Hierve R¨ªo
Desafinado, el c¨¦lebre tema musical compuesto por Antonio Carlos Jobim en 1959, en plena efervescencia de la Bossa Nova, es el mejor apunte del natural esbozado sobre Brasil. Una met¨¢fora de su cuerpo y alma. L¨ªrica, r¨ªtmica, perezosa y sensual, esa canci¨®n hu¨ªa en cuatro estrofas de la norma establecida por la industria discogr¨¢fica y argumentaba humilde, a mitad de camino del jazz y la samba, que hab¨ªa otra forma de hacer las cosas. De comprender la m¨²sica y la existencia. Y tambi¨¦n era v¨¢lida. "En el pecho de los desafinados tambi¨¦n late un coraz¨®n", sentenciaba sentimental Jobim.
As¨ª es Brasil. Al margen del dictado de los sucesivos emperadores del planeta, con un estilo distinto, fuera de registro, sin perder los nervios ni caer en la tentaci¨®n de oficiar de lazarillo ideol¨®gico de los pa¨ªses de su entorno (tiene frontera con todos los pa¨ªses sudamericanos excepto Chile y Ecuador), ha conseguido doblar en cuatro d¨¦cadas su poblaci¨®n hasta los 200 millones de habitantes, de los que 60 tienen menos de 14 a?os; construir una clase media de 100 millones de personas; alzarse como sexta potencia mundial e inundar el mundo con su soja, az¨²car, caf¨¦, cacao, frutas, carne, madera y minerales. Brasil atesora una quinta parte de la biodiversidad y la mayor reserva de agua dulce del planeta. Apenas ha explotado la octava parte de su superficie cultivable. Ni su potencial tur¨ªstico. El descubrimiento de yacimientos petrol¨ªferos frente a sus costas le puede convertir en un actor internacional todav¨ªa m¨¢s influyente, dada la perenne inestabilidad que padecen los tradicionales productores de crudo.
Nunca hubo conflictos raciales en Brasil, el 'apartheid' era social, no de color de piel
Durante el carnaval de 2010 fueron asesinadas 72 personas; este a?o, tras la pacificaci¨®n de las favelas, 40.
Ha sido el primer carnaval con Dilma Rousseff, la heredera de Lula, al frente del pa¨ªs
Aqu¨ª no hay disfraces, a los cariocas les sobra con su ritmo y su belleza
Al carism¨¢tico jefe de polic¨ªa de R¨ªo le llaman el Eliot Ness brasile?o
Brasil es otra cosa. Un verso suelto. En su territorio sobrevive la socialdemocracia y se impone el anhelo de la redistribuci¨®n mientras en la Vieja Europa se tambalea el Estado de bienestar. Y su memoria hist¨®rica no alcanza a recordar que fue el ¨²ltimo Estado en proscribir la esclavitud, en 1889. Gran parte de su poblaci¨®n desciende de aquellos hombres y mujeres sin derechos. Y los m¨¢s pobres siguen siendo los negros. Pero en Brasil nunca ha habido conflictos raciales. El apartheid ha sido siempre m¨¢s econ¨®mico que basado en el color de la piel. Si de algo presume este pa¨ªs es de ser estable, amable y fiable. Lo que le permite recibir m¨¢s inversiones extranjeras que nadie. Tiene un r¨¦gimen de libertades en comparaci¨®n con otros emergentes como Rusia o China. No tiene enemigos como India. No tiene pretensiones nucleares como Ir¨¢n. Y, para cerrar el c¨ªrculo de su prosperidad e inminente papel universal, acoger¨¢ en 2014 el Mundial de f¨²tbol y en 2016 los Juegos Ol¨ªmpicos en R¨ªo de Janeiro. ?Ser¨¢n capaces los brasile?os de afrontar ambos retos? No lo tienen claro. Si lo logran; si Brasil conjura su secular desorganizaci¨®n, corrupci¨®n, analfabetismo y falta de infraestructuras, y convierte su estilo desafinado en su polo de atracci¨®n, ambos megaeventos supondr¨¢n su consagraci¨®n como potencia mundial. Le aportar¨¢n autoestima, renovar¨¢n su paisaje urbano y elevar¨¢n sus maltrechos ¨ªndices de desarrollo humano. Un salto adelante. No se les puede escapar esta oportunidad. Brasil bulle como nunca antes.
