Castillos en el aire
Los franceses, por lo menos hasta anteayer, fantaseaban con poseer "un castillo en Espa?a" como expresi¨®n de su ilusionismo m¨¢s atrevido, mientras que los espa?oles, a los que no es m¨¢s arduo so?ar con castillos en Castilla, nos conformamos con la exageraci¨®n de heredar "castillos en el aire". Franc¨¦s de una imaginaci¨®n tan extrema que le imped¨ªa moverse casi de su barrio ante el terror de comprobar que no hay nada m¨¢s que lo que vemos, Charles Baudelaire, mientras navegaba entre paseos, conversaciones, lecturas y cuadros, tuvo tambi¨¦n su peque?a fantas¨ªa espa?ola en forma de castillo, pero, de vuelta de casi todo antes de emprender la partida, lo concibi¨® de forma a¨¦rea. Es normal, perm¨ªtanme la salida, que Baudelaire, un "beau de l'air" o del "aire"; esto es: un "bello del aire o de la ¨¦poca", viajase a nuestro pa¨ªs con un vuelo imaginario, apenas ayudado por una persona interpuesta, la del pintor Edouard Manet, que pas¨® de puntillas por Madrid para girar una visita al Museo del Prado e inventar de paso la pintura moderna, esa quimera que estamos todav¨ªa descubriendo qu¨¦ pueda ser.
La Folie Baudelaire
Roberto Calasso
Traducci¨®n de Edgardo Dobry
Anagrama. Barcelona, 2011
427 p¨¢ginas. 22 euros
Esta peque?a digresi¨®n la recojo al vuelo de la lectura del maravilloso ensayo de Roberto Calasso La Folie Baudelaire, reci¨¦n traducido a nuestra lengua, donde este escritor italiano, siguiendo la huidiza sombra del poeta franc¨¦s, levanta un mapa del mundo moderno, en el que, a partir del marco y prisi¨®n de Par¨ªs, la m¨ªtica capital de nuestra ¨¦poca, orienta nuestros pasos necesariamente en la trayectoria vertical, que simult¨¢neamente nos excita y nos aflige: la del punto de fuga de la imaginaci¨®n. En fin, c¨®mo decirlo, Roberto Calasso, paso a paso, sigue las huellas de Baudelaire seleccionando s¨®lo los puntos m¨¢s oscuros de su vida y de sus escritos, que son los m¨¢s reveladores de su luminosa deambulaci¨®n.
Se han escrito, como es normal, miles y miles de p¨¢ginas sobre el autor de Las flores del mal, pero Calasso ha buscado emplazarse en otro lugar asombrosamente todav¨ªa no hollado. Ha trazado una nueva ruta de su "v¨ªa crucis" moderno. Por ejemplo, frente a la dicotom¨ªa establecida por Jean-Paul Sartre, por la que se nos hac¨ªa entender c¨®mo un rebelde no llega jam¨¢s a ser revolucionario porque no cree jam¨¢s que un sue?o se pueda materializar, Calasso escruta y analiza la permanente subversi¨®n on¨ªrica de Baudelaire, radical insatisfecho con todo y de todo, no s¨®lo del mundo, sino sea cual sea su conjugaci¨®n temporal.
En este sentido, Calasso salta r¨¢pidamente de "la natural oscuridad de las cosas", tal y como titula su primer cap¨ªtulo de presentaci¨®n de Baudelaire, al reino de las im¨¢genes que lo cautivaron, lo que, por fuerza, le lleva a trazar una historia del arte moderno. Pero Calasso no cae en la trampa escolar habitual: la de seguir la corriente de un Baudelaire, quiz¨¢ el ¨²nico cr¨ªtico de arte de nuestra ¨¦poca verdaderamente memorable, como partidario de Delacroix y Manet, sino que, ahondando en la compleja psicolog¨ªa y los nervios de este personaje l¨²cido y enloquecido a la vez, sabe la importancia del env¨¦s, lo oculto y el contraluz de sus opiniones. ?C¨®mo si no explicarse que Calasso se centre m¨¢s en Ingres y en Degas que en Delacroix y Manet o que se centre en aqu¨¦llos para explicarnos a ¨¦stos? Y no se trata de una restituci¨®n parad¨®jica de valores a contracorriente, aunque esto no fuera un m¨¦todo ajeno a Baudelaire: es que ha comprendido la radical inquietud de ¨¦ste, su penitente modernidad, su tr¨¢gico sentido de la reversibilidad, el aire de nuestra era.
Quien de alguna manera haya amado a Baudelaire, la vida de su obra o la obra de su vida, se zambullir¨¢ en la lectura del ensayo de Calasso con ese ¨ªmpetu que hace temer tocar fondo. Es diferente. Y quiz¨¢ su diferencia radique en que Calasso ha comprendido cu¨¢l era la aut¨¦ntica locura -el aria- de un autor para nosotros crucial en la medida en que intuy¨® que los castillos en Espa?a estaban en el aire y lo respir¨® a pleno pulm¨®n.
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