'One Man,Two Guvnors', el super¨¦xito c¨®mico
Si te encuentras a Dustin Hoffman en la cola de una matin¨¦e es que algo est¨¢ pasando. One Man, Two Guvnors, que este verano ha batido r¨¦cords de p¨²blico y se ha convertido en el espect¨¢culo de mayor ¨¦xito en la historia reciente del National Theatre de Londres (NT), es lo que est¨¢ pasando. Cuando lean estas l¨ªneas la funci¨®n ya no estar¨¢ en cartel, pero salta al Adelphi Theatre del 21 de noviembre al 25 de febrero: luego no digan que no se lo anunci¨¦ con tiempo. No es habitual un transfer tan inmediato, pero es que One Man, Two Guvnors es un terremoto c¨®mico con la inconfundible firma de Richard Bean, el "hombre del momento" de la nueva comedia brit¨¢nica.
Har¨¢ dos a?os, Nicholas Hytner, mandam¨¢s del NT, le estren¨® England People Very Nice, una s¨¢tira que tuvo la virtud de irritar considerablemente a los integristas isl¨¢micos. Esta temporada, Bean ha vuelto a la carga con tres ¨¦xitos consecutivos: The Big Fellah, dirigida por Max Stafford-Clark en el Lyric Hammersmith; The Heretic, a cargo de Jeremy Herrin, en el Royal Court, y, desde luego, One Man, Two Guvnors (a partir de ahora, OMTG) en el Lyttelton, de nuevo con la firma de Hytner. El espect¨¢culo, una lib¨¦rrima adaptaci¨®n de Arlequ¨ªn, servidor de dos amos, de Goldoni, es una fiesta de principio a final (tres horas con intermedio, que pasan volando o, como dir¨ªa Bean con su humor feroz, "como la mierda por el intestino de un perro peque?o"), un irresistible homenaje a las m¨¢s descastadas progenituras del humor brit¨¢nico: la farsa de equ¨ªvocos (inaugurada en 1892 con La t¨ªa de Carlos), el panto (que nada tiene que ver con la pantomima europea), donde conviven en gozosa mescolanza las canciones, el slapstick (o humor de batacazo), los disfraces, los chistes "de actualidad" y la participaci¨®n del p¨²blico, as¨ª como la tradici¨®n de la vieja comedia salaz, que en cine acaudill¨®, durante la d¨¦cada 1960-1970, la tropa de Carry On. Nicholas Hytner conoce (y adora) ese estilo, no en vano su anterior ¨¦xito c¨®mico fue aquel esplendoroso Golfus que en 2004 protagoniz¨®, a las ¨®rdenes del joven Edward Hall, un reparto de maestros del vaudeville brit¨¢nico.
Lo que importa es que el texto de Richard Bean es arrasadoramente tronchante, a raz¨®n de un gag cada medio minuto
Los actores son y est¨¢n soberbios y provocan la infrecuente y contagios¨ªsima impresi¨®n de que se lo pasan bomba
Richard Bean ha situado la farsa de Goldoni en el mundo del hampa de Brighton, la ciudad costera inglesa, en 1963, el "verano de los Beatles". Abre la jarana una soberbia banda de skiffle, The Craze, para marcar ¨¦poca y tono: tocar¨¢n y cantar¨¢n (maravillosamente) durante los cambios de decorado, y cada actor/personaje tendr¨¢ su canci¨®n, con lo que OMTG est¨¢ muy cerca de ser un musical secreto. Arlequ¨ªn se llama aqu¨ª Francis Henshall, un joven guitarrista (de skiffle, por supuesto) que se muere de hambre y acaba trabajando para dos patrones sin que ellos lo sepan. El primer guvnor es una mujer, Rachel Crabbe (Jemima Rooper), que se hace pasar por su hermano gemelo Roscoe, un temible sicario asesinado cuando iba a cobrar una pasta importante. El segundo guvnor, Stanley Stubbers (el arrasador Oliver Chris, que recuerda a un joven Spike Milligan) es un bobo oxfordiano que resulta ser, a) el novio de Rachel, y, b) el que accidentalmente mat¨® a su hermano. Para hacerse con la pasta, Rachel/Roscoe se presenta en la casa del viejo capo mafioso Charlie The Duke Clench (Fred Ridgeway) y... no, renuncio, es imposible resumir el argumento, una catarata de confusiones en la que resplandecen un consegliere jamaicano (Trevor Laird), un aspirante a actor (Daniel Rigby, que parodia a los divos "intensos" de la ¨¦poca, con Peter O'Toole como norte), la ultracretina hija del capo (Claire Lams), la sagaz secretaria Dolly (Suzie Toase) o el gemelo irland¨¦s que, rizando el rizo, se inventar¨¢ el bueno de Francis para salvar el pellejo.
Lo que importa es que, a) el texto de Richard Bean es arrasadoramente tronchante, a raz¨®n de un gag (verbal o de situaci¨®n) cada medio minuto; b) la puesta de Hytner es una lecci¨®n magistral de trepidaci¨®n farsesca y, c) los actores son y est¨¢n soberbios y provocan la infrecuente y contagios¨ªsima impresi¨®n de que se lo est¨¢n pasando bomba. Conocen a sus cl¨¢sicos (Frankie Howerd, Morecambe y Wise, Norman Wisdom) y dominan como pocos el aside, que es el arte del aparte: dirigirse al p¨²blico colocando el chiste con precisi¨®n milim¨¦trica.
Francis, maestro de ceremonias y centro de la funci¨®n, es el inmenso (en todos los sentidos) James Corden, un joven c¨®mico que se revel¨® har¨¢ siete a?os en el rol de Timms en The History Boys y ahora es una celebridad local por su trabajo como actor y guionista en la serie televisiva Gavin and Stacey. El p¨²blico le adora y con raz¨®n: r¨ªe sus barbaridades porque es condenadamente gracioso y porque puede ser feroz y encantador al mismo tiempo. Corden les interpela, improvisa a partir de las noticias del d¨ªa, sube, baja, baila, canta, y se mueve en escena con una ligereza inimaginable en alguien tan, ejem, corpulento. Si tuviera que elegir una escena donde confluyan los talentos de autor, director e int¨¦rpretes me quedar¨ªa con el c¨¦lebre pasaje del doble banquete, en el que Bean y Hytner multiplican las l¨ªneas de gag en el m¨¢s puro estilo Blake Edwards. A la l¨ªnea principal (Arlequ¨ªn/Francis ha de servir sendos banquetes a sus amos sin que se percaten de la duplicidad) a?aden: a) la doble pareja c¨®mica de un ma?tre idiota (David Benson) y su decr¨¦pito ayudante (Tom Edden, que se lleva la escena), un camarero sordo, cojo, artr¨ªtico y con marcapasos, que en un deslumbrante n¨²mero de clown derrama oc¨¦anos de sopa, tropieza con todo lo imaginable y cae una y otra vez escaleras abajo; b) los tejemanejes de Francis, volando de una habitaci¨®n a otra, comiendo de todos los platos y tratando de que no le pillen y, c) broche de oro, el insospechado personaje de una espectadora a la que introducen en la acci¨®n: s¨®lo despu¨¦s de que sufra una serie de humillaciones en delirante crescendo -desde dejarla sola en escena a ser recubierta por la espuma de un extintor- comprenderemos que... en fin, pueden imagin¨¢rselo.
Cierro da capo: si todo el aforo del Lyttelton (y Dustin Hoffman) no pueden parar de re¨ªr durante tres horas, es que algo (y bastante gordo) est¨¢ sucediendo.
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