Los maestros impuros
Ning¨²n otro pa¨ªs del mundo ha dado en el siglo XX tantos maestros como Francia. Maestros que no siempre impart¨ªan lecciones ni sentaban c¨¢tedra, pero cuya ense?anza marc¨® tendencias, ismos, movimientos de cambio y ruptura, dejando -al menos durante las seis d¨¦cadas que van desde 1920 a 1980- una profunda huella en sucesivas generaciones, dentro y a veces con m¨¢s vigor fuera de Francia. Esta es mi lista incompleta aunque objetiva: Bergson, Breton, Dum¨¦zil, Lucien Febvre y Fernand Braudel, Bachelard, Camus, Simone Weil, Bataille, Raymond Aron, L¨¦vi-Strauss, Sartre, Andr¨¦ Bazin, Malraux, Althusser, Deleuze, Lacan, Ricoeur, Barthes, Derrida, Julia Kristeva, Foucault, Baudrillard, a la que podr¨ªan a?adirse, siempre de modo no-exhaustivo, escritores de creaci¨®n que ejercieron un influjo en algunos casos a¨²n vigente: Val¨¦ry, Artaud, Gide, Proust, Genet, Beauvoir, Ionesco, Robbe Grillet.
Dos alumnos, dos disc¨ªpulos, dan su visi¨®n de Jean Genet y Michel Foucault
Ben Jelloun acaba su libro relatando los sue?os filiales que tuvo con Genet tras su muerte
Han salido recientemente dos interesantes libros que, lejos de ocuparse en el estudio erudito o la biograf¨ªa pormenorizada de dos de esos notables ma?tres-¨¤-penser de la cultura francesa, ofrecen el testimonio del alumno, del oyente, del amigo que aprendi¨® a vivir en la intimidad de su respectiva figura magistral. El de Tahar Ben Jelloun, Jean Genet, menteur sublime (Jean Genet, mentiroso sublime, editado por Gallimard), coincide con la oleada de publicaciones que han celebrado en el 2010 el centenario del nacimiento, y el pr¨®ximo abril se?alar¨¢n el 25? aniversario de la muerte del autor de Las criadas. En 1974, cuando el marroqu¨ª ten¨ªa 30 a?os y empezaba su carrera de novelista, recibi¨® una ma?ana del mes de mayo una llamada telef¨®nica en la que Jean Genet, a quien nunca hab¨ªa visto antes pero s¨ª le¨ªdo con admiraci¨®n, le propon¨ªa comer juntos. Ese almuerzo fue el inicio de una intermitente relaci¨®n amistosa en la que el consagrado escritor franc¨¦s, tomando desde muy pronto confianza con su joven colega, se manifestaba ante este sin miramientos, en toda la gama de sus caprichos y sus rudezas, su modestia y su desprendimiento material, sus trampas, sus maximalismos pol¨ªticos, sus juicios sumarios sobre otros escritores, incluyendo en su displicencia a quienes, como Cocteau, Sartre o Juan Goytisolo, le hab¨ªan ayudado estando en la c¨¢rcel, le exaltaron hasta la santificaci¨®n o le admiraron y acompa?aron.
A lo largo de 12 a?os, Ben Jelloun visita y escucha a Genet en los humildes hoteles de paso donde casi siempre vivi¨®, colabora con ¨¦l (a menudo como aliado en la defensa del pueblo palestino, objetivo real de aquella primera llamada de 1974), le lee con gran apego y aprecio pero sin reverencia, advirtiendo sus incongruencias y sus falacias. Polemiza con ¨¦l en privado, aun condenando el linchamiento p¨²blico que Genet sufri¨® por el art¨ªculo exculpatorio de la banda Baader-Meinhof publicado en Le Monde en 1977, y, como heterosexual, se escandaliza de saber a su amigo mayor tan anti-gay, tan ajeno a la suerte de los homosexuales perseguidos en Cuba, en la Uni¨®n Sovi¨¦tica, en Ir¨¢n, como si la manera agreste y pasional en la que Genet practic¨® su homosexualidad desde la adolescencia fuera un modo de salvaci¨®n individual que no toleraba a su lado capillas ni facciones. Defensor militante de los Panteras Negras y de los refugiados palestinos (a quienes no se priva de describir en una belleza f¨ªsica que le atrae tanto como su valor en la lucha), Genet se permit¨ªa sin embargo desacreditar la figura de Foucault o acusar absurdamente a Gide de haber viajado al norte de ?frica solo con la intenci¨®n de acostarse con los muchachos locales, "a los que pagaba mal". Ben Jelloun acaba su libro relatando los sue?os filiales que tuvo con Genet tras su muerte; ve¨ªa al escritor, al igual que a su propio padre tambi¨¦n fallecido, como un hombre ir¨®nico y col¨¦rico, cuya ¨²ltima transparencia, la raz¨®n que su esp¨ªritu tornadizo nunca traicion¨®, fue la tragedia de los palestinos, motivo de la p¨®stuma y gran obra maestra genetiana, Un cautivo amoroso.
