Tormenta en el horizonte
No hizo m¨¢s que acabar el minuto de silencio que la Maestranza guard¨® respetuosamente en memoria del ganadero Juan Pedro Domecq y el torero Pep¨ªn Mart¨ªn V¨¢zquez, recientemente fallecidos, cuando un trueno ronc¨® en la lejan¨ªa, al tiempo que una nube negra ganaba terreno en el cielo y un viento racheado anunciaba agua. No se pod¨ªa esperar menos despu¨¦s de la Semana Santa m¨¢s lluviosa desde hace muchos a?os. Dicho y hecho. Morante no pudo dar ni un lance porque su capote volaba sin mando, y, poco despu¨¦s, cuando tom¨® la muleta, la amenaza se convirti¨® en aguacero y cay¨® una tromba que lo desluci¨® todo: desde las cabezas engominadas (miles de ellas en d¨ªa sevillano tan se?alado), los trajes relucientes de las se?oras, y hasta el ¨¢nimo del torero, que limit¨® su breve labor a unos pases de tanteo ante una embestida inc¨®moda.
Sevilla, hoy por hoy, es una plaza de tantas y su p¨²blico, triunfalista
Ese fue el comienzo de la tarde m¨¢s importante de la temporada en Sevilla. La plaza, cada vez m¨¢s joven, sigue siendo una belleza; de bote en bote, como cada a?o por esta fecha; un cartel de lujo, con las figuras m¨¢s relucientes de la torer¨ªa; las ganas de aplaudir, a flor de piel; y la disposici¨®n, inmejorable. Despu¨¦s, suenan los clarines, se abre la puerta de chiqueros, sale el toro, ?ay, amigo, el toro!, y comienza otra historia.
Sali¨® entonces el juampedro puro, pues este es el tronco y las ramas de la ganader¨ªa lidiada, el toro guapo, bajo, arm¨®nico, bien hecho, c¨®modo de cara, de buenas intenciones y mejor comportamiento con los toreros. Pero esos toros, que derrocharon nobleza, carecieron de casta y fuerza, elementos esenciales para que la lidia adquiera emoci¨®n. Rompi¨® el quinto, es verdad, de menos a m¨¢s en el tercio final, al igual que su matador, El Juli, pero ni toro ni torero alcanzaron la gloria que se les puede presuponer a tenor de la algarab¨ªa que se form¨® en los tendidos ¨¢vidos de orejas y dispuestos al aplauso. Qui¨¦n puede negar que El Juli atraviesa un momento dulce en su carrera... Un momento, sin duda, de vibrante madurez t¨¦cnica y est¨¦tica, pero su faena no alcanz¨®, ni mucho menos, el nivel exigible que merecen las dos orejas en el ruedo sevillano.
Tal premio en esta plaza ha sido siempre sin¨®nimo de perfecci¨®n. M¨¢s o menos, ya se sabe, porque la perfecci¨®n no existe, pero todo el mundo lo entiende. Lo que est¨¢ claro es que la obra de El Juli fue meritoria, como la embestida de su oponente, y solo alcanz¨® vuelo a partir de la cuarta tanda, cuando alarg¨® el muletazo y lig¨® los pases. Claro, que el p¨²blico emocionado no vio o no quiso ver que El Juli abus¨® de la t¨¦cnica ventajista de colocarse al hilo del pit¨®n y utilizar una y otra vez el pico para citar al toro. Pecados veniales en el toreo de hoy, se dir¨¢, pero imperdonable en una primera figura que, supuestamente, se la juega en plaza de tanto compromiso. Lo que ocurre de verdad es que se juega poco, y lo del compromiso es un decir. Sevilla, hoy por hoy, es una plaza de tantas; su p¨²blico, bullanguero y triunfalista, y su presidente -presidenta ayer- careci¨® de la autoridad exigible para colocar a la Maestranza en donde no se debi¨® mover. Que conste, no obstante, que El Juli estuvo bien, pero para cortar dos orejas en Sevilla hay que estar de locura, y ese, qu¨¦ quieren que les diga, no fue el caso.
Ni El Juli en su primero -incierto y reserv¨®n-, ni Morante en el cuarto, ni Manzanares en el tercero, muy rajados, atacaron lo suficiente para superar las adversas circunstancias de sus oponentes. Lo habitual, por otra parte, en el toreo actual, amenazado por negro nubarrones.
Se esforz¨® el torero de Alicante en el sexto, tan apocado como los dem¨¢s, y le rob¨® muletazos muy estimables, lo que prueba la evidencia de que cuando se quiere, casi siempre se puede. Quede constancia, por ¨²ltimo, que la corrida tuvo tres destellos de arte y una providencia: un embrujado quite de dos ver¨®nicas y media de Morante al tercero, pura llamarada de arte; dos pares de banderillas de Juan Jos¨¦ Trujillo, otros dos de Curro Javier, ambos a las ¨®rdenes de Manzanares, y un quite providencial de Francisco J. Ara¨²jo cuando Curro Javier trataba de tonar el olivo. Todo no iba a ser negro.
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