Est¨¢n locos los romanos
Les debemos mucho, pero nos separan cosas fundamentales
Les debemos mucho, casi todo, a los romanos, vale. Recuerden las palabras de Reg, el l¨ªder del Frente Popular de Judea, sector oficial, en La vida de Brian -el discurso m¨¢s celebrado del cine de sandalias despu¨¦s de la arenga del general Maximus (Gladiator) a los frates jinetes de sus turmae y el ¡°?arre!¡± de Ben Hur-: ¡°Aparte del acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la irrigaci¨®n, la sanidad, la ense?anza, el vino (eso s¨ª lo vamos a echar de menos), la ley y el orden, ?qu¨¦ han hecho los romanos por nosotros?¡±. Roma caput mundi, aeterna urbis, aurea Roma, civis Romanum sum, Romanus sedendo vincit... De acuerdo, de acuerdo. Pero tras la nueva invasi¨®n romana que vivimos, la en¨¦sima, manifestada en libros de toda clase, pel¨ªculas y series de televisi¨®n -hasta La Fura dels Baus se pone romana-, una sospecha empieza a aflorar en nuestros latinos corazones: ?de verdad nos parecemos tanto?, ?somos tan romanos realmente?, ?ese mundo que aparece ante nuestros ojos en p¨¢ginas, pantallas y escenarios es el nuestro?
"De Roma nos impresionar¨ªa la suciedad y el olor", afirma Mary Beard
"Le estaban vedadas a la mujer muchas ocupaciones", dice Lindsey Davis
Heliog¨¢balo asfixi¨® a sus comensales con una lluvia de p¨¦talos de rosa
"Somos m¨¢s mojigatos en el placer", seg¨²n Isabel Rod¨¤
Debajo de la ropa llevaban la prenda denominada 'subligaculum'
La conquista de la Galia por C¨¦sar cost¨® un mill¨®n de vidas
Es dif¨ªcil identificarse, acept¨¦moslo, con la hosca facilidad de Quintus Dias, el protagonista de la sangrienta pel¨ªcula Centuri¨®n, para matar a punta de gladio pictos y brigantes; con el sexo morboso y cruel de las matronas de Spartacus -quien haya visto con su hija adolescente la escena de la serie en que las damas obligan a copular ante ellas a un gladiador y a una esclava tardar¨¢ en olvidarlo ("pues vaya con la antig¨¹edad, papi"), por no hablar de conseguir que la ni?a lea luego a Ovidio-. Cuesta, dec¨ªa, sentir afinidad con la despiadada astucia del resucitado pretor Galba en la segunda temporada de Hispania o con platos como las vulvas de cerdo ¨¤ la Lucio Vero (envenenadas). ?Un espejo, Roma? Vae!, ?ay!.
?Qu¨¦ es lo que m¨¢s nos impactar¨ªa de la Roma cl¨¢sica si pidieramos viajar hasta ella?, le pregunto a la gran y amena historiadora Mary Beard, autora de Pompeya o El triunfo romano (ambas en Cr¨ªtica). "Oh, la suciedad y el olor pestilente, y la pobreza... detr¨¢s de la rutilante fachada de m¨¢rmol".
Lindsey Davis es otra de las personas que m¨¢s nos han acercado al mundo romano, ella desde las novelas del detective Falco, la XX de las cuales, N¨¦mesis, es novedad, como lo es la indispensable Marco Didio Falco, la gu¨ªa oficial, una delicia enciclop¨¦dica para sus muchos seguidores (ambas en Edhasa). Al interrogar a la autora sobre esa extra?eza que nos provocan los romanos, contesta: "Yo he basado mis libros precisamente en la creencia de que los romanos eran como nosotros. Pero siempre digo que hay dos ¨¢reas en que su mundo difiere radicalmente del nuestro: la arena (los combates de gladiadores y con animales) y la esclavitud. Desde luego, hay tambi¨¦n otra: la posici¨®n legal de la mujer, que ten¨ªa que ser representada en muchas ocasiones por el cabeza de familia. Muchas ocupaciones le estaban vetadas: ?de haber vivido entonces yo no me podr¨ªa ganar la vida como lo hago!",
Davis, noblesse oblige, aprovecha para criticar que en el filme La legi¨®n del ¨¢guila -basada en la conmovedora novela de Rosemary Sutcliff-, el protagonista porta la espada en el lado izquierdo cuando lo preceptivo en el ej¨¦rcito romano era llevarla siempre en el derecho. Ah¨ª queda el dato.
