Los nuevos romanos
Sus integrantes siguen yaciendo en un lugar desconocido desde hace 1.900 a?os, pero el mito de la IX Legi¨®n del Imperio Romano sigue vivo. Al menos para la literatura y el cine, que siguen indagando, como alimento de un suceso con m¨¢s pinta de (preciosa) leyenda que de estricta realidad, en el destino de unos cuantos miles de hombres que pudieron perecer en Britannia, en el siglo II, a manos de los pictos (ahora Escocia), sin dejar rastro alguno. Sin embargo, la gran pel¨ªcula sobre el mito a¨²n est¨¢ por llegar. Ni lo fue Centuri¨®n (Neil Marshall, 2009) ni lo es La legi¨®n del ¨¢guila, de Kevin Macdonald, basada en una famosa novela de Rosemary Sutcliff, editada en 1954. De hecho, ambas tienen similares virtudes, pero tambi¨¦n parecidos defectos.
LA LEGI?N DEL ?GUILA
Direcci¨®n: Kevin Macdonald. Int¨¦rpretes: Channing Tatum, Jamie Bell, Donald Sutherland, Mark Strong, Denis O'Hare.
G¨¦nero: aventuras. Reino Unido, EE UU, 2011. Duraci¨®n: 114 minutos.
En la neoaventura del siglo XXI el cart¨®n piedra y las mallas han dejado paso al hiperrealismo, a la ambientaci¨®n hist¨®rica de impacto y a la credibilidad de las luchas y batallas (decapitaciones incluidas), lo que le da a La legi¨®n del ¨¢guila un aspecto espectacular en su descarnada verosimilitud. Sin embargo, el retrato de caracteres y la calidad de los di¨¢logos est¨¢n muy por debajo de su aspecto formal. En una pel¨ªcula con apenas dos personajes importantes, ambos masculinos, sin una gota de sentido del humor y a¨²n menos de romance (no mujeres y ni haciendo un esfuerzo se cuela la rendija filogay), la relaci¨®n entre el soldado romano y el esclavo britano deber¨ªa ser apasionante, marcada a sangre y fuego, cargada de carisma. Pero Macdonald, autor de las notables El ¨²ltimo rey de Escocia y La sombra del poder, y su guionista, Jeremy Brock, un habitual de la pompa brit¨¢nica (Su majestad, Mrs. Brown, Retorno a Brideshead), no lo consiguen. El itinerario moral, el que debe acompa?ar a los personajes en su b¨²squeda de la verdad, nunca acaba de ser trascendente, o al menos ¨¦ticamente ambiguo. Est¨¢ empapado de grandilocuentes palabras (patriotismo, honor), pero ambos conceptos no afectan el uno al otro, sobre todo en el interior del esclavo que debe decidir entre su tierra y una promesa honorable.
De modo que al final la personalidad y el recuerdo solo lo dejan las solemnes miradas de tres grandes secundarios (Donald Sutherland, Mark Strong y Denis O'Hare), y la metaf¨®rica fuerza de un monumento real: el muro de Adriano.
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