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Reportaje:LA REVOLUCI?N LIBIA

"Yo captur¨¦ a Gadafi"

Cuatro rebeldes relatan a EL PA?S c¨®mo descubrieron y apresaron al dictador libio en una alcantarilla de Sirte. "Cuando le vi gateando, pens¨¦: '?c¨®mo el rey de reyes pod¨ªa estar ah¨ª como una rata?". Otro recuerda c¨®mo le apunt¨®, mientras Gadafi dec¨ªa: "?Qu¨¦ pasa? ?Qu¨¦ pasa?". Como trofeo guardan la pistola de oro del s¨¢trapa. Se la quitaron antes del linchamiento

T¨ªmido y de apariencia enclenque, Omram Yuma Shaban se presenta con tres de sus compa?eros de armas vistiendo la misma ropa que luc¨ªan el 20 de octubre, la fecha que nunca podr¨¢n olvidar. Inmediatamente, como si desearan ofrecer pruebas de que su historia es irrefutable, colocan sobre una mesa su m¨¢s preciado bot¨ªn: dos pistolas, una de ellas de oro; una bota de cuero negro made in London y una gorra militar. Omran ense?a los trofeos con una mueca de orgullo y una tenue sonrisa. Estudiante de ingenier¨ªa el¨¦ctrica de 21 a?os, no es de los rebeldes libios m¨¢s aguerridos, aquellos shabab (muchachos) que se lanzaron al combate contra las tropas de Muamar el Gadafi en los primeros instantes de la revuelta que naci¨® en Bengasi, y que dos d¨ªas despu¨¦s, el 19 de febrero, se contagi¨® a Misrata. Es un joven tranquilo de 21 a?os, de voz d¨¦bil y ligeramente aguda, que solo a mediados de abril decidi¨® sumarse a los insurgentes de Libia. Su ciudad estaba siendo cruelmente atacada. "Me un¨ª a la revoluci¨®n porque los soldados de Gadafi empleaban en Misrata los m¨¦todos m¨¢s sucios. En marzo, en mi barrio, cualquier hombre que sal¨ªa de casa era detenido; mataban a ni?os, violaban a mujeres...", comenta imperturbable. El jueves de la semana pasada alcanz¨® la gloria ante un desag¨¹e repleto de desperdicios en Sirte, la ciudad natal del tirano. "No cre¨ªa lo que ve¨ªan mis ojos. Nadie pensaba que Gadafi estaba ah¨ª. Es muy dif¨ªcil describir mis sensaciones. Pero ahora creo que captur¨¦ al mayor terrorista del mundo, despu¨¦s de Osama bin Laden", explica Omran, ahora s¨ª, m¨¢s sonriente.

"Captur¨¦ al mayor terrorista del mundo, despu¨¦s de Osama bin Laden", dice uno de los rebeldes que lo encontr¨®
Resulta muy dif¨ªcil hallar a alg¨²n libio que hubiera preferido el juicio al dictador. La mayor¨ªa lo prefiere muerto
"Los 'shabab' de Misrata han sido muy agresivos. Fue una venganza. No se les puede controlar", dice un coronel rebelde Sirte no ser¨¢ prioritaria en la reconstrucci¨®n. Y aunque lo fuera, tardar¨ªa mucho en recuperar la normalidad
Se ve con nitidez a los dos que dicen ante la c¨¢mara de un m¨®vil que acabaron con Gadafi. No deber¨ªa costar localizarlos
En Misrata perecieron en una hora cuatro personas por los disparos al aire para celebrar la muerte del dictador

Las ¨²ltimas horas del dictador, el autoproclamado hermano l¨ªder, el rey de reyes, comenzaron alrededor de las ocho de la ma?ana del d¨ªa 20. "Recibimos informaci¨®n de que un convoy de 50 veh¨ªculos se estaba desplazando desde el barrio 2 de Sirte. Sab¨ªamos que Mutasim, el hijo de Gadafi, estaba en la ciudad porque mucha gente que hab¨ªa huido nos comentaba que lo hab¨ªan visto, y al mismo tiempo supimos que la OTAN atacaba a esa hora la caravana", narra Omran.