Aparte de que no exist¨ªan en el mundo romano el caf¨¦, el t¨¦, el chocolate, las patatas o los tomates, (?un mundo sin todo eso no puede ser el nuestro!), nos choca mucho lo poco que val¨ªa la vida, sobre todo si eras un esclavo, "un animal con habla", como dice que los consideraban la arque¨®loga Isabel Rod¨¤, directora del Insituto catal¨¢n de Arqueolog¨ªa Cl¨¢sica (ICAC): cuando uno de los suyos rompi¨® sin querer una copa de cristal, Vedio Poli¨®n orden¨® que lo echaran al estanque de las morenas, a las que hab¨ªa acostumbrado a comer carne humana (ya ven que la historia no se la invent¨® Robert Harris en Pompeya).
El gran historiador Paul Veyne dice en Sexe et pouvoir a Rome (Tallandier, 2005) que lo que m¨¢s nos sorprender¨ªa de vernos s¨²bitamente trasladados a la antig¨¹edad romana es la violencia, "una brutalidad que corta el aliento". Violencia no solo en el anfiteatro sino en todas las facetas de la vida. No en balde, se?ala, en las fasces el s¨ªmbolo de Roma era un hacha de decapitar rodeada de varas para azotar. La mayor¨ªa de los grandes l¨ªderes pol¨ªticos romanos ten¨ªan experiencia militar de combate cuerpo a cuerpo y hab¨ªan matado con su propia mano.
No hab¨ªa nada en aquel mundo similar a nuestro humanitarismo. El infanticidio era habitual. Y el abandono de los ni?os tan corriente que supon¨ªa el principal suministro de los mercaderes de esclavos, por encima de los prisioneros de guerra.
No entender¨ªan los romanos que nos parecieran mal los combates de gladiadores, la atroz hemorragia de la arena (Beard calcula que el n¨²mero habitual de gladiadores en el imperio ascend¨ªa a 16.000, ?el equivalente a tres legiones!). As¨ª que de prohibir los toros, ya ni hablemos. No exisit¨ªa algo que nos parece tan esencial como los derechos humanos, una conquista muy reciente, conque los derechos de los animales... Augusto envi¨® al circo para su escabechina a 420 leopardos y 36 cocodrilos, seg¨²n Plinio. C¨¦sar 20 elefantes y 600 leones. C¨®modo mat¨® ¨¦l mismo en un espect¨¢culo cinco hipop¨®tamos, dos elefantes, un rinoceronte y una jirafa. "Nos sorprende de los romanos su prepotente sentido de dominio de la naturaleza", apunta Rod¨¤.
El espect¨¢culo de la violencia y la crueldad resultaba casi anodino en Roma, trivial. Cuando de ni?o Caracalla prorrumpi¨® en sollozos en el Coliseo asustado por los alaridos de un condenado a las fieras -damnatio ad bestias- que estaba siendo despedazado por un tigre, la muchedumbre se conmovi¨®... del llanto del futuro emperador, no del pobre tipo supliciado. Nunca hubo cosa tal como una campa?a para la abolici¨®n de los shows de la arena. Ni siquiera protestas. A Marco Aurelio no le gustaban las luchas de gladiadores, pero porque las encontraba aburridas. "Las fronteras ¨¦ticas de los romanos estaban situadas en lugares diferentes de las nuestras", recalca Beard.
