Esas opiniones tan raudas
Francamente, a m¨ª me asombra -y me da muy mala espina- la inmediata seguridad con que la mayor¨ªa de nuestros opinadores profesionales, columnistas, tertulianos, analistas, "especialistas", se pronuncian ante cualquier acontecimiento que ocurra en el mundo. Aunque pille por total sorpresa, da la impresi¨®n de que ellos no s¨®lo lo tuvieran previsto, sino que adem¨¢s le hubieran dedicado de antemano jornadas completas de reflexi¨®n. Hace poco, tras el terremoto y el tsunami del Jap¨®n y su afectaci¨®n a la central nuclear de Fukushima, las televisiones, radios y diarios se llenaron al instante de supuestos expertos en todo ello, que hablaban con soltura del "reactor n¨²mero 4, que es el peligroso", o del plutonio y el uranio, como si llevaran toda una vida estudiando sobre el asunto; y no s¨®lo eso, sino que pontificaban con voz engolada o solemne sobre lo que deb¨ªa hacerse con la energ¨ªa nuclear, as¨ª en general, en el planeta entero. No hace falta decir que a casi todos se les notaba, al primer vistazo, que no ten¨ªan la menor idea de nada, que se hab¨ªan apresurado a tomar cuatro datos de Wikipedia y otros cuatro de lo que iban publicando los peri¨®dicos m¨¢s serios, y que con eso -santo cielo- se hab¨ªan formado sin demora una opini¨®n bien contundente. A la gran mayor¨ªa, qu¨¦ quieren, se les nota a la legua que tan s¨®lo son una pandilla de farsantes. Y cuanto m¨¢s claras aseguran tener las cosas, m¨¢s farsantes y cantama?anas parecen.
"No soy capaz de pronunciarme sobre lo sucedido con Bin Laden, y puede que no lo sea jam¨¢s"
Lo mismo ha sucedido con el asesinato, ejecuci¨®n o simple apiolamiento de Bin Laden. Aqu¨ª no se trataba tanto de poseer conocimientos cient¨ªficos cuanto de condenar o aplaudir la operaci¨®n, en funci¨®n de su car¨¢cter "¨¦tico", "leg¨ªtimo" o "moral". No me parece un asunto f¨¢cil de dirimir. Se ha contado que el propio Presidente Obama dedic¨® diecis¨¦is horas a meditar, antes de tomar su decisi¨®n, quiz¨¢ imitando una vez m¨¢s a su modelo el Presidente Bartlet, encarnado por el actor Martin Sheen en El ala oeste de la Casa Blanca, que de hecho dedic¨® mucho m¨¢s tiempo -varios cap¨ªtulos de esa magn¨ªfica serie- a dilucidar una cuesti¨®n semejante, a saber, si daba o no la orden de cargarse a un ministro de un pa¨ªs ¨¢rabe, de cuyo apoyo y financiaci¨®n de actos terroristas hab¨ªa plena constancia. A Bartlet le repugnaba obrar al margen de la ley, pero sab¨ªa que con la eliminaci¨®n de aquel ministro estar¨ªa salvando muchas vidas de compatriotas. La serie mostraba la complejidad del dilema, y cuando Bartlet por fin daba la orden, lo hac¨ªa sin la menor certeza de estar siendo justo, violent¨¢ndose a s¨ª mismo y con la conciencia de que nunca estar¨ªa en paz con esa acci¨®n suya, de que siempre convivir¨ªa con ese peso y ese pesar. A nuestros tertulianos y analistas, a nuestros pol¨ªticos y a no pocos ciudadanos que han expresado su veloz opini¨®n en las redes sociales y en cartas a la prensa, no les ha llevado ni diez minutos ver la cuesti¨®n con meridiana claridad y pronunciarse al respecto, sea para aprobar o reprobar la operaci¨®n llevada a cabo por los SEALs en Abbottabad.
No he visto a nadie decir: "No lo tengo claro"; o "He de reflexionar sobre ello, tal vez durante muchos d¨ªas, y aun as¨ª es posible que no llegue a una conclusi¨®n"; o "El asunto es complejo, carezco de una opini¨®n formada". No. Todo el mundo aqu¨ª la tiene, a los treinta segundos de enterarse de la noticia. Supongo que tambi¨¦n la habr¨ªan tenido, de haber vivido entonces, sobre la tentativa de ?asesinato? ?ejecuci¨®n extrajudicial? que llevaron a cabo unos cuantos oficiales alemanes contra Hitler en 1944, con Von Stauffenberg a la cabeza, y de la que supongo enterados a muchos lectores tras las pel¨ªculas de Pabst, Hathaway y m¨¢s recientemente Tom Cruise (no recuerdo el director), que interpret¨® al propio Stauffenberg con su parche en el ojo. El ej¨¦rcito alem¨¢n de la ¨¦poca, como es l¨®gico, consider¨® altos traidores a los conspiradores y los fusil¨® de inmediato. Hoy se los tiene por h¨¦roes, hasta en su propio pa¨ªs, como quiz¨¢ se tendr¨ªa por h¨¦roe a quien hubiera logrado cargarse a Franco durante su largu¨ªsima y sanguinaria dictadura. Aunque no faltar¨ªa gente que les reprochara, a ese "h¨¦roe" inexistente y a Stauffenberg, no haber llamado educadamente a las respectivas puertas de Franco y Hitler y, tras preguntar "?Se puede?", no haber procedido a relevarlos del mando y arrestarlos, no sin leerles antes sus derechos cumplidamente. No s¨¦. En 1998 cit¨¦ de un libro extraordinario que hasta 2009 no ha podido leerse en espa?ol: Diario de un desesperado, de Friedrich Reck, un caballero prusiano, conservador y civilizado, que acab¨® muriendo en 1945 de un tiro en la nuca en el campo de concentraci¨®n de Dachau. En 1936 cont¨® c¨®mo cuatro a?os antes hab¨ªa coincidido con Hitler en un restaurante muniqu¨¦s, solo y sin sus acostumbrados guardaespaldas, pues ¨¦ste ya era entonces una celebridad. Como las calles eran poco seguras, Reck llevaba siempre una pistola cargada. "En el restaurante casi desierto", dice el autor, "podr¨ªa haberle disparado con facilidad. De haber tenido la menor idea del papel que esa inmundicia iba a desempe?ar, y de los a?os de sufrimiento que iba a infligirnos, lo habr¨ªa hecho sin pensarlo dos veces. Pero lo vi como a un personaje salido de una tira c¨®mica, y as¨ª no le dispar¨¦". De su Diario se desprende que Reck no era mala persona ni un asesino, y aun as¨ª, tres a?os antes de que se iniciaran la Segunda Guerra Mundial y sus atrocidades, ya escribe: "Lo habr¨ªa hecho sin pensarlo dos veces". Yo no soy hoy capaz de pronunciarme sobre lo sucedido con Bin Laden, de cuyos cr¨ªmenes hay plena constancia, y puede que no lo sea jam¨¢s. Por eso me asombra tanto -y me da tan mala espina- que en Espa?a todo el mundo tenga tan clar¨ªsima su opini¨®n, a favor o en contra, tanto da.
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