Escribiendo sobre gustos
Los enamoramientos de los otros suelen asombrarnos. Ante el apasionado elogio que alguien pueda hacer de un autor que a nosotros nos parece abominable, tratamos de entender esa emoci¨®n con los argumentos que el lector pueda ofrecernos. Casi siempre fallamos. Es que pedir que alguien nos diga por qu¨¦ lo conmueve una cierta p¨¢gina que a nosotros no nos gusta es como pedir a Don Quijote que nos demuestre que Dulcinea no es, como la vemos, Aldonza Lorenzo. Sin embargo, los lectores persistimos en querer explicarnos, infructuosamente: siglos de cr¨ªtica literaria han nacido de este incauto impulso.
Yo s¨¦ que la obra de Michel Houellebecq ha sido alabada por lectores que juzgo inteligentes, y he intentado muchas veces reconocer el supuesto encanto, inteligencia y humor que aducen sus defensores. No lo he logrado. He pedido, a quienes juzgan a Houellebecq "el m¨¢s importante escritor franc¨¦s de nuestro tiempo" (Fernando Arrabal, entre otros), que me muestren alg¨²n p¨¢rrafo, alguna l¨ªnea sin la cual "el mundo ser¨ªa m¨¢s pobre". Nunca lo han hecho. Han aducido en cambio razones pol¨ªticas, sociales, psicol¨®gicas; han hablado de provocaci¨®n, de avasalladora cr¨ªtica del mundo occidental, de embestida contra la hipocres¨ªa de nuestro tiempo, de ¨¦pater le bourgeois. Dudo, sin embargo, que decir, como lo hace uno de sus protagonistas, que los hombres s¨®lo quieren "una dulce esposa que les lleve la casa y cuide a los ni?os", o una prostituta ocasional, ¨¦pat¨¦ a nadie en la ¨¦poca de Berlusconi o DSK.
Curiosamente, al defender a Houellebecq, pocos hablan de literatura. Quiero decir: pocos hablan de eso que diferencia la invectiva, o la confesi¨®n, o el catequismo, o cualquier otro artefacto verbal, de la creaci¨®n literaria. Digo no saber por qu¨¦ exactamente un texto me importa, pero s¨¦ que cuando leo busco en la escritura algo que me atrape y me conmueva, no a trav¨¦s de argumentos, s¨ª a trav¨¦s de una tensi¨®n creada por las palabras mismas. Eso no me ha ocurrido nunca leyendo a Houellebecq. Doy un ejemplo al azar, tomado de la p¨¢gina 315 de la novela Plataforma, muy bien traducida por Encarna Castej¨®n: "Del amor me cuesta hablar. Ahora estoy seguro de que Val¨¦rie fue una radiante excepci¨®n. Se contaba entre esos seres capaces de dedicar su vida a la felicidad de otra persona, de convertir esa felicidad en su objetivo. Es un fen¨®meno misterioso. Entra?a la dicha, la sencillez y la alegr¨ªa; pero sigo sin saber por qu¨¦ o c¨®mo se produce. Y si no he entendido el amor, ?de qu¨¦ me servir¨ªa entender todo lo dem¨¢s?". El estilo es chato, mon¨®tono, perfectamente adecuado a la banalidad de la idea que propone: "No s¨¦ qu¨¦ cosa es el amor".
Alan Pauls, en lo que imagino es un esfuerzo por elogiar a Houellebecq, ha descrito su tono como el de "un bur¨®crata vitalicio atrapado en la peor de las situaciones: no poder evitar ocuparse de un mundo que ya no lo desea". Exactamente, y no s¨¦ por qu¨¦ un lector sensato elegir¨ªa leer p¨¢gina tras p¨¢gina de "burocracia vitalicia". Se dir¨¢ que es el narrador quien habla, no Houellebecq. De acuerdo, pero algo m¨¢s buscamos en un texto literario que la repetici¨®n de la banalidad cotidiana, el eco fiel de la tonter¨ªa sentimental. Houellebecq ha dicho que se reh¨²sa "hacer literatura". Quiz¨¢s sea esa la raz¨®n por la cual ¨¦l y yo no nos entendemos. -
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