Entre la gran cosecha reciente de libros de romanos -que incluye t¨ªtulos como La prisionera de Roma (Planeta), en la que Jos¨¦ Luis Corral novela la vida de Zenobia, la reina de Palmira; el imprescindible Manual del soldado romano (por fin en castellano, en Akal), de Matyszak o La cosecha por la libertad (Edhasa), con la que Simon Scarrow, el autor de la feroz saga sobre las legiones centrada en los centuriones Macro y Cato, abre una nueva serie ?juvenil! protagonizada por un gladiador adolescente-, destaca Gabinete de curiosidades romanas (Cr¨ªtica, 2011). Su autor, J. C. McKeown, profesor universitario de Cl¨¢sicas en EE UU, ha recogido en un volumen fascinante "relatos extra?os y hechos sorprendentes" del mundo romano. Su lectura resulta muy ilustrativa para ver hasta qu¨¦ punto los romanos eran diferentes de nosotros.
?Qu¨¦ cosas cre¨ªan! Que a las serpientes les gusta el vino, que las cabras respiran por las orejas... El propio Plinio, que se vanagloriaba de su esp¨ªritu cient¨ªfico, daba cr¨¦dito a los prodigios m¨¢s disparatados, como que cuando fue derrocado Ner¨®n, un olivar del emperador cruz¨® la v¨ªa p¨²blica -tambi¨¦n refiere la creencia de que si uno se pone una lengua de hiena entre la planta del pie y la suela del zapato no le ladran los perros-.
Hac¨ªan mucho caso los romanos, pueblo supersticioso donde los haya, a los presagios y sue?os. "Era por falta de una religi¨®n intimista", se?ala Rod¨¤, "la religi¨®n oficial era ceremonial y no pod¨ªa satisfacer las necesidades m¨¢s profundas, as¨ª que estaban pendientes de presagios y se cargaban de amuletos". Artemidoro de Daldis, autor de una Intepretaci¨®n de los sue?os, apunta que so?ar que uno es crucificado anuncia al soltero que va a casarse (!). Di¨®n Casio da cuenta del infausto augurio que pareci¨® a C¨¦sar el que cuando persegu¨ªa al ej¨¦rcito de Pompeyo sus estandartes aparecieran infestados de ara?as. Marco Aurelio, un tipo que parece tan cabal hizo arrojar al Danubio dos leones vivos para propiciar su guerra contra los marcomanos. Para Mary Beard la historia m¨¢s estrafalaria del mundo romano es la del banquete ofrecido por Heliog¨¢balo en el que la lluvia de p¨¦talos de rosa lanzada sobre los comensales fue tan copiosa que los asfixi¨®. "Es una historia fuerte, pero ofrece una gran advertencia acerca del emperador: ?su generosidad puede matarte!".
Los romanos a los que tenemos por tan limpios, no usaban jab¨®n para lavarse sino aceite de oliva. Los retretes dom¨¦sticos eran una excentricidad (y estaban junto a las cocinas, y no ten¨ªan puertas). Lo habitual era usar las letrinas p¨²blicas, sin ninguna privacidad. Curioso. Incluso los insultos romanos nos suenan extra?os: Domicio Corbul¨®n llam¨® a Cornelio Fido en el Senado "struthocamelus depilatus", "avestruz pelado", vamos, ni el capit¨¢n Haddock. ?El sexo? "Somos m¨¢s mojigatos que ellos en relaci¨®n con el placer y el cuerpo", opina Rod¨¤. "Hab¨ªa menos tab¨²es. No ten¨ªan el concepto de pecado y culpa que es nuestra herencia judeocristiana". A ver qui¨¦n colgar¨ªa hoy en su casa un tintinnabulum, una campanita, con forma de pene...
Hay muchas cosas que damos por sentado de los romanos, pero que no son ciertas. Por ejemplo, apunta Mary Beard, que usaran habitualmente togas. "La toga era una vestimenta formal, no algo para cada d¨ªa". La historiadora detesta que le pregunten (como le ocurre siempre) qu¨¦ llevaban debajo de la ropa los romanos. Ah¨ª va la respuesta: subligaculum. Con lo f¨¢cil que es decir calzoncillos y bragas...
