El reverendo y los reenganchados
Ya conocen esa sensaci¨®n: algunos temas parecen quedarse enquistados en el reproductor. Y sabemos que eso va contra la econom¨ªa del placer, que requiere no abusar de las canciones. Me ocurre con Getting ready for Christmas day, primer corte de So beautiful or so what, la nueva entrega de Paul Simon. Ni siquiera es lo m¨¢s atractivo del disco pero se pega como un misterio y exige sonar una y otra vez.
Getting ready for Christmas day sugiere conformarse con lo que uno tiene. El protagonista, un trabajador con problemas de liquidez, acepta la asfixia econ¨®mica que suponen las Navidades. Ha aprendido a relativizar las estrecheces con las que creci¨®: "Ojal¨¢ pudiera decir a mi madre y mi padre que las cosas que no tuvimos / nunca importaron, que realmente est¨¢bamos bien".
Paul Simon es un artesano que trabaja seg¨²n el soporte: no le sobran canciones
Dos elementos convierten Getting ready for Christmas day en una pieza hipn¨®tica. Primero, Simon ha sampleado la grabaci¨®n hom¨®nima del reverendo J. M. Gates, que parece sugerir que cualquier tipo de celebraci¨®n navide?a es una detestable frivolidad. De 1941, Prepar¨¢ndose para el d¨ªa de Navidad muestra la faceta m¨¢s agria del cristianismo baptista, versi¨®n afroamericana: la tumba o la c¨¢rcel pueden anticiparse a tus planes de hacer las paces con Dios.
A diferencia de un Robert Johnson, el reverendo J. M. Gates no aparece en las prehistorias del rock. Y eso que Gates fue inmensamente popular: entre 1926 y 1942 registr¨® unos 300 temas para el mercado negro. Atenci¨®n: no eran canciones sino sermones, comprimidos en los tres minutos habituales de un disco de pizarra. Normalmente, Gates no usaba instrumentaci¨®n, pero asombra escuchar algunas de sus mejores interpretaciones y detectar, con 30 o 40 a?os de adelanto, las t¨¦cnicas del soul profano de Memphis: la llamada y la respuesta, el fervor del solista masticando palabras, la reiteraci¨®n de frases hasta lograr la catarsis del p¨²blico (perd¨®n, la congregaci¨®n).
Getting ready for Christmas day logra as¨ª un raro di¨¢logo entre la visi¨®n risue?a de un jud¨ªo agn¨®stico y el lenguaje intimidante de un ministro sure?o que escup¨ªa fuego y azufre. Pero tambi¨¦n hay una estrofa que se escapa de lo previsible: el personaje de Simon menciona a un sobrino que, reenganchado por tercera vez, comer¨¢ su cena de Navidad en "alguna monta?a de Pakist¨¢n".
Aqu¨ª, el US Army es el cami¨®n escoba, la empresa que ofrece una (enga?osa) oportunidad a almas perdidas con m¨ªnimas capacidades para el mercado de trabajo. Por el contrario, demasiadas ficciones contempor¨¢neas han convertido al veterano de Irak o Afganist¨¢n en el villano previsible, el chavalote pervertido para la vida civil.
Leo estos d¨ªas la ¨²ltima novela de John Connolly, Voces que susurran, donde ronda una banda de despiadados exsoldados, convertidos en contrabandistas -y asesinos- a su vuelta a Estados Unidos. Cierto que no se trata del mejor ejemplo: los libros de Connolly, protagonizados por el detective privado Charlie Parker, hace a?os que naufragan en las ci¨¦nagas del bestsellerismo.
Asombroso lo que puede enga?ar un dise?o elegante y una colecci¨®n de prestigio (Andanzas, de Tusquets). No lo suficiente, sin embargo, para borrar el bochorno de encontrarse con asesinos de infinitos poderes, est¨²pidos narcos mexicanos, repugnantes genios del mal, demonios de Mesopotamia trasplantados a los bosques de Maine. Triste: con todas sus pretensiones, Connolly ha alcanzado el nivel de las novelas de aeropuerto.
En otro tiempo, cre¨ªa que la industria editorial ten¨ªa filtros m¨¢s finos que la discogr¨¢fica. Resulta evidente que ya no es as¨ª. Y menos en el caso de Paul Simon, un artesano que trabaja exactamente a medida del soporte: rara vez le sobra m¨¢s de una canci¨®n a la hora de elaborar un ¨¢lbum. Ser¨ªa revelador juntar las 15 o 20 canciones aparcadas desde que empez¨® a funcionar con Simon & Garfunkel, all¨¢ por 1964.
Pero no. Estos d¨ªas sale la edici¨®n 40? Aniversario de su obra m¨¢s popular, Bridge over troubled waters. Y no se incluye la m¨¢s legendaria de esas piezas desechadas, Cuba, s¨ª; Nixon, no. Se supone que fue vetada por Art Garfunkel por tratarse de un producto de agitprop, en defensa de la revoluci¨®n castrista. Mentira: Simon ya era demasiado sofisticado para facturar c¨¢nticos de manifestaci¨®n. Sobre un fondo de folk-rock vigoroso, Cuba, s¨ª; Nixon, no evocaba humor¨ªsticamente una extra?a moda de finales de los sesenta: el secuestro de aviones comerciales estadounidenses, obligados a desviarse hacia La Habana. Eso s¨ª que necesitar¨ªa una gran novela.
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