Ahmed Ghazal, empleado de una empresa de hosteler¨ªa de 21 a?os; Nabil Darwish, due?o de un taller mec¨¢nico, de 25; Salem Bakir, comerciante de 28 a?os, y tres milicianos m¨¢s acompa?aban al futuro ingeniero el¨¦ctrico en la vigilancia de la zona donde el ataque de la OTAN convirti¨® en chatarra calcinada una docena de coches. Los soldados gadafistas se dispersaron en un intento de fuga tan desesperado como in¨²til, y los siete shabab se esmeraron en rastrear la ¨¢rida zona mientras decenas de rebeldes se sumaban a la b¨²squeda. "Los militares se escond¨ªan en la cercana estaci¨®n el¨¦ctrica y en los ¨¢rboles. Hubo duros combates, pero matamos a muchos de ellos y a otros los apresamos. Los soldados de Gadafi se dividieron; unos quer¨ªan entregarse y otros prefirieron luchar", relata Omran, quien, como sus colegas de comando, parece huidizo, hombre de pocas palabras con el extranjero.

A 200 metros del amasijo de hierro del convoy -los cad¨¢veres en descomposici¨®n permanecieron seis d¨ªas en el lugar-, se extienden dos conductos de cemento bajo una carretera que sirven para evitar inundaciones. Fue la ¨²ltima distancia que recorri¨® a pie el dictador en este espacio abierto, con muy escasa vegetaci¨®n, un p¨¦simo lugar para descubrir un escondite. "En un extremo de las tuber¨ªas, uno de los 15 soldados ah¨ª guarecidos levantaba la bandera blanca, pero al otro lado de la carretera, a solo 20 metros, los gadafistas segu¨ªan disparando. 'Nuestro l¨ªder est¨¢ aqu¨ª', grit¨® de repente el soldado dispuesto a rendirse. Pero no imagin¨¢bamos ni por un momento que ese l¨ªder era Gadafi", prosigue su relato.

Aniquilados algunos de los uniformados y rendidos a los rebeldes otros militares de los m¨¢s leales al antiguo r¨¦gimen, Salem Bakir se aproxim¨® a la salida de la tuber¨ªa. Fue el instante decisivo, el que esperaban ansiosos desde el 17 de febrero la gran mayor¨ªa de los libios, el que todos en este pa¨ªs ¨¢rabe aseguraban que tarde o temprano acabar¨ªa por llegar.

"Durante toda mi vida" prosigue Bakir, "cuando ve¨ªa el convoy de docenas de veh¨ªculos que trasladaba a Gadafi desde Tr¨ªpoli a Sirte, pensaba que era un rey o alguien sobrehumano. Yo le vi el primero cuando ya estaba fuera de la tuber¨ªa y a dos metros de m¨ª. Me qued¨¦ conmocionado y paralizado. Pero toqu¨¦ el Cor¨¢n que llevo en el bolsillo, y eso me dio fuerzas para chillar: '?Aqu¨ª est¨¢ Gadafi!, ?aqu¨ª est¨¢ Gadafi!' Le dije que soltara su arma tres veces, pero no lo hizo. Y ¨¦l me dijo: '?Qu¨¦ pasa?, ?qu¨¦ pasa?, ?qu¨¦ pasa?".

