Madrid aquel 18 de julio de 1936
Tres nonagenarios relatan c¨®mo era la vida ciudadana la v¨ªspera de la guerra
Aquel 18 de julio era s¨¢bado. El Sol se abat¨ªa sobre Madrid con un sofocante abrazo. Las frescas penumbras que proyectaban las casas, que los patios ocultaban como codiciados tesoros, apenas mitigaban el rigor del est¨ªo. El calendario zaragozano informaba de que la Luna se hallaba a dos noches del plenilunio. Anunciaba tambi¨¦n la festividad de san Camilo. El alcalde republicano de Madrid se llamaba Pedro Rico. Los barrios de Moratalaz, Chamart¨ªn y del Ni?o Jes¨²s no exist¨ªan. Tampoco la Torre de Madrid, ni el edificio Espa?a, ni el estadio Bernab¨¦u.
La ciudad terminaba por el norte en un hip¨®dromo situado donde hoy se alzan los Nuevos Ministerios. Junto al Retiro, conf¨ªn entonces de la ciudad por el este, peque?os trenecillos yeseros circulaban en direcci¨®n a Arganda. Luis Guti¨¦rrez Soto comenzaba su edificio de la calle de Miguel ?ngel, con sus atrevidas ventanas poligonales, bow windows. Al sur, Vallecas era un municipio aparte, como los de Vic¨¢lvaro, Fuencarral, Chamart¨ªn, los Villaverdes, los Carabancheles y El Pardo.
Los ni?os jugaban al f¨²tbol en las calles, desiertas de autom¨®viles
El cocido era el plato m¨¢s frecuente y la gaseosa, el refresco m¨¢s bebido
Al anochecer, los vecinos sacaban sillas a las calles y conversaban
J¨®venes socialistas y comunistas vigilaban en secreto los cuarteles
El dictador Francisco Franco ten¨ªa un piso en la Castellana
Damas de la aristocracia reclutaban criadas en las iglesias
"La ciudad era un Valladolid algo m¨¢s grande", dice Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez, de 90 a?os, hoy vecino de Bret¨®n de los Herreros. Por muchas calles del centro de la ciudad apenas cruzaba un autom¨®vil al d¨ªa. Mozalbetes de chaleco de rombos y pantal¨®n corto jugaban a la pelota en la v¨ªa p¨²blica hasta que se acercaba uno. Entonces, alguno se volv¨ªa hacia los dem¨¢s y gritaba "?Coche!". Paraba el juego, cruzaba el auto y las carreras prosegu¨ªan en pos de la pelota de goma.
Las chicas bajaban mucho menos a la calle. Mu?ecas de trapo, peponas de trenzas largas, dominaban sus juegos. Cacharritos de aluminio decoraban las cocinas de sus casitas imaginarias. Desde bien peque?as, sobre ellas reca¨ªan muchas de las faenas del hogar.
"Recuerdo que hac¨ªa mucho calor aquel 18 de julio. Desde pocos d¨ªas antes, hab¨ªan corrido de boca en boca rumores de malestar militar, pero yo estaba entonces a otras cosas propias de mi edad, aunque en casa nunca imagin¨® nadie que aquel levantamiento castrense escond¨ªa la hidra de la Guerra Civil", asegura Francisco Lucas Sans¨®n, hoy nonagenario: "En la Gran V¨ªa, por donde paseaban buena parte de los madrile?os en d¨ªas festivos, se escuch¨® aquella ma?ana a un joven vendedor de peri¨®dicos vocear el titular de Ahora, el peri¨®dico que vend¨ªa por 25 c¨¦ntimos: ?Se subleva el ej¨¦rcito de Marruecos!".
