Mietek Pemper, el jud¨ªo que tecle¨® la lista de Schindler
Fue asesor de Spielberg pero no aparece en la pel¨ªcula
No se le ocurre a uno ocupaci¨®n tan estremecedora como hacer de mecan¨®grafo del diablo. Mietek Pemper lo fue y supo sacar de tama?o oficio la posibilidad de hacer el bien, y adem¨¢s justicia.
Nacido en Cracovia en 1920 en el seno de una familia jud¨ªa de buena posici¨®n y orgullosa de sus conexiones con el imperio austroh¨²ngaro (su padre y su t¨ªo combatieron en la I Guerra Mundial en el ej¨¦rcito austr¨ªaco), Mieczyslaw Pemper, fallecido el martes en Augsburgo, en el sur de Alemania, donde viv¨ªa, fue un personaje clave en la salvaci¨®n de los Schindlerjuden, los jud¨ªos rescatados por el industrial Oskar Schindler en uno de los pocos episodios con final feliz de esa inconmensurable tragedia que fue el Holocausto. Sirvi¨® de asesor en la pel¨ªcula de Spielberg sobre la historia pero el director lo omiti¨® como personaje haciendo recaer por razones dram¨¢ticas todo el protagonismo en otro jud¨ªo implicado en la redenci¨®n, Itzhak Stern, interpretado por Ben Kingsley.
Pemper fue reclutado en 1943 en el gueto de Cracovia (donde su familia compart¨ªa piso con la de Polanski) por el comandante del campo de Plasz¨®w, el siniestro Amon G?th, como mecan¨®grafo personal por su conocimiento hablado y escrito del alem¨¢n y de la taquigraf¨ªa. Su papel era de escribiente esclavo pero la pereza e incapacidad burocr¨¢tica de G?th, vago adem¨¢s de s¨¢dico, le permitieron al joven jud¨ªo un conocimiento inaudito de los entresijos de la maquinaria concentracional nazi y las operaciones de las SS. La brutalidad del comandante hacia sus propios subordinados hac¨ªa que estos le pidieran a Pemper que repasara sus textos antes de entreg¨¢rselos. Dotado de memoria fotogr¨¢fica y una enorme inteligencia (del valor ya ni hablemos), Pemper almacen¨® todos los datos de lo que escrib¨ªa y le¨ªa y tras la guerra fue el testigo principal y decisivo en los juicios contra el propio G?th y el coronel de las SS Gerhard Maurer, uno de los tipos m¨¢s siniestros y esquivos de la pol¨ªtica de campos nazi, que ya es ¨¢rea.
La ins¨®lita abundancia de documentos que le pasaban por las manos en el despacho de G?th le permiti¨® a Pemper enterarse de la que se avecinaba en Plasz¨®w (la liquidaci¨®n del campo y de los presos) y acordar con Schindler y, parad¨®jicamente, el propio G?th, poco interesado en quedarse sin trabajo y que lo enviaran al frente del Este, maniobrar para que se reconociera que la labor en Plasz¨®w era esencial para la guerra. En ese contexto, fue la persona que mecanograf¨ª¨® los nombres del millar de prisioneros cuya tarea era indispensable y deb¨ªan por tanto seguir con vida: la lista de Schindler, efectivamente.
Puede imaginarse el miedo en que viv¨ªa Pemper. Algunas de las cosas que vio en sus 540 d¨ªas en Plasz¨®w eran tan bestias que Spielberg no quiso incluirlas en la pel¨ªcula. Como el que los grandes daneses de G?th, Rolf y Ralf, se alimentaban a menudo con la carne de los presos que mataban a dentelladas. Es cierto que como Ralph Fiennes en el filme, el comandante cazaba presos a tiros desde su balc¨®n. En cambio, Pemper negaba que fuera verdad la historia sentimental de G?th con la jud¨ªa Helen Hirsch.
Las claves de su supervivencia aquellos d¨ªas terribles, dec¨ªa Pemper, un hombre solitario y amable, que nunca se cas¨®, fueron la discreci¨®n y una dosis inmensa de suerte.
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