Presidente obama
Quiz¨¢ sea conveniente reflexionar sobre algunas de las consecuencias menos evidentes de la llegada a la presidencia de Barack Obama, aqu¨ª en Estados Unidos. Al fin y al cabo, el trabajo habitual del novelista es imaginar las consecuencias nunca imaginadas de la conducta humana. Los seres humanos amamos, nos preocupamos, nos comportamos bien, nos comportamos mal, actuamos con pasi¨®n... ?y entonces, qu¨¦? El sentido com¨²n, por supuesto, es ¨²til. Algunas consecuencias de nuestros actos las comprendemos de manera autom¨¢tica. Por ejemplo, si iniciamos una guerra, suelen ocurrir cosas malas. Estas son las consideraciones del estilo de los Diez Mandamientos y el Infierno de Dante. Las utilizamos mucho en la vida diaria. Pero el sentido com¨²n tiene sus l¨ªmites. Muchos resultados de nuestra conducta pueden acabar pareci¨¦ndonos misterios tentadores y, a veces, recalcitrantes. Y no conocer las consecuencias de nuestros actos es habitualmente lo que nos hace meternos en problemas. Podr¨ªamos incluso decir que la literatura de imaginaci¨®n cumple su tradicional tarea de "llevar informaci¨®n" al lector dici¨¦ndole: "?Eh, t¨²! ?Presta atenci¨®n a lo que haces! ?Es importante!".
Su aura desaparecer¨¢ en el calor de las tareas de gobierno y le dejar¨¢ todav¨ªa m¨¢s expuesto como presidente
La diversidad estadounidense influir¨¢ en su capacidad de gobernar m¨¢s que en otro presidente que recordemos
En t¨¦rminos de pura ¨¦tica norteamericana, creo que tambi¨¦n merece la pena considerar la ascensi¨®n de Barack Obama no solo como algo que ¨¦l hizo personalmente, sino, m¨¢s en general, como algo que hemos hecho todos nosotros, los votantes, los ciudadanos de este pa¨ªs. Y m¨¢s vale pensar que su llegada a la presidencia no es -como lo viven muchos, llenos de ansiedad- un absurdo golpe de buena suerte, sino que es un acto c¨ªvico colectivo concertado, si bien desesperado, cuyas consecuencias exactas todav¨ªa no podemos ver con claridad los ciudadanos actores, pero que estamos dispuestos a emprender y cuya responsabilidad estamos dispuestos a asumir.
En Estados Unidos, al menos durante los ¨²ltimos ocho a?os, tanto dem¨®cratas como republicanos han tendido a considerar que nuestro Gobierno era un caso de decidida y casi inexplicable mala suerte, cuyas consecuencias negativas todos ve¨ªamos, empeorando pr¨¢cticamente por momentos, pero cuyo origen asegur¨¢bamos no comprender y no consider¨¢bamos responsabilidad nuestra. A los estadounidenses, en general, nos desagrada todo lo que tenga que ver con el Gobierno, y su injerencia levanta sospechas. Y solemos expresar nuestro desagrado mediante la indiferencia, salvo en los casos especiales en los que nos sentimos personalmente en peligro o con riesgo de perder dinero; entonces, el Gobierno no nos gusta porque no hace lo suficiente por nosotros. No es at¨ªpico, por tanto, que ninguna persona con la que he hablado en los ¨²ltimos dos a?os haya querido asumir ninguna responsabilidad por George Bush, sobre todo los representantes del 50%, m¨¢s o menos, que s¨ª vot¨® por ¨¦l. He intentado atribuir a alguno de mis conocidos republicanos el m¨¦rito que, en mi opini¨®n, le correspond¨ªa. E incluso escrib¨ª una larga novela, uno de cuyos temas pol¨ªticos consist¨ªa en asignar -esta vez a los dem¨®cratas- parte de la culpa de la presidencia de Bush, por haber asistido con indiferencia a unas elecciones (las de 2000) que ten¨ªan en las manos. Ninguno de mis esfuerzos dio verdaderamente fruto.