"Los tiros no empezaron hasta el 21 de julio, en torno al cuartel de la Monta?a, donde hoy est¨¢ el templo de Debod", recuerda Francisco Lucas, que posteriormente se hizo camillero de Cruz Roja y fue condecorado. Ten¨ªa entonces 15 a?os. Era hijo ¨²nico de un ama de casa y de un fontanero, cuyo salario era de siete pesetas, unos cuatro c¨¦ntimos de euro. Viv¨ªan en la calle de Conde Duque. ?l estudiaba cuarto de Bachillerato en el instituto Cardenal Cisneros. "Aquellos d¨ªas hab¨ªan sido tranquilos. Yo estaba de vacaciones y jugaba en la calle con mis amigos. Tom¨¢bamos chucher¨ªas como palul¨², pipas de girasol y chochos, una especie de chufas muy ricas. Entre los refrescos, la gaseosa ten¨ªa mucha demanda. Com¨ªamos en nuestras casas a las tres de la tarde. Con un duro, es decir, cinco pesetas, se alimentaba una familia de cuatro personas. Al pan m¨¢s blandito le llam¨¢bamos 'de Viena'. Costaba entre 5 y 15 c¨¦ntimos de peseta. Se vend¨ªa en una tahona del barrio de Pozas -hoy desaparecido-, cerca de mi casa". La leche se adquir¨ªa en vaquer¨ªas que manten¨ªan media docena de vacas, all¨ª mismo orde?adas.
"El cocido era el men¨² m¨¢s frecuente en la mayor¨ªa de los hogares. Los ricos frecuentaban comedores lujosos, como Bot¨ªn y L'hardy, pero el pueblo llano desconoc¨ªa los restaurantes", cuenta Feli Plaza, hoy de 93 a?os, que aquel d¨ªa ten¨ªa tan solo 19. Aprendiz en un taller de costura de la calle de B¨¢rbara de Braganza, Feli pertenec¨ªa desde cuatro a?os antes a las Juventudes Socialistas. "Nos reun¨ªamos en un descampado donde hoy se encuentra El Corte Ingl¨¦s de Princesa", comenta.
Por las tardes, ni?os y adolescentes merendaban pan y chocolate. "La onza costaba 10 c¨¦ntimos y la barrita de pan, siete. Cuando ten¨ªamos un poco m¨¢s de dinero, ¨ªbamos al cine", explica. Cada barrio ten¨ªa dos o m¨¢s salas cinematogr¨¢ficas. "Echaban pel¨ªculas de sesi¨®n continua y sal¨ªamos del cine con el pecho inflamado de aventuras".
Tambi¨¦n Feli Plaza recuerda el cine al aire libre del paseo del Prado. "Disfrut¨¢bamos de lo lindo. Las chicas ¨ªbamos con nuestros padres". Los desplazamientos se hac¨ªan en tranv¨ªa o en metro. El billete costaba 10 c¨¦ntimos de peseta. Para ahorrase esos c¨¦ntimos y poder jugar al billar en el bar Sainz, de Carabanchel, Melquisedech Rodr¨ªguez caminaba a diario desde su casa hasta su taller de metalurgia en la calle de Echegaray. Melqui, como le llamaban sus compa?eros, pertenec¨ªa a las Juventudes Socialistas Unificadas, hegemonizadas por los comunistas. "Aquel 18 de julio, por orden de nuestro comit¨¦ de radio, vigil¨¢bamos discretamente los accesos de cuarteles de Campamento, porque el rumor de una inminente sublevaci¨®n militar sonaba con mucha fuerza", recuerda.
La sede de la Casa del Pueblo del Partido Socialista y la UGT se encontraba en la calle de Piamonte, cerca de la de Augusto Figueroa, donde el teniente Castillo acababa de ser asesinado a principios del mes de julio a manos de pistoleros fascistas.
