El corredor de la vida
Nuestro primer encuentro con Diego y Rafael se desarrolla en un gimnasio improvisado enterrado en lo m¨¢s profundo del m¨®dulo 13, donde los escasos aparatos (una bicicleta est¨¢tica y una bancada herrumbrosa) est¨¢n atornillados al suelo como las camas de un camarote, y las pesas y mancuernas no pueden ser extra¨ªdas de un arn¨¦s anclado a la pared. Hay un bal¨®n, un saco de boxeo y una cuerda para saltar. Y manojos de viejas botellas de pl¨¢stico rebosantes de agua y soldadas entre s¨ª con cinta aislante que los presos utilizan para levantar m¨¢s peso en sus obstinados ejercicios de musculaci¨®n. El resto del espacio muestra una desnudez desoladora. Brilla como un piso en venta. El silencio es total. No hay un mueble, un papel, una colilla. No hay nada; no huele a nada. Ni un objeto susceptible de convertirse en un arma, ni un resquicio en el espeso hormig¨®n de esta c¨¢rcel de alta seguridad ideada para albergar reclusos con grandes penas. Hasta llegar a la entrada del m¨®dulo de aislamiento hay que atravesar cuatro pesados portones, pasar por un arco de seguridad y entregar a un guardia todos los objetos met¨¢licos, encendedores y tel¨¦fonos m¨®viles. Antes de abandonarlo, nos interrogar¨¢: "?Echan de menos algo de lo que tra¨ªan?".
La primera conclusi¨®n es que de aqu¨ª es imposible fugarse. Nos lo coment¨® antes de acceder al interior el director, Jos¨¦ Vidal Carballo, un m¨¦dico andaluz que entr¨® en la empresa hace casi 25 a?os y gobierna este centro desde su creaci¨®n en 2008. Si un preso lograra escapar del aislamiento, a¨²n tendr¨ªa que superar la torre de vigilancia, las c¨¢maras de visi¨®n nocturna, las alarmas activadas con infrarrojos, los muros coronados de concertinas afiladas como cuchillas de afeitar y las patrullas de la Polic¨ªa Nacional. Y a¨²n le quedar¨ªa un desierto de polvo, cardos y olivos en mitad de ninguna parte.
El calor es sofocante bajo el despiadado sol sevillano que golpea la cubierta del m¨®dulo 13, proyectada transl¨²cida para facilitar el asalto de los GEO mediante helic¨®pteros en caso de mot¨ªn. Tras atravesar otra media docena de puertas corredizas de barrotes y cristales de dos dedos de espesor que se han ido abriendo y cerrando a nuestro paso con una lentitud enervante y un bramido mec¨¢nico que culmina con un golpe sordo (una no se abre hasta que la anterior no se ha cerrado), accionadas por un funcionario desde una pecera acorazada tapizada de pantallas a cada seca orden por su Motorola del funcionario que nos escolta ("cierre rastrillo 40; abra rastrillo 41"), nos topamos con los dos presos en el modesto recinto deportivo. No esper¨¢bamos un primer encuentro tan directo. Nos observan con curiosidad. Son j¨®venes, en buena forma, y muestran una palidez enfermiza. Sus ojos, grandes, muy oscuros, en los que apenas se distinguen las pupilas (como los de un caballo), miran con aire ausente: tras meses en aislamiento, su vista no est¨¢ acostumbrada a enfocar m¨¢s all¨¢ del par de metros de la celda. Adem¨¢s, la medicaci¨®n antipsic¨®tica que se les administra regularmente les hace surfear entre nubes de algod¨®n. Diego y Rafael visten ropa deportiva; pantal¨®n corto y camisetas sin mangas que dejan al descubierto s¨®lidos b¨ªceps, toscos tatuajes realizados con artilugios carcelarios (la mina de un bol¨ªgrafo, una aguja de coser y un motorcito artesanal) y profundas cicatrices en los antebrazos resultado de viejas autolesiones (chinarse lo llaman aqu¨ª) reivindicativas o psic¨®ticas. El cuerpo de algunos de estos presos, como el de Aar¨®n Fern¨¢ndez, es una gran cicatriz de surcos paralelos hechos a cuchillo hasta perder la ¨²ltima gota de sangre. "Mis fatiguitas en prisi¨®n", resume. Los brazos de estos presos son cap¨ªtulos abiertos de su biograf¨ªa carcelaria.
