?Quieto todo el mundo!
Treinta a?os despu¨¦s del 23-F, la modernizaci¨®n de Espa?a no tiene vuelta de hoja y los viejos demonios est¨¢n bien enterrados. El Ej¨¦rcito se ha profesionalizado y se despliega por el mundo. Un cambio colosal
El 23 F, estrambote de una intensa tradici¨®n espa?ola -salpicada de asonadas, alzamientos, pronunciamientos y dem¨¢s anomal¨ªas- fue el sarpullido final de un tiempo incierto, cuajado de ruidos golpistas y sacudidas terroristas.
"?Quieto todo el mundo!" Con esas cuatro palabras de marras para la historia, el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero un arquetipo galdosiano del golpista del XIX, pistola en ristre, al mando de un pu?ado de oficiales y guardias, interrumpi¨® la investidura, como presidente del Gobierno, de Leopoldo Calvo-Sotelo, amedrent¨® a los diputados que estaban votando en el Congreso y meti¨® el coraz¨®n de los perplejos espa?oles en un pu?o, durante las largas horas que dur¨® el secuestro del Gobierno y la voluntad popular.
El golpe caus¨® un grave perjuicio a la imagen de Espa?a. Parec¨ªa un libreto del g¨¦nero bufo
Si bien la asombrosa ausencia de da?os personales y el buen hacer de los gestores de la crisis, empezando por el Rey, contribuy¨® a atenuar el drama, el castizo intento de golpe de Estado caus¨® un grave perjuicio a la imagen de Espa?a y se aproxim¨® m¨¢s a un libreto del g¨¦nero bufo que a lo que cabe esperar de un pa¨ªs que se dispon¨ªa a llamar a las puertas de las instituciones occidentales. Sin tratar de buscar razones al disparate, el deterioro econ¨®mico y social, el terrorismo rampante, la no aceptaci¨®n por el Ej¨¦rcito de la legalizaci¨®n del PCE y la -todav¨ªa suave- eclosi¨®n nacionalista, hab¨ªan contribuido a crear, en los meses anteriores al 23F, un sentimiento generalizado de malaise, caldo de cultivo explotado desde la prensa de extrema derecha. El pa¨ªs ven¨ªa evidenciando desconcierto mientras improvisaba avenidas y taponaba baches sin que a nadie se le pasase por la cabeza que quedaban cuentas por saldar, porque en 1978 se hab¨ªa intentado cerrar las heridas del pasado y nada parec¨ªa indicar que se fuesen a reabrir.
Y en esas est¨¢bamos, cuando unas docenas de guardias civiles, muchos sin saber muy bien lo que hac¨ªan ni lo que les esperaba, sub¨ªan a las seis de la tarde por la Carrera de San Jer¨®nimo camino del Congreso, donde se estaba celebrando la sesi¨®n de investidura.
(Lunes, 23 febrero 1981. 18,20 horas. 'M30'. Congreso de los Diputados)
En la proximidad del hemiciclo, en una mesa casi camilla, sin brasero pero rebosante de papeles, Mat¨ªas Rodr¨ªguez Inciarte, Eugenio Gald¨®n, Alfredo S¨¢nchez Bella y yo mismo hab¨ªamos estado suministrando munici¨®n de r¨¦plica al candidato, que se enfrenta a la oposici¨®n de buena parte de la C¨¢mara y a la desgana condescendiente de algunos diputados de su propio partido. Calvo-Sotelo, acaba de terminar su intervenci¨®n, se est¨¢ votando y los periodistas, con su innata ansiedad, quieren saber ya quienes ser¨¢n los nuevos ministros. En cuesti¨®n de minutos, mientras estiramos las piernas por la conocida M30 -pasillo circular que bordea el hemiciclo- vemos irrumpir a un viejo conocido del CESID, con antecedentes en la chapucera trama de la Cafeter¨ªa Galaxia. En un abrir y cerrar de ojos me encuentro cuerpo a tierra, tirado en la moqueta, junto a un ingenioso diplom¨¢tico que no descompone ni el gesto ni el nudo de su corbata. El guardia que nos vigila, metralleta en mano y claros s¨ªntomas de s¨ªndrome metab¨®lico, acent¨²a nuestro temor a que nos descerraje un tiro si osamos movernos.
Tras un tiempo interminable, se relaja el rigor inicial y nos permiten ponernos de pie, con un destino: el bar del Congreso, donde van concentrando a los sediciosos que pululan fuera del, ahora silencioso, hemiciclo: escribidores de discursos, escoltas, fot¨®grafos, jefes de prensa, camareros. En fin, la fauna no electa. Aquello huele a Estadio Chile -sin Victor Jara- pero pronto se ve que la cosa va de sainete porque nos preguntan qu¨¦ queremos tomar en aquella improvisada barra libre. Eugenio Su¨¢rez, editor de El Cocodrilo Leopoldo -autodenominado Semanario Socializante de Informaci¨®n General- pide un piperm¨ªn frapp¨¦. Aquello fue el acab¨®se porque, a los que t¨ªmidamente ped¨ªamos una fanta de lim¨®n, esa pretensi¨®n se nos antojaba una provocaci¨®n en toda regla. Pedir un piperm¨ªn en un golpe de Estado era llevar las cosas demasiado lejos. Seg¨²n avanzaba la tarde, el bar del Congreso corr¨ªa el riesgo de convertirse en el escenario de una pel¨ªcula a caballo entre Almod¨®var y Berlanga. Otra vez, La escopeta nacional.
