Los euroesc¨¦pticos y sus deseos
Ante las superpotencias, nuevas y viejas, los europeos debemos permanecer unidos, o fracasaremos por separado. Si emprendemos la v¨ªa euroesc¨¦ptica, los chinos sabr¨¢n sacar partido a la situaci¨®n
Qu¨¦ pasa si se viene abajo? Durante toda mi vida de adulto he sido lo que en Inglaterra se llama proeuropeo o eur¨®filo. La mayor parte de ese tiempo, la historia de Europa nos ha favorecido. Ahora es posible que las cosas est¨¦n cambiando. Quiz¨¢, dentro de no mucho, empiece a dar la raz¨®n a los euroesc¨¦pticos. ?Y entonces qu¨¦?
Durante el ¨²ltimo medio siglo, la organizaci¨®n institucional de Europa ha pasado de ser un mercado com¨²n de seis Estados de Europa occidental a convertirse en una uni¨®n m¨¢s amplia y completa de 500 millones de europeos y 27 pa¨ªses, desde Portugal hasta Estonia y desde Finlandia hasta Grecia. Diecisiete de ellos comparten una misma moneda, el euro. No hay controles fronterizos entre 25 pa¨ªses de la zona Schengen. Y todo ello est¨¢ envuelto en la fr¨¢gil piel del Convenio Europeo de Derechos Humanos, que permite a cualquier persona residente en nada menos que 47 pa¨ªses, entre ellos Rusia, recurrir contra la violaci¨®n de sus derechos inalienables hasta llegar al Tribunal Europeo de Estrasburgo.
Una uni¨®n monetaria mal dise?ada puede venirse abajo y provocar amargas divisiones duraderas
Como demostr¨® Bosnia en los a?os noventa, los europeos pueden recaer en la barbarie
Nunca ha estado Europa tan unida como ahora. Nunca ha tenido tantos ciudadanos libres. Nunca antes ha habido una mayor¨ªa de pa¨ªses europeos que son democracias, unidas en pie de igualdad en una misma comunidad econ¨®mica, pol¨ªtica y de seguridad. Nuestro continente padece todav¨ªa un escandaloso volumen de pobreza, injusticia, intolerancia y persecuci¨®n (para comprobarlo, no hay m¨¢s que vivir siendo gitano o sinti en Europa del Este). No dulcifico nada. Pero, para adaptar la famosa observaci¨®n sobre la democracia del gran conservador brit¨¢nico proeuropeo que fue Winston Churchill, s¨ª me atrevo a decir que esta es la peor Europa posible, salvo por todas las dem¨¢s Europas que se han probado en otras ocasiones.
Ahora est¨¢ en peligro. Una uni¨®n monetaria mal dise?ada, que intenta abarcar demasiado y posee poca disciplina, corre peligro de venirse abajo y provocar amargas recriminaciones y divisiones duraderas. Y, lo que es m¨¢s importante, los motores emocionales y pol¨ªticos que impulsaron la unificaci¨®n europea han dejado de existir. Los pueblos de Alemania, Holanda y otros pa¨ªses fundamentales de la Uni¨®n Europea se niegan a dar los pasos necesarios hacia una mayor integraci¨®n que, a juicio de muchos de los creadores de la uni¨®n monetaria, ser¨ªan necesarios para sostenerla.
Yo reprocho a pol¨ªticos como Angela Merkel que no hayan demostrado m¨¢s liderazgo en este sentido, pero para hacerlo habr¨ªan necesitado dar una batalla heroica, con todo en contra, para convencer a unas opiniones p¨²blicas reacias en unas democracias nacionales que a¨²n conservan (pese a lo que aseguran los euroesc¨¦pticos) mucha soberan¨ªa. Si no fueran democracias nacionales soberanas, el mundo financiero -desde Washington hasta Pek¨ªn- no habr¨ªa contenido el aliento, esta semana, en espera de lo que iba a votar un peque?o partido en el Parlamento de Eslovaquia.
Recuerdo, por cierto, que muchas de las dificultades actuales de la eurozona se predijeron ya en los a?os noventa, y que yo era esc¨¦ptico respecto a la uni¨®n monetaria en aquella ¨¦poca. En 1998 escrib¨ª: "El intento racionalista, funcionalista y perfeccionista de construir Europa o completar Europa mediante un n¨²cleo duro constituido en torno a una r¨¢pida uni¨®n monetaria podr¨ªa muy bien acabar consiguiendo lo contrario de lo que se busca. Resulta l¨®gico pensar que lo que seguramente veremos, en los pr¨®ximos cinco o 10 a?os, ser¨¢ una nueva entrada para el ¨ªndice de Arnold Toynbee [en su Estudio de la historia], denominada "Europa, unificaci¨®n de, fracaso de los intentos de". Pero no voy a esconderme ahora detr¨¢s de esa prueba del escepticismo que sent¨ªa sobre un solo elemento de un proyecto global.