Sudamos frente a frente. Segundos de indecisi¨®n. ?C¨®mo hay que comportarse con los presos de primer grado? ?Intentar¨¢n secuestrarnos? Tienen un aspecto m¨¢s temible que los funcionarios que les custodian uniformados con un rancio polo gris y sobado pantal¨®n negro. Y adem¨¢s, estos no van armados. Llevan al cintur¨®n un par de guantes y un transmisor. Los elementos disponibles para aplacar una rebeli¨®n, las esposas, porras, espr¨¢is, cascos, chalecos y escudos, est¨¢n almacenados bajo llave en una dependencia a la entrada del recinto. No hay marcha atr¨¢s. Hay que actuar con naturalidad. Es la ¨²nica forma de gan¨¢rselos. En nuestras primeras conversaciones, los presos de aislamiento repetir¨¢n una misma idea: "No somos animales". Amparados en esa filosof¨ªa, nuestro objetivo es llegar hasta donde ellos quieran. Al final, confiar¨¢n en nosotros. Y no querr¨¢n que nos marchemos.
Estamos en su territorio; en el m¨®dulo de aislamiento del Centro Penitenciario Sevilla II, en Mor¨®n de la Frontera, en lo m¨¢s profundo de un submundo que pocos conocen. En esta dependencia, los presos permanecen encerrados en la soledad de sus celdas (ellos dicen chabolos) 20 horas diarias; su horizonte cotidiano es un rect¨¢ngulo de un blanco gris¨¢ceo de tres por cuatro, con una ventana que conecta con un pared¨®n; muebles de obra, ducha, lavabo y retrete met¨¢licos, cerrado por una doble puerta; la primera, de barrotes (el cangrejo); tras ella, otra compacta de acero que se acciona por control remoto y est¨¢ horadada por una mirilla para el recuento y una trampilla para introducir la comida. A primera hora de la ma?ana se les entrega el palo que le falta a su escoba, una maquinilla de afeitar y un cepillo de dientes que deber¨¢n devolver tras asearse. Fuera de las horas de salida al patio de los internos (entre tres y cinco al d¨ªa seg¨²n su clasificaci¨®n), los funcionarios tienen prohibido abrir sus celdas. Cuando hacen acto de presencia en las mismas, el preso debe colocarse al fondo con las manos visibles y disponerse al cacheo.
La clave del sistema de aislamiento es que el interno salga lo menos posible del m¨®dulo, que cuenta con patios, locutorio, enfermer¨ªa y estancias para vis a vis. Y cuando lo haga, solo, el tiempo estrictamente necesario, rodeado de funcionarios y cumpliendo unos estrictos protocolos de seguridad. Dentro de esa l¨®gica, los presos de r¨¦gimen cerrado no pueden ir al economato y tampoco a la piscina. Ni trabajar. Solo pueden acceder al tel¨¦fono de tarjeta a trav¨¦s de una ranura de un palmo practicada en un cristal blindado que lo separa del patio. Sus colchones son ign¨ªfugos, y el recinto est¨¢ sembrado de alarmas antiincendio. Se les cachea antes y despu¨¦s de cada salida; su celda es registrada a diario, y si los responsables del m¨®dulo lo consideran oportuno, pueden ser despojados de su ropa; as¨ª lo especifica el art¨ªculo 93 del Reglamento Penitenciario, la biblia del sector: "Cuando existan fundadas sospechas de que el interno posee objetos prohibidos y razones de urgencia exijan una actuaci¨®n inmediata, podr¨¢ recurrirse al desnudo integral por orden motivada del jefe de servicios, dando cuenta al director".
El margen de rebeli¨®n es m¨ªnimo. En caso de provocar un altercado grave, el preso ser¨ªa reducido por hasta los siete funcionarios del m¨®dulo, esposado o sujeto con correas a una cama y, una vez cumplida su sanci¨®n, desplazado al m¨®dulo de aislamiento de otra prisi¨®n. Y vuelta a empezar. Cualquier otro tipo de violencia por parte de los funcionarios est¨¢ prohibido. "Puedes ser m¨¢s o menos severo a la hora de reducirles, pero no hay palizas; no nos preparan para eso, somos funcionarios por oposici¨®n, la mayor¨ªa tenemos carrera y no queremos problemas. Te pueden denunciar al juez de vigilancia. No vale la pena", explica Javier, un guardia del m¨®dulo. Cuando se les pregunta a los reclusos al respecto, no son tan categ¨®ricos ante esa supuesta ausencia de malos tratos; relatan palizas, noches esposados y tortura psicol¨®gica, aunque trasladan esas experiencias a otras prisiones espa?olas. Uno relata: "En el m¨®dulo de aislamiento de la c¨¢rcel de Huelva descubr¨ª lo que era el miedo. Me golpeaban todos los d¨ªas. Los m¨¦dicos encubr¨ªan las palizas y los funcionarios me dec¨ªan: 'Una noche te vamos a colgar y a decir que te has suicidado'. Me orinaba cuando les o¨ªa llegar".
