ser capaz de resistirse.
Pero ese destino -ay- al que es convocado quien se emociona ante una historia de amor (y seemociona -m¨¢s ay- si y solo si conoce el amor, esto es, si est¨¢ en condiciones de dar adecuada materializaci¨®n a su emoci¨®n) ha pasado a entrar en conflicto con nuestra realidad actual, constituye un destino disfuncional con los nuevos imaginarios colectivos dominantes en el mundo de hoy, abandonados a la banalidad y el mercantilismo m¨¢s desatados. Con un a?adido que resulta imposible soslayar: el amor, que surge como contingencia, no puede pensarse a s¨ª mismo bajo esta forma (de hecho, ning¨²n amor es capaz de contemplar su propio fin). Pero, a nuestro alrededor, lo existente gusta de alardear de una contingencia incluso exasperada, fronteriza con la volatilidad. ?Qu¨¦ hacer entonces en semejante tesitura?
Tal vez aquel poema de Machado, Todo amor es fantas¨ªa, incluido en Otras canciones a Guiomar, nos proporcione una inestimable ayuda para salir del apuro. Escribe el poeta: "Todo amor es fantas¨ªa; / ¨¦l inventa el a?o, el d¨ªa, / la hora y su melod¨ªa; / inventa el amante y, m¨¢s, / la amada. No prueba nada, / contra el amor, que la amada, / no haya existido jam¨¢s". Sin pretender hacer una hermen¨¦utica del poema -tarea para la que debo declararme abiertamente incompetente- me permito llamar la atenci¨®n sobre la reivindicaci¨®n que en la ¨²ltima parte del mismo se hace del amor, reivindicaci¨®n que, en todo caso, parece estar invit¨¢ndonos m¨¢s a pensarlo bajo una perspectiva distinta a la habitual que a renunciar a ¨¦l (como a primera vista el t¨ªtulo y los versos iniciales podr¨ªan hacerle creer a un lector apresurado).
El amor, vendr¨ªa a sugerirnos Abel Mart¨ªn, es al mismo tiempo la gran mentira y la gran verdad de los seres humanos. Es la gran verdad porque en ¨¦l -y probablemente solo en ¨¦l- los amantes encuentran el cobijo, el refugio seg¨²n ellos seguro en el que guarecerse de la hipocres¨ªa y el fingimiento del mundo. En realidad, lo que hacen es construir un fr¨¢gil nido de palabras y caricias, acurrucarse en su interior y, a continuaci¨®n, con presuntuosa ternura, colocar a la entrada un cartel con la leyenda "cosmos cerrado por amor". Pero -¨²ltimo ay- ese diminuto universo propio tambi¨¦n se ha construido con mentiras -delicadas y amorosas mentiras esta vez, pero mentiras al fin-. Ninguno de los dos es de verdad como el otro declara verlo. Probablemente ni siquiera lo cree realmente quien regala a su amor las m¨¢s hermosas palabras, quien pone a sus pies la m¨¢s rendida admiraci¨®n. Pero seamos indulgentes: le va la vida en ello. ?C¨®mo, si no, podr¨ªa abandonarse, incondicional, en sus brazos?, ?c¨®mo, si no, podr¨ªa confiar, sin reservas, en sus promesas?, ?c¨®mo, si no, podr¨ªa creer, como le suced¨ªa a Hannah Arendt, que la persona amada es el ¨²nico y aut¨¦ntico hogar que somos capaces de so?ar?
Se trata de una desgarrada paradoja, qu¨¦ duda cabe. No obstante, acaso no habr¨ªa que descartar que buena parte de los problemas, confusiones y contradicciones que padecemos para pensar y vivir el amor sin demasiados conflictos, deriven de una decisi¨®n equivocada a la hora de elegir las im¨¢genes tutelares por las que dejarnos guiar. Quiz¨¢s en lugar de empe?arnos en recurrir a la figura de la propiedad -la persona que ha de ser para m¨ª, que he de conseguir que me pertenezca de una u otra manera- nos resultara m¨¢s ¨²til, por clarificador, interpretar la experiencia amorosa bajo la figura del rel¨¢mpago en medio de la noche, de esa explosi¨®n inesperada de luz que por un instante devuelve a la oscurecida y cabizbaja realidad todo el brillo e intensidad de cuando reinaba la claridad.
Aunque pensarla bajo esa otra figura tiene asimismo, todo hay que decirlo, su contrapartida. El rel¨¢mpago (tambi¨¦n el del amor) nos deja al tiempo expectantes y preocupados, ilusionados y tristes, ansiosos y derrotados. Porque no sabemos cu¨¢nto tardar¨¢ en repetirse el pr¨®ximo fogonazo -el pr¨®ximo estallido de luz que iluminar¨¢ el mundo por entero-. Porque tememos que no lo vuelva a haber en mucho tiempo. O, lo peor de todo, porque barruntamos que quiz¨¢ ya no nos alcance a verlo.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad de Barcelona y premio Espasa de Ensayo 2010 por su libro Amo, luego existo. Los fil¨®sofos y el amor.
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