Desde el punto de vista c¨ªvico, por supuesto -lo que Ralph Waldo Emerson llamaba nuestras "virtudes municipales"-, es evidente que es algo terrible que nadie asuma la responsabilidad del Gobierno que ocupa el poder. Y es especialmente malo cuando -como hacemos en Estados Unidos- presumimos ruidosamente por todo el mundo de tener una sociedad democr¨¢tica y participativa que, a nuestro juicio, otros deber¨ªan emular, mientras nuestro Gobierno no est¨¢ siendo demasiado bueno y pese a que, sin embargo, somos verdaderamente responsables de ¨¦l, nos guste reconocerlo o no. Esta forma de ser ciudadanos pero no responder de nuestras acciones es perjudicial para el esp¨ªritu americano. Y otro de sus efectos negativos es que no responsabilizarnos de nuestro Gobierno perjudica nuestra capacidad de prever e influir en las consecuencias de nuestra voluntad nacional y nuestras decisiones colectivas. Ese es, al fin y al cabo, uno de los principios esenciales del arte de gobernar con responsabilidad, y de la parte del arte de gobernar que sirve de modelo a nuestra conducta privada. La novelista inglesa George Eliot escribi¨® en una ocasi¨®n que no hay vida privada que no est¨¦ enmarcada por la vida p¨²blica. Y cuando el Gobierno es malo y nadie se hace responsable de ¨¦l, la sociedad entera -la sociedad de base, en la que vivimos- est¨¢ en peligro, y la mente adquiere un h¨¢bito de desorientaci¨®n que allana el terreno al totalitarismo y la demagogia y a la transformaci¨®n de verdades manifiestas en mentiras. Como podemos ver que ocurre en Estados Unidos desde hace un tiempo. Piensen en nuestra econom¨ªa. Piensen en el impacto que ejerce Estados Unidos en el entorno f¨ªsico del mundo. Piensen en las armas de destrucci¨®n masiva que no estaban all¨ª. Se podr¨ªa decir que ha sido un periodo extra?amente sovi¨¦tico en la vida pol¨ªtica estadounidense. (...)
La presidencia de Obama nos ofrece, en el peor de los casos, una forma claramente nueva de evaluar Estados Unidos desde dentro, algo que hasta ahora no se nos ha dado muy bien. (...)
He aqu¨ª, pues, otras "consecuencias de Obama", basadas en mi intuici¨®n de escritor y mis observaciones personales. Son asuntos de los que en el futuro se pedir¨¢ a los estadounidenses que sean conscientes y responsables.
Uno de ellos es que no puedo evitar la sensaci¨®n de que hay algo extra?o y que suena falso en todos los republicanos con los que he hablado en las semanas transcurridas desde las elecciones, ciudadanos que me han dicho que no votaron por su partido, sino que lo hicieron por Barack Obama. El progresista de buena fe que hay en m¨ª quiere creer que estos votantes se sintieron iluminados por Obama, que hicieron lo correcto (por una vez), que se hab¨ªan hartado de todo lo que significaba ya George Bush y actuaron movidos por el patriotismo, el sentido com¨²n y una pizca de valor para reexaminar unas "certezas" vac¨ªas y llevar a cabo el acto soberano que nunca hab¨ªan pensado que har¨ªan: votar dem¨®crata. Votar por un negro. Salvo que... Son los mismos que votaron por Bush, no una, sino dos veces (y la segunda vez fue una enorme, desastrosa traici¨®n a nuestro pa¨ªs, porque para entonces ya eran perfectamente visibles la temeridad y la incompetencia de Bush). Y esos republicanos son los mismos que no quer¨ªan hablar conmigo cuando les preguntaba qu¨¦ les parec¨ªa apoyar a Bush. Por tanto, la verdad, no me f¨ªo de ellos. Y tampoco me f¨ªo de poner en manos de su maltrecho juicio el futuro de mi pa¨ªs, un futuro que ser¨¢ doloroso, caro y lleno de estruendosas incertidumbres, y que necesitar¨¢ un Gobierno estable que pueda contar con el apoyo fiel, l¨²cido y pragm¨¢tico de su electorado. No digo que quiera que se conceda autom¨¢ticamente un segundo mandato a Obama (aunque ser¨ªa alentador), ni que pretenda que se proh¨ªba votar a estos republicanos advenedizos (cosa tambi¨¦n tentadora, porque, desde luego, me habr¨ªa gustado que se lo prohibieran, despu¨¦s de lo de 2004). Al fin y al cabo, puede que Obama no d¨¦ buen resultado. No lo sabemos. Pero el car¨¢cter heterodoxo y posiblemente provisional del mandato de Obama y las consecuencias que tendr¨¢ para el futuro de Estados Unidos se convertir¨¢n en parte intr¨ªnseca de ese futuro y en un nuevo elemento del car¨¢cter estadounidense. La responsabilidad por ese car¨¢cter y su futuro exigir¨¢ que estemos vigilantes.