Seguimos en el gimnasio. Tres funcionarios nos guardan la espalda sin abrir la boca. Nos calibran. Esperan ver si tenemos lo que hay que tener. No les hace feliz nuestra visita. Distorsiona el orden y afloja la disciplina. Multiplica las entradas, salidas y cacheos. El m¨®dulo se convertir¨¢ a lo largo de una semana en un colegio en d¨ªa de fiesta. Y no es conveniente que nada ni nadie rompa el r¨ªgido funcionamiento de este recinto donde cada d¨ªa es igual al siguiente, no hay fines de semana ni vacaciones, y los presos y sus guardias envejecen juntos. Cualquier relajo de la seguridad puede poner en juego sus vidas. Y lo saben. Los funcionarios de vigilancia nunca se conf¨ªan. Tampoco fuera de la prisi¨®n. Lo explica el encargado del m¨®dulo: "Somos un objetivo de ETA y otras organizaciones. Nuestros datos no los tiene ni Tr¨¢fico; usamos matr¨ªculas de seguridad y recibimos circulares para prevenir un atentado. Nunca estamos tranquilos. Y encima, somos unos apestados, aunque hagamos un trabajo imprescindible. Representamos el ¨²ltimo eslab¨®n de la seguridad del Estado, pero no somos rentables pol¨ªticamente. Cuando el Rey hace un discurso, se acuerda hasta de los bomberos, pero nunca de nosotros. La gente piensa que somos torturadores, llevamos rifle y gafas de sol, y vemos todos los d¨ªas violaciones en las duchas. Pura leyenda. Esta es una salida laboral; al principio tienes miedo (y el que diga lo contrario es tonto), pero luego te inmunizas. Y unos se queman y otros se implican: como en cualquier otro trabajo".
-Los reclusos son m¨¢s fuertes que ustedes y no tienen nada que perder. ?C¨®mo responder¨ªan a un ataque de ellos?
-Si ellos son machos, nosotros somos muchos. Nuestra arma en este m¨®dulo es el n¨²mero de funcionarios.
-?Cobran m¨¢s por estar en aislamiento?
-Noventa euros m¨¢s al mes por peligrosidad.
Los dos reclusos nos observan con curiosidad. No son machacas. Son tipos con prestigio en el medio carcelario. "Tengo m¨¢s cornadas que nadie", me dir¨¢ orgulloso Rafael. Gozan del m¨¢ximo estatus entre los presos. Ingresar en aislamiento supone convertirse en alguien respetado. Son kies: cabecillas en su lenguaje. Populares en el universo penitenciario por su conflictividad y carrera delictiva. Con grandes penas a la espalda. Gente que no se rinde. Que ha hecho turismo por toda la geograf¨ªa carcelaria. ?Por qu¨¦ Rafael y Diego est¨¢n enterrados en vida? Los funcionarios se niegan a dar pormenores. "Que se lo cuenten ellos".
Lo ¨²nico claro es que, al estar clasificados en primer grado (el r¨¦gimen m¨¢s severo que aplica la Administraci¨®n penitenciaria espa?ola), Diego Gil L¨®pez, alias Marrajo, murciano, de 28 a?os; Rafael Hidalgo Castro, alias Rafi, cordob¨¦s, de 31, y el resto de sus compa?eros de m¨®dulo son considerados presos conflictivos y muy peligrosos. As¨ª lo especifica el art¨ªculo 89 del Reglamento: "El r¨¦gimen cerrado ser¨¢ de aplicaci¨®n a aquellos penados que, bien inicialmente, bien por una involuci¨®n en su personalidad o conducta, sean clasificados en primer grado por tratarse de internos extremadamente peligrosos o manifiestamente inadaptados". En la pr¨¢ctica, todos los clasificados en primer grado han cometido delitos que denotan una personalidad agresiva y antisocial; han llevado a cabo actos especialmente violentos contra la vida, la propiedad y la libertad sexual, o forman parte de bandas armadas (sin que hayan mostrado s¨ªntomas de arrepentimiento).
