Heraldo del verano
Este a?o el verano ha llegado sin la pompa habitual, como de tapadillo, en la tercera o cuarta fila de nuestras preocupaciones. Un porrazo de actualidad ha ensordecido el resto de la sinfon¨ªa y el chorro abierto de lo cotidiano anega y ensordece el flujo natural de las cosas. Exegetas hay a cascaporrillo para divulgar la sonora palmada que reson¨® en la Puerta del Sol el 15-M. Nosotros a nuestro apacible trote para recibir a la perezosa estaci¨®n, tras despedir a una primavera que parece haber estado de visita urgente y poco bueno nos ha dejado, salvo, por fortuna, los embalses casi a rebosar. Que los ¨¢rboles han echado ramas lo encontramos natural, la verdad es que parece que no se despojaron de las habituales; en los bulevares se esponjan las acacias y los pl¨¢tanos urdiendo la sombra que dentro de poco buscaremos. Es una de las pocas cosas que pueden sorprendernos.
Vivo lo m¨¢s del a?o en un lugar de los definidos como 'de veraneo', acodado sobre el Cant¨¢brico
Todos nos saludamos, aunque ignoremos nuestro apellido. Poco a poco, sabemos unos de otros
Vivo lo m¨¢s del a?o en un lugar de los definidos como de veraneo y comparto el invierno cada vez con m¨¢s personas de la especie jubilata, sabedores de que una gran ciudad es presuntamente tolerable cuando se tienen muchas cosas que hacer y el ojo apenas se distancia del suelo que pisamos o del sem¨¢foro que va a pasar a naranja antes de llegar. Pocas veces se desv¨ªa la mirada hacia los balcones y perdemos la humilde y discreta vocaci¨®n del madrile?o por la flora estacional que se desborda en muchas terrazas y salpica de colorines el panorama en teja cocida de los tejados que el Cojuelo levantaba para don Cleof¨¢s.
Volvamos al litoral, a este pueblo acodado sobre el Cant¨¢brico, refugio de habitantes aut¨®ctonos durante los meses fr¨ªos y acogedor de forasteros, veraneantes, turistas, festejadores en el verano, que no es mucho m¨¢s largo que las semanas que van de junio hasta agosto. Los pocos bares han seguido abiertos, con escasa clientela, pero fiel, casi como la casa de parientes acogedores.
Es un h¨¢bito ofrecer el peri¨®dico diario, los varios que se editan en la regi¨®n, y hay quien se instala ante un cortado para leer el n¨²mero entero, y hasta hace el crucigrama. Todos nos saludamos, aunque ignoremos nuestro apellido ni lo que hacemos en la vida, practicando la hospitalidad y la cortes¨ªa callejera y de portal. Poco a poco, sin buscarlo ni quererlo, sabemos unos de otros, conocemos las peripecias fatales, la alegr¨ªa por el nacimiento de los nietos, pues la generaci¨®n de los hijos nos la saltamos a la torera y los alifafes que nos acuchillan con mayor sa?a cada vez.
A la iglesia va el resto de los de siempre y solo se encuentra m¨¢s visitada en ocasi¨®n de la boda de tron¨ªo o, m¨¢s com¨²nmente, para musitar recuerdos en los frecuentes funerales.
Hay un solo estanco, dos farmacias y unas seis u ocho oficinas de bancos y cajas que se reparten pac¨ªficamente la clientela. La biblioteca circulante sobrevive gracias a la energ¨ªa y actividad de la archivera directora, que, sin asomo de resentimiento, acepta que la visiten los ni?os de primeras letras, quiz¨¢s porque all¨ª se los dejan los pap¨¢s y mam¨¢s para que se est¨¦n quietos y aprendan algo.
Es zona litoral y los muchachos aprovechan la marea baja de las ma?anas para plantar los palos de la porter¨ªa, cuadricular la arena horizontal y disputar partidos de los que saldr¨¢ el pr¨®ximo David Villa. En ambas direcciones, por el paseo de casi tres kil¨®metros, o chapoteando en la orilla, mujeres y hombres trotan r¨ªtmicamente para perder grasa y mantener los m¨²sculos que un d¨ªa sucumbir¨¢n a la llamada de la tierra. Un mar generalmente bravo que permite el caracoleo de las olas cabalgadas por los surfistas, como focas verticales engullidas por la espuma rompiente.
Esperando turno, grandes barcos cargueros esperan la ayuda del pr¨¢ctico para embocar la r¨ªa y acostarse en los muelles de descarga. Son buques en cuya cubierta se alzan los contenedores apilados que dan la impresi¨®n de velas desplegadas, como el bergant¨ªn que llegaba de La Habana con indianos pr¨®speros en primera y derrotados ultramarinos.
La pesca se aleja de los l¨ªmites y comienzan a escasear los chipirones, se hace ins¨®lita la merluza y a veces el bonito se aventura en las aguas m¨¢s c¨¢lidas. Casi todo el a?o hay ba?istas, ocurre en la mayor¨ªa de las playas, el chapuz¨®n de personas que se van haciendo viejas tras empaparse del vigoroso salitre marino. Tiempo ahora de fiestas patronales, de v¨ªrgenes n¨¢uticas, de procesiones en barca y cohetes sobre las olas. Lleg¨® el verano.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.