Los 'c¨ªrculos morados' de Jorge Edwards
Cada ma?ana, de seis a ocho, el embajador de Chile en Par¨ªs se levanta y se coloca en un despacho de la segunda planta de su residencia oficial, con vistas a Los Inv¨¢lidos. Es entonces cuando el embajador, Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931) se olvida de todo lo relacionado con su cargo y escribe. El despacho es amplio, bonito, con una mesa peque?a ("la encontr¨¦ por ah¨ª en la casa, pero la voy a cambiar") y con mucha historia: era la habitaci¨®n preferida de otro embajador chileno famoso, el poeta Pablo Neruda, al que Edwards conoci¨® bien ya que trabaj¨® a su lado, entonces como segundo de la embajada. "Se paseaba por aqu¨ª con un le¨®n de peluche que acariciaba constantemente", recuerda. Edwards, de 80 a?os, se embala entonces y recuenta las personalidades que se han sentado en ese despacho: "Mitterrand, varias veces, Pasionaria, Louis Aragon...". Despu¨¦s se deja invadir por su vicio de contador y a?ade que no solo el despacho tiene historia, sino todo el edificio, construido a principios del siglo XX. "Perteneci¨® a una familia rica venida a menos, y el primer propietario se suicid¨®, no se sabe si ahorc¨¢ndose en una viga. A lo mejor alg¨²n d¨ªa escribo esa historia".
Mientras se piensa atacar la historia del ahorcado, cada ma?ana, Edwards avanza en la redacci¨®n del primer tomo de sus memorias. Se titular¨¢ Los c¨ªrculos morados. "Son los c¨ªrculos que se nos quedaban en la boca cuando ¨¦ramos j¨®venes y entr¨¢bamos en las peores tabernas de Santiago a beber vinos malos. Con esos c¨ªrculos volv¨ªamos a casa". Para redactarlas, no consulta otra cosa que sus recuerdos: "Si me pusiera a investigar, ser¨ªa otro libro", sostiene.
Se lamenta de que su cargo no le deja mucho tiempo para escribir. "Hay decenas de visitas, de peticiones, de personas que acuden a la embajada para todo: hace unos d¨ªas, una se?ora nos envi¨® un recibo para que fu¨¦ramos a recoger un reloj que hab¨ªa mandado reparar en una tienda. Lo bueno es que para recuperarlo... ?Nos ped¨ªan 500 euros! ?La se?ora ni siquiera hab¨ªa pagado!".
Edwards, que acaba de publicar la novela La muerte de Montaigne (Tusquets), a?ade que muchas noches, cuando tanto ajetreo y tantos cometidos le abruman, se encierra en el despacho de siempre y contempla por la ventana la hermosa c¨²pula dorada iluminada de Los Inv¨¢lidos. Eso basta, entonces.
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