M¨¢s all¨¢ de los graves delitos por los que han sido condenados, Diego y Rafi (y los otros internos del m¨®dulo) han ido escalando pelda?o a pelda?o dentro de la prisi¨®n hasta la cima de la inadaptaci¨®n. Han sumado sanciones, fabricado armas (Jos¨¦ Luis, el subdirector de seguridad, guarda una completa colecci¨®n de pinchos artesanales intervenidos a los internos, desde el realizado con un hueso de cordero hasta la pata de una silla de pl¨¢stico afilada hasta transformarse en una navaja de barbero) y atacado a funcionarios. Se han automutilado, han destrozado y prendido fuego a sus celdas; se han fugado, encabezado revueltas, traficado con droga y acabado con la vida (o, al menos, lo han intentado) de otros internos. Desde que eran unos adolescentes que ya ingresaron en centros de menores, ha regido toda su existencia una siniestra cultura carcelaria. Un mundo paralelo al nuestro con sus leyes, donde el pez grande se come al chico; donde eres kie o machaca; donde trapicheas o consumes; donde matas o te matan; donde para ser respetado y bru?ir tu autoestima tienes que ser m¨¢s temible que nadie. Y entrar en un bucle que se alimenta de delirios de grandeza y adrenalina del que el ¨²nico proyecto de vida es otra c¨¢rcel. Los internos de aislamiento han quemado su juventud entre rejas; concibieron a sus hijos en vis a vis; entre estos muros se engancharon a la hero¨ªna, se contagiaron de VIH y aprendieron a matar. Su escuela ha sido un presidio. La funci¨®n del Estado es arrancarles de las garras de esa cultura carcelaria. No darles por perdidos. Dotarles de habilidades sociales, psicol¨®gicas y educativas para enfrentarse al futuro y que aprendan a empatizar. Como afirma la Constituci¨®n: "Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estar¨¢n orientadas hacia la reeducaci¨®n y reinserci¨®n".
El director de la prisi¨®n, Pepe Carballo, se refiere al proceso de simbiosis del recluso con el medio carcelario como un s¨ªndrome adaptativo. Algo as¨ª como la tolerancia que desarrolla un adicto con una sustancia de la que necesita una dosis cada vez m¨¢s elevada. "Ese proceso es especialmente intenso entre los internos de aislamiento", explica Carballo, "que para sobrevivir se terminan adaptando a una situaci¨®n an¨®mala que deber¨ªa ser excepcional y transitoria. Pueden pasar a?os en r¨¦gimen cerrado y no bajarse del pedestal. Cuando son j¨®venes, es m¨¢s dif¨ªcil sacarles de esa adicci¨®n; les gusta ser reconocidos, se juntan con los peores y se adaptan. Tienen que pasar al menos cinco a?os hasta que ven que no hay salida. Entonces empiezan a pens¨¢rselo. Y nosotros debemos saber aprovechar ese momento para convencerles. Para jugar con el palo y la zanahoria. Y rescatarles".
Durante a?os, Diego y Rafi han hecho gala de una peligrosidad extrema. Y la Administraci¨®n ha respondido a su envite clasific¨¢ndoles en primer grado, reduciendo al m¨¢ximo su ya de por s¨ª estrecho margen de libertad, limitando sus relaciones con los otros reclusos, restringiendo sus actividades e incrementando el control, vigilancia y disciplina que se les aplica durante las 24 horas al d¨ªa y que incluye continuas rondas nocturnas. Si adem¨¢s est¨¢n incluidos en el Fichero de Internos de Especial Seguimiento (FIES), un banco de datos del Ministerio del Interior en el que est¨¢n registrados los delincuentes m¨¢s peligrosos, los terroristas y los miembros del crimen organizado presos en nuestro pa¨ªs, todas sus comunicaciones escritas, telef¨®nicas y personales son controladas, y cada paso que dan, fiscalizado. En el ¨²ltimo escal¨®n del r¨¦gimen de aislamiento, el que se aplica a los catalogados en el art¨ªculo 91.3, los reclusos no pueden salir al patio de 20 metros cuadrados m¨¢s de tres horas diarias y acompa?ados de solo otro preso, y cada una de sus conducciones es custodiada por tres funcionarios.
