El aliado oscuro de Juan Pablo II
Maciel, fundador de los Legionarios, ya era pederasta cuando el polaco lleg¨® a papa - Ambos se apoyaron entre s¨ª y compartieron una visi¨®n de la Iglesia
"Y a usted, padre, ?cu¨¢ndo le vino la idea de crear la Legi¨®n?", le pregunt¨® Juan Pablo II a Marcial Maciel la primera vez que cenaron juntos en el comedor privado del Santo Padre. La respuesta de Maciel fue inmediata: "Santidad, a los 15 a?os ya ten¨ªa claro que quer¨ªa crear una congregaci¨®n de sacerdotes para instaurar el reino de Cristo en la sociedad". El Papa reflexion¨® y continu¨®: "Pues sabe usted, padre Maciel, yo a los 15 a?os a¨²n no hab¨ªa sido ordenado y no se me pasaba por la cabeza llegar a ser Papa". Seg¨²n un religioso que presenci¨® la conversaci¨®n, tras esa frase del Papa los dos rompieron a re¨ªr. El Papa siempre admir¨® a Maciel esa seguridad absoluta que ten¨ªa en su misi¨®n. Sab¨ªa que iba ser de una fidelidad absoluta.
Maciel fue clave para que el Papa pudiera visitar M¨¦xico en 1979
Cre¨ªan en una Iglesia sin disidencia que combata el laicismo y el comunismo
Durante su pontificado, la Legi¨®n multiplic¨® su poder
Sus vidas eran paralelas, marcadas por un catolicismo de resistencia
Cuando Wojtyla accedi¨® al papado en 1978, Maciel ya era pederasta. Ya hab¨ªa tenido relaciones con mujeres; ya sufr¨ªa una adicci¨®n a los opi¨¢ceos y llevaba d¨¦cadas de manejos econ¨®micos. Controlaba con mano f¨¦rrea a sus chicos presos en su particular voto de silencio; era se?or de mentes y haciendas en la Legi¨®n de Cristo. Pero todo su poder poco ten¨ªa que ver con lo que conseguir¨ªa de la mano del nuevo pont¨ªfice. En 1978, la Legi¨®n de Cristo era apenas una congregaci¨®n profundamente conservadora creada por un ambicioso sacerdote mexicano, que a¨²n no ten¨ªa aprobadas sus Constituciones, secretista, poderosa en M¨¦xico y con presencia entre las ¨¦lites reaccionarias de Espa?a, Italia, Irlanda y EE UU. Con Juan Pablo II, Marcial Maciel conseguir¨ªa una influencia que nunca pudo imaginar.
Y m¨¢s a¨²n arrastrando su oscuro pasado del que nadie al parecer se percat¨®. Maciel era un genio como recaudador, sus seminarios estaban llenos y presum¨ªa de no ir ni un paso atr¨¢s ni delante del Papa. Y, por si fuera poco, apoyaba econ¨®micamente a Solidaridad, el sindicato cat¨®lico creado en Polonia en 1980 y dirigido por Lech Walesa que estaba minando los cimientos del r¨¦gimen comunista de parte del nuevo Papa.
Durante el papado de Wojtyla, la Legi¨®n ser¨ªa la congregaci¨®n cat¨®lica de mayor crecimiento. Cuando Wojtyla lleg¨® al Vaticano, contaba con 100 sacerdotes. A su muerte ten¨ªa 800 y m¨¢s de 2.000 seminaristas repartidos en 124 casas por todo el mundo. Universidades en M¨¦xico, Chile, Italia y Espa?a; facultades de Teolog¨ªa, Filosof¨ªa y Bio¨¦tica. M¨¢s de 130.000 alumnos. Y 20.000 empleados en su grupo econ¨®mico Integer. La cifra que m¨¢s se ha repetido sobre el valor de los activos de la Legi¨®n en los ¨²ltimos a?os es de 25.000 millones de euros.
Despu¨¦s de un Papa de dudas como Pablo VI, lleg¨® en 1978 Karol Wojtyla, un Papa de certezas. Procedente de la siempre fiel Polonia. Como M¨¦xico. Un catolicismo de resistencia. Ese era el proyecto que ofrec¨ªa el nuevo Papa en un tiempo de incertidumbres. Para su batalla, necesitaba un ej¨¦rcito incondicional. Ya no le val¨ªan los franciscanos, dominicos o jesuitas. Estaban demasiado comprometidos con los pobres. Fronterizos con el marxismo. Enemistados con los poderosos. Wojtyla encontr¨® sus nuevos reclutas en el Opus, los Kikos, Lumen Dei, los carism¨¢ticos, Comuni¨®n y Liberaci¨®n, Schoenstatt, San Egidio y en la Legi¨®n de Cristo. Juntos se montaron en la m¨¢quina del tiempo y rebobinaron hasta los a?os cincuenta. Hasta una Iglesia con un poder centralizado, sin lugar para la disidencia. Y decidieron que esa era la Iglesia de fin de siglo; la que ten¨ªa que reevangelizar el planeta. Maciel ser¨ªa uno de los mariscales de campo.