Omran, que manejaba en ese instante una ametralladora, salt¨® de la camioneta sobre el cuerpo ya ensangrentado del s¨¢trapa, metro y medio por debajo del asfalto. "Yo estaba viendo al otro lado de la tuber¨ªa que los militares dejaban fusiles en el suelo, pero a¨²n los ten¨ªan en las manos y pod¨ªan disparar. Me dio miedo. Entonces me abalanc¨¦ sobre Gadafi y le quit¨¦ una de las pistolas, la que no es de oro. No s¨¦ de d¨®nde me sali¨® la fuerza", cuenta Omran. Grupos de sublevados condujeron sus camionetas a toda velocidad hacia el lugar. Ahmed Ghazal, el empleado de hosteler¨ªa, recuerda: "Cuando le vi gateando y mirando con la cabeza ladeada, pens¨¦: '?C¨®mo el rey de reyes pod¨ªa estar ah¨ª como una rata?' Esa imagen me acompa?ar¨¢ todas las noches de mi vida cuando me vaya a dormir. Recog¨ª su bota y su gorra". Y minutos despu¨¦s, en pleno tumulto, entre alaridos de alegr¨ªa y proclamas de Alla uh Akbar (Dios es grande), el macabro espect¨¢culo del linchamiento, las patadas y bofetadas contra el d¨¦spota indefenso y aturdido que ruega clemencia mientras es vapuleado. Muchos rebeldes grabaron la brutal agresi¨®n con sus tel¨¦fonos m¨®viles.

Un reguero de sangre, tal vez del dictador, todav¨ªa pinta el pavimento de la carretera desde la que parti¨® una ambulancia con Gadafi como paciente, o como reo al que se iba a ajusticiar. Cientos de nombres de guerrilleros y de sus ciudades de origen est¨¢n escritos en el cemento que bordea la salida de los conductos. Como lo est¨¢n dos fechas que quedar¨¢n reflejadas en los libros de historia y marcadas de manera indeleble en la memoria de todo libio. Lucen en tinta roja en la pared de la cercana central el¨¦ctrica: 17 de febrero, d¨ªa del nacimiento de la revuelta, y 20 de octubre de 2011, fecha de la muerte del caprichoso gobernante.

No se sabe con precisi¨®n cu¨¢ndo ni qui¨¦n le descerraj¨® los balazos en la cabeza y en el abdomen a Gadafi, aunque al menos dos insurrectos se vanaglorian de haber asesinado al dictador. Lo cierto es que el viernes 21 de octubre, los cad¨¢veres de Gadafi, de su hijo Mutasim, y de su ministro de Defensa, el general Abu Baker Yunes Yaber, eran expuestos en la c¨¢mara frigor¨ªfica del mercado central de Misrata. Cuatro d¨ªas pudieron los libios comprobar in situ que el tirano -42 a?os despu¨¦s del golpe de Estado que derroc¨® al rey Idris, pospuesto en una ocasi¨®n porque en marzo de 1969 ofrec¨ªa un recital en Bengasi la afamad¨ªsima cantante egipcia Um Khultum- era historia. Cuando un par de d¨ªas despu¨¦s de la batalla de Sirte arreciaron las cr¨ªticas de varias ONG internacionales al Gobierno rebelde por las violentas circunstancias del deceso -los Gobiernos occidentales no han puesto precisamente el grito en el cielo-, fueron cuidadosos los milicianos a la hora de colocar la cabeza de Gadafi ladeada hacia su izquierda para ocultar el tiro en la sien, y tambi¨¦n de tapar con una manta el orificio de bala que Mutasim presentaba en la garganta.

Y es que si los preceptos isl¨¢micos que prescriben la sepultura a las 24 horas de la muerte no fueron respetados por los devotos milicianos misrat¨ªes, mucho menos se iban a preocupar por la protecci¨®n de los derechos humanos, cuya violaci¨®n han padecido tantos libios de modo tan flagrante. Ahora se anuncia una investigaci¨®n sobre el presunto asesinato a sangre fr¨ªa -por mucho que los ¨¢nimos fueran ardientes- de Gadafi y Mutasim, que aparece en otras grabaciones charlando con rebeldes, herido levemente, fumando y bebiendo agua. Sea cual fuera el resultado de esas pesquisas, resulta muy dif¨ªcil encontrar a alg¨²n libio que hubiera preferido el juicio al dictador. La mayor¨ªa dice abiertamente, emulando el gesto de disparar, que lo prefieren muerto. No deber¨ªa costar demasiado localizar a los dos individuos que afirman ante la c¨¢mara de un tel¨¦fono m¨®vil haber acabado con la vida de Gadafi. Se les ve con toda nitidez.