El aislamiento es la c¨¢rcel dentro de la c¨¢rcel. Una burbuja de hormig¨®n. M¨¢s all¨¢ no hay nada. Algo m¨¢s de 900 reclusos (de un total de 70.000) cumplen condena en nuestro pa¨ªs sujetos a ese estricto r¨¦gimen penitenciario. Medio centenar son mujeres. La mitad son miembros de bandas terroristas; la gran mayor¨ªa, irreductibles de ETA. Esos 900 individuos son (en teor¨ªa) los peores presos de nuestro pa¨ªs; 50 est¨¢n en Mor¨®n. En cada c¨¢rcel espa?ola denominan al m¨®dulo de aislamiento con un nombre distinto: el agujero, el b¨²nker, el hoyo, el departamento especial, la zona cero... pero en todas coinciden en llamarlo "el pozo". Quiz¨¢ sea la met¨¢fora que mejor refleja su situaci¨®n.
El r¨¦gimen cerrado representa el fracaso del sistema penitenciario, de la reeducaci¨®n y reinserci¨®n del preso. Es un sumidero. Un sistema que destroza al individuo. El interno que pasa amplios periodos de tiempo aislado desarrolla trastornos de dif¨ªcil soluci¨®n. Pierde el control de su vida, la capacidad de relaci¨®n, los lazos familiares y la autoestima; se convierte en un ser ap¨¢tico, ansioso, desorientado, irritable, temeroso del futuro, sin voluntad, con una sexualidad alterada y reafirmado en la cultura carcelaria, al que le es imposible vivir en sociedad. Alguien que vive por y para la c¨¢rcel.
El director de esta prisi¨®n sostiene que se ha hecho un largo camino en materia penitenciaria en los ¨²ltimos 20 a?os. Cuando comenz¨® a trabajar en Prisiones, all¨¢ por 1987, las c¨¢rceles eran palacios de los horrores regidos por viejos funcionarios con poca formaci¨®n y abrasados por la marginalidad de su trabajo; los establecimientos estaban estructurados en enormes galer¨ªas, en las que se mezclaba lo bueno, lo malo y lo peor; con un alto nivel de hacinamiento, falta de intimidad y violencia sexual; los reclusos carec¨ªan de m¨¦dicos, maestros, psic¨®logos y educadores; estaban diezmados por la hero¨ªna y el sida y gobernados por mafias. Carballo marca el mandato del socialista Antoni Asunci¨®n (1988-1994) como el momento del despegue. En dos d¨¦cadas, las c¨¢rceles han mejorado en medios y, sobre todo, en la filosof¨ªa que les da sentido. Son espacios m¨¢s dignos y habitables donde, para empezar, hay una mejor clasificaci¨®n de los presos. A partir de ah¨ª se han creado equipos multidisciplinares, m¨®dulos de madres, programas de intercambio de jeringuillas y de administraci¨®n de metadona; reparto de preservativos, encuentros vis a vis, celdas y duchas individuales, e incluso m¨®dulos libres de droga, m¨®dulos gestionados por los presos, m¨®dulos de inserci¨®n social y m¨®dulos abiertos. En los ¨²ltimos a?os, la estrategia penitenciaria se ha centrado en la reeducaci¨®n del preso, en el llamado tratamiento, m¨¢s que en la aplicaci¨®n sistem¨¢tica del r¨¦gimen disciplinario. A partir de la llegada de Mercedes Gallizo (veterana militante de izquierdas) a la c¨²pula de Instituciones Penitenciarias, en 2004, se comenzaron a extender los programas que hab¨ªan dado buen resultado en una prisi¨®n al resto de los centros penitenciarios. La experiencia ha funcionado.