Como proeuropeo, respaldo el proyecto en su totalidad, con todos sus defectos. Hace poco colabor¨¦ en un llamamiento -que ustedes tambi¨¦n pueden firmar en http://www.appealforeurope.org/- que afirma que la ¨²nica forma de salvar la eurozona es una mayor integraci¨®n fiscal y una estrategia para el crecimiento. Asombrosamente, incluso el euroesc¨¦ptico primer ministro brit¨¢nico, David Cameron, declar¨® no hace mucho a The Financial Times que Alemania y Francia necesitaban disparar "un gran bazooka" para convencer a los mercados financieros y proteger as¨ª la eurozona. Es como si el duque de Wellington deseara suerte a Napole¨®n en la consolidaci¨®n de su imperio continental, pero las circunstancias extraordinarias producen momentos as¨ª de deliciosos.
No obstante, aparte de esto, no voy a a?adir una sola palabra a los 537 art¨ªculos de prensa que han le¨ªdo ya ustedes y que explican c¨®mo debemos y podemos, o no debemos ni podemos, salvar la eurozona. Ustedes decidir¨¢n a qu¨¦ comentarista econ¨®mico creen.
En lugar de eso, lo que quiero preguntar es qu¨¦ suceder¨¢ si la eurozona fracasa, en un sentido u otro, y si ese fracaso representa el principio de un proceso m¨¢s amplio de desintegraci¨®n gradual. Supongamos que, en 2030, la Uni¨®n Europea se ha convertido en algo similar al Sacro Imperio Romano en 1730, por ejemplo; todav¨ªa existente sobre el papel, pero m¨¢s papiroflexia que realidad pol¨ªtica. ?Entonces qu¨¦?
Para los que somos proeuropeos, lo que ocurrir¨¢ entonces ser¨¢, en primer lugar, una especie de liberaci¨®n parad¨®jica. Como pasa con los partidarios de un Gobierno que lleva mucho tiempo en el poder, llevamos decenios sinti¨¦ndonos obligados a defender la situaci¨®n actual, con todos sus visibles defectos. Los euroesc¨¦pticos, por el contrario, han disfrutado de la gloriosa irresponsabilidad de la oposici¨®n, y Dios sabe que las instituciones de Bruselas proporcionan infinito material para servir de blanco f¨¢cil a los esc¨¦pticos y los comentaristas sat¨ªricos.
Ahora se va a dar la vuelta a la tortilla. Durante unos a?os, como cualquier Gobierno reci¨¦n llegado, los euroesc¨¦pticos podr¨¢n achacar los problemas actuales al r¨¦gimen anterior (una uni¨®n monetaria precipitada que llev¨® al odio entre alemanes y griegos, etc¨¦tera), pero eso tiene un l¨ªmite. Tarde o temprano, quedar¨¢ claro que la Europa en la que vivimos es la suya, no la m¨ªa.
Los euroesc¨¦pticos hacen dos afirmaciones fundamentales: 1. Las naciones-Estado europeas, dotadas de una soberan¨ªa plena y sin restricciones, pueden conseguir mejor la libertad, la prosperidad y la seguridad para sus ciudadanos y evitar los conflictos con sus vecinos. 2. Esos Estados totalmente independientes podr¨¢n seguir defendiendo muy bien los intereses de su pueblo, incluso en un mundo interdependiente, cada vez m¨¢s dominado por potencias no europeas. Ambas afirmaciones se contradicen con las pruebas que ofrecen el pasado y el presente.
La prueba que aporto para refutar la primera afirmaci¨®n es el siglo XX en Europa. Como demostr¨® Bosnia en los a?os noventa, los europeos pueden recaer en la barbarie, tanto dentro como fuera de las fronteras nacionales, con tanta rapidez como cualquier otro. Incluso para los Estados m¨¢s afianzados y progresistas es beneficioso que haya unas estructuras europeas de regulaci¨®n permanente de conflictos o, por citar de nuevo a Churchill, que nos dediquemos a hablar en lugar de pelear.
Mi prueba para rebatir la segunda afirmaci¨®n es el nuevo mundo que est¨¢ surgiendo en el siglo XXI, en el que el poder relativo de Europa ha disminuido y va a seguir disminuyendo. Ante las superpotencias, nuevas y viejas, los europeos debemos permanecer unidos, o fracasaremos por separado. Si emprendemos la v¨ªa euroesc¨¦ptica, los chinos sabr¨¢n sacar partido a la situaci¨®n (que, de todas, formas, seguramente ya controlar¨¢n para entonces).
Por supuesto, despu¨¦s de una o dos d¨¦cadas de vivir en la Europa so?ada por los euroesc¨¦pticos, puede que me equivoque. En ese caso, prometo que lo reconocer¨¦. Si los europeos pueden seguir siendo libres, pr¨®speros y seguros sin las estructuras actuales de apoyo -que es cierto que implican cierta p¨¦rdida de soberan¨ªa y una burocracia irritante-, me alegrar¨¦ como el que m¨¢s. La uni¨®n europea no es un fin en s¨ª; es un medio para alcanzar esos fines. Ahora, si se demuestra que ten¨ªa raz¨®n, no habr¨¢ nadie que pueda sentirse tan triste como yo al exclamar: "Os lo dije".
Timothy Garton Ash es catedr¨¢tico de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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