El segundo aspecto, y evidentemente relacionado, es que la grandeza de la proeza de Obama -ser negro y obtener la presidencia (verdaderamente, algo que nunca pens¨¦ que llegar¨ªa a ver, que era como un sue?o)- le ha otorgado, sin duda, un aura especial que le protege a los ojos de la gente. Pero es un aura especial que desaparecer¨¢ r¨¢pidamente en el ardiente calor de las tareas de gobierno y le dejar¨¢ todav¨ªa m¨¢s expuesto como presidente. Por supuesto, esa doble exposici¨®n es la trampa contradictoria del pensamiento racial, un elemento presente desde hace mucho en el pensamiento estadounidense y que no parece probable que vaya a desvanecerse porque un negro llegue a presidente: primero se dice que un candidato no merece el cargo por ser negro, y luego, en proporci¨®n con lo extraordinario de la proeza de que haya sido elegido, la opini¨®n p¨²blica crea unas expectativas desmesuradas. Ocurri¨® hace siglo y medio, durante nuestro periodo fallido de reconstrucci¨®n tras la Guerra de Secesi¨®n. Y aunque es reconfortante pensar que, al ser elegido, Obama ha clavado una estaca en el coraz¨®n del racismo estadounidense, y aunque no hay duda de que su ¨¦xito representa un paso adelante formidable en los esfuerzos para desmantelar el pensamiento racial en nuestro pa¨ªs, tambi¨¦n es muy probable que la conciencia racial estadounidense se oculte a¨²n m¨¢s -tras haber quedado desacreditada oficialmente por la elecci¨®n de Obama- y se deje ver en las hostilidades matizadas y exageradas de las que seguramente ser¨¢ objeto el presidente Obama por parte del partido que ha perdido el poder.
Y eso ser¨¢ as¨ª solo si al presidente Obama le van bien las cosas. Si no le van tan bien, si fracasa, entonces su deslumbrante condici¨®n de presidente especial, el que cambi¨® todo para siempre, se convertir¨¢ r¨¢pidamente en un lastre para ¨¦l y para el pa¨ªs, porque el pensamiento racial volver¨¢ a verse estimulado. Es el riesgo de elegir a Barack Obama. Aunque es un riesgo acertado el que una naci¨®n libre tiene el privilegio de poder asumir. Y, sin embargo, es evidente que hay consecuencias que no podemos ignorar y debemos estar preparados para afrontar.
Pocos d¨ªas despu¨¦s de las elecciones escrib¨ª a un amigo en Misisipi -un amigo de la infancia- y le ped¨ª que me contara qu¨¦ le parec¨ªa la victoria de Obama, porque imaginaba que no le hab¨ªa apoyado. Mi amigo es blanco, pol¨ªticamente conservador, cristiano evang¨¦lico y republicano. Me parec¨ªa, por intuici¨®n, que las actitudes de los votantes rivales -que son una gran parte de la poblaci¨®n gobernada- eran m¨¢s importantes y menos f¨¢ciles de entender que mi preferencia por Obama, que era bastante sencilla. (...) "No vot¨¦ por Obama, es verdad", me respondi¨® mi amigo. "Pero s¨ª rezo por Obama. Pongo todo en manos de Dios. Creo que muchos que votaron como yo sienten lo mismo que yo. Quiero lo mejor para ¨¦l y para todos nosotros". "Bueno", le contest¨¦, tratando de ser optimista, "qu¨¦ m¨¢s puedo esperar, supongo". Quer¨ªa decir que, para m¨ª -que no soy cristiano, no soy conservador y, desde luego, no soy republicano-, este es un apoyo sincero, pero quiz¨¢ variable (dado que los designios del Se?or son insondables). Es posible que Estados Unidos ya no est¨¦ dividido por la mitad, como cuando Bush rob¨® las elecciones de 2000. Pero la actitud de los votantes que se opusieron decididamente a Obama (un 48%, al fin y al cabo) y prefirieron la curiosa alternativa de John McCain y Sarah Palin determinar¨¢ con toda seguridad no solo los tonos del pragmatismo pol¨ªtico de Obama, sino tambi¨¦n su capacidad de gobernar y unir al pa¨ªs durante el mandato que tiene garantizado. Esos votantes ac¨¦rrimamente opuestos -con sus actos, con sus omisiones y con la evoluci¨®n de su disposici¨®n c¨ªvica- determinar¨¢n en gran parte lo que represente vivir en Estados Unidos durante los cuatro o quiz¨¢ ocho a?os que tenemos por delante.
Una ¨²ltima palabra. Durante los dos ¨²ltimos a?os, durante la interminable y adormecedora campa?a presidencial, para muchos de nosotros se convirti¨® en art¨ªculo de fe que, si los republicanos ganaban las elecciones, nos ir¨ªamos del pa¨ªs para siempre. Muchos, de hecho, se fueron de Estados Unidos despu¨¦s de las dos elecciones anteriores y las respectivas victorias de Bush. Y aunque hablar de marcharse no cuesta nada, tengo pocas dudas de que lo habr¨ªa hecho, convencido de que ya no conoc¨ªa mi pa¨ªs natal, ya no me sent¨ªa fortalecido por el instinto c¨ªvico de cambiar la vida para mejorarla, ya no pod¨ªa seguir apoyando la pol¨ªtica de mi pa¨ªs, una y otra vez. (...)