La asignatura pendiente era el aislamiento. El pozo. Gallizo impuls¨® en 2005 un protocolo de actuaci¨®n. En junio de 2009, el centro penitenciario de A Lama, en Pontevedra, iniciaba un revolucionario programa de r¨¦gimen cerrado al que podr¨ªan acceder los internos de los m¨®dulos de aislamiento con el objeto de rescatarles mediante un plan de actividades, terapia, deporte y educaci¨®n, elaborado por un equipo multidisciplinar (formado por un psic¨®logo, un abogado, un educador, un maestro, un m¨¦dico, un monitor deportivo y otro ocupacional y un funcionario de vigilancia). El objetivo era trabajar a su lado hasta integrarlos en un m¨®dulo ordinario donde podr¨ªan llevar una vida digna (ir a la piscina, ver pel¨ªculas, trabajar, hacer deporte e incluso acceder a permisos de fin de semana) durante el resto de su condena. Se intentaba evitar que esos seres encerrados como animales en las catacumbas del sistema durante a?os pasaran sin escalas de la soledad de su celda a la selva de la calle. El programa de r¨¦gimen cerrado se extendi¨® a finales de 2009 a la prisi¨®n de Villena, en Alicante, y en 2010 llegaba a esta prisi¨®n sevillana. En menos de un a?o, dos internos de aislamiento (F¨¦lix Medina y ?scar Sierra) han salido por la puerta grande en direcci¨®n a un m¨®dulo ordinario; Diego Gil est¨¢ a punto de conseguirlo, y otros cuatro est¨¢n en buen camino (Rafael Hidalgo, Mohamed Larbi, Aar¨®n Fern¨¢ndez y Jes¨²s Fern¨¢ndez Mall¨¦n). El proyecto tiene tambi¨¦n sus grietas. El pasado mes de marzo, dos internos inscritos en el programa secuestraron a su educador con sendos pinchos. El incidente dur¨® una hora, y al final se rindieron sin que hubiera heridos. En los d¨ªas siguientes fueron pasaportados hacia otras prisiones.
Del testimonio de los internos de aislamiento se obtiene una primera conclusi¨®n: hay a¨²n una clase social que es la cantera de la que se alimentan nuestras c¨¢rceles: la de los desfavorecidos. La mayor¨ªa de estos presos son analfabetos y proceden de medios marginales; de barrios extremos; de familias desestructuradas, con episodios de violencia dom¨¦stica y sexual. Tienen padres y hermanos en prisi¨®n, y desde ni?os han percibido la c¨¢rcel como un elemento con el que se tendr¨ªan que topar inevitablemente a lo largo de su vida. Con escasa formaci¨®n, sin experiencia laboral, una d¨¦bil resistencia a la frustraci¨®n, m¨ªnimo autocontrol y avidez de consumo y autoafirmaci¨®n, la prisi¨®n ha sido su destino manifiesto desde que eran chavales. Un escenario aderezado por el azote de la hero¨ªna y la coca¨ªna.
Despu¨¦s de los primeros titubeos, al d¨ªa siguiente realizamos la primera entrevista a un asistente al programa, Diego Gil. De ¨¦l nos dir¨¢n tres miembros del equipo que trabaja en su recuperaci¨®n (Raquel, la subdirectora de tratamiento; Ana, la psic¨®loga, e Isabel, la monitora): "Representa la mejor evoluci¨®n de un interno de primer grado. Llevaba aislado 10 a?os. Y en meses ha pasado de estar en lo m¨¢s hondo a estar a punto de salir. Ha sabido aprovechar la oportunidad". No exageraban. El ¨²ltimo d¨ªa de nuestra estancia en Mor¨®n, Diego recib¨ªa desde Madrid la notificaci¨®n de que hab¨ªa progresado hasta el art¨ªculo 100.2 del Reglamento Penitenciario, lo que supon¨ªa que podr¨ªa pasar varias horas al d¨ªa en un m¨®dulo ordinario hasta estar preparado para dar el gran paso y abandonar definitivamente el pozo.