R¨ªo de Janeiro, la capital m¨¢s mestiza, bella, viva y repleta de contrastes de la Tierra, simboliza esa olla a presi¨®n. Cinco d¨ªas al a?o su carnaval se convierte en la tarjeta de presentaci¨®n de este pa¨ªs adolescente. Este 2011 se ha vivido la madre de todos los carnavales. El primero con Dilma Roussef, la sucesora del m¨ªtico metal¨²rgico Luiz In¨¢cio Lula da Silva al frente del pa¨ªs al grito de: "Mi compromiso es honrar a las mujeres y proteger a los m¨¢s d¨¦biles". El primero con las favelas, esos infrabarrios colgados en los cerros que rodean R¨ªo en los que malviven dos millones de personas, con una paz in¨¦dita; con menos muertes en la calle, menos prostitutas alimentando el turismo sexual, menos camellos pistoleros. Un carnaval con la promesa de los miles de millones de petrod¨®lares que engrasar¨¢n el desarrollo de esta sociedad y el m¨ªtico estadio de Maracan¨¢ (la catedral del futebol), en obras oficiando de mascar¨®n de proa de una inversi¨®n p¨²blica de m¨¢s de 10.000 millones de euros para afrontar los dos compromisos deportivos. Y para transformar el pa¨ªs.
Ha sido el carnaval del futuro. El carnaval de R¨ªo es, adem¨¢s de una fiesta extenuante, una industria. Una marca. Un producto bien manufacturado en un pa¨ªs que aspira a escapar de la condena de ser un mero productor de materias primas. El carnaval es una m¨¢quina de hacer dinero. En menos de una semana, R¨ªo ha facturado 600 millones de euros, concentrado en sus calles a cinco millones de personas (de ellas, medio mill¨®n de extranjeros), dado trabajo a otro medio mill¨®n y transmitido en directo su imagen m¨¢s festiva a todo el planeta. Una publicidad que no tiene precio.
Cinco d¨ªas al a?o, R¨ªo de Janeiro alberga dos carnavales. Uno se desarrolla en los 700 metros del samb¨®dromo (bautizado oficialmente, dentro de esa tendencia brasile?a a crear nombres pomposos, Pasarela Profesor Darcy Ribeiro); un teatro romano repleto de mulatas, adonis, carrozas y lentejuelas para consumo televisivo. El otro, el de la calle, el carnaval de rua, es el de la samba, la borrachera y el desenfreno hasta que sale el sol para empezar de nuevo; transcurre por los m¨¢s de seis kil¨®metros de las playas de Leblon, Ipanema y Copacabana a la sombra de los edificios racionalistas proyectados bajo la batuta de Oscar Niemeyer y la inspiraci¨®n de su maestro, Le Corbusier. En el ¨¦xito del carnaval de la calle que transcurre por la playa de Ipanema el colectivo gay tiene el protagonismo. R¨ªo no tiene un d¨ªa del orgullo gay; su carnaval cumple ese papel.
El samb¨®dromo es el carnaval dentro del carnaval. Puro marketing. Marca-pa¨ªs. Risas impostadas, muecas de felicidad, alegr¨ªa enlatada y torrentes de sudor en dos madrugadas iluminadas por los focos hasta transformarlas en ma?anas tropicales. El trabajo de 363 d¨ªas cuaja en dos noches. Como en las Fallas de Valencia, este alarde coreogr¨¢fico e industrial se consume en unas horas para renacer un a?o despu¨¦s. El samb¨®dromo tiene la misi¨®n de vender al mundo la organizaci¨®n, creatividad, disciplina, originalidad, belleza, cultura, ra¨ªces y calidad de vida del pueblo brasile?o. Es su fiesta nacional. Todo costeado por los derechos de transmisi¨®n televisivos, la publicidad (cuyos productos tienen en estos d¨ªas la piel negra y van tocados de plumas de avestruz) y las marcas comerciales que contratan a famosos para que vayan a sus recintos reservados del samb¨®dromo, vistan sus logos y evolucionen como patos al son de la samba mientras se ahogan entre flashes y caipiri?a antes de sumergirse en la tibia piscina del exclusivo hotel Fasano, dise?ado frente al Atl¨¢ntico por Philippe Starck, para broncearse en tumbonas tapizadas de algod¨®n a rayas blancas y canela, contiguas a las de Jude Law o Gisele B¨¹ndchen, esperando que llegue la noche para volver al samb¨®dromo a cumplir su contrato y hacer caja.