Michel Foucault es el retratado de cerca por el novelista Mathieu Lindon en su fascinante Ce qu'aimer veut dire (Lo que amar quiere decir, P. O. L.). En el arranque, Lindon afirma haber tenido gracias al fil¨®sofo una vida mejor. Una vida mejor es el mejor don que un maestro le puede hacer a un disc¨ªpulo, y en la intensa amistad que un grupo de incipientes escritores tuvo en los a?os setenta con Foucault se manifiesta el cauce peculiar de esas relaciones de aprendizaje por proximidad: el maestro irradia org¨¢nicamente, sin did¨¢ctica, sus saberes, a la vez que se iguala en la complicidad, en la farra, en la escucha del cercano aprendiz. Cuando le conoci¨®, Lindon, con la sinceridad frontal tan notable en el libro, reconoce que Foucault solo era para ¨¦l "un hombre con un magn¨ªfico piso", en referencia al apartamento de la Rue de Vaugirard que aquel ocupaba junto a su amante Daniel, dej¨¢ndolo abierto, con una generosidad inaudita, a sus nuevos amigos. "Yo ten¨ªa 23 a?os y ¨¦l me educ¨®", dice Lindon.
Pese a su alta posici¨®n acad¨¦mica y su vasta obra, a Foucault le envolv¨ªa entonces un aura maligna. En cierta ocasi¨®n, el joven Mathieu reencuentra a una muchacha con la que hab¨ªa tenido un peque?o affaire, y esta le confiesa que su novio actual, al saber de esos pasados amor¨ªos, le reproch¨® haber estado con un tipo "marica, drogadicto y amigo de Michel Foucault". Cuando la frase lleg¨® a sus o¨ªdos, el autor de Las palabras y las cosas dijo sentirse halagado de que alguien le considerase por s¨ª solo un vicio tan establecido como la droga o la homosexualidad. A la inversa que Genet, Foucault revela en privado un esp¨ªritu humor¨ªstico, locuaz y confiado, proclive a la promiscuidad sexual y las largas noches con abundante presencia del LSD, el alcohol y las pel¨ªculas de los hermanos Marx, a¨²n m¨¢s dislocadas de lo normal vistas en v¨ªdeo bajo el efecto del ¨¢cido. Raramente se discut¨ªa el formidable corpus ensay¨ªstico que Foucault, con un empleo del tiempo envidiable, iba produciendo entre org¨ªa y org¨ªa.
En 1984, cuando Mathieu Lindon no ha cumplido los 30 y ha publicado (bajo seud¨®nimo) su primer libro, muere a los 57 a?os Foucault, v¨ªctima del sida. La ¨²ltima parte de Ce qu'aimer veut dire es un original y bell¨ªsimo elogio f¨²nebre a los ausentes, que incluye al novelista Herv¨¦ Guibert, amigo ¨ªntimo y miembro tambi¨¦n del grupo de la Rue Vaugirard, y a sus dos padres, el simb¨®lico Foucault y el natural J¨¦r?me Lindon, creador del sello literario Minuit, amigo y albacea de Samuel Beckett y uno de los grandes editores del siglo XX. Estableciendo una ocurrente comparaci¨®n con la criada de Proust, C¨¦leste Albaret, Mathieu se considera a s¨ª mismo "el chico de la casa" de Foucault, tan entregado y servicial como C¨¦leste, aunque m¨¢s destroz¨®n, y, al igual que ella, responsable de un libro que quiere rendir homenaje al se?orito. "Haberle conocido era todo lo que me quedaba de Michel", escribe Lindon, satisfecho de leer lo que la prensa mundial public¨® sobre su amigo ¨ªntimo: "Me ayuda que otros le conozcan, aun nacidos despu¨¦s de su muerte, y sin tener con ¨¦l m¨¢s intimidad que su lectura feliz (...) ellos no lo saben, pero son mis hermanos imaginarios".
Lindon asume como parte de su filiaci¨®n foucaultiana la infidelidad amatoria del maestro, un asiduo de los bares de ambiente sadomasoquista, sobre todo cuando ense?aba en Norteam¨¦rica, donde su prominente cr¨¢neo calvo y su uniforme de cuero llamaban menos la atenci¨®n que en Par¨ªs. Inclinado en su propia vida de pareja a mantenerse fiel, Lindon no puede borrar de su conciencia el legado impuro de su amigo Michel: "La posibilidad de crear relaciones inimaginables y acumularlas sin que la simultaneidad sea un problema".
Vicente Molina Foix es escritor.
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