Esta uni¨®n fiscal ?va solo de austeridad?
Nos proponen una uni¨®n fiscal que complete la uni¨®n monetaria. Bravo. Pero: ?solo para controlar el gasto y atajar el d¨¦ficit presupuestario? ?O completa: tambi¨¦n para armonizar los ingresos fiscales? ?No tenemos nada parecido? Y ?por qu¨¦ ahora, acaso nadie la quiso cuando se lanz¨® el proceso hacia el euro, en 1989, y se cre¨® en 1999?
Los liberales, sobre todo alemanes y brit¨¢nicos, siempre postularon la competencia entre sistemas fiscales. Pero muchos otros pugnaron por armonizar los impuestos, siquiera a niveles m¨ªnimos en aras de un mejor funcionamiento del mercado interior. Es una asignatura a¨²n pendiente hoy: las diferencias son abismales. Baste ver las de los tres grandes impuestos. En IVA, el tipo m¨¢ximo es del 25% (Dinamarca) y el m¨ªnimo del 15% (Luxemburgo): la media est¨¢ en el 20,6%. En Renta, se va del 60% (Suecia) al 10% (Bulgaria), con la media en el 37%. En Sociedades, del 34% (Francia y Malta) al 10% (Chipre), y la media es del 22%. Nadie pide tipos ¨²nicos, s¨®lo horquillas sensatas.
Para no repetir el error de Maastricht hay que arreglar el abismo impositivo
Pero ceder en el dise?o de los impuestos propios es tarea herc¨²lea. La armonizaci¨®n de la fiscalidad del ahorro, para evitar la evasi¨®n fiscal en Renta hacia pa¨ªses m¨¢s benevolentes, o casi para¨ªsos, tard¨® a?os. Catorce: la Comisi¨®n la lanz¨® en 1990, y los nacionalismos gubernamentales la tumbaron una y otra vez. Hasta que el Ecofin alcanz¨® un acuerdo en 2003, para implantar un sistema complejo, con suaves per¨ªodos transitorios de implantaci¨®n que llegan ?hasta final de este a?o 2011!
El a?o pasado, cuando se le concedi¨® el rescate, y en condiciones m¨¢s ventajosas que las obtenidas por Grecia, Irlanda defendi¨® con u?as y dientes su Impuesto de Sociedades, del 12,5%. Con ¨¦xito, y eso que era, y es, claro dumping fiscal, esa ventaja normativa que distorsiona precios y provoca desv¨ªos de comercio e inversiones.
Como escriben con sorna Josep Borrell y Andreu Miss¨¦ en su sugerente La crisis del euro (Turpial, 2011), se pueden imponer o sugerir rebajas de sueldos o cambios en la edad de jubilaci¨®n, pero arreglar esa competencia desleal "parece ser una intolerable afrenta a la soberan¨ªa nacional que no se puede aceptar". Si la uni¨®n fiscal de Merkel y Sarkozy pretende legitimidad, no solo deber¨¢ garantizar la austeridad en el gasto, sino acabar asimismo con ese tipo de asimetr¨ªas recaudatorias e implantar nuevos impuestos como el prometido sobre las transacciones financieras o tasa Tobin. Y deber¨¢ ser una uni¨®n de transferencias fiscales: pues la contrapartida al super¨¢vit comercial de los m¨¢s pr¨®speros (venden m¨¢s al resto) es su d¨¦ficit fiscal (aportan m¨¢s a la caja com¨²n), principio del que el presupuesto europeo y los fondos estructurales y de cohesi¨®n son solo una limitada aplicaci¨®n.
Si hay que refundar Europa, o al menos completar la uni¨®n monetaria con la econ¨®mica (UEM, se llam¨® a la criatura), conviene no repetir los errores de 1989 y 1990, cuando se gest¨®.
Entonces, el famoso Informe del Comit¨¦ Delors (12/IV/1989) propugnaba "la necesidad de una transferencia de poder de decisi¨®n de los Estados miembros a la Comunidad", pues "la uni¨®n econ¨®mica y la uni¨®n monetaria forman parte integrante de un conjunto, y deben por tanto realizarse en paralelo".
No hubo tal. ?Por qu¨¦? Los acad¨¦micos anglosajones euroal¨¦rgicos, sobre todo del otro lado del charco (de Nouriel Roubini a Paul Krugman), lo atribuyen hoy a la "altaner¨ªa" de los padres fundadores, para quienes la moneda ¨²nica a secas bastar¨ªa. Es una explicaci¨®n simplona, estilo Reader's Digest.
La realidad es que m¨¢s que altaner¨ªa, hubo exceso de optimismo: en que la divisa ¨²nica vencer¨ªa las peri¨®dicas tormentas monetarias; en que la ca¨ªda del muro y la crisis terminal de la URSS catapultar¨ªa a la UE; en que la r¨¢pida unificaci¨®n alemana era imitable... Aunque las peores tormentas monetarias estaban a¨²n por llegar (de 1992 a 1995); la ca¨ªda de la URSS plante¨® la dif¨ªcil atracci¨®n y digesti¨®n de sus sat¨¦lites; y la Alemania unida cost¨® a todos los europeos inflaci¨®n y altos tipos de inter¨¦s, algo que Berl¨ªn suele olvidar en sus escandallos. Toda cara acarrea su cruz.
Pero lo m¨¢s grave fueron las ingentes resistencias pol¨ªticas. La m¨¢s visible fue la de los conservadores brit¨¢nicos, que filibusteaban no ya contra la UEM, sino contra la moneda ¨²nica, al proponer un "ecu fuerte" que conviviera como cenicienta con las dem¨¢s monedas.
La m¨¢s peligrosa, la de ciertos n¨²cleos alemanes. Mientras el gran canciller Helmut Kohl postulaba una uni¨®n pol¨ªtica como requisito de la UEM, otros poderes lo boicoteaban todo.
As¨ª, el gobernador del Bundesbank, el banco emisor alem¨¢n, Karl Otto P?hl, que combati¨® sa?udamente al euro convencido de que llegar¨ªa solo "dentro de los pr¨®ximos cien a?os". Al igual que Margaret Thatcher, cre¨ªa que la uni¨®n monetaria pod¨ªa hacerse sin siquiera banco central ni moneda com¨²n, bastaba liberalizar los flujos de capitales y fijar tipos de cambio irrevocables entre las divisas. Raz¨®n de m¨¢s para no distraerse con complementos como la pol¨ªtica fiscal.
Cuando ya maduraba la discusi¨®n de Maastricht, se alumbr¨® un compromiso de disciplina presupuestaria: los criterios de convergencia o techos m¨¢ximos para el d¨¦ficit y la deuda. O sea, solo una parte de la uni¨®n fiscal. Eso, solo una parte.
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