T¨² y yo somos cuatro
Para no destripar el argumento de Purgatorio he empapado el texto en tinta hipn¨®tica, de modo que cuando acaben de leerlo olvidar¨¢n que los nombres secretos de los personajes quiz¨¢ sean Jas¨®n y Medea. No olvidar¨¢n, en cambio, las siguientes informaciones: la ha escrito Ariel Dorfman, el autor de La muerte y la doncella, la ha dirigido Josep Maria Mestres en el Matadero, y sus protagonistas son Carme Elias y Viggo Mortensen, en un regreso a las tablas que ha suscitado una comprensible expectaci¨®n.
Purgatorio es un melodrama original y profundo: podr¨ªa haberlo firmado Anouilh. O Sartre. O, en sus m¨¢s altos vuelos, la Duras. El asunto de la obra no es tanto la culpa, sino la b¨²squeda de redenci¨®n. El lugar donde se encuentran los protagonistas recuerda al sheol jud¨ªo, en el que las almas pasan por un t¨²nel de lavado espiritual llevado por expert¨ªsimos profesionales: no se trata de prepararse para ver a Dios, sino de poder ver a Dios en el interior de uno mismo.
El asunto de la pieza no es tanto la culpa sino la b¨²squeda de redenci¨®n
En la primera escena, una mujer que mat¨® a sus hijos es interrogada, afable pero intensivamente, por uno de esos expertos. En la segunda, que transcurre en un tiempo anterior (o paralelo, a decidir), una interrogadora cuestiona al amante de la asesina, que parece curado de su odio: para probarlo, deber¨¢ sanar el alma de quien m¨¢s da?o le hizo y a la que traicion¨®. Cl¨¢usula de esta misi¨®n casi imposible: si revela la menor traza de su identidad se borrar¨¢ el disco duro y habr¨¢ que reiniciar todo el proceso. La tercera escena es, obviamente, el encuentro entre ambos, pero con ese bonus track de informaci¨®n, que, insisto, ustedes olvidar¨¢n en cuanto vuelvan a sus quehaceres. En las tres escenas hay un cuchillo sobre la mesa. Un cuchillo carn¨ªvoro, como dir¨ªa Umbral. Esto que les cuento es esquel¨¦tico: lo importante es la carne que le echan Dorfman y los actores.
Esa carne, que atrapa y apasiona, podr¨ªa calentarnos mucho m¨¢s: Purgatorio bordea la caza mayor de no ser por algunos enfriamientos. Dorfman tiende, a ratos, a un lenguaje un tanto engolado, con "voluntad po¨¦tica" ("tan joven yo y tan joven la ma?ana") y algunas expresiones redichas: los personajes no "vuelven" sino que "retornan", no "ven" sino "divisan", no dicen "tal vez" sino "acaso". Son molestias ocasionales, pero como el texto es hermoso y ce?ido se notan m¨¢s.
Me convence poco Carme Elias en la primera escena, donde su personaje se comporta como una interna del pabell¨®n de ninf¨®manas (o, si prefieren, como una loca de Tennessee Williams) en marcado contraste con lo que escuchamos: esa mujer salvaje a¨²n tiene el poder de atravesar y derretir con la mirada. La actriz, pues, todav¨ªa no parece haber hecho suyo el rol: se perciben los puentes, las costuras de las asociaciones mentales de un cerebro plurirrevolucionado, y Mestres le marca (o le permite) una gestualidad redundante, como si a cada paso tuviera que apoyar sus palabras en acciones. Acciones que nos distraen, y que a menudo no parecen mostrar una ordal¨ªa an¨ªmica, sino el temor de un director o un int¨¦rprete hacia los meandros del texto. A ratos, tambi¨¦n, parece tintinear la subrayante autoconciencia de estar haciendo un gran personaje tr¨¢gico. Quiz¨¢ esto se deba a que Carme Elias exhala una luminosidad y una calma que no permiten, por el momento, la afloraci¨®n del lado oscuro del personaje salvo en el tercio final: no es poco, pero no es bastante.
Si Viggo Mortensen resulta mucho m¨¢s convincente es porque, de entrada, logra surfear sobre las incrustaciones ret¨®ricas del texto: tampoco debe ser f¨¢cil decir con naturalidad cosas como "cuando hayan extra¨ªdo mi verdadera cara de mi interior m¨¢s oculto". En su perfil actoral coexisten, vaya novedad, una extrema sensualidad, un peligro latente y una intensa pureza. A ning¨²n actor le gusta que le comparen con otros, pero a m¨ª me hace pensar en un cruce entre el poder¨ªo del joven Kirk Douglas (barbilla incluida) y la inocencia de Woody Harrelson o de John Savage. Hay una gran sobriedad en su trabajo, aunque tambi¨¦n gestualiza demasiado lo que siente. Por ejemplo, la tendencia a encorvarse para mostrar su fragilidad y el peso que soporta: eso resulta afectado y le resta fuerza y misterio.
En la segunda escena, donde Carme Elias pisa con m¨¢s firmeza, refulge un pasaje soberbio, tan bien escrito como servido: el relato, contado desde la noche, del arrebatamiento amoroso de la pareja, que Mortensen hace flamear como si fuera un corrido de Jos¨¦ Alfredo Jim¨¦nez: puro tequila, seco y perfumado. Poco despu¨¦s, en cambio, hay un fragmento (el episodio del jarr¨®n) que llega cuando la situaci¨®n estaba empezando a girar un poco sobre s¨ª misma. Cuando decimos que una obra es demasiado larga a menudo queremos decir que hay partes en las que la atenci¨®n se vuelve vagabunda porque falta tensi¨®n en el texto o en la actuaci¨®n. Creo que ese episodio (que quiere ser un poco el equivalente de la cinta robada de Rousseau) podr¨ªa acortarse y la pieza ganar¨ªa en pegada.
La tercera escena, cuando los amantes malditos se reencuentran, es una belleza. Carme Elias se lanza sobre la estremecedora confesi¨®n y alcanza su cota emotiva porque atrapa la dualidad de esa mujer devastada e ind¨®mita que quiere empezar de nuevo pero volver¨ªa a hacer todo lo que hizo, y Viggo Mortensen est¨¢ inmejorable de humanidad, de dolor contenido, de pasi¨®n soterrada. La noche del estreno, el viernes, hubo grandes aplausos para la pareja protagonista, para Ariel Dorfman, para Josep Maria Mestres y para todo el equipo.
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