Me llamo Jos¨¦ Ditirambo
Gonzalo Su¨¢rez ha levantado una obra considerable en el terreno cinematogr¨¢fico y en el literario, y su competencia en ambos campos se pone de manifiesto en cualquiera de sus obras. En El s¨ªndrome de albatros, el punto de partida es un texto esc¨¦nico de car¨¢cter er¨®tico y el de llegada un gui¨®n cinematogr¨¢fico donde el erotismo ha adquirido aires par¨®dicos. Ese entrem¨¦s teatral se titula con gran propiedad Lujuria y es el inicio de una investigaci¨®n literaria promovida por la celosa viuda del supuesto autor que quiere saber "qu¨¦ pas¨® m¨¢s all¨¢ de la ficci¨®n y qui¨¦n es qui¨¦n". De ese enigma central, una interrogaci¨®n sobre la relaci¨®n entre la ficci¨®n y la realidad, parten los hilos sinuosos de una narraci¨®n en que los entrecruzamientos entre lo real y lo ficticio llevan al delirio. Como otras veces, Su¨¢rez empieza por un encargo, la misi¨®n que la inevitable mujer fatal encarga a un hombre, esta vez un escritor. Como suced¨ªa cuando el protagonista era un detective, uno de sus primeros personajes de ficci¨®n, el inolvidable Jos¨¦ Ditirambo. Ahora no se trata de buscar a un asesino, pero s¨ª que hay asesinos y asesinados (o quiz¨¢ s¨®lo uno de cada clase repetido varias veces o ninguno, todo imaginaci¨®n). Es posible que el tr¨ªo de personajes que intervienen en la escena inicial est¨¦n siempre presentes, s¨®lo que pasen a ser otros en un proceso de transformismo continuo, pues as¨ª avanza el relato, todos cambian, todos se vuelven otro con alegre desenfado.
La narraci¨®n saltarina y caprichosa nos presenta a los personajes propios de la serie negra con matices burlones, ofrece repetidas vistas del cementerio y algunas escenas macabras que transcurren en ¨¦l, presenta a un exboxeador (?naturalmente!) como ayudante del protagonista verdaderamente divertido, capta momentos precisos en que se evoca alguna secuencia cinematogr¨¢fica y muestra una imagen t¨ªpicamente aventurera con una mirada ir¨®nica y al mismo tiempo melanc¨®lica: la mujer que se fuga en compa?¨ªa de su hijo en una avioneta pilotada por su amante. Adem¨¢s, nos emocionamos con una escena que vale un potos¨ª, aquella en que una ni?a manipulando mu?ecos remeda ante otros ni?os el asesinato de sus padres. Todo esto resulta atractivo aunque uno encuentre a faltar alg¨²n hilo tangible que sirva para unir mejor el conjunto. Uno est¨¢ en principio dispuesto a creerlo todo, a aceptar los sucesos que no han sucedido, lo que ha pasado de dos maneras distintas, los personajes reales que no existen, los muertos hablantes y los seres que se cambian por otros. Uno es un lector confianzudo y acepta con naturalidad que la verosimilitud la garantiza la propia escritura. Sin embargo, cuando empieza la segunda parte, cuando surge ex nihilo un nuevo investigador que es psiquiatra y encima un "psiquiatra loco", la narraci¨®n da una nueva vuelta de tuerca, todo se replantea una vez m¨¢s y es ya dif¨ªcil mantener el clima de confianza. Hay que pensar que la parte final se le ha ido de las manos al autor. Como se dice en la novela, estamos haciendo "juegos malabares con manzanas envenenadas". Y estas ¨²ltimas se han cobrado un peaje.
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