En toda Libia explot¨® el jolgorio tras conocerse el acontecimiento. Cientos de miles de entre los seis millones de hombres y mujeres que pueblan Libia, incluidos ni?os y ni?as, celebraron en las plazas y calles la desaparici¨®n de quien les ha amargado la existencia durante cuatro d¨¦cadas de arbitrariedad, en las que frecuentar una mezquita pod¨ªa bastar para purgar seis a?os de c¨¢rcel, como le sucedi¨® al piloto de l¨ªneas a¨¦reas Mohamed Darwish, que acud¨ªa habitualmente al templo de su barrio en Tr¨ªpoli porque se qued¨® sin empleo tras el embargo a la aviaci¨®n comercial que Estados Unidos impuso a Libia en la d¨¦cada de los ochenta del siglo pasado.

Pero si hay una ciudad en la que la algarab¨ªa fue desbordante, esa es Misrata. Cuentan los lugare?os de esta ciudad de 400.000 habitantes aproximadamente -sin censo ni estad¨ªsticas, los c¨¢lculos son en Libia muy complicados- que solo en una hora murieron cuatro personas, v¨ªctimas de los disparos al aire de los enfervorecidos combatientes que expulsaron a los soldados y mercenarios gadafistas el 24 de abril tras una atroz carnicer¨ªa de dos meses. Porque el 19 de febrero muri¨® el primer m¨¢rtir, a los que Gadafi tildaba de "ratas". Era Jaled Mustaf¨¢ Abu Shajma, nacido en 1968. Cuatro d¨ªas despu¨¦s cay¨® la primera granada sobre Misrata. Cerca de 3.000 vecinos -cientos de ellos civiles inocentes- han perecido solo en esta localidad. Sus fotograf¨ªas se observan ahora junto a una copia del certificado de defunci¨®n de Gadafi en el improvisado museo de la guerra, situado en la calle Tr¨ªpoli devastada por las explosiones, y donde tambi¨¦n se yergue la escultura met¨¢lica del pu?o que aplasta el avi¨®n de Estados Unidos, un s¨ªmbolo del poder de Gadafi que los luchadores de Misrata transportaron a su ciudad desde Bab el Azizia, el basti¨®n del aut¨®crata en la capital, una vez que a finales de agosto conquistaron Tr¨ªpoli. El arrojo de los milicianos de Misrata fue crucial. Ahora se enorgullecen de ser los primeros -los compa?eros de Zint¨¢n, en las monta?as de Nafusa, en el oeste libio compiten en valent¨ªa- que quebraron el triple muro de cemento de ese baluarte del r¨¦gimen.

Tiene fama Misrata de ciudad emprendedora, de contar con avispados hombres de negocios, y de no haber dado un paso atr¨¢s en la contienda. Incluso los sordomudos, presentes el viernes en una celebraci¨®n multitudinaria, se unieron a la desigual pelea. Sedik el Fituri, empresario de 52 a?os, posee una compa?¨ªa de gr¨²as y de camiones de transporte pesado. Ha gastado 400.000 dinares (unos 220.000 euros) en una guerra en la que se transform¨® en comandante de una brigada. Todo su material ha resultado da?ado sin remedio. "Lo he perdido todo, pero soy feliz. El 6 de marzo, los militares de Gadafi entraron en Misrata y los matamos a casi todos. Les tendimos trampas en las que cayeron porque no conoc¨ªan la ciudad. Ese d¨ªa supieron que aqu¨ª hab¨ªa un ej¨¦rcito. Unos 50.000 hombres empu?aron las armas. Escucha... Mi esposa, cuando ve¨ªa a mis hijos descansando o durmiendo en casa, les dec¨ªa: 'Tomad las armas, levantaos e id a luchar'. Ingeniosos, cuando el enemigo parapet¨® francotiradores en los edificios en el campo de batalla de la calle Tr¨ªpoli, los rebeldes colocaron pilas con luces en perros y gatos para que los francotiradores dispararan y poder as¨ª localizarlos. Solo en Zint¨¢n y en Misrata hemos combatido desde el primer d¨ªa. Aqu¨ª preferimos morir a retroceder. Adem¨¢s de los fallecidos, tenemos 40.000 heridos, 1.000 personas han sufrido amputaciones, y 100 han quedado ciegos. En Bengasi, sin embargo, detuvieron la guerra muy pronto, y eso permiti¨® a los gadafistas concentrarse en atacarnos a nosotros. Misrata ha sido la ciudad m¨¢s castigada", apunta El Fituri con un deje de amargura hacia los compatriotas de la cuna de la rebeli¨®n.