Y de pronto, con la victoria de Obama, todo eso se acab¨®. Y en el destello de comprensi¨®n de que no ten¨ªa que irme, el propio hecho de residir se convirti¨® en una caracter¨ªstica profunda de la vida en Estados Unidos, m¨¢s de lo que nunca hab¨ªa experimentado. Yo vivo aqu¨ª, me di cuenta, y solo vivo aqu¨ª, y seguramente vivir¨¦ aqu¨ª hasta que me muera. Estoy seguro de que nunca hab¨ªa pensado exactamente esas palabras. Tal vez los europeos den por sentadas esas nociones de permanencia geogr¨¢fica relativa. Pero para los estadounidenses, ese no es el sentimiento t¨ªpico que tenemos sobre el lugar en el que vivimos en nuestro continente. Todos nosotros venimos de otro lugar y tenemos tendencia a trasladarnos. Y yo pertenezco a una generaci¨®n que era m¨¢s aficionada que la mayor¨ªa a mantener abiertas todas nuestras opciones.
La asombrosa elecci¨®n de Barack Obama ha hecho que muchos estadounidenses -esos que sent¨ªan que estaban perdiendo poco a poco el control de su vida- estemos pr¨¢cticamente seguros de que este es el lugar en el que nos vamos a quedar; este es el lugar en el que nuestra condici¨®n de ciudadanos cuenta m¨¢s, si es que cuenta; este es el lugar en el que habremos vivido cuando hayamos muerto; incluso en un periodo de guerra, desalentadoras perspectivas econ¨®micas y laxitud espiritual, nuestra vida se ha visto alterada de esta forma concreta, tal vez para mejor. Si la vida p¨²blica, como dec¨ªa George Eliot, condiciona toda la vida privada, entonces, con esta elecci¨®n, mis apegos preconscientes y muchos de los de mi generaci¨®n, nuestro sentido de responsabilidad por la esencia y las acciones de nuestro pa¨ªs, las facetas p¨²blica y privada de nuestra condici¨®n de ciudadanos, se han aclarado y han adquirido m¨¢s importancia para nosotros de una manera que yo, por lo menos, nunca podr¨¦ ignorar.
Los electorados modernos tienen, en su mayor¨ªa, una enorme diversidad, independientemente de la persona que los presida. Pero este es el pa¨ªs que este hombre aparentemente extraordinario, Barack Obama, ha decidido dirigir: (...) en parte esc¨¦ptico, en parte claramente opuesto, en parte entregado, tal vez, hasta grados absurdos. Es una diversidad que influir¨¢ en ¨¦l y en su capacidad de gobernar m¨¢s que en cualquier otro presidente que recordemos. Ni que decir tiene que el Gobierno y el futuro de Estados Unidos no van a ser una cuesti¨®n sencilla.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
?Realmente puede?
Esperanza a la deriva. "Hab¨ªa creado expectativas il¨®gicas, imposibles de cumplir". Lo dice Juan Verde, espa?ol de 40 a?os y codirector de la campa?a internacional de Barack Obama para las elecciones presidenciales de 2012, mientras disecciona el efecto bumer¨¢n del primer presidente negro de Estados Unidos. Hoy, su jefe aspira a otro mandato. Seg¨²n Verde: "Su proyecto necesita cuatro a?os m¨¢s".
'No, we can't'. Cuando se public¨® este reportaje, al inicio de su mandato, Obama alcanzaba el 91% de aprobaci¨®n entre los estadounidenses. Hoy, su popularidad se arrastra en torno al 40% (George W. Bush dej¨® el cargo con un 22%) y su reelecci¨®n se encuentra en vilo.
Logros y hechos. Para entender al Obama sin respaldo de hoy es preciso, parad¨®jicamente, hablar de cada logro en el que se fue dejando d¨¦cimas de apoyo. Ah¨ª est¨¢n las reformas "hist¨®ricas" del sistema sanitario (marzo de 2010) y del financiero (mayo de 2010), criticadas a partes iguales por quienes las consideraron demasiado t¨ªmidas o audaces. En noviembre de ese mismo a?o, los dem¨®cratas perdieron la mayor¨ªa en el Congreso y una encuesta constat¨® c¨®mo el 18% de los estadounidenses segu¨ªa creyendo que su presidente era musulm¨¢n.
La muerte de Bin Laden. El 2 de mayo de 2011 Barack Obama anunci¨® la muerte del enemigo p¨²blico n¨²mero uno de Estados Unidos, el l¨ªder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, tiroteado en Abottabad (Pakist¨¢n) por un comando de ¨¦lite. Quiz¨¢ el mayor espejismo en el hundimiento progresivo de su popularidad.
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