Sus trayectorias eran casi gemelas. Hab¨ªan nacido en 1920, con dos meses de diferencia, en el seno de familias conservadoras, rurales y de clase media. Criados en un catolicismo piadoso, vigoroso, excluyente, muy de resistencia pol¨ªtica y unido al sentimiento nacional de M¨¦xico y Polonia. Vivir¨ªan momentos de opresi¨®n religiosa durante su ni?ez que les educar¨ªa en un catolicismo de batalla. Las madres de ambos, Emilia y Maurita, ser¨ªan el amor de su vida; la clave de su adoctrinamiento religioso, su modelo. Las mujeres ten¨ªan que ser para ellos madres y esposas. Y transmisoras del catecismo. Como sus madres.
Seg¨²n Maciel en su libro Mi vida es Cristo, Juan Pablo II y ¨¦l se conocieron en enero de 1979, dos meses despu¨¦s de que Wojtyla fuera elegido sucesor de san Pedro. Al nuevo Papa se le meti¨® en la cabeza que su primer acto de masas fuera de Italia ten¨ªa que ser en M¨¦xico, un pa¨ªs con m¨¢s de 80 millones de cat¨®licos en las puertas de EE UU y la Centroam¨¦rica de la Teolog¨ªa de la Liberaci¨®n. Hab¨ªa que arrebatar Am¨¦rica a las garras del comunismo.
En enero de 1979, Wojtyla estaba decidido a realizar ese viaje. Pero el Gobierno mexicano no lo ten¨ªa tan claro. M¨¦xico y la Santa Sede no manten¨ªan relaciones diplom¨¢ticas. M¨¦xico era un Estado profundamente laico con una constituci¨®n anticlerical. Pero a la vez contaba con un catolicismo muy emocional, de sangre. Su legislaci¨®n implicaba que en el caso de que Juan Pablo II visitara M¨¦xico, no lo podr¨ªa hacer como jefe de Estado, sino como un "turista ilustre"; no ser¨ªa invitado oficialmente por el presidente Jos¨¦ L¨®pez Portillo. No podr¨ªa celebrar la misa en espacios abiertos. Con su apuesta de visitar M¨¦xico, Wojtyla se la jugaba. Justo al comienzo de su pontificado.
En esto apareci¨® Maciel. Dentro de la red de amistades que el fundador de los legionarios hab¨ªa tejido en M¨¦xico estaban Rosario Pacheco y Margarita y Alicia L¨®pez Portillo. Cat¨®licas, ricas y madre y hermanas del presidente mexicano, Jos¨¦ L¨®pez Portillo. Maciel era el confesor de do?a Rosario. Habl¨® con ellas. Y ellas con el presidente. Se obr¨® el milagro. L¨®pez Portillo invitar¨ªa al Papa y le recibir¨ªa en el aeropuerto. Juan Pablo estar¨ªa autorizado a decir misa al aire libre ante cientos de miles de fieles. Y la visita ser¨ªa transmitida por televisi¨®n.
Wojtyla nunca olvidar¨ªa aquel fino trabajo. A nadie en Roma le import¨® que corrieran los rumores contra el superior de los legionarios; que en alg¨²n rinc¨®n de la curia se escondiera un grueso dossier sobre sus andanzas. Juan Pablo II las ignor¨®. Y durante casi tres d¨¦cadas no dej¨® de recompensar la lealtad de Maciel.
En los a?os siguientes, Wojtyla aprobar¨ªa las Constituciones de la Legi¨®n sin cambiar una coma, ordenar¨ªa en el Vaticano a 59 legionarios e invitar¨ªa a Maciel a fiscalizar varios s¨ªnodos de obispos en Europa y Latinoam¨¦rica. Favoreci¨® la creaci¨®n de la universidad pontificia de los legionarios en Roma y la implantaci¨®n de la congregaci¨®n en Chile. Y lleg¨® a definir a Maciel como "gu¨ªa eficaz para la juventud".
Y cuando las cosas se comenzaron a poner mal para Maciel tras la publicaci¨®n en The Hartford Courant de las primeras denuncias por abusos sexuales, en febrero de 1997, el Papa hizo o¨ªdos sordos. En uno de los ¨²ltimos actos de la Legi¨®n que presidi¨® al final de su vida, Wojtyla a¨²n homenajear¨ªa a los miembros de la Legi¨®n de Cristo elevando la voz y sobreponi¨¦ndose a su enorme debilidad: "Se nota, se siente, los legionarios est¨¢n presentes".
Cuando el obispo mexicano Carlos Talavera entreg¨® en 1999 una carta al cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe y hoy Papa, que detallaba los abusos de Maciel sobre el ex sacerdote legionario Juan Manuel Fern¨¢ndez Amen¨¢bar, la respuesta de Ratzinger fue concluyente, seg¨²n declar¨® despu¨¦s ese mismo obispo: "Lamentablemente, no podemos abrir el caso del padre Maciel porque es una persona muy querida del santo padre, ha ayudado mucho a la Iglesia y lo considero un asunto muy delicado".
Tendr¨ªa que morir Juan Pablo II en abril de 2005 para que el affaire Maciel se reactivase. Y ya nada podr¨ªa salvarle de la condena. El fuego eterno lo ten¨ªa asegurado.
Jes¨²s Rodr¨ªguez es autor del libro La confesi¨®n. Las extra?as andanzas de Marcial Maciel y otros misterios de la Legi¨®n de Cristo (Debate).
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