El carnaval de la calle estalla el mediod¨ªa del viernes. Los cariocas abandonan su trabajo de estampida. Las noches previas han sido tristes y lluviosas; de calma tensa. Ni un alma en la madrugada. Por fin, el bohemio barrio de Lapa, surcado por un viaducto sobre el que circula un viejo tranv¨ªa amarillo del que rebosan j¨®venes enloquecidos, se llena en minutos. La gente enseguida est¨¢ ebria. Los bares desbordan. Llueve con intensidad tropical. A nadie parece importarle. No hay disfraces sofisticados. A los cariocas les sobra con su ritmo y su belleza. Su disfraz es la desinhibici¨®n. Hay j¨®venes con los abdominales de Cristiano Ronaldo y muchachas con las curvas de Beyonc¨¦. Vuelan las camisetas y se acortan los shorts. Se reparten condones a pu?ados; aqu¨ª los llaman camisinhas ("use sempre camisinha" aconseja el eslogan oficial). Las aceras rezuman agua, alcohol y orines. En las primeras horas, los 7.000 retretes port¨¢tiles instalados por el Ayuntamiento quedan anegados; las havaianas son el calzado; llegan camionetas con altavoces. Son la vanguardia de los 465 blocos de R¨ªo de Janeiro, las agrupaciones musicales que recorren errantes la ciudad y a las que siguen en su camino miles de espont¨¢neos ebrios de ritmo y cerveza Antarctic hasta que desertan y se enganchan al siguiente bloco en un peregrinar sin fin. Danzan los ni?os y los viejos. El sonido de tambores hace vibrar el asfalto y sus ondas ascienden hasta el cerebro de los espectadores oblig¨¢ndoles a bailar. Y sumarse al jolgorio. Es imposible sustraerse. Cada uno baila en su espacio, sin molestar al de al lado; para los cariocas, la samba es un sencillo balanceo de caderas y un sutil movimiento de extremidades que dominan desde ni?os. Llega de kil¨®metros a la redonda una nube de vendedores ambulantes de aspecto paup¨¦rrimo. Dormir¨¢n en la calle. Ofrecen cervezas, refrescos de guaran¨¢, toallas con el Pan de Az¨²car impreso y cristos redentores fosforescentes. Hasta el mi¨¦rcoles no habr¨¢ tregua.
Quedan 24 horas para que se inicie el desfile del samb¨®dromo. El Rey Momo, la personificaci¨®n de los cariocas durante estas fiestas, posa con el alcalde, Eduardo Paes: un cuarent¨®n, guapo y centrista que sonr¨ªe con rel¨¢mpagos de su dentadura a las c¨¢maras y se atreve con unos pasos de samba. El acto transcurre en el Ayuntamiento, el Pal¨¢cio da Cidade; fue la Embajada brit¨¢nica y tiene la arquitectura neocl¨¢sica de una mansi¨®n sure?a edificada en torno al algod¨®n. El Rey Momo es Milton Rodr¨ªguez, un joven afrobrasile?o, gordo, herc¨²leo y amanerado, que mueve con ligereza sus 130 kilos. Lleva un traje blanco de tejido sint¨¦tico, una banda cruz¨¢ndole el pecho y una corona de rey de Siam. No para de re¨ªr ni de bailar, rodeado de una cohorte de princesas. Chorrea. Me preocupo. ?Aguantar¨¢ cinco d¨ªas a este ritmo? Se confiesa feliz. "Esto es lo mejor del mundo".