Es ese cruento asedio medieval a la ciudad lo que ha propiciado la venganza tambi¨¦n despiadada de las milicias de Misrata en Sirte, la aldea beduina en la que naci¨® hace 69 a?os Gadafi, quien pretendi¨® convertirla en capital del pa¨ªs y en puerto franco. En ella construy¨® el centro de convenciones Ouagadougou, un fara¨®nico complejo ahora hecho trizas en el que se celebraron cumbres de la Uni¨®n Africana. Y aunque muchos libios denuncian que se constru¨ªan viviendas a sabiendas de que nadie iba a vivir en ellas, con la ¨²nica pretensi¨®n de otorgar a la localidad una apariencia de grandeza, el respaldo al dictador era abrumadoramente mayoritario en Sirte. Y si ahora son pocos -Abdelaziz al Farjani es uno de ellos- los que chillan "Muamar, Muamar" alzando los brazos con los pu?os cerrados, imitando al dirigente derrocado, es porque la ciudad presenta un panorama fantasmag¨®rico. El ¨¦xodo ha sido total. No hay agua, ni luz, ni comida. Sus 80.000 habitantes se han fugado al desierto o a Sabha, 700 kil¨®metros al sur de Tr¨ªpoli. Personas cargando colchones en camionetas, rumbo a sus jaimas en el S¨¢hara, es la imagen m¨¢s frecuente estos d¨ªas.

Que la destrucci¨®n en Sirte no tiene parang¨®n en Libia lo admite incluso el comandante El Fituri. Da la bienvenida al barrio 2, el distrito desde el que parti¨® el ¨²ltimo convoy de Gadafi, una pintada rebelde: "Sirte, la nueva Leptis", reza el escrito en alusi¨®n a las espl¨¦ndidas ruinas romanas de Leptis Magna, ubicadas un centenar de kil¨®metros al oeste de Misrata. La casa de Al Farjani es solo un ejemplo. Los boquetes de los proyectiles la han machacado con sa?a. Ning¨²n edifico se ha librado. Los lugare?os comparan Sirte con Grozni, la capital chechena destruida por el Ej¨¦rcito ruso en la d¨¦cada de los noventa. El panorama en varias calles es, efectivamente, muy similar. Algunas mezquitas est¨¢n desechas y su minarete ha sido desmochado; las estaciones el¨¦ctricas, tambi¨¦n; las escuelas arrasadas saltan a la vista tanto como los hospitales saqueados. En una semana se recogieron de las calles y de entre los escombros unos 400 cuerpos. El jueves todav¨ªa apestaba a muerto en la avenida 1 de septiembre, fecha del golpe que aup¨® al poder al dictador.

En Sirte, claro est¨¢, los roedores son quienes se alzaron contra la tiran¨ªa. "Los milicianos son ratas. Aqu¨ª respald¨¢bamos a Gadafi, que dorm¨ªa cada noche en una casa diferente. Cuando cay¨® Tr¨ªpoli, vino aqu¨ª, pero no sabemos exactamente cu¨¢ndo", se?ala Ibrahim, un estudiante de medicina de 20 a?os a las puertas de un hospital que ya no lo parece. Aunque se tratara de su ciudad natal, ning¨²n experto militar se explica por qu¨¦ el tirano eligi¨® Sirte para refugiarse tras su huida de la capital. Es una ratonera. Pero la prefiri¨® al m¨¢s seguro desierto. Muchos aluden a su mentalidad y aducen que el car¨¢cter de quien viajaba al extranjero con sus jaimas a cuestas para sentirse como en casa jug¨® un papel decisivo. Siempre prometi¨® Gadafi que jam¨¢s abandonar¨ªa su pa¨ªs y que morir¨ªa en Libia, fueran cuales fueran las circunstancias. Y cumpli¨® su palabra.