Recorrer el m¨®dulo 13 en direcci¨®n a la celda de Diego permite entender un poco m¨¢s este territorio. Est¨¢ estructurado por un largo corredor del que nacen a derecha e izquierda peque?as galer¨ªas estancas de celdas con su propio patio. Mientras avanzamos, contemplamos a internos en cada uno de esos peque?os patios acristalados como habitantes de un zoo humano. En el primero hay un solitario mafioso del Este; en el siguiente, cuatro presos comunes de aspecto patibulario; en el tercero, varios militantes de ETA que hacen ejercicio con disciplina militar. El que parece estar al frente es Juan Lorenzo Lasa Michelena, alias Txikierdi. Rafael Hidalgo, Rafi, comparte salidas al patio con los etarras. Dice que no paran de hablarle de Bildu y la lucha del pueblo vasco. Le pregunto si son duros. Se r¨ªe. Rafi s¨ª es un tipo duro. Entr¨® en la c¨¢rcel a los 18 a?os. Su padre era alcoh¨®lico y su madre est¨¢ en silla de ruedas. Tiene siete hermanos. Atracador desde joven, en 2005 huy¨® de la justicia. En 2008 mat¨® a un hombre de un disparo a bocajarro en la cabeza por un asunto de droga; huy¨® de nuevo y fue detenido 19 d¨ªas despu¨¦s; en 2010 se escap¨® por un t¨²nel con su hoy compa?ero de galer¨ªa y programa, Mohamed Larbi, de la vieja c¨¢rcel de Sevilla. Un mes m¨¢s tarde les detuvieron en L¨¦rida. Tiene decenas de causas. Pero est¨¢ dispuesto a empezar de nuevo. Le fascinan los trabajos manuales. "Aqu¨ª hay gente muy dura; hombres de verdad que no temen a la muerte. Los etarras no tienen esa carne de talego; habr¨¢n matado, pero se achantan con los comunes; no llegan ni de co?a a lo que es aqu¨ª un tipo duro; son otra cosa. Se acojonan".
Diego nos acoge en su chabolo. El mobiliario es una silla y unas baldas de hormig¨®n con ropa, botellas de agua y un radiocasete. Una ventana enrejada da a ning¨²n lado. Me siento en su cama. La primera parte de su relato es una an¨¢rquica retah¨ªla sobre los malos tratos de los que ha sido objeto en su trayectoria carcelaria. Extiende por el suelo un enjambre de cartas, sentencias, comunicaciones, peticiones e instancias. Es su curr¨ªculo. Diego lleva cerca de diez a?os en aislamiento. Tiene 28 y naci¨® en ?guilas (Murcia). Comenz¨® a drogarse a los 10 a?os, a los 13 se inici¨® en la hero¨ªna, y a los 17, en el crack. Su padre est¨¢ preso. Diego comenz¨® a delinquir pronto. Reci¨¦n cumplida la mayor¨ªa de edad le condenaron a 10 a?os por robo con violencia. "A partir de ah¨ª me convert¨ª en lo peor de la c¨¢rcel. Era un rebelde a mi manera; me chinaba, romp¨ªa la celda, me tragaba pilas, me tomaba la justicia por mi mano con los violadores; matamos a uno en las duchas; nos rapamos todos para que no nos identificaran, pero me pillaron. Abr¨ª la cabeza a todos los chivatos que pude encontrar. En 2002 entr¨¦ en aislamiento en Murcia y de ah¨ª pas¨¦ al b¨²nker de Zaragoza. En 2006 se me fue la cabeza, me empastill¨¦ y le pegu¨¦ 62 pu?aladas al m¨¦dico de Azebuche, en Almer¨ªa, y me cayeron otros ocho a?os. De ah¨ª me enviaron al agujero de Castell¨®n, donde quem¨¦ la celda. Llegu¨¦ a este penal el 13 de junio de 2010. Estaba acabado. El director vino a verme y me trat¨® mejor de lo que me hab¨ªan tratado nunca. Me ofreci¨® entrar en el programa. Supon¨ªa estudiar, estar con la psic¨®loga, hacer deporte, ver pel¨ªculas. Pens¨¦ que si me respetaban, podr¨ªa buscar mi libertad. Empec¨¦ en agosto de 2010. Lo hago por mi madre. En primer grado no pinto nada; que sigan otros".
Fuera de la celda aguardan tres funcionarios. Su esfuerzo ha sido b¨¢sico en el ¨¦xito del programa. Son los que mejor conocen a los reclusos. Nunca se hab¨ªa contado con ellos. Hoy, su experiencia comienza a ser aprovechada en el tratamiento. "Cada ma?ana, cuando abres las celdas, les hueles; ves su lenguaje corporal y ya sabes si la van a liar", afirma un funcionario. "Conocemos todo de ellos. Somos su eslab¨®n con el exterior; su padre, hermano y pa?o de l¨¢grimas. Los que cursamos sus peticiones y aguantamos sus quejas. Los que conocemos sus penas. Les podemos hacer la vida imposible, y ellos a nosotros. Viajamos en el mismo barco. Debemos entendernos".