Hasta 1985, el gran carnaval de las carrozas y los miles de figurantes uniformados recorr¨ªa las calles de R¨ªo. Aquel a?o la autoridad lo encerr¨® en el samb¨®dromo. All¨ª desfilar¨ªan en una competici¨®n limitada las grandes escuelas de samba, es decir, las 12 del Grupo Especial, que cuentan con m¨¢s de 5.000 miembros cada una y reciben subvenciones de hasta cinco millones de euros. Hay un centenar largo de escuelas en la ciudad, pero solo las del Grupo Especial desfilan como legiones de nueve en fondo en el samb¨®dromo durante los dos d¨ªas grandes: el domingo y el lunes. En 2005, dentro de esa estrategia de exprimir la marca carnaval, de profesionalizarlo, de tenerlo bajo control, estas 12 escuelas fueron trasladadas desde sus sedes a la Ciudad de la Samba, un recinto industrial en la zona portuaria de R¨ªo donde se construyeron 14 hangares de 3.500 metros cuadrados. All¨ª las escuelas crean cada a?o sus alegor¨ªas, enredos y fantas¨ªas. Fabrican sus artilugios, confeccionan sus disfraces y preparan su estrategia para seducir y ganar. No es f¨¢cil entrar en la Ciudad de la Samba. Menos a¨²n unas horas antes de que d¨¦ comienzo el desfile. Ninguna escuela est¨¢ dispuesta a que trasciendan sus secretos. Los carnavaleros son celosos de su oficio. Las escuelas tienen una estructura r¨ªgida de mando. Cada escuela cuenta con sus hinchadas. Logramos entrar. Huele a pegamento y a chamusquina. La gente se lo toma con calma. Cero nervios. Cuando se les interroga sobre su estado de ¨¢nimo ante la inminencia del desfile, su respuesta generalizada es el impert¨¦rrito "tudo bem" brasile?o. Impresiona contemplar los restos de las cuatro naves que ardieron a comienzos de febrero, un mes antes de que diera comienzo el carnaval, consumiendo miles de disfraces, carrozas y los sue?os de triunfo de tres de las 12 escuelas en competici¨®n. Lo que sobrevivi¨® ha sido reconstruido a toda m¨¢quina en un destartalado terreno adyacente a la Ciudad de la Samba, cubierto por unas carpas que le prestan al conjunto la imagen de un circo decadente. En su interior se apelotonan caballitos de mar, templos egipcios y bergantines hechos de cart¨®n piedra, gomaespuma, cola y purpurina, de nueve metros de altura. Una joven repasa aburrida con una brocha empapada en barniz un drag¨®n multicolor de tres metros. Lleva un short, una vieja camiseta de tirantes y tiene un cigarrillo en los labios. En unas horas, el resultado de su trabajo desfilar¨¢ por el samb¨®dromo para una audiencia mundial. Bosteza.
R¨ªo de Janeiro ha sido catalogada durante d¨¦cadas como una de las ciudades m¨¢s peligrosas del mundo. Cinco mil personas eran asesinadas cada a?o. La polic¨ªa disparaba antes de preguntar. Sin embargo, hoy, en R¨ªo no se experimenta una sensaci¨®n de peligro inmediato. El barrio donde se sit¨²a la Ciudad de la Samba es popular, extremo y pac¨ªfico. Flanqueado por los vetustos galpones del muelle y partido en dos por una autov¨ªa. Bajo ella se organiza un mercadillo de frutas y verduras; las paredes est¨¢n cubiertas de grafitis; hay familias sentadas en los bordillos; huele a asado. Atruena la samba. "Tudo bem". Colina arriba domina el horizonte la favela de Providencia, la primera que se construy¨® en R¨ªo hace m¨¢s de un siglo; famosa por ser durante d¨¦cadas la m¨¢s violenta de la ciudad y pacificada a mediados de 2010. Este barrio portuario ser¨¢ uno de los afectados por los proyectos urban¨ªsticos ligados a los Juegos Ol¨ªmpicos de 2016. Y eso implica que estas barriadas que rodean R¨ªo dejen de ser guetos en manos de los narcos y los paramilitares para integrarse en la nueva ciudad. Nadie sabe cu¨¢ntas favelas hay en R¨ªo. Nos dicen que 1.000. Algunos sectores ya denuncian que estos barrios olvidados durante d¨¦cadas pueden ser hoy el objetivo de una salvaje especulaci¨®n urban¨ªstica para construir la moderna R¨ªo de Janeiro de los Juegos. Una ciudad a la medida de los turistas. Una limpieza similar se est¨¢ llevando a cabo con la prostituci¨®n, arrojada de sus tradicionales dominios en la playa de Copacabana en direcci¨®n al discreto barrio de Leme. La frontera entre Leme y Copacabana es la plaza del Lido. Por ese l¨ªmite merodean de madrugada turistas sexuales cincuentones, anglosajones borrachos y en bermudas. En el territorio que durante tres d¨¦cadas alberg¨® a miles de prostitutas de R¨ªo, la discoteca Help, en el coraz¨®n de Copacabana, el Gobierno planea construir un museo dedicado a la m¨²sica proyectado por los arquitectos Elizabeth Diller y Ricardo Scofidio, que fueron los encargados de la renovaci¨®n del Lincoln Center de Nueva York.