Desde el 15 de septiembre, el cerco a Sirte fue completo. El coronel Abderrahim al Agili, natural de Bengasi, es uno de los jefes rebeldes que atenazaron esta poblaci¨®n por el flanco oriental. "Es dif¨ªcil saber", explica, "cu¨¢ntos milicianos han combatido porque vinieron grupos de muchos lugares. Pero alrededor de 15.000 rodeamos la ciudad. La mayor¨ªa de los 80.000 habitantes de Sirte se han ido al desierto, hacia el sur. Al oeste no van porque est¨¢ Misrata. Es cierto que los shabab de Misrata han sido muy agresivos. Fue una venganza. No se les puede controlar". Sorprende la naturalidad con que los insurrectos admiten los desmanes cuando se les pregunta por el evidente pillaje. En la gran avenida del 1 de septiembre no queda una tienda sin asaltar. "Es verdad que muchos milicianos robaron en los comercios", reconoce en un espl¨¦ndido ingl¨¦s el estudiante de ingenier¨ªa Ahmed Meshri, miliciano durante los ¨²ltimos meses. Dice, con la boca peque?a, que se buscar¨¢ y castigar¨¢ a los culpables. Pero da la impresi¨®n de que no cree sus palabras. La org¨ªa violenta durante las ¨²ltimas jornadas de la batalla de Sirte estremece.

No se reparar¨ªa en ello si no lo explicara el melenudo Abdelmul¨¢ Saleh, otro declarado partidario del coronel Gadafi, en la recepci¨®n del devastado hotel Mahari, en cuyo c¨¦sped frente al Mediterr¨¢neo fueron hallados 53 cad¨¢veres tiroteados, muchos de ellos maniatados. Saleh apunta a las manchas negras en una pared enyesada que da al vest¨ªbulo, bajo una barandilla de la primera planta. "?Sabes lo que es? Son marcas de los zapatos de los ahorcados, de sus pataleos antes de morir. Los colgaron con esa manguera roja de bomberos", cuenta indignado. "Tambi¨¦n encontramos hombres degollados en una mezquita y decenas de muertos en el hotel", a?ade enojado, antes de hacer una distinci¨®n que comparten las escasas personas que pululan por la poblaci¨®n.

Los vecinos de Sirte atribuyen el monopolio de los cr¨ªmenes a los insurrectos de Misrata. El treinta?ero Abdelhamid, semblante muy serio, no disimula el rencor que guarda hacia los luchadores de la ciudad situada 240 kil¨®metros al oeste. Tambi¨¦n admira al dictador y comprende el precio que se paga en toda guerra. Es due?o de un comercio de art¨ªculos de fotograf¨ªa en la que no queda nada. Es la norma: todos los establecimientos tienen un aspecto desolador. "Los guerrilleros de Bengasi, m¨ªa, m¨ªa", explica con una expresi¨®n libia que significa perfecto. "Fueron", agrega Abdelhamid, "combatientes justos. No hicieron nada horrible". Los pocos ciudadanos que contin¨²an en la ciudad, inundada varias de sus calles por las ca?er¨ªas reventadas, rumian su desgracia. Unos pocos cientos de hombres barren calles de escombros, retiran farolas ca¨ªdas de la calle principal y cables de alta tensi¨®n de los suelos de la periferia, al tiempo que saludan -a la fuerza ahorcan- a los rebeldes que patrullan la ciudad.