La figura del 'tutor' se ha convertido en una pieza clave del programa de r¨¦gimen cerrado. Algunos de estos funcionarios de vigilancia han decidido ser la sombra de cada uno de los reclusos participantes durante su proceso de resocializaci¨®n. Jos¨¦ Luis, el subdirector de seguridad, ejerci¨® ese papel de acompa?ante con F¨¦lix Medina, al que conoc¨ªa del barrio sevillano de ambos, durante un a?o. Con su ayuda, F¨¦lix consigui¨® abandonar en mayo el pozo. Y ha cambiado. Es un tipo serio, educado y atildado. Est¨¢ preocupado por quedar bien. Le gusta que le refuercen. Como a un ni?o.
La entrevista transcurre en un banco del patio del m¨®dulo 10. F¨¦lix, alias Ito, tiene 29 a?os, una condena hasta 2036 y un hijo de nueve a?os al que no ve hace seis. No conoci¨® a su padre; cuando su madre ingres¨® en prisi¨®n, le criaron sus abuelos. A los 16 a?os entr¨® en un correccional, y a los 18, en la c¨¢rcel. "Yo pensaba: 'Cuando sea grande, nadie volver¨¢ a hacerme da?o'. De chaval entr¨¦ en la Banda del Demonio; nos mov¨ªamos en moto, y todas las noches revent¨¢bamos comercios en Sevilla. Ten¨ªamos 100 causas. Yo era un t¨ªo respetado; ten¨ªa dinero, droga y chicas. En 2001 entr¨¦ en prisi¨®n por un atraco. No he vuelto a salir. Estos 10 a?os han sido de motines, peleas y agresiones. Me intent¨¦ ahorcar; a un polic¨ªa le clav¨¦ un pincho en un pulm¨®n y a otro le romp¨ª la cara de un cabezazo. Era un cabecilla. No me considero malo, pero no pod¨ªa parar. Si lo hac¨ªa, los kies me dec¨ªan que era un cag¨®n y mi prestigio se iba al suelo. No me pod¨ªa achantar. Me la ten¨ªan jurada. Ten¨ªa que andar todo el d¨ªa empalmado...".
-?Perd¨®n?
-Nosotros decimos empalmado a ir con el pincho. Pensaba: "Cuanto antes esto acabe, mejor. Y mientras, voy a hacer todo el da?o que pueda". En Huelva, en 2010, tras un mot¨ªn, me dieron una paliza y me enviaron aqu¨ª. Estaba acabado. Un funcionario me habl¨® del programa. Me mir¨® a los ojos y me dio una paz interior que nadie me hab¨ªa dado antes. Le dije: "Adelante". Entonces empezaron a joderme los kies; iban diciendo por ah¨ª: "Ito se ha acojonado; Ito es un gallina; a Ito le van a dar por culo los funcionarios". He aprendido a aguantarme. Estaba acostumbrado a solucionar todo por lo f¨¢cil; a apu?alar, matar, eso es lo f¨¢cil; lo dif¨ªcil es no reaccionar si te hablan mal, pasar de la violencia. Soy otro. Me queda mucha condena, pero tengo huevos de sobra para salir adelante.
Cuando abandonamos la c¨¢rcel de Mor¨®n, ellos se quedan dentro. Los internos y los funcionarios. Durante d¨ªas hemos practicado una rendija en el herm¨¦tico universo del aislamiento. Los internos y los funcionarios no han bajado la guardia, pero a ratos se ha roto el hielo. ?Hay salida para los internos de aislamiento? ?Pueden cambiar? Nadie tiene la respuesta absoluta. Sin embargo, una de las grandezas del periodismo es dar con profundas reflexiones existenciales donde menos te lo esperas. Como esta con la que se despidi¨® F¨¦lix: "?Conoce el bamb¨²? Cuando siembras una semilla, durante seis a?os no pasa nada. Y llegas a pensar que se ha muerto. Sin embargo, al s¨¦ptimo a?o, en seis semanas, crece 30 metros. Yo soy como el bamb¨². He echado una semilla y tardar¨¢ en crecer. Si al bamb¨² le metes prisa, no brota. Hay que abonarlo, regarlo y tener paciencia porque est¨¢ echando ra¨ªces. En siete a?os, las m¨ªas se ir¨¢n asentado, y en seis semanas trepar¨¦ por encima de los muros de esta c¨¢rcel y dejar¨¦ todo atr¨¢s".
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