En R¨ªo, los ricos y los pobres viven muchas veces a unos centenares de metros. Coinciden en el f¨²tbol, la playa, la iglesia y el carnaval, pero sus barrios est¨¢n separados por un siglo de desarrollo humano. A las favelas nunca lleg¨® el Estado. La mayor¨ªa no cuenta con alumbrado, saneamiento, seguridad, educaci¨®n, sanidad, instalaciones deportivas ni servicios sociales. Han sido otra galaxia. Gobernadas por se?ores de la guerra que se financiaban a trav¨¦s de la droga y la extorsi¨®n; encerradas en s¨ª mismas. Era imposible acceder a ellas. Entrar en una favela pod¨ªa suponer la muerte. Lo relata Flavio, un ex polic¨ªa que abandon¨® el cuerpo tras ser tiroteado durante una operaci¨®n antidroga y nos acompa?a en un recorrido por la de Cantagalo-Pav?o-Pav?ozinho, pacificada a finales de 2009: "Por aqu¨ª no se pod¨ªa pasar. Te jugabas el cuello. Cantagalo era muy peligrosa; hab¨ªa muertos todos los d¨ªas. Desde aqu¨ª se controlaba el tr¨¢fico de droga de Ipanema. Este edificio que ve ah¨ª y que derrib¨® la polic¨ªa era una boca de fumo, un lugar donde se vend¨ªa crack. Y ya ve hoy jugando a los ni?os tan tranquilos. Todo est¨¢ cambiando muy deprisa".
La favela de Cantagalo est¨¢ a cinco minutos del barrio m¨¢s caro de Am¨¦rica Latina: Ipanema. Un elevador acristalado reci¨¦n inaugurado ha abierto una nueva ruta entre ambos mundos. Ha roto el aislamiento. En Cantagalo las cosas han mejorado, pero a¨²n nos sumergimos en un laberinto de precarias casas de ladrillo sin enfoscar con techo de hojalata entre las que se abren pasadizos por los que apenas cabe una persona; la electricidad est¨¢ pinchada del alumbrado p¨²blico tejiendo enjambres de cables negros sobre nuestras cabezas; hay tenduchos y bares improvisados; gatos y gallinas; ni?os descalzos y j¨®venes uniformados de Nike y oro con los ojos espesos; un grupo de polic¨ªas con chalecos antibala realiza una ronda; llevan fusiles americanos M-16, una pistola al cinto y otra en el pecho. Cuando uno de ellos se agacha deja al descubierto el rev¨®lver nacarado que lleva sujeto al tobillo.
Los medios de comunicaci¨®n brasile?os han bautizado a Jos¨¦ Mariano Beltrame, responsable de la polic¨ªa en R¨ªo y de la pacificaci¨®n de estas favelas, como el Eliot Ness brasile?o (recordando al superagente americano que puso en jaque al hampa de Chicago en los a?os veinte). Guardan cierto parecido. Beltrame es un atildado polic¨ªa de 53 a?os, especialista en inteligencia y que habla con tinte profesoral. Lleg¨® al cargo en 2007. Un a?o m¨¢s tarde puso en marcha la pacificaci¨®n de las favelas. El primer paso era entrar en ellas con fuerzas policiales de ¨¦lite, dotadas de helic¨®pteros y carros de combate; combatir y detener a los criminales que las gobernaban y desarmar y disolver a sus ej¨¦rcitos privados. El siguiente paso del modelo Beltrame era implantar en esas favelas reconquistadas las Unidades de Polic¨ªa Pacificadora (UPP): una nueva generaci¨®n de j¨®venes agentes, mejor formados y pagados, que no hubieran tenido relaci¨®n con el turbio pasado policial de la ciudad y combinaran en la favela el trabajo social y el policial. El proyecto ha funcionado. Hoy nos cruzamos en las favelas con agentes de la UPP haciendo deporte, batiendo los tambores o colaborando con ONG en la educaci¨®n de los chavales del barrio. Hace cinco a?os, la polic¨ªa mataba a tres personas al d¨ªa en R¨ªo. "Ten¨ªamos el odio a la polic¨ªa metido en las venas", explica un joven vecino de Cantagalo. "Pero hoy el cambio es evidente. Estamos obligados a trabajar juntos".