Eran, parece, los romanos, poco dados a la introspecci¨®n o al an¨¢lisis psicol¨®gico. La corrupci¨®n y la prevaricaci¨®n reinaban a gran escala, eso nos sorprende menos, pero hab¨ªa un fen¨®meno que nos resulta estramb¨®tico, el evergetismo: el mecenazgo sobre el dominio p¨²blico. Los ricos ofrec¨ªan servicios a la comunidad -a cambio de clientelismo pol¨ªtico-. Los anfiteatros, las termas, la mayor¨ªa de los monumentos p¨²blicos eran pagados y donados a la ciudad por los poderosos. Como si el metro o la red el¨¦ctrica los regalara un particular. No exist¨ªa una verdadera polic¨ªa (aunque siempre pod¨ªas llamar a Falco) y la ¨²nica manera de conseguir justicia era a menudo tener un buen patr¨®n o una banda de amigos que te echaran una mano: s¨ª, mafiosillo. La serie Roma, que ahora se repone, da una imagen ajustada de eso.
?Qu¨¦ decir de la forma en que hac¨ªan la guerra los romanos? Salvaje. La guerra total. Las legiones eran una verdadera picadora de carne. Se calcula que la conquista de la Galia por C¨¦sar cost¨® un mill¨®n de vidas. El propio Julio anota que en una batalla "casi la totalidad de la tribu de los nervios fue exterminada y con ella su nombre". Como dice T¨¢cito que dijo el cabecilla britano Calgatus, "crean un desierto y lo llaman paz".
"Odio et amo: nuestra visi¨®n de Roma puede ser muy ambivalente", resume Isabel Rod¨¤. "Los romanos llevaron al mundo una modernidad y un confort, una calidad de vida, que no hemos recuperado luego hasta el siglo XX, por no hablar del derecho, pero no podemos idealizarlos. Estamos separados: nosotros somos producto de muchas fases intermedias, y del cristianismo". Acabamos con un testimonio de excepci¨®n: ?el del mism¨ªsimo Galba! "Me siento bien con la coraza, da empaque", dice Llu¨ªs Homar que se ha metido con ganas una segunda temporada en la piel del pretor. Aunque eso no le hace perder la perspectiva: "Los romanos eran diferentes, no te quepa la menor duda; mientras nosotros debatimos sobre el boxeo o los toros, ellos no ten¨ªan ning¨²n reparo en emplear la fuerza bruta, ni en convertir la violencia en espect¨¢culo. Los devolvemos a la vida en la ficci¨®n, pero su tiempo ha pasado".
Sexus
- Se rumoreaba que la emperatriz Faustina hab¨ªa concebido a C¨®modo de un gladiador. Y que Marco Aurelio, siguiendo el sabio consejo de los adivinos, lo hab¨ªa hecho matar, obligado a su mujer a ba?arse en la sangre y luego la hab¨ªa tomado sexualmente. Eso no sal¨ªa en Gladiator...
- Cat¨®n de ?tica, modelo de virtud romana, prest¨® su mujer a un amigo (¨ªntimo, este s¨ª) y la volvi¨® a desposar despu¨¦s.
- La homosexualidad pasiva era un delito en un ciudadano, pero en el esclavo era un deber si el amo lo exig¨ªa. Ostras y caracoles, ya se sabe.
- No se clasificaba a la gente por el g¨¦nero del partenaire sino en funci¨®n de si al practicar el sexo se era la parte activa o pasiva. O se tomaba el placer virilmente o se daba servilmente.
- Hacer una felaci¨®n era un acto vergonzoso. El cunnilingus a¨²n m¨¢s, infame. La homosexualidad femenina estaba categ¨®ricamente prohibida. Tampoco gustaba (socialmente) que la mujer cabalgara al hombre: le molestaba mucho a S¨¦neca.
- El principal sistema anticonceptivo romano era el agua fr¨ªa. hasta el punto de que una mujer que hac¨ªa el amor se denominaba una mujer lavada (puella lauta) y la que lo hac¨ªa mucho, una mujer h¨²meda (puella uda)
- Di¨®n Casio explica el caso de una prostituta que hac¨ªa de leopardo para un senador.
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