La noche all¨ª segu¨ªa discurriendo con singular rareza, entre r¨¢pida y confusa. As¨ª que pasados los agobios iniciales, un peque?o grupo de h¨¦roes ocasionales se atrevi¨® a desafiar a los golpistas abandonando el bar, en una dial¨¦ctica del rat¨®n y el gato, escaleras arriba, escaleras abajo. El juego se interrumpe abruptamente, para m¨ª, cuando me veo interceptado a la salida del ba?o de caballeros -la autoridad militar ha accedido a que se alivien los diputados- donde he aprovechado para recibir instrucciones del aspirante a presidente.
Bajo la acusaci¨®n sumaria de un guardia: "Este se?or ha hablado con el candidato" me arrestan y quedo inmovilizado, rodeado de efectivos con y sin uniforme. Tras un tira y afloja desigual, con las manos en alto y el DNI en la boca, me expulsan del Congreso y doy con los huesos en la calle. A partir de ah¨ª, mi teatro de operaciones hasta la liberaci¨®n de los diputados fue el Hotel Palace, desde donde pude ejecutar la encomienda del candidato en nuestro precario encuentro en el mingitorio. Fin del primer acto.
Tiempo despu¨¦s, vino el juicio a los culpables de la sedici¨®n, con toda clase de peripecias, como la tentativa de los procesados a negarse a bajar a la sala del juicio de Campamento, aprovechando el aniversario de la intentona. Pero no se salieron con la suya, los aventureros fueron juzgados, condenados y una parte de ellos, encarcelados. M¨¦rito en el activo del Gobierno Calvo-Sotelo, firme con los fuertes, compasivo con los d¨¦biles. Porque no hubiera sido ni deseable ni inteligente juzgar a todo el Ej¨¦rcito y la Guardia Civil por la temeridad de una parte de sus miembros.
(Mi¨¦rcoles, 23 de febrero de 2011. ETA en tregua estrat¨¦gica y la Guardia Civil formando tropas en Afganist¨¢n)
Han pasado 30 a?os. 21 gobiernos socialistas y 10 de centro derecha. El Rey goza de buena salud, Adolfo Su¨¢rez -el arquitecto de la transici¨®n- no recuerda el tiempo pasado y Calvo-Sotelo nos dej¨®, con un gran relato de este tiempo en su Memoria viva de la transici¨®n.
El Ej¨¦rcito espa?ol, con una imagen debilitada tras los experimentos, sin gaseosa, de algunos de sus generales el 23-F, se ha vacunado de la tentaci¨®n de inmiscuirse en los asuntos pol¨ªticos, se ha profesionalizado, est¨¢ bien integrado en la estructura militar de la OTAN, y ha desplegado 100.000 militares en cuatro continentes, mientras la Guardia Civil forma a la polic¨ªa afgana. Un cambio colosal.
ETA, con sus espasm¨®dicas treguas de conveniencia, est¨¢ acorralada y debilitada gracias a la eficacia de nuestras fuerzas de seguridad y a la definitiva colaboraci¨®n francesa que ha servido para variar el rumbo de aquellos tiempos pret¨¦ritos en que, para los pol¨ªticos galos, el terrorismo era un asunto interno que deb¨ªamos resolver los espa?oles. Por fortuna, los dos grandes partidos, que no coinciden en nada, est¨¢n de acuerdo en la lucha antiterrorista.
Espa?a, que se ha beneficiado de la copiosa ayuda comunitaria, no es un miembro decisivo de la, cada vez m¨¢s, desmayada Uni¨®n Europea. La entente franco-alemana no tiene especial inter¨¦s en una pol¨ªtica exterior com¨²n y ha apostado por la c¨®moda mediocridad. Prueba de ello es la falta de pulso en cada ocasi¨®n en que Los 27 deber¨ªan hacer valer un ¨²nico punto de vista. Las ¨²ltimas, T¨²nez, Egipto y Libia.
La econom¨ªa espa?ola; que ha conocido en estas tres d¨¦cadas un desarrollo espectacular, con las empresas despleg¨¢ndose de forma admirable por Latinoam¨¦rica; tras una crisis grav¨ªsima de paro y desequilibrio en las cuentas p¨²blicas y privadas, ha bordeado el rescate. Y parece que no van a bastar las reformas emprendidas y el enfermo va a tener que afrontar una impopular cura de caballo, con toda la intranquilidad social que ello pueda generar. Esa ser¨¢ una de las tareas prioritarias en las primeras semanas del pr¨®ximo Gobierno.
Pero la modernizaci¨®n del pa¨ªs no tiene vuelta de hoja, los viejos demonios est¨¢n bien enterrados, a pesar del empe?o insensato en reabrir las viejas heridas de la guerra civil que todav¨ªa siguen enfrentando -?70 a?os despu¨¦s!- a los espa?oles. El pa¨ªs tiene cuestiones territoriales pendientes que precisan repliegues y ajustes, sobre todo en los asuntos relacionados con la salud y la educaci¨®n, las dos grandes cuestiones de ahora mismo.
Pero este inventario de urgencias poco tiene que ver con el panorama de aquel fr¨ªo febrero de 1981 en que unos patriotas de guardarrop¨ªa nos pusieron al borde del abismo durante unas largu¨ªsimas horas.
?Qu¨¦ falta de visi¨®n la de aquellos estrategas del golpe a la espa?ola, decirle a un pa¨ªs que acaba de recuperar las libertades y que estrena la democracia, que se quede quieto! Los millones de manifestantes que se echaron a la calle despu¨¦s de la fallida intentona dejaron claro que a los espa?oles no se les manda, tan f¨¢cilmente, que se queden quietos.
Luis S¨¢nchez-Merlo fue secretario general del presidente del Gobierno (1981-1982).
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