Jaled observa los tremendos destrozos en el bloque de viviendas en el que resid¨ªa. Su madre espera en las escaleras. El cami¨®n cargado de enseres est¨¢ listo para partir destino al destierro. "Nos vamos a Samsum, a unos 150 kil¨®metros al sur de aqu¨ª. Vivir¨¦ en una tienda. Lo peor es que no podremos regresar a Sirte hasta que no se reparen todos los destrozos. Si todo se arregla, volver¨¦". Sabe Jaled que largo lo f¨ªa. Que en un pa¨ªs arrasado por una guerra de ocho meses, Sirte no va a ser la prioridad en la reconstrucci¨®n. Y aunque lo fuera, los da?os son de tal magnitud que pasar¨¢ mucho tiempo antes de que todo pueda volver a la normalidad. Por no hablar de la reconciliaci¨®n, uno de los objetivos declarados de las nuevas autoridades, una misi¨®n que se antoja una tarea de titanes.

Hassan al Osta, un economista de Misrata, es de la opini¨®n de Fathi Terbil, el abogado defensor de las v¨ªctimas de la m¨¢s c¨¦lebre matanza del r¨¦gimen, la perpetrada en junio de 1996 en la prisi¨®n tripolitana de Abu Salim, cuando 1.270 presos, muchos de ellos activistas pol¨ªticos, fueron acribillados y despedazados con granadas y ametralladoras en los patios de la c¨¢rcel. "La violencia de ahora provocar¨¢ que la gente deteste la revoluci¨®n", declar¨® d¨ªas atr¨¢s Terbil, tambi¨¦n miembro del Consejo Nacional Transitorio, el organismo rector del alzamiento. "Los saqueos en Sirte son algo inaceptable porque por cosas de este tipo nos levantamos contra Gadafi", corrobora Al Osta.

Y mientras Sirte, Zlitan y Bani Walid, feudos del r¨¦gimen depuesto, son ahora ciudades despobladas, Misrata vive una celebraci¨®n permanente, solo te?ida por la seriedad que impone la visita al museo de la guerra, un escaparate al aire libre de granadas, tanques, proyectiles de todo calibre... Los desfiles militares, en los que marchan las camionetas con las armas montadas, uno de los s¨ªmbolos de la rebeli¨®n, se suceden un d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n; los helic¨®pteros sobrevuelan la ciudad con la nueva bandera tricolor (la mon¨¢rquica verde, negra y roja) colgando de sus tripas; se entregaran diplomas, flores y un Cor¨¢n a los familiares de cada una de las v¨ªctimas rebeldes, cuyos nombres se leen uno a uno; los ni?os posan para ser inmortalizados con los fusiles de sus padres; los pilotos de guerra que rechazaron obedecer las ¨®rdenes del dictador y volaron hacia Malta o lanzaron las bombas sobre el desierto son vitoreados; las ambulancias, los camiones de bomberos, incluso los veh¨ªculos de recogida de basuras, son aplaudidos por los misrat¨ªes. Y los insurrectos armados bailan dando palmadas y cantando en la base militar, a 10 kil¨®metros de Sirte, desde la que organizaron el asedio. El estribillo, que rima en ¨¢rabe, viene a decir: "Quien hiere a Misrata recibir¨¢ fuego. Gadafi, espera, espera, en Misrata te pondremos bajo tierra". -

Una imagen captada con un tel¨¦fono m¨®vil en la que aparece el rostro del dictador minutos antes de ser linchado.
Una imagen captada con un tel¨¦fono m¨®vil en la que aparece el rostro del dictador minutos antes de ser linchado.REUTERS
Los primeros rebeldes libios que descubrieron y desarmaron a Gadafi posan con armas del dictador y sus guardianes. De izquierda a derecha, Ahmed Ghazal, Nabil Darwish, Omran Shaban ySalem Bakir.
Los primeros rebeldes libios que descubrieron y desarmaron a Gadafi posan con armas del dictador y sus guardianes. De izquierda a derecha, Ahmed Ghazal, Nabil Darwish, Omran Shaban ySalem Bakir.CRIST?BAL MANUEL.
Sirte, ciudad natal de Gadafi y la ¨²ltima en ser tomada por los rebeldes, totalmente destruida.
Sirte, ciudad natal de Gadafi y la ¨²ltima en ser tomada por los rebeldes, totalmente destruida.CRISTOBAL MANUEL.

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