En la calle de Espalter, junto al Retiro, viv¨ªan entonces el pol¨ªtico de izquierda Julio ?lvarez del Vayo, que morir¨ªa en el exilio, y el pensador de extrema derecha Ramiro de Maeztu, fusilado cuatro meses despu¨¦s en Paracuellos de Jarama. Cerca de all¨ª, en sendas cervecer¨ªas de la calle de Antonio Maura y de la plaza de Cibeles, un oficial del espionaje nazi, Juan Hinz, bajo la cobertura de comerciante de granos y precisamente en aquellas horas del 18 de julio de 1936, ultimaba con militares franquistas detalles de la entrega de armas de Hitler a los conspiradores contra el Gobierno leg¨ªtimo de la Segunda Rep¨²blica.
Pero la poblaci¨®n madrile?a ignoraba inocentemente aquellos oscuros manejos: las mujeres mostraban sus peinados "de ondas" y vest¨ªan trajes siempre por debajo de la rodilla, a veces faldas ajustadas con forma de tubo. Muchas de ellas, sobre todo modistillas, paseaban cantando en alto. "Recuerdo que la canci¨®n m¨¢s escuchada entonces era Mi jaca, cuya letra el pueblo de Madrid hab¨ªa cambiado en clave humor¨ªstica, para as¨ª parodiar un enorme cartel electoral que en la Puerta del Sol colocaron los seguidores de Gil Robles, de la CEDA, Confederaci¨®n Espa?ola de las Derechas Aut¨®nomas, y que dec¨ªa 'A por los 300', en referencia al n¨²mero de diputados que aspiraban conseguir en unas elecciones". "Por ello, las chicas cantaban entonces: 'Mi jaca / galopa y corta el viento / cuando va por los 300 / camin¨ª... to del poder", cuenta Francisco Lucas Sans¨®n.
Otras mujeres adultas vest¨ªan h¨¢bitos, uniformes de un color liso, morado o negro, que ce?¨ªan con un c¨ªngulo de cord¨®n trenzado anudado al cuello. De esa forma cumpl¨ªan sus "promesas", ejercicios punitivos que se autoimpon¨ªan para as¨ª expiar supuestos pecados y culpas. "Templos como Los Jer¨®nimos o San Jos¨¦ congregaban los domingos a ni?os y ni?as de barrios obreros que all¨ª eran catequizados. Damas de la aristocracia y la alta burgues¨ªa les distribu¨ªan ropas y, en ocasiones, golosinas. Entre las ni?as sol¨ªan reclutar a las f¨¢mulas que luego les servir¨ªan como criadas en sus mansiones. Los colegios religiosos, separados por sexos, ten¨ªan dos accesos, para las alumnas de pago y las gratuitas, respectivamente. Otros colegios languidec¨ªan en pisos umbr¨ªos".
"Por las tardes", prosigue Francisco Lucas Sans¨®n, "sol¨ªamos escuchar Uni¨®n Radio, cuya emisora se encontraba en la Gran V¨ªa. La hoy plaza de Espa?a no ten¨ªa la hondura que posee ahora, porque la calle de Leganitos conectaba en l¨ªnea recta con la plaza de Cristino Martos, sin apenas desniveles", explica.
"Madrile?os y madrile?as tambi¨¦n frecuentaban la Castellana, donde el general golpista Francisco Franco ten¨ªa un piso en su esquina con la calle del Marqu¨¦s de Villamejor. Los bulevares se ve¨ªan a¨²n surcados por andenes de arena para desplazamientos a caballo". "Estaban flanqueados por un centenar de palacetes, a cada cual m¨¢s bonito", cuenta Feli Plaza. "En los merenderos de la Castellana, mi padre vend¨ªa marisco que llevaba en una cesta de mimbre, para redondear su salario", a?ade.
Al caer la noche, las gentes sacaban a los portales de sus casas sillas de anea y conversaban. Pero aquel Madrid provinciano e incauto se esfum¨® para siempre apenas unas horas despu¨¦s. El tranquilo discurrir dio paso a las sirenas, las bombas incendiarias y las muertes. Los escombros sepultaron la ciudad bajo su peso inerte. La historia de Madrid inauguraba, aquella noche, cuatro d¨¦cadas de tristeza, furia y resistencia.
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