Beltrame sostiene que, en menos de tres a?os, 16 favelas de R¨ªo han quedado libres del imperio de los narcos: "Lo que est¨¢ afectando a la calidad de vida de 250.000 personas, y de forma indirecta, a un mill¨®n. Aspiramos al m¨¢ximo impacto en el mayor n¨²mero de cariocas no solo en los que viven en estas comunidades. Hasta 2014 vamos a beneficiar a 150 favelas donde viven 850.000 personas, pero es que adem¨¢s este proyecto de pacificaci¨®n est¨¢ mejorando la ciudad en su conjunto en movilidad, circulaci¨®n de bienes y servicios, distribuci¨®n de empleo, igualdad de oportunidades y turismo. Hemos liberado amplias zonas del imperio del crimen. Antes, la polic¨ªa entraba, actuaba y sal¨ªa. Ahora nos hemos quedado. Y no nos vamos a ir. Hemos recuperado la ciudad. Lo primero ha sido devolver a la gente su seguridad. Ahora viene lo m¨¢s dif¨ªcil: la pacificaci¨®n no ser¨¢ definitiva hasta que otros derechos y servicios esenciales, p¨²blicos y privados, lleguen a estas comunidades; se extienda la igualdad de derechos y oportunidades. Y de obligaciones. Ese d¨ªa la pacificaci¨®n de las favelas se habr¨¢ completado".
Beltrame esgrime cifras: en 2010 hubo 72 asesinatos durante el carnaval; este a?o, 40. Nada que objetar. Salvar una sola vida ya es un ¨¦xito. Las cifras soplan a favor de este pa¨ªs. Entre 2003 y 2008, m¨¢s de 20 millones de brasile?os cogieron el ascensor social que les ha conducido desde la pobreza hasta la clase media. Otros 36 millones lo har¨¢n hasta 2014. Un hecho que situar¨ªa las cifras de pobreza en 20 millones de personas, un dato que reconoce la presidenta Dilma Rousseff y que se ha comprometido a corregir.
La fiesta sigue en R¨ªo. El domingo y el lunes de carnaval el samb¨®dromo estalla. M¨¢s de 70.000 personas abarrotan el esqueleto de cet¨¢ceo de hormig¨®n construido por Niemeyer. Hay palcos vip con sushi y champ¨¢n y gradas populares sobre las cabezas de los ricos. Desfilan 50.000 personas al ritmo hipn¨®tico y machac¨®n de la percusi¨®n. Cada escuela tiene una hora para evolucionar en la pista del samb¨®dromo. Los cariocas que no tienen dinero para una entrada se apelotonan fuera del recinto, en lo alto de la autopista Presidente Vargas, intentando vislumbrar un pedazo de para¨ªso. Hay familias que acarrean neveras port¨¢tiles repletas de cerveza y tuppers con alubias, arroz y carne. Pasan el d¨ªa. Ven entrar las carrozas de sus sue?os. Hacen la fiesta por su cuenta. Es el carnaval de los pobres.
Al otro lado de la ciudad, en el R¨ªo pr¨®spero y cool de Ipanema, una vieja de Bah¨ªa prepara caipiri?as en un tenderete de madera clavado en la playa para una turba de miles de j¨®venes hambrientos de alcohol, baile y sexo. No se inmuta. Un agonizante televisor transmite el desfile sin volumen. Nadie presta atenci¨®n. La anciana lo observa de reojo. Musita algo. Es lunes de carnaval. La gente aguanta a duras penas su cuarta borrachera de la semana. Hay que llegar al final, al mi¨¦rcoles, como sea. Ese d¨ªa sonar¨¢n los ¨²ltimos acordes de las fiestas. Tonadas un poco tristes, como son siempre las canciones brasile?as.
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