El hermano de verdad, el campe¨®n
Un ataque de Andy Schleck en el Izoard, a 62 kil¨®metros de la llegada, dinamita el Tour y hunde definitivamente a un fatigado Contador
En el Anboto, en Vizcaya, quien quiere dar gracias a la madre naturaleza por haber superado un mal trance, o quien quiere contar con su ayuda antes de iniciar una aventura que teme audaz, se pasa por el balc¨®n de Mari, la cueva en que reside la madre, quien casi siempre accede con dulzura a las peticiones. En el Izoard, desde los tiempos de Coppi, aquel que, como escribe Buzzati, sin ser ni g¨¦lido ni cruel hizo sentirse a Bartali un ciclista perseguido por los dioses, y m¨¢s a¨²n, desde los tiempos de Bobet, el primer campe¨®n franc¨¦s de la posguerra, una orden debe ser respetada: los campeones deben pasar solos por la Casse D¨¦serte, el paraje desolado, lunar, que indica a los ciclistas que han llegado a los 2.000 metros, que se acab¨® la vegetaci¨®n humanitaria, la sombra agradable de los ¨¢rboles, los arroyos cantarines, que por delante solo esperan dolor y sufrimiento.
Tras los fuegos artificiales, por fin el luxemburgu¨¦s estuvo a la altura de su fama
Se escap¨® desde lejos con rabia, y tambi¨¦n con sentido. Y se coron¨® en el Galibier
Chico aplicado, solemne y glorioso, Andy Schleck lo hizo, alcanz¨® la corona de laurel, siguiendo al pie de la letra las escrituras lit¨²rgicas del Tour -pas¨® solo por la Casse D¨¦serte, despu¨¦s de un ataque lejano, 50% audacia y sentimiento de grandeza, 50% de c¨¢lculo- y tambi¨¦n cumpliendo a la perfecci¨®n los c¨¢nones t¨¢cticos (gracias a un gran equipo, por supuesto), en especial el cap¨ªtulo que dice que las carreras se ganan en la monta?a pero se deciden en el valle.
Despu¨¦s de los fuegos artificiales, de los ataques hermosos porque s¨ª, por instintivos, por rabiosos, por inconformistas, por inesperados, en puertos de segunda, en la gran etapa alpina, la de los tres gigantes de casi 3.000 metros, estall¨®, por fin, el Tour y se llev¨® por delante a Alberto Contador, fatigado, que ya no ganar¨¢.
No se sabe a¨²n qui¨¦n llegar¨¢ de amarillo a Par¨ªs. Puede ser uno de los hermanos luxemburgueses, puede ser Thomas Voeckler, puede ser Cadel Evans, pero s¨ª que se sabe que la etapa del Agnello, el Izoard y el Galibier coron¨® a un nuevo campe¨®n del ciclismo, Andy Schleck, el hermano de verdad, ya se puede decir en alto, quien por fin hace algo a la altura de su fama, y m¨¢s all¨¢ a¨²n. Se coron¨® en el Galibier, un puerto que siempre ha sido de paso y que ayer, con sus 2.645 metros espl¨¦ndidos, acogi¨® por primera vez un final en sus 100 a?os.
Andy lo hizo todo a lo grande, a la altura del mito, de una manera que hac¨ªa a?os -unos hablan de Landis, su gran y maldito ataque camino de Morzine, enorme y desgraciado, en 2006; otros hablan del Merckx del 69, de su ataque caprichoso y desmedido en los Pirineos camino de Mourenx: de los dos tuvo algo, de los dos, tambi¨¦n, se alej¨® bastante- no se ve¨ªa en el Tour, de una manera que se pensaba ya imposible. Atac¨® de lejos con rabia -fuera etiquetas, fuera retratos insidiosos de aquellos que lo llamaban sister por sus llantos y quejas; fuera provocaciones de Riis, su exdirector, quien siempre despreci¨® su cabeza t¨¢ctica, su mentalidad- y tambi¨¦n con sentido. Con un plan colectivo en la cabeza.
Primero, su equipo envi¨® por delante a dos s¨®lidos ayudantes, Posthuma y Monfort; despu¨¦s su hermano mayor, Frank, su esp¨ªa en el pelot¨®n, le advirti¨® de que Contador, sin gafas, con mala cara, remoloneaba a cola del grupo, despistado, y orden¨® a su fiel O'Grady que acelerara la marcha, como si lanzara un sprint cuando se acercaban al 10%, a lo m¨¢s duro del Izoard. Y llegado el momento, Frank, tan bueno, le dio un silbidito. La se?al para atacar que obedeci¨® sin pereza Andy. Faltaban 62 kil¨®metros para la meta. Quedaban siete kil¨®metros del Izoard, todo el valle, azotado por el viento, entre Brian?on y la subida rodante del Lautaret; quedaba el tremendo Galibier, viento de cara fr¨ªo, una tarde luminosa, de sol y crestas azuladas en el horizonte. Nubes altas. Nadie le sigui¨®.
"Cuando se fue, pensamos que era una locura, que no iba a ninguna parte con lo que quedaba", dice Christian Vandevelde, el norteamericano del Garmin, resumen de lo que pensaron todos. Contador, tan lejos, a cola, ni siquiera puede opinar. No lo vio. Evans, el que ten¨ªa ya el Tour casi en las manos, y los dem¨¢s favoritos, prefirieron temporizar, echar un p¨®ker, sangre fr¨ªa. Fue m¨¢s bien sangre congelada. La sangre fr¨ªa fue la de Andy, quien tras rendir solo tributo a Coppi y Bobet en su Casse, encontr¨® compa?¨ªa en sus compa?eros adelantados y en otros fugados para aumentar su ventaja hasta 4m a falta de 15 kil¨®metros para el final. Fue entonces, bajo la mirada complacida de Eddy Merckx, que en ¨¦l se reconoci¨®, cuando se fue solo definitivamente hasta la meta. Detr¨¢s, en el valle traicionero, el caos y los malos entendimientos. Todos, salvo Contador, que a ocho kil¨®metros no pudo m¨¢s, a rueda de Evans, uno que siempre reacciona tarde y es solo hermoso cuando est¨¢ derrotado.
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